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Faith nunca había salido del recinto ella sola. La habían dejado allí hacía veintiún años diciéndole que su mente no podría sobrevivir en el mundo exterior, que las visiones le sobrevendrían con demasiada frecuencia y con excesiva rapidez si vivía cerca de otras personas. No había tenido motivos para no creerlos y, con los años, su casa se había convertido en su prisión, en un lugar del que raras veces salía.
Pero hoy iba a aventurarse en lo desconocido. Su mente consciente por fin había comprendido qué era aquello para lo que su subconsciente llevaba meses preparándola: una búsqueda de respuestas. Estaba claro que para descubrir esas respuestas tenía que hablar con alguien que no tuviera nada que ver con el Consejo ni con el clan NightStar, ya que ambos tenían intereses creados. No le dirían lo que más necesitaba saber: si sus aciagas visiones eran los primeros coletazos de una locura inevitable o si indicaban algo mucho más peligroso, como el despertar de una faceta de su habilidad a la que no deseaba enfrentarse.
Aunque vivía casi en completo aislamiento, sabía todo cuanto necesitaba saber para aquel viaje. No había forma de impedir que por las autopistas de la PsiNet fluyera la información que circulaba por el mundo real. Los rumores tenían la mala costumbre de traspasar incluso las defensas más impenetrables, y de esa forma se había enterado de la noticia de que una psi se había desconectado de la red.
Sascha Duncan.
El Consejo había difundido que Sascha era una cardinal intrínsecamente defectuosa, demasiado débil para mantener el enlace con la red, un enlace que proporcionaba retroalimentación sin la que no podía vivir ningún psi. Y, sin embargo, Sascha había sobrevivido.
A Faith no se le ocurría nadie, aparte de la psi renegada, que no tuviera nada que ganar mintiéndole y nada que perder diciéndole la pura verdad. El resto estaba conectado a la PsiNet. Por tanto todos los demás podían traicionarla, bien de forma premeditada o sin intención alguna. Sascha era la única. Era algo lógico.
Prefería no recordar el sueño que había tenido pocas semanas antes, en el cual había visto el rostro de un leopardo mirándola fijamente con un hambre feroz, prefería no intentar comprender lo que su habilidad trataba de decirle. Porque, a veces, conocer el futuro era una maldición.
Abandonar el recinto iba a ser difícil, pero no imposible. Los guardias del clan psi estaban interesados en mantener a los intrusos alejados. A ninguno se le ocurriría pensar que Faith intentara escapar. Respiró hondo, se colgó la pequeña mochila y luego, con mucha calma, abrió la puerta trasera y se adentró en la noche.
Sabía bien adónde se dirigía. Había una sección muy pequeña de la valla exterior que se encontraba en un punto ciego de los sensores de movimiento, y estaba fuera del alcance de las cámaras. Lo más seguro era que la seguridad del clan NightStar ni siquiera lo hubiera considerado un punto débil. Ningún criminal sería capaz de averiguar la localización exacta, y los guardias garantizaban que esa parte estuviera bajo constante vigilancia, sobre todo porque muchos de ellos también tenían el don de peinar la zona utilizando la telepatía.
Hacía años que Faith había descubierto cómo burlar los escáneres; el tedio y el aislamiento resultaban ser un suelo fértil para la inventiva. Más importante aún, estaba segura de que podría saltar la valla en el breve espacio de tiempo que transcurría desde que un guardia doblaba la esquina hasta que el segundo aparecía por la otra. Lo sabía porque dos meses antes había comenzado a salir por la noche y a hacer justamente eso, saltar la valla para regresar después dentro del recinto sin alertar a nadie.
Había pensado que lo hacía porque necesitaba un reto. Naturalmente, con un psi-c de sus dotes, nada era nunca tan simple. Esa noche tardó diez minutos en cubrir la distancia desde la puerta trasera hasta la parte de la valla exterior a la que se dirigía; la verja interior nunca le había supuesto el menor problema. Sus ojos divisaron la silueta de un guardia dando la vuelta a la esquina a su derecha. Un segundo vigilante aparecería al cabo de diez segundos con la usual precisión de los psi. Comenzó a escalar en silencio y con extremada cautela.
* * *
Vaughn estaba agazapado en una amplia rama suspendida sobre el recinto que continuaba fascinándole. Su intención había sido la de infiltrarse esa noche y descubrir qué se ocultaba detrás de la seguridad informatizada y de la guardia psi que lo vigilaba. Pero eso ya no era necesario; su presa iba hacia él.
Tenía el cabello rojo como una llama a pesar de la oscuridad, y una parte de él deseó gruñir a la mujer por ser tan estúpida como para no taparse o recogerse la melena que le llegaba a la cintura; pero otra parte estaba impresionada por la manera rápida y casi felina con que escaló la valla. No vaciló, no miró a su alrededor. Daba la impresión de que lo hubiera hecho cientos de veces.
Una vez aterrizó en el suelo del bosque, se fue derecha hacia los árboles que rodeaban el lugar hasta que quedó oculta a la vista del guardia que en ese momento doblaba la esquina. Vaughn se movió sigilosamente entre las copas de los árboles y se detuvo casi encima de ella cuando la joven se paró para sacar algo de su mochila.
La pequeña luz de su reloj no tardó en iluminar lo que parecía ser un plano impreso del área circundante; un mapa rudimentario que no mostraba rutas de los cambiantes ni marcas territoriales. Pasado un minuto, lo dobló y lo guardó de nuevo en la mochila. Luego comenzó a caminar. De haberse encontrado en forma humana, Vaughn habría fruncido el ceño. Su presa se estaba internando en territorio de los DarkRiver en lugar de dirigirse hacia Tahoe.
No llegaría demasiado lejos a pie, pero había algo en ella que hacía que se le erizara el vello de la nuca. Como centinela, estaba acostumbrado a confiar en sus instintos, y esta vez le decían que aquella mujer tenía que ser vigilada. Con atención. Con mucha, pero mucha atención.
* * *
Faith tenía la sensación de que alguien la acechaba. Una reacción irracional; estaba sola en el bosque. Pero si todo iba bien, no lo estaría por mucho tiempo. Desconocía la ubicación de la casa de Sascha Duncan; no obstante, había llegado a la conclusión de que si se adentraba lo suficiente en el territorio de los leopardos, uno de ellos la encontraría y la llevaría al lugar donde tenía que ir. Un plan poco sólido, pero en base a sus investigaciones acerca de la naturaleza territorial de los cambiantes depredadores, cabía la posibilidad de que diera resultado. Dirigirse a la oficina central de los DarkRiver en San Francisco habría sido mucho más fácil, pero no podía correr el riesgo de delatarse.
Después de desconectarse de la red, se había prohibido a los psi que mantuviesen contacto con Sascha Duncan. Acercarse a ella sin la autorización del Consejo conllevaba ser enviado automáticamente a rehabilitación; un eufemismo para denominar la lobotomía psíquica que destruía la personalidad y dotes mentales más importantes del psi sometido a ella. Faith conocía lo suficientemente bien su propia valía como para comprender que habría escapado a ese destino, pero no quería que nadie estuviera al tanto de sus acciones. Esa parte de sí misma que sabía que aquello debía quedar en secreto también estaba segura de que encontraría un coche que no estuviera cerrado cerca de una carretera forestal cercana.
Y ahí estaba el coche. Abrió la puerta y se subió a él. A continuación se inclinó hacia delante y extrajo el panel de control para poder piratear la seguridad informatizada. Sus visiones no la habían avisado de que iba a necesitar esos conocimientos; solo era un pasatiempo, algo con que mantenerse ocupada durante las horas que pasaba sola. En consecuencia, era capaz de acceder prácticamente a cualquier sistema informatizado en cuestión de segundos.
Cinco minutos después, el coche era suyo. Centrándose de nuevo en las clases de conducir que había recibido en caso de emergencia, giró hacia la dirección que quería ir y apretó el acelerador. Tenía menos de tres días para encontrar respuestas. Si no estaba de vuelta en el recinto antes de la fecha límite, organizarían una búsqueda a fondo. Tal vez incluso aprovechasen la excusa para intentar hacer trizas sus escudos en la PsiNet.
A fin de cuentas, era un activo que valía un billón de dólares.
* * *
El hombre que habitaba en el interior de Vaughn deseó ponerse a proferir improperios, pero el animal se limitó a actuar, corriendo en paralelo al vehículo durante casi cien metros antes de tomar otra dirección. La guarida de Lucas estaba aún a una hora de distancia en coche, pero Vaughn no pensaba arriesgarse. ¿Por qué coño un psi se aventuraría tanto en territorio de los DarkRiver si no era para llegar hasta Sascha? Y sabía que la pelirroja era una psi; había visto sus ojos.
Ojos estrellados. Pequeñas chispas blancas contra un fondo puramente negro.
Su poderoso corazón latía con fuerza cuando llegó a su destino. Después de encaminarse hasta el centro de la carretera, se detuvo a esperar. No solo era demasiado veloz para que ella le atropellara, sino que la mayoría de los psi se quedarían tan desconcertados al ver a un jaguar vivo que no podrían hacer otra cosa que parar. Era posible que hubieran intentado aniquilar sus emociones, pero algunas reacciones provenían de la parte más primigenia del ser y esas no podían controlarse. Por mucho que los psi creyeran otra cosa.
Ella dobló la curva con las luces cortas, que no tuvieron demasiado efecto en su visión nocturna. Vaughn la observó. La observó y esperó.
* * *
Unos ojos feroces brillaron en la oscuridad. Sin tiempo para pensar, Faith pisó el freno y paró en seco. El enorme felino que tenía enfrente no se movió, no reaccionó como debería de haber hecho un animal. A pesar de haberlo planeado todo de forma tan minuciosa, no estaba preparada para la peligrosa realidad de enfrentarse cara a cara con un leopardo, de modo que se quedó sentada dentro del coche, aferrada al volante.
El leopardo pareció impacientarse al ver que ella no hacía nada. Después de aproximarse sigilosamente al coche, se subió de un salto al capó y ella tuvo que esforzarse para no reaccionar. Era un animal grande y pesado. El capó del vehículo se fue combando poco a poco bajo aquellas poderosas zarpas. Luego le mostró las fauces a través del parabrisas.
Quería que ella saliera.
Faith sabía sin la menor sombra de duda que no había modo de que la dejara avanzar un solo metro más por la carretera. Aunque nunca antes se había encontrado con un cambiante, todo su ser le decía que estaba en presencia de uno de ellos. ¿Y si se equivocaba?
Como no vio otra forma lógica de proceder, apagó el motor, cogió la mochila y abrió la puerta. El felino se plantó frente a ella mientras Faith se quedaba petrificada junto al vehículo, dándose cuenta demasiado tarde de su ignorancia en lo relativo al protocolo que regía el contacto entre especies. Nadie le había enseñado cómo hablar con los cambiantes. Ni siquiera sabía si se comunicaban como el resto de las razas racionales.
—¿Hola? —probó.
El felino se apretó contra su pierna, instándola con suavidad a que se alejara del coche hasta que la tuvo sola en la negra carretera. Entonces aquella criatura de gran tamaño y extremadamente peligrosa se movió en círculos a su alrededor.
—Hola —lo intentó de nuevo. Una llamada mental cauta y sumamente cortés, algo que se consideraba aceptable en circunstancias apremiantes.
El animal levantó la cabeza y le gruñó, sus dientes centelleaban aun a pesar de la densa oscuridad que lo envolvía todo. Faith dio un paso atrás de inmediato. El felino se había percatado de lo que ella había hecho y no le había gustado nada aquel intento de conectar con su mente. Alguien le había enseñado a protegerse más allá de las barreras naturales. Y solo había una persona que podría haberlo hecho.
—¿Conoces a Sascha?
Esta vez el animal le enseñó los dientes de un modo que hizo que Faith deseara retroceder, pero se contuvo. Ella era una psi; no sentía miedo. Pero todo ser vivo poseía un instinto de supervivencia, y ahora el suyo le preguntaba qué haría si los felinos no la querían cerca de la psi que vivía entre ellos. La respuesta era que no tenía otra alternativa que seguir adelante.
—Tengo que hablar con Sascha —dijo—. Y no tengo mucho tiempo. Por favor, llévame con ella.
El animal gruñó de nuevo y el vello de la nuca se le erizó, una reacción que su cuerpo normalmente habría controlado. Aquel sonido transmitía algo extremadamente agresivo y territorial. A continuación, el felino se alejó y volvió la vista hacia ella. Faith lo siguió, sorprendida porque hubiera aceptado con tanta facilidad su solicitud. En lugar de seguir el curso de la carretera, la condujo hasta lo profundo del bosque, tanto que ambos quedaron ocultos. Luego marcó un árbol con la garra.
Faith no comprendió hasta que el felino empujó contra sus piernas con la contundencia necesaria para hacer que cediesen.
—De acuerdo. Esperaré aquí. —Entonces aquellas poderosas fauces se cerraron en torno a su muñeca. Faith se quedó paralizada. No le estaba haciendo daño, pero podía sentir la fuerza de esos dientes. Solo con que apretara, perdería la mano—. ¿Qué? ¿Qué es lo que quieres? —Combatió la necesidad de entrar en contacto con su mente y hablarle a un nivel que para ella era más normal y familiar.
El animal le arañó el reloj con los dientes.
—De acuerdo.
Aguardó a que la soltara y él se tomó su tiempo; el felino era definitivamente macho. Sus miradas se cruzaron y Faith vio la aguda inteligencia, el poder y la furia que reflejaban. Peligroso y salvaje, era también la criatura más exótica que había visto en toda su vida. Las ganas de acariciarle el pelaje eran tan grandes que casi le fue imposible resistirse. Si no fuera porque sabía que aquel era un felino que jamás permitiría que le tocasen con timidez.
Finalmente la soltó. Faith se quitó el reloj y él lo tomó entre los dientes. Acto seguido, desapareció como una exhalación, tan veloz que apenas fue capaz de captar el movimiento. Sola de nuevo, se estremeció por el frío de la noche y rodeó la mochila con los brazos. ¿Volvería? ¿Y si nadie la encontraba allí? La posibilidad de verse rodeada por más de aquellos felinos hizo que se replanteara la lógica de lo que estaba haciendo. Estaba claro que no eran psi; por tanto, las reglas en que había basado sus preparativos no servían.
Faith se apoyó contra el árbol a esperar. No tenía otra alternativa.
* * *
Vaughn salió del dormitorio y entró en el salón de la casa colgada ataviado únicamente con un par de vaqueros desgastados. En la mano llevaba el reloj de la mujer.
—No lleva un localizador.
Lucas frunció el ceño y alargó la mano para cogerlo. Vaughn sintió el irracional impulso de quedarse aquella delgada banda metálica, un apremiante impulso posesivo tan inusual que le sorprendió. Se lo entregó a su alfa.
—Déjame ver. —Sascha, que se encontraba al lado de su compañero, le echó un vistazo—. Es relativamente común en lo que a relojes psi se refiere. —Se lo quitó a Lucas y miró la parte interior—. No lleva grabada ninguna designación familiar.
—Creía que podrías percibir algo.
Sascha meneó la cabeza.
—Mis poderes psicométricos están aumentando, pero esto es un objeto muy impersonal. No creo que tenga demasiada importancia emocional para tu psi.
Lo extraño de aquella afirmación no les pasó desapercibida a ninguno de los tres. Los psi no concedían importancia emocional a ninguna cosa.
—¿Has dicho que ella salió de aquel recinto de Tahoe por el que preguntaste?
—Escaló la valla como si no quisiera que nadie la viera. —Vaughn recuperó el reloj y se lo guardó en el bolsillo, donde nadie más pudiera tocarlo.
—Creía que a los psi no os iba el ejercicio —dijo Lucas, con una insinuación sensual velada en sus palabras que Vaughn acusó con la fuerza de una navaja, aunque nunca hasta entonces se había visto afectado por la manifiesta sexualidad de las parejas del clan.
—Por qué no lo discutimos esta noche, ¿hum? —Sascha recostó la espalda contra el pecho de Lucas—. Pero esto es un poco raro… ¿Lo hizo con cierta fluidez?
—Ágil como un gato. —Aquel era el mayor cumplido que Vaughn conocía—. Como si lo hubiera hecho antes.
—Es extraño. ¿Y dijo que quería verme?
—Sí.
Vaughn no pensaba llevar a Sascha allí bajo ningún concepto, y sabía que Lucas tampoco lo permitiría. No se podía confiar en los psi. Ni siquiera en una guapa pelirroja psi con la piel tan suave como el satén.
Los ojos estrellados de Sascha mostraron una expresión desenfocada durante un extraño segundo.
—¿Qué aspecto tenía?
—Pelo rojo. —Jamás había visto un cabello de un tono tan intenso, tan increíblemente sedoso. El gato había deseado jugar con él en tanto que el hombre deseó hacer cosas muchísimo más íntimas—. Ojos de cardinal.
Sascha se puso completamente rígida.
—No puede ser. Es imposible.
Los dos hombres la miraron mientras ella comenzaba a pasearse por la casa. Vaughn sintió el impulso posesivo de Lucas como si fuera un ente físico situado entre ellos, y por primera vez atisbó fugazmente cuál podría ser su origen.
—¿Qué sucede, Sascha? —Lucas la agarró de la cintura cuando pasó por su lado.
Ella se entregó a su abrazo.
—Podría equivocarme, pero el cabello rojo es un rasgo común en una familia psi en particular de esta área. El clan psi NightStar tiene una incidencia inusualmente alta del gen recesivo. —Sascha hablaba como una psi en esos momentos. Era de esperar. No llevaba más que unos meses entre felinos. La cosa llevaría su tiempo.
—¿El clan psi NightStar? —Lucas jugueteó con el cabello de su compañera.
—Son un grupo de familias emparentadas que operan bajo el clan psi NightStar.
—Dijiste que los clanes psi eran utilizados por los psi-c. —Vaughn se cruzó de brazos, los dedos le cosquilleaban por el deseo de saber cómo sería introducirlos en la sedosa cabellera flamígera de una mujer que escalaba tan bien como cualquiera de las gatas que conocía.
Sascha asintió.
—En la familia NightStar hay antecedentes de psi-c. Son raros, pero los NightStar siempre han contado con al menos uno por generación. Algunos débiles, algunos poderosos. El único cardinal que conozco en toda esta región es Faith NightStar.
«Faith.»
Vaughn paladeó el nombre; encajaba, parecía adecuado para ella.
—¿Su apellido es el mismo que el de su clan psi?
—Sí. No sé bien por qué, pero esa es la dinámica que siguen. Forman una conjunción con su clan en lugar de con sus familias individuales. —Se mordió el labio inferior—. Ojos de cardinal y cabello rojo, además de un lugar aislado… podría ser Faith, pero no conozco a todos los psi de esta zona.
—¿No la conoces en persona? —preguntó Lucas.
—No. Los psi-c son como sombras. La gente raras veces los ve. Incluso a los de menor gradiente se les considera demasiado importantes como para dejarlos desprotegidos.
—¿Por qué querría verte una psi-c? —Lucas miró a Vaughn—. ¿Dijo algo más?
—No. Pero lleva más de hora y media esperando, si es que todavía sigue donde la dejé. —Y, por alguna razón, eso puso nervioso al centinela—. Tenemos que ocuparnos de esto.
—Quiero hablar con ella —declaró Sascha.
—De ningún modo.
—No.
Los dos hombres hablaron a la vez; Lucas con el instinto protector de un compañero; y Vaughn con el de un centinela. Sascha puso los ojos en blanco y meneó la cabeza.
—Todavía no lo habéis entendido, ¿verdad? Nunca seré dócil.
Lucas frunció el ceño.
—Ninguno de los dos sabéis cómo tratarla, qué preguntas hacerle. De todas formas es muy probable que Vaughn la haya aterrorizado. —Dirigió aquellos ojos estrellados hacia el aludido.
—Los psi no sienten miedo. —Pero Vaughn había notado que la muñeca de la mujer era muy delicada cuando la tomó entre los dientes—. Es mucho más baja que tú. —Y a pesar de su altura, Sascha era frágil de por sí en comparación con los cambiantes.
Sascha asintió.
—Eso encajaría, si de verdad se trata de una psi-c. Vamos. Y ni se os ocurra discutir conmigo.
Lucas profirió un grave gruñido. Vaughn abandonó prudentemente la estancia y salió al porche, aprovechando la oportunidad para despojarse de los vaqueros —donde seguía guardado el reloj— y metamorfosearse. Esperó allí hasta que Lucas y Sascha salieron.
—Ve delante y peina la zona. Sascha y yo te seguiremos en el coche. —Lucas no parecía complacido y Vaughn no podía culparle—. Si olfateas cualquier cosa, avisa a Sascha.
Vaughn asintió. Sascha estaba ahora conectada a los centinelas a través de la Red Estelar, una red mental con la que Vaughn no se sentía del todo cómodo, pero que tenía sus ventajas. Aunque no podían comunicarse telepáticamente, sí podían transmitir emociones y sentimientos unos a otros. Eso, por sí solo, hacía que fuera lo bastante distinta a la PsiNet como para aplacar sus instintos más agresivos.
Tras asentir de nuevo, saltó de la casa y aterrizó en el suelo. Sintió la caricia del aire fresco de la noche y seguidamente la tierra bajo sus patas. Acto seguido, emprendió la carrera.