La sociedad de nuestro siglo, con el progreso y el confort que hemos logrado, sería un paraíso de no contar con dos enemigos implacables: la corrupción que generan las clases privilegiadas y el uso que del sexo hace la mujer. Sólo un detective privado, que por su ocupación bucea en las más oscuras simas de las relaciones humanas, llega a percatarse de tales puntos negros. La corrupción de los privilegiados es denunciada con cierta frecuencia por los intelectuales progresistas. En cambio, cuanto implica el uso que las hembras hacen de la sexualidad, resulta sistemáticamente silenciado. Únicamente tipos excepcionales como Flower, a los que no importa el maniqueo rechazo de la comunidad que les etiqueta peyorativamente como desviados, son capaces de adoptar una actitud lúcida y militante ante las féminas que buscan la humillación y la aniquilación del hombre con el arma letal que ocultan a mitad del cuerpo, entre las piernas.

G. Flower