Durante un año, de enero de 2005 a enero de 2006, los dos abogados de Spezi intentaron en vano averiguar cuáles eran los cargos contra él. El fiscal del ministerio público de Perugia había impuesto sobre las acusaciones la orden de segreto istruttorio, una orden judicial que prohíbe revelar información sobre los cargos. En Italia, después de una orden de segreto istruttorio los fiscales suelen filtrar información a sus periodistas favoritos, los cuales publican sin temor a ser demandados. De esa manera, los fiscales permiten que se cuente su versión de la historia mientras que los periodistas tienen prohibido publicar otras informaciones. Eso parecía estar pasando ahora. Spezi era sospechoso de entorpecer la investigación sobre el asesinato de Narducci, aseguraban los periódicos, y eso había hecho sospechar que podía ser cómplice del asesinato e instigador de una maniobra para encubrirlo. Las repercusiones de todo ello no estaban claras.
En enero de 2006 terminamos el libro y lo enviamos a la editorial con el título Dolci colline di sangue, cuya traducción literal sería Dulces colinas de sangre. El título hace un juego de palabras con la expresión italiana dolci colline di Firenze, dulces colinas de Florencia. La publicación del libro estaba programada para abril de ese año.
A principios de 2006, Spezi me llamó desde una cabina telefónica de Florencia. Me dijo que mientras trabajaba en una historia que no guardaba relación alguna con el Monstruo de Florencia había conocido a un ex presidiario llamado Luigi Ruocco, un delincuente de tres al cuarto que, casualmente, era un viejo conocido de Antonio Vinci. El tal Ruocco le contó una historia sorprendente; una historia que resolvería finalmente el caso.
—Es el paso decisivo que llevo veinte años esperando —me dijo Mario—. Doug, se trata de una historia increíble. Con esta nueva información resolveremos finalmente el caso. Tengo pinchado el teléfono y el correo electrónico no es seguro. Ven a Italia y te lo contaré todo. Formarás parte de ello, Doug. ¡Juntos desenmascararemos al Monstruo!
Volé a Italia con mi familia el 13 de febrero de 2006. Los dejé en un apartamento espectacular de via Ghibellina, propiedad de uno de los herederos Ferragamo, que habíamos pedido prestado a un amigo y partí hacia casa de Spezi para escuchar la increíble noticia.
Mario me relató la historia durante la cena.
Unos meses atrás, dijo, estaba documentándose para un artículo sobre una mujer de la que se había aprovechado un médico que trabajaba para una compañía farmacéutica. El médico la había utilizado, sin su autorización, para probar un psicofármaco nuevo. Fernando Zaccaria, ex detective de policía especializado en su día en infiltrarse en bandas de narcotráfico y actualmente presidente de una empresa de seguridad privada de Florencia, fue la persona que le habló del caso. Gran defensor de la justicia, Zaccaria había reunido desinteresadamente las pruebas que habían ayudado a condenar al médico por perjudicar a la mujer con sus experimentos ilegales. Quería que Spezi escribiera la historia.
Una noche, mientras estaba en casa de esa mujer con la madre de esta y Zaccaria, Spezi mencionó por casualidad su trabajo en el caso del Monstruo de Florencia y sacó una foto que llevaba encima de Antonio Vinci. La madre, que estaba sirviendo café, echó una ojeada a la fotografía y exclamó:
—¡Caray, pero si Luigi conoce a ese hombre! Y yo también le conocía, y a todos los demás, de cuando era una niña. Recuerdo que me llevaban a sus ferias rurales.
El Luigi al que se refería era Luigi Ruocco, su ex marido.
—Tengo que conocer a su marido —dijo Spezi.
Al día siguiente por la noche se reunieron en torno a esa misma mesa Zaccaria, Spezi, la mujer y Luigi Ruocco. El marido era la quintaesencia del matón de poca monta: taciturno, cuello de toro, cara enorme y cuadrada y pelo moreno y rizado. Vestía ropa de gimnasio. Sus ojos azules, sin embargo, proyectaban una mirada cauta pero abierta que agradó a Spezi. Ruocco contempló la fotografía y confirmó que conocía a Antonio y a todos los demás sardos.
Spezi procedió a resumir rápidamente para Ruocco el caso del Monstruo de Florencia y su teoría de que Antonio podía ser el Monstruo. Ruocco le escuchaba con interés. Spezi tardó pocos minutos en llegar al punto clave: ¿Conocía Ruocco alguna casa secreta que Antonio hubiera podido utilizar durante el período de los asesinatos? Spezi me había comentado en diversas ocasiones que era probable que el Monstruo hubiera utilizado una casa abandonada, quizá en ruinas, en el campo, que empleaba para refugiarse antes y después de un asesinato y para esconder la pistola, el cuchillo y otros objetos. En la época de los asesinatos, en la Toscana abundaban esas construcciones abandonadas.
—He oído hablar de ella —dijo Ruocco—. No sé dónde está, pero conozco a alguien que sí lo sabe. Gnazio.
—¡Claro, Ignazio! —exclamó Zaccaria—. ¡Él conoce a muchos sardos!
Ruocco telefoneó a Spezi unos días después. Había hablado con Ignazio y tenía la información sobre el refugio de Antonio. Spezi y Ruocco quedaron delante de un supermercado situado en las afueras de Florencia. Entraron en una cafetería donde Mario tomó un café solo de un trago y Ruocco bebió un Campari con un chorrito de Martini & Rossi. Lo que Ruocco tenía que contarle era apasionante. Ignazio no solo conocía el refugio, sino que había estado allí con Antonio hacía apenas un mes. Había reparado en un viejo armario con puertas de cristal que contenía seis cajas de metal cerradas con llave y dispuestas en fila. Debajo había un cajón entreabierto, donde vislumbró dos pistolas, o quizá tres, una de las cuales podría ser una Beretta calibre 22. Ignazio preguntó al sardo qué había en esas cajas metálicas y el hombre respondió con brusquedad: «Cosas mías», mientras se golpeaba el pecho.
Seis cajas metálicas. Seis mujeres asesinadas.
Spezi apenas podía contener el entusiasmo.
—Ese fue el detalle que me convenció —dijo en la cena—. Seis. Ruocco no podía saberlo. Todo el mundo habla de siete u ocho asesinatos dobles del Monstruo, pero Ruocco dijo seis cajas. Seis: el número de mujeres asesinadas por el Monstruo si descartas los asesinatos de 1968, que él no pudo cometer, y la vez que mató por error a una pareja homosexual.
—Pero no las mutiló a todas.
—Cierto, pero los psicólogos dijeron que es muy probable que se llevara un recuerdo de cada una de ellas. En casi todas las escenas de los asesinatos se encontró el bolso de la muchacha tirado en el suelo, abierto de par en par.
Yo escuchaba fascinado. Si la Beretta del Monstruo, la pistola más buscada en la historia de Italia, estuviera en ese armario junto con las pertenencias de las víctimas, sería una primicia espectacular.
Spezi continuó:
—Pedí a Ruocco que regresara a la casa para que luego pudiera decirme dónde estaba exactamente y describírmela. Respondió que así lo haría. Nos vimos de nuevo unos días después. Ruocco me dijo que había ido a la casa y había mirado por la ventana; pudo ver el armario con las seis cajas metálicas. Me dio la dirección.
—¿Y fuiste?
—¡Naturalmente! Fui con Nando. —La vieja casa, dijo Spezi, se hallaba en los terrenos de una enorme finca de cuatrocientas hectáreas llamada Villa Bibbiani y situada cerca del pueblo de Capraia, al oeste de Florencia—. Es una finca espectacular —prosiguió Spezi—, con jardines, fuentes, estatuas y un fabuloso parque lleno de árboles raros.
Sacó su móvil y me enseñó un par de fotos que había hecho de la villa. Era magnífica.
—¿Cómo lograste entrar?
—Fue fácil. Está abierta al público para la venta de aceite de oliva y vino y la alquilan para bodas y otros eventos. Las verjas permanecen abiertas e incluso hay un aparcamiento público. Nando y yo dimos un paseo. A unos cientos de metros de la mansión pasa un camino de tierra que conduce a dos casas de piedra ruinosas, una de las cuales coincidía con la descripción de Ruocco. Se puede llegar a las casas por otro camino que atraviesa el bosque, muy privado.
—Supongo que no forzasteis la puerta.
—¡No, no! Aunque te aseguro que lo pensé, solo para ver si el armario estaba allí. Pero eso habría sido una insensatez. Además de ser allanamiento de morada, ¿qué habría hecho yo con las cajas y la pistola una vez que las encontrara? No, Doug, tenemos que llamar a la policía, dejar que ellos se ocupen del asunto y confiar en conseguir luego la primicia.
—Entonces, ¿has llamado a la policía?
—Todavía no. Te estaba esperando. —Se inclinó hacia delante—. Piénsalo, Doug. Puede que en las próximas dos semanas se resuelva el caso del Monstruo de Florencia.
En ese momento hice una petición que resultaría fatídica.
—Si la villa está abierta al público, ¿puedo ir a verla yo también?
—Claro —dijo Spezi—. Iremos mañana.