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Me pasé la noche en una celda donde me dejaron detenido bajo acusación de exhibicionismo y escándalo público. Me pasé la noche en blanco pero no me importó, porque me sirvió para resolver el crimen.

Suponiendo que me registrarían había deslizado el sobre cogido en el departamento de Weems entre el forro y la tela de mi gabardina. No me lo encontraron. Ya a solas lo extraje de su escondrijo. Su contenido me dejó de piedra. Creí que contendría las fotos comprometedoras que Weems había obtenido de Adam y de mí, con el fin de forzarle a casarse con Gertrude, y que había cogido para hurtar pruebas en su contra. Pero el falso detective debía haberse confundido al rotular los sobres porque el sobre de Adam tenía unas cartas de su padrastro. El sobre con el nombre de Leland debía contener las fotos de Adam.

Las cartas de Leland fueron esclarecedoras. Se trataba de epístolas con incendiarias propuestas de amor dirigidas a la Marineau, primero cuando sólo la conocía por el álbum fotográfico remitido por su agente, y después, cuando ya contratada residía en el Mansion House y se había prometido con su hijo. Las cartas eran la última pieza. Con ellas el rompecabezas estaba resuelto.

A mi modo de ver Luther Wallace, agente artístico, había patrocinado a Gertrude Marineau llevándola por los espectáculos más tirados sin ganar apenas un dólar. Comprendiendo que ese no era el camino para hacer fortuna se debieron asociar para que la chica se casase con un heredero rico y compartir después los beneficios. Por dos veces por lo menos en distintas ciudades la operación falló al descubrir detectives particulares el turbio historial de la novia. Entonces Wallace decidió realizar con más cuidado la intentona siguiente.

Debía haber oído hablar de los millones Verschoyle. Se trasladaría a Los Ángeles a estudiar personaje y terreno. En el ambiente en que se movía le debió costar poco enterarse de que el viejo, además de manejar una fortuna parecida a la de Rockefeller poseía una insana afición hacia las chicas, a las que se propiciaba con la excusa de sus espectáculos musicales. Una investigación más cuidadosa le llevaría al conocimiento de que el tipo se hallaba en situación de perder el control del capital en cuanto su hijo se casara. Aquello se le debió antojar una perita en dulce. Luther planeó que Adam debía unirse a su socia con el sagrado vínculo de matrimonio.

Estudiando científicamente la operación optó por un movimiento envolvente, a base de poner en contacto a Gertrude con el incauto a través del padre. El próximo estreno de Luces en la noche le servía la ocasión en bandeja. Remitió la oferta de servicios de su representada al financiero, acompañándola de un álbum fotográfico de tales características que para el viejo sería un cebo difícil dé resistir. Como dicen los malos escritores, el pez se tragó el cebo con anzuelo, sedal y caña incluida. Las cartas de amor de Leland a la organista eran la prueba.

Por lo que se deducía de su lectura Gertrude jamás descendió a contestarlas. A los compinches les interesaba el hijo, no el padre, puesto que Adam sería el único dueño de la fortuna en cuanto se casara. Leland, enamorado hasta los calzoncillos, no tenía más salida que contratar a la organista. Así fue.

Wallace y la Marineau ya estaban al tanto de la compleja psicología de su víctima. En la primera entrevista de los dos jóvenes aquella furcia adoptó una norma de conducta de chica recatada y al mismo tiempo de madre severa. Y, claro, al cabo de nada estaba pedida en matrimonio.

Luther Wallace previó que el empresario pondría detectives a investigar a su asociada. Había sucedido en las aventuras precedentes y aquí la razón sería doble porque Leland defendía sus intereses económicos y eróticos, queriendo quitarle la novia a su hijastro. Para neutralizar el peligro y con la debida antelación se enroló en la agencia Drake, que siempre anda contratando personal nuevo, bajo la personalidad de Greeb Weems. Desde ese puesto no le costaría demasiado enterarse de a quién encargaba Verschoyle investigaciones y detenerlas enviando a la Marineau a sobornar a los directores de las agencias con sexo o promesas de dinero.

Al final Leland no tuvo más remedio que recurrir a Paul Drake y el propio Wallace fabricó informes limpios y tranquilizadores.

Pero el potentado se había hundido en una sima de desesperación. Iba a perder el dinero y la mujer que deseaba más que cualquier otra cosa en el mundo. Me contrató a mí. Cuando pedí ayuda a Drake se enteraron de que había otro sabueso tras el rastro. Wallace creyó apartarme cuando me proporcionó la misma información que le diera a Leland, pero cuando la Marineau le dijo que había acudido al ensayo del Odeon supieron que no abandonaba tan fácilmente. Entonces la organista vino a la oficina a enredarme con sus artimañas, como ya había hecho con otros colegas, mientras Luther quitaba de en medio a Edna con un hipotético contrato, por ser un peligro en potencia. Gertrude, entretanto, envolvía cada vez más en sus redes al joven Adam con las actuaciones sádico-matutinas en su cuarto del hotel.

Lo malo era que Leland Verschoyle había perdido el seso por Gertrude con la misma vehemencia de un cadete. Espiándola desde la habitación vecina en el Mansion House su pasión era devoradora, que hay que comprenderlo poniéndose en su sitio. Luego debía seguirla a cualquier parte, como hizo en el club deportivo, aprovechando la menor ocasión para meterle mano. En su desesperación y conociendo que Adam tenía un ramalazo, fue a la poli a ver qué le sugerían, y la Trevillyan dio mi nombre. Así es como entré en el baile. Como un imbécil les hice el juego obligando a Adam a enamorarse de mí y a romper su compromiso.

Gertrude no querría dejar cabos sueltos. Le diría a su socio que me espiase. Luther nos siguió y obtuvo fotografías que eran dinamita. Pensé que al final debió verlo todo perdido comprendiendo que los sentimientos que Adam experimentaba hacia mí eran más fuertes que nada en el mundo, y que ni aun amenazándole con enviar las fotos a la prensa conseguiría forzarle al matrimonio. Entonces, sin contar con su socia y con idea de cubrirse económicamente chantajearía a Leland con las cartas que Gertrude le había entregado o que él mismo terminaría por robar.

La noche última el asunto hizo crisis.

Leland Verschoyle había acudido a Tennyson Arms para pagar el chantaje o para recuperar las cartas. Gertrude se había escabullido del teatro acudiendo al apartamento de su socio porque se había enterado del chantaje de las cartas. El joven Verschoyle había acudido al mismo lugar a recuperar las fotografías. Yo había acudido al mismo sitio al descubrir toda la maquinación. Y los cuatro llegamos casi al mismo tiempo.

La evidencia señalaba al pobre Adam como el principal sospechoso puesto que empuñaba un arma humeante y tenía razones suficientes para haberla disparado. Leland y Gertrude podían haber visto el crimen, huyendo uno detrás del otro, arrollándome en la escalera.

Descarté pues a Adam. Porque era mi amigo. Y porque era el principal sospechoso. Cualquier detective privado que se precie tiene la obligación de no sospechar del principal sospechoso. Del principal sospechoso sólo sospecha la policía, que es tonta, mientras que los detectives privados somos listísimos.

Descartado Adam quedaban su padre y su exprometida. De la pareja la más sospechosa era la mujer, porque me era odiosa y antipatiquísima. Gertrude podía tener motivos para el crimen, haber hecho fuego en presencia de Leland y dar después el arma a Adam para que apareciese como sospechoso. Leland, impresionado por tanta maldad, echó a correr y la Marineau le siguió, arrollándome en la escalera uno después de otro.

Leland Verschoyle debía ser el menos sospechoso, que para eso había sido mi cliente. Sin embargo, analizando el caso desapasionadamente, presentaba más razones que nadie para cometer el homicidio. Wallace le estaba chantajeando. Eliminándolo se libraba de una amenaza, y cargando las sospechas sobre su hijastro se aseguraba el control de la fortuna de su madre y despejaba el campo de rivales a la hora de ligar con la chica del órgano. Leland pudo muy bien haber apretado el gatillo y pasar el arma a Adam. Luego, asustado por el crimen cometido en presencia de Gertrude, abandonó el apartamento olvidando recoger las cartas comprometedoras y salió corriendo, arrollándome en la escalera.

Yo había llegado a Tennyson Arms después de producirse el disparo. Ignoraba el momento exacto del suceso. Pero un hábil interrogatorio de los tres sospechosos y de los vecinos de la víctima aclararía el extremo decidiendo con cuál de los tres sospechosos debía quedarme. A falta del último detalle podía decir que tenía el misterio resuelto[5]. Había sido una noche en vela, aprovechada al máximo.

Únicamente me restaba esperar a que mi secretario acudiese a la comisaría para traerme las ropas debidas y depositar la fianza que me dejase en libertad, salir a la calle, realizar las preguntas pertinentes y despejar la incógnita definitiva.

Pat llegó a primerísima hora, cumpliendo su cometido. Tenía la mirada cargada de preocupación. Al poco nos hallamos ambos ante sendas tazas de humeante café en el establecimiento de Charlie, frente al cuartel de la bofia.

—Aleja la preocupación de tus bellos ojos, encanto —dije—. Esta noche, mientras permanecía en la celda, he solucionado el crimen de Tennyson Arms,

—Ya, jefe. Ahora falta ver si su solución coincide con la que la policía le ha dado esta noche, fuera de la celda, mientras usted permanecía en la celda.

Me tendió un ejemplar de la edición extra del Times con la tinta todavía fresca. El teniente O’Mara, de la Brigada de Homicidios, acaparaba los titulares de la primera página.

El teniente O’Mara se había hecho cargo de la investigación.

El teniente O’Mara había llegado al lugar del crimen después que los polizontes se me llevaran a mí.

El teniente O’Mara había actuado con gran eficacia.

El teniente O’Mara en un tiempo mínimo había descubierto al asesino.

El criminal había recibido su merecido.

El teniente O’Mara añadía un nueva página brillante a su brillante historial.

Los hechos reseñados en la crónica eran los siguientes: en el lugar del crimen se había descubierto el arma homicida con las huellas digitales de Adam Verschoyle. El arma, además, estaba registrada a su nombre. La víctima era Luther Wallace, representante artístico de miss Marineau, la prometida del joven Adam. La víctima tenía una doble personalidad, actuando bajo el nombre de Greeb Weems como detective de una agencia. En el apartamento de la víctima el teniente O’Mara había descubierto documentos sentimentales que comprometían a Adam Verschoyle. Los vecinos del piso de la víctima declaraban haber oído unos pasos pesados en el pasillo, luego una airada discusión de voces masculinas y después un disparo. A continuación escucharon en el pasillo un taconeo femenino hacia el apartamento y casi en seguida unos pasos masculinos, también en el pasillo y también hacia el apartamento. Después una carrera masculina por el pasillo desde el apartamento y detrás un repiqueteo de tacones femeninos, también por el pasillo y también desde el apartamento.

Los vecinos se habían asomado al pasillo descubriendo a un joven cuya descripción coincidía con la de Adam Verschoyle, empuñando un revólver humeante. El joven Adam había soltado el arma, huyendo a continuación.

Un agente, en la calle, había visto subir a un joven sospechoso en un convertible amarillo y arrancar a todo gas. El agente había anotado la matrícula.

El teniente O’Mara ordenó su captura no bien hubo comprobado que tanto el coche como el arma pertenecían al joven Adam. La policía había bloqueado las carreteras. El convertible trató de saltarse el control de Santa Mónica. Había derrapado y caído por un barranco. Cuando los agentes llegaron a él encontraron al volante el cuerpo sin vida del joven Adam.

Ante aquel trágico destino derramé una lágrima. Pat me tendió su pañuelo. Le di las gracias, enjugándome la lágrima. Seguí leyendo.

El teniente O’Mara exponía una de sus pedestres teorías, aplaudida por la prensa, porque ya se sabe que la prensa sólo jalea lo más pedestre: el representante de la chica del órgano estaba enamorado de su representada; se había empleado en una agencia de detectives bajo una falsa personalidad para espiarla mejor, y había obtenido documentos que podían poner en peligro el noviazgo del sospechoso con la estrella de Lights In The Night. Le había citado en Tennyson Arms para hacerle renunciar a su proyectado matrimonio. Los dos hombres sostuvieron una acalorada discusión en la cual Adam sacó su revólver e hizo fuego causando la muerte instantánea de Luther Wallace. A juicio de O’Mara podía tratarse de un homicidio con atenuantes. El accidente de Adam durante su huida puso punto final al caso.

Lo referente a los ruidos de pisadas en el pasillo, inmediatamente después de escucharse el disparo y las carreras subsiguientes las explicaba el teniente suponiendo que dos de los inquilinos del inmueble se habían acercado al apartamento de Wallace y al escuchar el disparo corrieron a esconderse en sus casas. No se hablaba para nada de mi presencia en el lugar de autos. Mucho menos de la de Leland o la de Gertrude.

El teniente O’Mara en persona acudió al teatro Odeon donde miss Marineau estaba actuando con un lleno impresionante. Le comunicó a la estrella y a su empresario, que se encontraba allí, el triste suceso. Tanto míster Verschoyle como miss Marineau se habían mostrado terriblemente afectados por la noticia. Míster Verschoyle, pese a la oposición de la novia de su hijo, que insistía en marchar al hotel para quedarse a solas con su dolor, había terminado por convencerla para que se trasladase a su residencia en West Hollywood y así el dolor resultaría compartido. Una foto del periódico mostraba a la organista caminando al lado de míster Verschoyle, que la hacía apoyar la cabeza en su hombro. La foto resultaba un poco borrosa, pero mientras Verschoyle ayudaba a caminar a Gertrude hubiera jurado que le tocaba el culo con disimulo.

—Mi solución no coincide con la solución de la policía —dije, al terminar la lectura.

—Ya me lo figuraba, señor Flower —agitó Pat la cabeza.

—El teniente O’Mara no debe cantar victoria. Todavía tiene que escucharme antes de dar el carpetazo al caso.