Entretanto, la investigación de Giuttari, estancada desde el asunto de la «Casa de los Horrores», se había reactivado. En 2002 surgió una nueva línea de investigación en Perugia, antigua y bella ciudad montañosa de la provincia vecina de Umbría, situada a ciento cincuenta kilómetros de Florencia. El primer indicio fue una extraña llamada telefónica que Spezi recibió a principios de año de Gabriella Carlizzi. Como quizá recuerden, era la chiflada que aseguraba que la Orden de la Rosa Roja no solo estaba detrás de los asesinatos del Monstruo, sino también del 11-S.
Carlizzi tenía una historia sorprendente para Spezi, el monstruólogo. Un día, mientras ayudaba a los presos de la cárcel de Rebibbia, cerca de Roma, recibió una confesión alarmante de un recluso que había pertenecido a la infame banda italiana de Magliana. El hombre le dijo que un médico de Perugia que había perecido ahogado en 1985 en el lago Trasimeno, en realidad no encontró la muerte por accidente o suicidio, como la investigación determinó en su día, sino que había sido asesinado. Lo mató la Orden de la Rosa Roja, de la que el médico era miembro. Sus colegas de la orden lo habían eliminado porque ya no era de fiar y estaba a punto de desvelar a la policía sus nefandas actividades. A fin de ocultar las pruebas del crimen, reemplazaron su cuerpo por otro antes de arrojarlo al lago. Por tanto, el que estaba enterrado en la tumba del médico era el cuerpo de otra persona.
Spezi, que tenía mucha experiencia con teóricos conspiradores, dio las gracias a Carlizzi y le dijo que, sintiéndolo mucho, no le interesaba indagar en esa historia. Se la quitó de encima tan rápida y educadamente como pudo.
Spezi recordaba vagamente la historia del médico ahogado. En 1985, un mes después del último crimen del Monstruo, Francesco Narducci, hombre apuesto, miembro de una adinerada familia de Perugia, murió ahogado en el lago Trasimeno. En aquel entonces corrió el rumor de que Narducci se había suicidado porque era el Monstruo, rumor que fue investigado y descartado.
A principios de 2002, la infatigable Carlizzi, tras su fracaso con Spezi en su busca de publicidad, llevó la historia al ministro público de Perugia, Giulano Mignini, cuya jurisdicción incluía la provincia de Perugia. (El ministro público es el fiscal de una región. Representa los intereses del Estado y debate el caso en el juicio en calidad de abogado del Estado.) El juez Mignini sí se mostró interesado. La historia parecía cuadrar con otro caso que estaba siguiendo de un grupo de usureros que prestaban dinero a comerciantes y profesionales a intereses desorbitados y que castigaban la morosidad con represalias brutales. Una pequeña tendera que se había retrasado en los pagos decidió denunciarlos. Grabó una de sus llamadas amenazadoras y envió la cinta a la oficina del ministro público.
Una mañana, mientras trabajaba en el despacho de mi casa de Giogoli, recibí una llamada de Spezi.
—El Monstruo vuelve a ser noticia —dijo—. Voy a tu casa. Prepara café.
Llegó con un montón de periódicos de esa mañana. Empecé a leer.
«Ten cuidado o te haremos lo mismo que al médico que murió dentro del lago Trasimeno», decía el usurero, según los periódicos, en la grabación de la llamada amenazadora. Eso era todo; ni nombres ni datos concretos. No obstante, el ministro público Giuliano Mignini leyó muchas otras cosas en esas palabras. Llegó a la conclusión, al parecer basándose en la información que le había facilitado Carlizzi, de que Francesco Narducci había sido asesinado por los usureros, algunos de los cuales podían estar relacionados con la Rosa Roja u otra secta diabólica. Por lo tanto, era posible que existiera una conexión entre los usureros, el asesinato de Narducci y los asesinatos del Monstruo de Florencia.
El ministro público Mignini informó al inspector jefe Giuttari de esta conexión con el caso del Monstruo, tras lo cual Giuttari y su brigada GIDES emprendieron la tarea de demostrar que Narducci no se había suicidado. Lo habían asesinado para que no contara los terribles secretos que conocía. Mignini ordenó que se reabriera el caso Narducci como un caso de asesinato.
—No le encuentro el sentido —dije, esforzándome por comprender—. Es absurdo.
Spezi asintió con una sonrisa cínica.
—En mis tiempos jamás habrían publicado esta mierda. El periodismo italiano está en crisis.
—Por lo menos —comenté— es beneficioso para nuestro libro.
Pocos días después, los diarios publicaron nuevos detalles sobre la historia. Esta vez, citando siempre fuentes no identificadas, dieron una versión nueva de la supuesta grabación. Por lo visto, en realidad, el usurero había dicho: «Ve con cuidado o te haremos lo mismo que le hicimos a Narducci y a Pacciani». Esta versión de la grabación relacionaba directamente al médico Narducci con el supuesto asesinato de Pacciani y, por tanto, con el caso del Monstruo.
Más adelante, Spezi averiguaría por una fuente que lo que se decía en la cinta era mucho más vago. «Te haremos lo mismo que al médico que murió en el lago». No se mencionaba a Narducci ni a Pacciani. Tras escarbar un poco más se descubrió que había otro médico, un hombre que había perdido más de dos mil millones de liras en el juego, cuyo cuerpo había aparecido en la orilla del lago Trasimeno con una bala en el cerebro poco antes de la llamada amenazadora. La expresión «en el lago», a diferencia de «dentro del lago», parecía apuntar a este médico más que a Narducci, quien, después de todo, había muerto quince años antes de la llamada.
No obstante, para cuando esta información salió a la luz la investigación sobre el difunto doctor Narducci ya era imparable. Giuttari y su brigada de élite, el GIDES, buscaron —¡y encontraron!— numerosas conexiones entre la muerte de Narducci y los asesinatos del Monstruo de Florencia. Las nuevas teorías de los investigadores ofrecían suculentos guiones góticos que se filtraban a la prensa. El doctor Narducci, informaban los diarios, había sido el guardián de los fetiches extraídos a las mujeres y fue asesinado para impedir que hablara. Algunas de las familias más ricas de Perugia pertenecían a sectas siniestras, quizá bajo la tapadera de la francmasonería, hermandad a la que pertenecían el padre y el suegro de Narducci.
En busca de pistas, Giuttari y sus investigadores del GIDES reconstruyeron minuciosamente el último día de la vida de Narducci.
El doctor Francesco Narducci provenía de una rica familia de Perugia. Hombre inteligente y talentoso, a sus treinta y seis años era el catedrático de medicina en la especialidad de gastroenterología más joven de Italia. En las fotografías aparece bronceado y sonriente, esbelto y elegante, con un gran atractivo juvenil. Narducci estaba casado con Francesca Spagnoli, la bella heredera de la fortuna de Luisa Spagnoli, diseñadora de ropa femenina de alta costura.
Pese, o quizá debido, a su poder y riqueza, la familia Narducci no era querida en Perugia. Bajo esa fachada de opulencia y distinción había, como suele ocurrir, infelicidad. Francesco Narducci llevaba tiempo tomando, en dosis cada vez mayores, meperidina (Demerol). Según un informe médico, cuando falleció la estaba tomando a diario.
La mañana del 8 de octubre de 1985 era soleada y calurosa. El médico hizo su ronda en el Policlinico di Monteluce de Perugia hasta las 12.30, momento en el que una enfermera le dijo que tenía una llamada. Lo que ocurrió después de eso es confuso. Un testigo declaró que, después de la llamada, Narducci parecía nervioso y preocupado e interrumpió su ronda. Otro aseguraba que terminó la ronda y se marchó tranquilamente del hospital tras preguntar a un colega si quería dar una vuelta en su lancha por el lago Trasimeno.
A la una y media llegó a casa y comió con su esposa. A las dos, el propietario del puerto deportivo donde Narducci tenía un chalet recibió una llamada del médico para preguntarle si su lancha estaba lista para navegar. El hombre le dijo que sí. Pero al salir de casa Narducci mintió a su mujer, ya que le dijo que regresaba al hospital y que llegaría pronto a casa.
El médico se subió a su Honda 400 de motocross y se dirigió al lago, pero no al puerto deportivo. Primero pasó por la casa de su familia, en San Feliciano. Se rumoreaba que allí escribió una carta que dejó sobre el alféizar dentro de un sobre cerrado, rumor que los investigadores no pudieron corroborar. La carta, si realmente existió, nunca salió a la luz.
A las tres y media el médico llegó finalmente al puerto deportivo. Subió a su lancha, una Grifo roja de líneas elegantes, y puso en marcha el motor de setenta caballos. El propietario del puerto deportivo le aconsejó que no se alejara demasiado porque solo tenía medio depósito de gasolina. Francesco le dijo que no tenía por qué preocuparse y partió hacia la isla Polvese, a kilómetro y medio de la costa.
Nunca regresó.
En torno a las cinco y media, cuando empezaba a oscurecer, el dueño del puerto deportivo se inquietó y llamó al hermano de Francesco. A las siete y media, los carabinieri salieron en barca para colaborar en la busca. Pero el lago Trasimeno es uno de los más grandes de Italia, por lo que no fue hasta la noche siguiente cuando encontraron la Grifo roja vacía y a la deriva. Dentro había unas gafas de sol, una cartera y un paquete de cigarrillos Merit, la marca que fumaba Narducci.
Cinco días después encontraron el cuerpo. Solo se tomó una foto de la escena, en blanco y negro, cuando el cuerpo había sido trasladado a la orilla. En la foto aparecía el cadáver tendido sobre un muelle y rodeado de gente.
Carlizzi había contado al ministro público que el cadáver de Narducci fue sustituido por otro cadáver, que arrojaron al lago como señuelo. A fin de investigar esta afirmación, Giuttari encargó un análisis pericial de la fotografía. Tomando como medida de referencia el ancho de uno de los tablones del muelle, los peritos concluyeron que el cadáver de la fotografía pertenecía a un hombre diez centímetros más bajo que Narducci. También calcularon que la cintura del cadáver era demasiado ancha para ser la del estilizado Narducci.
Otros peritos disintieron. Algunos señalaron que un cuerpo que pasa cinco días en el agua tiende a hincharse. Los tablones de los muelles no poseen todos el mismo ancho, y el muelle en cuestión había sido restaurado por completo. ¿Quién sabía cuánto medían los tablones diecisiete años atrás? La gente congregada alrededor del cadáver, incluido el médico forense, juraban que era el cuerpo de Narducci. En su día, el forense declaró que el hombre había muerto ahogado y que la muerte se había producido ciento diez horas antes, aproximadamente.
Contrariamente a lo que dictamina la ley italiana, no hubo autopsia. La familia de Narducci, con su padre a la cabeza, había conseguido eludir ese proceso. Los habitantes de Perugia pensaron en su día que era porque la familia temía que la autopsia demostrara que Narducci estaba hasta las cejas de Demerol, pero para Giuttari y el GIDES, la falta de autopsia era sumamente significativa. Dijeron que la familia había querido eludir la autopsia para que no se descubriera que no era el cuerpo de Narducci. La familia era, de algún modo, cómplice no solo de su asesinato, sino de que se sustituyera su cuerpo por otro a fin de ocultar el crimen.
Francesco Narducci —o eso especulaba Giuttari— había sido asesinado porque era miembro de la secta satánica que estaba detrás de los asesinatos del Monstruo de Florencia, secta en la que su padre le había introducido. Tras ser nombrado guardián de los espeluznantes fetiches arrebatados por Pacciani y sus compañeros de merienda, el joven médico, impresionado por las atrocidades de las que era partícipe, se volvió indeciso, inestable y depresivo. Los líderes de la secta decidieron que ya no era de fiar y era preciso eliminarlo.
La investigación sobre la secta satánica, dirigida por el inspector jefe Giuttari, se reactivó. Giuttari había identificado por lo menos a un miembro de la detestable secta que se hallaba detrás de los asesinatos del Monstruo: Narducci. Solo quedaba encontrar a su asesino y llevar a los demás miembros de la secta ante la justicia.