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Más de tres décadas después del asesinato de Barbara Locci y su amante en 1968, solo dos personas implicadas en la investigación de la pista sarda seguían vivas: Antonio Vinci y Natalino Mele. Los demás habían muerto o desaparecido. El cuerpo de Francesco Vinci había sido hallado atado de pies y manos en el maletero de un coche incendiado, después de haberse metido, al parecer, en el lado equivocado de la mafia. Salvatore había desaparecido tras su absolución. Stefano Mele, Piero Mucciarini y Giovanni Mele llevaban mucho tiempo muertos.

Antes de entrevistar a Antonio Vinci decidimos hablar con Natalino Mele, el niño de seis años que se hallaba en el asiento trasero del coche en 1968 y presenció el asesinato de su madre. Natalino accedió a hablar con nosotros y eligió como lugar de encuentro un estanque de patos del Cascine Park de Florencia, junto a una noria y un tiovivo desvencijados.

Hacía un día nublado y gris. El aire olía a hojas húmedas y a palomitas. Mele, un hombre triste, pesado, de cuarenta y pocos, pelo negro y mirada angustiada, llegó con las manos hundidas en los bolsillos. Hablaba con la voz nerviosa, quejumbrosa, de un niño que relata una injusticia. Tras el asesinato de su madre y el encarcelamiento de su padre, sus parientes lo enviaron a un orfanato, destino particularmente cruel en un país donde la familia lo es todo. Estaba solo en el mundo.

Estábamos sentados en un banco con el martilleo de la música disco del tiovivo como ruido de fondo. Le preguntamos si recordaba los detalles de la noche del 21 de agosto de 1968, la noche que asesinaron a su madre. La pregunta lo hizo explotar.

—¡Tenía seis años! —gritó con una voz aguda—. ¿Qué quieren que les diga? Después de todo este tiempo, ¿cómo quieren que recuerde algo nuevo? Todo el mundo me pregunta lo mismo, ¿qué recuerdas? ¿Qué recuerdas?

La noche del crimen, explicó Natalino, estaba tan aterrorizado que no podía hablar, hasta que los carabinieri le amenazaron con llevarlo junto a su madre muerta. Catorce años después, cuando los investigadores establecieron la conexión entre los asesinatos de 1968 y los asesinatos del Monstruo, la policía le interrogó de nuevo. Le presionaron sin piedad. Había presenciado el doble asesinato de 1968 y por lo visto creían que estaba ocultando información crucial. El interrogatorio se prolongó un año. Él les decía, una y otra vez, que no lograba recordar nada de aquella noche. Los interrogadores le mostraban fotografías de las víctimas del Monstruo mutiladas, mientras gritaban: «¡Mira a esta gente! ¡La culpa es tuya! ¡La culpa es tuya porque no puedes recordar!».

Mientras Natalino hablaba del cruel interrogatorio, su voz se hizo más chillona, más estridente.

—Les decía que no lograba recordar nada. Nada. Excepto una cosa. ¡Había una cosa que sí recordaba! —Hizo una pausa y recuperó el aliento—. Recuerdo que abrí los ojos en ese coche y vi delante de mí a mi mamá muerta. Eso es lo único que recuerdo de esa noche. Y —añadió con voz trémula— ese es el único recuerdo que tengo de ella.