Nervioso como el sheriff de Solo ante el peligro a la espera del duelo, me pasé la mañana preparando el gran momento.
En primer lugar, fui a Brooks Brothers, en Scarsdale. Ross quería que pareciese un poli y, como no tenía trajes ni combinaciones adecuadas de chaqueta y pantalones, decidí comprar un atuendo convenientemente elegante para mi debut como policía. Al entrar en la tienda, caí en la cuenta de que no llevaba traje y corbata desde que era niño y, cuando le pedí a un vendedor que me enseñara las chaquetas cruzadas de verano de talla extragrande, experimenté la misma sensación de humillación que Ross en su juventud. Con aire de superioridad, el vendedor replicó que las chaquetas cruzadas venían por tallas numeradas y sugirió que me probara alguna de la 52. Irritado ahora, le hice caso y me decidí por una chaqueta de lino azul marino que a mi entender tenía suficiente clase para desarmar a una alumna de Vassar. El vendedor hizo un gesto de impaciencia ante mis modales y cuando le dije «pantalones, cuarenta y ocho», señaló unas hileras de percheros metálicos y se alejó. Encontré unos azul claro que combinaban con la chaqueta y los cogí; camino del cajero, escogí una camisa blanca y la primera corbata que vi, roja oscura con un estampado de palos de golf cruzados. El precio total de mi indumentaria para el reto definitivo fue de 311 dólares y cuando dejé la tienda me sentí como si saliera de la cárcel.
Me cambié en la parte de atrás del Muertemóvil II y solté una maldición cuando descubrí que no recordaba cómo se hacía el nudo de la corbata. Me la colgué del cuello abierto de la camisa, conduje hasta una armería de Yonkers y me gasté noventa dólares en algo útil: una pistolera de cintura, de cuero negro, para mi 38 de cañón corto. Dediqué el resto de la mañana a pasar el arma del compartimento de seguridad del Muertemóvil II a mi hermoso y flamante complemento, que me ajusté al cinturón para poder sacar el arma con la mano contraria. Hecho esto, me dirigí a Croton.
El caserón de veraneo parecía distinto a la luz del día y cuando llamé a la puerta advertí la causa: todo en mí, desde mi ropa a mi pasado y mi futuro, estaba cambiando a una velocidad tan desbocada que modificaba sutilmente cuanto veía.
Mady Behrens abrió la puerta, modificada hasta resultar casi irreconocible: la rubia burbujeante en ropa de tenis del día anterior se veía ahora ojerosa y suspicaz, una arpía al acecho envuelta en un albornoz empapado.
—Anoche detuvieron a Ross —soltó—. Unos policías armados se lo llevaron. El padre de Richie dice que es por un asunto muy grave.
El porche se volvió arenas movedizas bajo mis pies y la boca abierta de la arpía pareció una invitación a la resolución más fácil del mundo. Me disponía a echar mano a la pistolera cuando ella me fastidió el objetivo:
—Sabía que Ross tenía una vena ruin —espetó—, pero no puedo creer que…
Eché a correr al Muertemóvil II. Mientras volaba a esconderme, unos monstruos danzaban en el parabrisas.
Transcripción del interrogatorio inicial de Ross Anderson. Realizado en la sede central del FBI del condado de Westchester, New Roch, Nueva York, 14.00 horas, 8/9/83. Presentes: Ross Anderson; su abogado, John Bigelow, contratado por Richard Liggett, tío del teniente Anderson; el inspector Thomas Dusenberry y el agente especial John Mulhearn, del Grupo Especial Federal contra Asesinos en Serie; agente especial Sidney Peak, agente a cargo, oficina de New Rochelle:
Sospechoso retenido en custodia desde las 03.40 horas, 8/9/83; informado de sus derechos en presencia del abogado, 12.00 horas, 8/9/83; accede a ser interrogado tras consulta con el señor Bigelow, 13.30 horas. El interrogatorio queda grabado en cinta y transcrito en taquigrafía por Margaret Wysoski, estenógrafa, División 104, Tribunal Superior del Condado de Westchester.
INSPECTOR DUSENBERRY: Señor Anderson, empecemos por…
ROSS ANDERSON: Llámeme teniente.
DUSENBERRY: Muy bien, teniente. Empecemos por aclarar un punto, si le parece. ¿Ha realizado voluntariamente alguna declaración desde su detención, la pasada madrugada?
ANDERSON: No. Sólo el nombre, graduación y número de serie.
DUSENBERRY: ¿Ha sufrido malos tratos físicos en algún momento, sea en el transcurso de su arresto o durante el período de detención?
ANDERSON: Me ha traído usted un café instantáneo al calabozo. Vulgar. La próxima vez, lo trae recién molido o me voy a otro hotel.
JOHN BIGELOW: Menos bromas, Ross.
ANDERSON: No bromeo. Usted no lo ha probado, abogado. Una auténtica mierda.
BIGELOW: Esto es muy serio, Ross.
ANDERSON: ¡Vaya si lo es! Soy un adicto al tueste francés. Pronto empezaré a tener el mono y entonces lo lamentarán.
BIGELOW: Ross…
DUSENBERRY: Teniente, ¿le ha explicado el señor Bigelow las acusaciones que pesan sobre usted?
ANDERSON: Sí. Asesinato.
DUSENBERRY: Exacto. ¿Tiene idea de cuál o cuáles asesinatos?
ANDERSON: ¿El de Billy Gretzler? Me lo cargué en el cumplimiento del deber allá por el 76. Es la única persona que he matado.
DUSENBERRY: Vamos, teniente. ¿Cuánto tiempo lleva en la policía?
ANDERSON: Diez años y medio.
DUSENBERRY: Entonces, sabrá que los homicidios dentro de una única jurisdicción policial municipal no son delitos federales.
ANDERSON: Lo sé.
DUSENBERRY: Entonces, estoy seguro de que sabrá que, según los estatutos federales, para que nos interesemos por usted tiene que haber matado a un empleado del gobierno federal o haber cruzado la frontera de un estado después de haber matado a un ciudadano corriente.
ANDERSON: Soy un tipo interesante en general.
DUSENBERRY: Desde luego. ¿Sabe usted qué trabajo desempeño en el FBI?
ANDERSON: No. Cuéntemelo, haga el favor.
DUSENBERRY: Estoy al mando del Grupo Especial contra Asesinos en Serie, en Quantico, Virginia. ¿Sabe qué es un asesino en serie?
ANDERSON: ¿Un psicópata que asesina bajo la influencia de las palomitas de maíz?
BIGELOW: ¡Ross, maldita sea…!
DUSENBERRY: Está bien, señor Bigelow. Teniente, ¿le suenan los nombres de Gretchen Weymouth, Mary Coontz y Claire Kozol?
ANDERSON: Corresponden a tres víctimas de asesinatos cometidos en Wisconsin a finales de 1978 y principios de 1879.
DUSENBERRY: Exacto. ¿Quién cree usted que las mató?
ANDERSON: Creo que fue un hombre llamado Saul Malvin. Yo descubrí su coche abandonado y, más tarde, su cuerpo. Se suicidó.
DUSENBERRY: Ya. ¿Le suenan los nombres de Kristine Pasquale, Wilma Thurmarm, Candice Tucker y Carol Neilton?
ANDERSON: No. ¿Quiénes son?
DUSENBERRY: Son unas jóvenes que murieron asesinadas de idéntica manera que las de Wisconsin.
ANDERSON: Es una lástima. ¿Dónde las mataron?
DUSENBERRY: En Louisville, Kentucky; Des Moines, Iowa; Charleston, Carolina del Sur; y Baltimore, Maryland. ¿Ha estado alguna vez en esas poblaciones?
ANDERSON: Sí.
DUSENBERRY: ¿En qué circunstancias?
ANDERSON: Me desplazaba en cumplimiento de órdenes de extradición y para custodiar a varios presos en el viaje de vuelta a diversas ciudades de Wisconsin.
DUSENBERRY: Entiendo. ¿Recuerda las fechas exactas en las que estuvo en cada sitio?
ANDERSON: De memoria, no. Entre principios del 79 y finales del 81, eso sí. Fue el periodo en que estuve a cargo de las extradiciones. Si quiere las fechas exactas, busque en los registros.
DUSENBERRY: Ya lo he hecho. Usted estaba en esas ciudades en el momento en que las cuatro mujeres fueron asesinadas.
ANDERSON: Vaya, qué coincidencia.
DUSENBERRY: También estaba de patrulla y cerca de la zona en el momento en que mataron a Claire Kozol.
ANDERSON: Vaya…
DUSENBERRY: Y patrullaba usted la zona donde fueron descubiertas las dos primeras víctimas de Wisconsin, y también fue usted quien encontró el cuerpo de su presunto asesino.
ANDERSON: Inspector, me considero un tipo paciente, pero todo eso ya es mierda muy rancia. Los dos somos hombres con formación y agentes con galones, de modo que le daré mi opinión informada de lo que tiene usted. ¿Preparado?
DUSENBERRY: Adelante, teniente.
ANDERSON: Ha estado cruzando datos cronológicos de los dos grupos de homicidios y ha compilado listas basadas en si los sospechosos tuvieron la oportunidad de actuar. Yo estuve involucrado en la investigación del Matarife de Madison y parece que me encontraba en las demás ciudades cuando mataron a esas otras chicas, por lo que encajo en su patrón, de forma circunstancial. Pero tendrá que conseguir mucho más si quiere presentar una acusación formal. Con lo que tiene, lo echarían del juzgado con una carcajada.
DUSENBERRY: Jack, ¿tú o yo?
AGENTE MULHEARN: Tú, Tom. Es todo tuyo.
DUSENBERRY: Teniente, desde anoche, un equipo de diez agentes está poniendo patas arriba Huyserville. Han registrado su apartamento…
ANDERSON: Y no han encontrado nada que me incrimine, porque no he hecho nada delictivo.
DUSENBERRY: ¿Conoce a un tal Thornton Blanchard?
ANDERSON: Claro, el viejo Thorny. Es guardagujas jubilado de la línea de los Grandes Lagos.
DUSENBERRY: En efecto. También es aficionado a dar paseos por los bosques contiguos a Orchard Park. ¿Conoce la zona?
ANDERSON: Claro.
DUSENBERRY: Anoche, el señor Blanchard le contó a uno de los agentes de Milwaukee que lo vio cavando entre los árboles en tres o cuatro ocasiones. Indicó la zona aproximada a los agentes y, hacia las tres de la madrugada, instalaron allí unos focos y empezaron a excavar. Hacia las once, han encontrado dos bolsas de plástico. Una de las bolsas contenía un cuchillo Buck y una sierra. Hemos encontrado una huella latente en el mango del cuchillo. Es suya. En los dientes de la sierra había una sustancia pardusca y otros residuos que están analizando ahora mismo. Sin duda, la sustancia es sangre y ahora intentaremos averiguar a qué grupo pertenece para compararlo con los de las siete chicas. Las dimensiones de la hoja del cuchillo y de los dientes de la sierra se corresponden exactamente con las dimensiones de las marcas encontradas en las cuatro últimas víctimas. En la otra bolsa había fotografías de las cuatro chicas, desnudas y descuartizadas. Hemos encontrado semen seco en tres de las fotos y lo estamos analizando. Tenemos un total de cinco latentes viables en las fotografías. Todas son suyas.
BIGELOW: ¿Ross? ¿Ross? Maldita sea, llamen a un médico.
DUSENBERRY: Ve a buscarlo, Jack. Que conste en la transcripción que, a las 14.24, el teniente Anderson sufrió un ataque de náuseas y se desmayó. Lo dejaremos aquí, por el momento. Señor Bigelow, hable con su cliente. Lo acusamos de huir del estado para evitar el proceso por asesinato. Mañana por la mañana lo llevaremos ante el juez. En este momento vuelan hacia aquí representantes de las fiscalías de Louisville, Des Moines, Charleston y Baltimore para tratar conmigo las acusaciones por asesinato y los trámites de extradición, de modo que si Anderson decide hablar, quiero su declaración esta tarde, ¿entendido?
BIGELOW: Sí, maldita sea. ¿Dónde está el médico? Este hombre está enfermo.
DUSENBERRY: Sidney, quédate con Anderson. No dejes que se le administre ninguna pastilla y, cuando lo lleves de vuelta al calabozo, ponle las esposas y los grilletes. Señorita Wysoski, finalice la transcripción. Son las 14.26.
Transcripción del segundo interrogatorio y declaración formal de Ross Anderson, efectuados en la sede del FBI en el condado de Westchester, New Rochelle, Nueva York, a las 21.30 del 8/9/83. Presentes: Ross Anderson; John Bigelow, abogado del señor Anderson; Stanton J. Buckford, fiscal general jefe de la Oficina Metropolitana del Distrito de Nueva York; inspector Thomas Dusenberry; agente especial John Mulhearn; y agente especial Sidney Peak. Este interrogatorio-declaración se grabó en cinta magnetofónica y fue transcrito en taquigrafía por Kathryn Giles, estenógrafa, División 104, Tribunal Superior del Condado de Westchester.
INSPECTOR DUSENBERRY: Teniente Anderson, ¿el facultativo que lo ha tratado del desmayo le ha administrado algún medicamento que altere la conciencia?
ANDERSON: No.
DUSENBERRY: ¿Ha sufrido usted maltratos físicos o amenazas desde nuestra primera sesión de esta tarde?
ANDERSON: No.
DUSENBERRY: ¿Ha hablado con su abogado durante este rato?
ANDERSON: Sí.
DUSENBERRY: ¿Está dispuesto a prestar declaración?
ANDERSON: Sí.
DUSENBERRY: Señor Bigelow, ¿ha tratado el asunto de la declaración del teniente Anderson con el señor Buckford?
JOHN BIGELOW: Sí, lo he tratado.
DUSENBERRY: ¿Con qué fin?
BIGELOW: Con el de conseguir inmunidad para mi cliente en las acusaciones de asesinato en Kentucky, Iowa, Carolina del Sur y Maryland.
DUSENBERRY: ¿Pero no de las posibles inculpaciones en Wisconsin?
BIGELOW: En Wisconsin no hay pena de muerte, inspector. En dos de los otros estados, sí.
DUSENBERRY: Señor Buckford, ¿tiene alguna declaración que hacer?
STANTON J. BUCKFORD: Sí. He solicitado una transcripción de este proceso de acuerdos con el fiscal, con agentes federales como testigos, por si más adelante surgen disputas. Sólo tengo una ligerísima idea de lo que se propone decir el teniente Anderson, pero si sus pruebas son tan concluyentes como afirma el señor Bigelow, y si dan por resultado otras detenciones, estaré dispuesto a acusar al teniente sólo de los delitos de Wisconsin y del delito federal de huida del estado. Como muestra de su buena fe, señor Bigelow, requeriré una declaración previa del teniente Anderson; si éste confiesa, y si la sentencia que dicta el tribunal de Wisconsin es inferior a tres cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad de libertad condicional, pediré al juez que presida el juicio por el delito de huida del estado que imponga él dicha condena. ¿Queda entendido, señor Bigelow?
BIGELOW: Sí, señor Buckford. Entendido.
BUCKFORD: Teniente Anderson, ¿lo ha entendido usted?
ANDERSON: Sí.
BIGELOW: Haz tu declaración, Ross.
ANDERSON: El 16 de diciembre de 1978 violé y maté a Gretchen Weymouth. El 24 de diciembre de 1978 violé y maté a Mary Coontz. El 14 de enero de 1979 violé y maté a Claire Kozol. El 18 de abril de 1979 violé y maté a Kristine Pasquale. El 1 de octubre de 1979 violé y maté a Wilma Thurmann. El 27 de mayo de 1980 violé y maté a Candice Tucker. El 19 de mayo de 1981 violé y maté a Carol Neilton. Esta declaración la hago por mi propia voluntad.
DUSENBERRY: Jack, dale un poco de agua.
BIGELOW: Ross, quiero que te tomes tu tiempo para el resto.
BUCKFORD: ¿Está dispuesto a continuar, señor Anderson?
ANDERSON: (Pausa larga) Sí.
BUCKFORD: Proceda, pues.
ANDERSON: No maté a Saul Malvin, ni éste se suicidó. Inmediatamente después de matar a Claire Kozol, iba en mi coche patrulla por la carretera de doble sentido que corre paralela a la I-5. Vi que un hombre inspeccionaba el Cadillac abandonado de Malvin, se metía en su furgoneta y conducía despacio hacia el norte. Seguí el vehículo por radar y tuve la sensación de que aquel hombre buscaba al conductor del Cadillac para robarle. Me quedé unos seiscientos metros más atrás y, cuando la furgoneta se detuvo, yo también lo hice, busqué un lugar adecuado entre las peñas y observé el vehículo con los prismáticos. Al cabo de unos cinco minutos, vi que el conductor volvía de la espesura, portando un revólver. Guardó el arma en algún escondite, debajo de la furgoneta, y continuó su marcha hacia el norte. Yo…
DUSENBERRY: Dígame cómo se llamaba el hombre, Anderson.
BUCKFORD: Deje que lo cuente a su manera, inspector.
ANDERSON: En aquel momento, recibí aviso por la radio de que se había descubierto el cuerpo de la chica y de que estaban estableciendo controles de carreteras en la I-5. Yo me quedé en la de doble sentido y vi que la furgoneta se acercaba al primer control, situado en una curva. Cuando estaba a unos doscientos metros, el hombre frenó y arrojó algo a la nieve de la cuneta. Esperé mientras él pasaba los trámites; ya sabe, registro del vehículo, comprobación de posibles órdenes de busca y captura, traslado a la comisaría de Huyserville para un análisis de sangre y más preguntas si resultaba que ésta era del grupo que buscaban. Cuando se calmó el revuelo en el control de carreteras, pasé a la I-5 y busqué lo que el hombre había arrojado por la ventanilla. Eran (pausa) fotos hechas pedazos de un hombre muerto, tirado sobre la nieve. Verán, entonces supe que debía conocer a ese hombre. Fui a Huyserville, encontré la furgoneta en el aparcamiento de la estación y di con el 357 Magnum que guardaba en un escondrijo del chasis. Terminé encontrándome con él cara a cara; hablamos y me dijo que había matado a un gran número de personas, sin motivo alguno o por el dinero y las tarjetas de crédito, y…
DUSENBERRY: ¡Su nombre, Anderson! Por favor, señor Buckford, hay un motivo para esto.
BUCKFORD: Está bien. ¿Cómo se llama ese hombre, señor Anderson?
ANDERSON: Martin Plunkett. Es…
DUSENBERRY: Dios del cielo, que me jodan… ¡Plunkett es el Sigiloso, Jack! Está en la lista de sospechosos de Aspen. Da aviso a todos.
AGENTE MULHEARN: ¡Joder!
BUCKFORD: Conténganse, caballeros. Esto es un documento federal. ¿Y de qué coño están hablando, por todos los santos?
DUSENBERRY: Es que no me lo puedo creer… Plunkett es un asesino en serie con un largo historial, cuyo rastro llevamos siguiendo desde hace meses. Es demasiado complicado para abordarlo aquí y quiero más confirmación. Descríbalo, Anderson.
ANDERSON: Blanco, 1,88, 95 kilos, cabello castaño oscuro, ojos pardos.
DUSENBERRY: Es él. ¿Vehículo?
ANDERSON: En el 79, tenía una furgoneta Dodge plateada.
DUSENBERRY: ¿Cuándo lo vio por última vez?
BUCKFORD: Deje que termine a su aire.
DUSENBERRY: Ya termino yo. Fingió que encontraba el cuerpo de Malvin y le puso en la mano el Magnum de Plunkett con el fin de tener un cabeza de turco para lo de las chicas y para que la policía no se acordara de su compinche y lo relacionara con la muerte de Malvin, ¿verdad?
ANDERSON: Verdad.
BUCKFORD: Siéntese, inspector.
DUSENBERRY: ¿Por qué, Anderson?
ANDERSON: «¿Por qué?» ¿A qué se refiere?
BUCKFORD: Siéntese y guarde silencio, inspector. Éste es un documento federal.
DUSENBERRY: ¿Dónde está, Anderson?
ANDERSON: No lo sé. Fue hace mucho…
DUSENBERRY: Acabas de salvarte de la silla eléctrica. Dímelo, cabrón.
BUCKFORD: Siéntese ahora mismo, Dusenberry, o lo suspendo del caso. (Pausa) Así, eso está mejor. No acabo de entender ese detalle, señor Anderson. ¿Está en lo cierto el inspector? ¿Simuló el suicidio de ese tal Malvin para que Plunkett pudiese escapar?
ANDERSON: Para que los dos pudiéramos escapar.
BUCKFORD: ¿Por qué Plunkett?
ANDERSON: Porque me gustó su estilo.
BUCKFORD: ¿Lo ha vuelto a ver desde entonces, desde 1979?
ANDERSON: No. Se esfumó cabalgando hacia el sol poniente, como el Llanero Solitario.
BUCKFORD: ¿Tiene idea de dónde está ahora?
ANDERSON: Estoy cansado. Quiero dormir. Plunkett y yo fuimos un ligue de una noche. No sé dónde está, así que déjeme en paz.
BUCKFORD: Acabemos, pues. Inspector, tengo que hablar con usted de todo esto. Rubrico el final de esta transcripción a las 21.15 horas del 8 de septiembre de 1983.