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Dietrologia —dijo el conde Niccoló—. Es la única palabra italiana que necesitas conocer para comprender la investigación del Monstruo de Florencia.

Estábamos disfrutando de uno de nuestros almuerzos en Il Bordino. Yo estaba comiendo bacalao y el conde arista rellena.

—¿Dietrologia? —pregunté.

Dietro, detrás. Logia, el estudio de. —El conde hablaba en tono pomposo, como si estuviera dando una conferencia. Su elegante acento inglés retumbaba en el interior cavernoso del restaurante—. La dietrologia se basa en la idea de que lo obvio no puede ser cierto, de que siempre se oculta algo detrás, es decir, dietro. No es exactamente lo que los americanos llamáis la teoría conspirativa. La teoría conspirativa contiene una teoría, una incertidumbre, una posibilidad. El dietrólogo únicamente trabaja con hechos. En realidad esto es así. La dietrologia es el deporte nacional de Italia, además del fútbol. Todo el mundo es un experto en lo que está ocurriendo de verdad, aunque… ¿cómo decís los americanos?… aunque no sepan una mierda.

—¿Por qué? —pregunté.

—¡Porque de esa forma se sienten importantes! Probablemente esa importancia se limite a un reducido grupo de amigos estúpidos, pero al menos saben más que ellos. El potere, el poder, está en que yo sé lo que tú no sabes. La dietrologia va ligada al sentido del poder de los italianos. Debes dar la impresión de que estás enterado de todo.

—¿Cómo relacionas eso con la investigación del Monstruo?

—Mi querido Douglas, ¡es el meollo de la cuestión! Los investigadores tienen que encontrar a toda costa algo detrás de la realidad aparente. No puede no haber nada. ¿Por qué? Porque lo que ves no puede ser la verdad. Nada es simple, nada es lo que parece. ¿Parece un suicidio? ¿De veras? Entonces tiene que ser un asesinato. ¿Alguien salió a tomar un café? De acuerdo, salió a tomar café… pero ¿qué está haciendo realmente?

Soltó una carcajada.

—En Italia —prosiguió— existe un clima permanente de caza de brujas. Los italianos son esencialmente envidiosos. Si alguien gana dinero, seguro que hay algún chanchullo detrás. Seguro que está conchabado con alguien. Debido al culto al materialismo de este país, los italianos envidian a los ricos y poderosos. Sospechan de ellos y al mismo tiempo desean ser uno de ellos. Tienen una relación de amor-odio con ellos. Berlusconi es un ejemplo perfecto.

—¿Y esa es la razón de que los investigadores estén buscando una secta satánica de gente rica y poderosa?

—Ciertamente. Y tienen que encontrar algo sea como sea. Una vez han empezado, deben continuar a fin de guardar las apariencias. Y para ello son capaces de hacer cualquier cosa. No pueden tirar la toalla. Vosotros, los anglosassoni, no comprendéis el concepto de guardar las apariencias. Un día, mientras examinaba un antiguo archivo de mi familia, tropecé con algo que un lejano antepasado había hecho trescientos años atrás. Nada grave, solo una travesura de la que todo el mundo estaba al corriente. El cabeza de familia estaba horrorizado. Dijo: «¡No puedes publicar eso! Che figura ci facciammo! ¡Será una vergüenza para nuestra familia!».

Nos levantamos y fuimos a pagar al mostrador. El conde insistió, como siempre, en invitarme. («Me conocen —solía decirme—, y me hacen sconto, descuento».)

Salimos a la calle empedrada y Niccoló me miró con gravedad.

—En Italia, el odio hacia tu enemigo es tal que tienes que convertir a tu enemigo en tu máximo adversario, en el responsable de todos los males. Los investigadores del caso del Monstruo saben que detrás de los hechos se oculta una secta satánica y que sus tentáculos se adentran en las altas esferas de la sociedad. Eso es lo que demostrarán, sea como sea. Pobre de aquel que ponga en duda sus teorías —me clavó una mirada elocuente—, porque eso lo convierte en cómplice. Cuanto mayor sea la vehemencia con la que niegue su implicación, más evidente será su culpabilidad.

Posó su mano grande en mi hombro.

—Aunque tal vez haya algo de verdad en esas teorías. Puede que realmente haya una secta satánica. Después de todo, esto es Italia…