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El artículo para la revista Atlantic Monthly salió publicado en julio. Unas semanas después, la revista recibió una carta mecanografiada en papel antiguo. Era una carta extraordinaria, escrita por el padre de Niccoló, el conde Neri Capponi, patriarca de una de las familias nobles más antiguas e ilustres de Italia.

El día que nos conocimos, Niccoló mencionó la razón del prolongado éxito de su familia en Florencia: nunca habían creado ninguna polémica, llevaban sus asuntos de forma discreta y circunspecta y nunca intentaban ser los primeros. A lo largo de ocho siglos, la familia Capponi había prosperado a fuerza de evitar ser el «clavo que sobresale», como Niccoló lo había expresado en su ventoso palacio siete años atrás.

Pero, esta vez, el conde Neri rompió con la tradición familiar. Había escrito una carta al director. No era una carta normal, sino una entretenida crítica al sistema penal italiano por parte de un hombre que era juez y abogado. El conde Neri sabía de qué hablaba, y lo hacía sin rodeos.

EL CONDE CAPPONI

Señor:

La farsa judicial padecida por Douglas Preston y Mario Spezi es la punta del iceberg. La judicatura italiana (que incluye a los fiscales) es una rama de la administración pública. Esta rama en particular elige a sus miembros, se administra a sí misma y no tiene que rendir cuentas a nadie: ¡un Estado dentro de un Estado! Este cuerpo de burócratas está dividido más o menos en tres secciones: una amplia minoría corrupta y afiliada al antiguo partido comunista, una amplia sección de personas honradas que no se atreve a plantar cara a la minoría política (que controla la oficina de la judicatura) y una minoría de hombres valientes y honrados que gozan de poca influencia. Los jueces politizados y deshonestos tienen un método infalible para silenciar o desacreditar a sus adversarios, políticos o no. Una acusación secreta y falsa, la intervención de teléfonos, conversaciones (a menudo amañadas) facilitadas a la prensa para que inicie una campaña difamatoria que aumente las ventas, un arresto espectacular, la prolongación del arresto preventivo bajo las peores circunstancias posibles, interrogatorios de tercer grado y, por último, un juicio que dura muchos años y termina con la absolución de un hombre destrozado. Spezi tuvo suerte porque el poderoso fiscal florentino no es amigo del de Perugia y, según me contaron, «aconsejó» que Spezi fuera excarcelado: el tribunal de Perugia, según me contaron, aceptó el «consejo».

Quizá le interese saber que los fallos injustos en Italia (sin contar las absoluciones de demandados destrozados) ascienden a cuatro millones y medio en cincuenta años.

Atentamente,

Neri Capponi

P.D. A ser posible, me gustaría que no revelara mi nombre o lo redujera a las iniciales, pues temo posibles represalias contra mi persona y mi familia. Si ello no es posible, no se inquiete. ¡Dios cuidará de mí! La verdad debe saberse.

La revista Atlantic publicó la carta, con su nombre. El periódico británico The Guardian también sacó un artículo sobre el caso y entrevistó al inspector jefe Giuttari, que dijo que yo había mentido cuando aseguré que me habían amenazado con detenerme si regresaba a Italia, e insistía en que Spezi y yo éramos culpables de colocar pruebas falsas en la villa: «Preston no contó la verdad —dijo—. Nuestras grabaciones así lo demostrarán. Spezi —insistió— será procesado».

El artículo de Atlantic atrajo la atención de un productor de Dateline NBC, que nos pidió a Mario y a mí que participáramos en un programa sobre el Monstruo de Florencia. Regresé a Italia en septiembre de 2006 con cierto nerviosismo, acompañado del equipo de rodaje de Dateline NBC. Mi abogado italiano me había explicado que dados los problemas legales de Giuttari y Mignini, era bastante seguro regresar, y la NBC prometió armar un escándalo si me detenían en el aeropuerto. Por si acaso, un equipo de televisión de la NBC me esperaba en el aeropuerto, listo para grabar mi detención. Me alegré de privarles de esa primicia.

Spezi y yo llevamos a Stone Phillips, el presentador del programa, a las escenas de los crímenes, donde nos filmaron hablando de los asesinatos y de nuestros roces con la justicia italiana. Stone Phillips entrevistó a Giuttari, que seguía insistiendo en que Spezi y yo habíamos colocado pruebas en la villa. También criticaba nuestro libro. «Es evidente que el señor Preston no se molestó en realizar las más mínimas comprobaciones… En 1983, cuando fueron asesinados los dos jóvenes alemanes, esa persona [Antonio Vinci] estaba en la cárcel por otro crimen que no tenía relación con los del Monstruo». Phillips consiguió una breve entrevista con Antonio fuera de cámara. Vinci reiteró las palabras de Giuttari, que estaba en la cárcel cuando el Monstruo cometió uno de sus asesinatos. Tal vez Giuttari y Vinci no esperaban que la NBC comprobara esos datos. En el programa, Stone Phillips dijo: «Después consultamos su expediente y descubrimos que [Antonio] no estuvo en la cárcel durante ninguno de los asesinatos del Monstruo. Una de dos, o él y Giuttari estaban confundidos o mentían».

A Vinci le enfureció mucho más que le acusaran de impotencia que de ser el Monstruo de Florencia.

—Si la esposa de Spezi fuera más joven y más bonita —dijo a Phillips—, les demostraría que de impotente no tengo nada. Se lo demostraría ahora, aquí mismo, sobre esta mesa.

Al final del programa, Phillips preguntó a Antonio Vinci:

—¿Es usted el Monstruo de Florencia?

«Me miró fijamente —comentó Phillips—, me estrechó una mano y solo pronunció una palabra: Innocente».