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Para finales de 1985, el juez Mario Rotella estaba convencido de que Salvatore Vinci era el Monstruo de Florencia. Cuanto más examinaba los archivos de Vinci, mayor era su frustración por las muchas oportunidades de darle caza desaprovechadas. Por ejemplo, la policía había registrado la casa de Vinci justo después de los asesinatos de 1984 en Vicchio y había encontrado un trapo en su dormitorio, metido en un bolso de paja, con sangre y restos de pólvora. Treinta y ocho manchas de sangre. Rotella siguió hurgando en los archivos y descubrió que el trapo nunca fue analizado. Furioso, sostuvo el trapo en alto como un ejemplo evidente de incompetencia durante la investigación. El fiscal encargado de esa prueba intentó explicarse: era imposible creer que un hombre que sabía que estaba en la lista de sospechosos guardara en su cuarto una pista tan obvia.

Rotella exigió que se analizara el trapo. El laboratorio al que lo enviaron no pudo determinar si la sangre pertenecía a uno o a dos grupos sanguíneos, y a los peritos les fue imposible comparar la sangre del trapo con la sangre de las víctimas del crimen de 1984 porque, por increíble que pareciera, los investigadores no habían conservado ninguna muestra de sangre de las víctimas. Mandaron el trapo al Reino Unido para otro análisis, pero el laboratorio informó que el trapo estaba demasiado deteriorado. (En la actualidad, una prueba de ADN podría extraer del trapo importante información, pero por el momento no parece que haya intención de realizarla.)

Rotella tenía otra razón para sentirse frustrado. Los carabinieri llevaban más de un año vigilando de cerca a Salvatore Vinci, sobre todo los fines de semana. Consciente de que lo estaban siguiendo, Salvatore se divertía saltándose semáforos en rojo o tendiendo trampas a sus perseguidores para esquivarlos. Sin embargo, precisamente el fin de semana del doble homicidio en el claro de Scopeti, los carabinieri, inexplicablemente, habían suspendido la vigilancia. De repente, Vinci era libre de ir donde le apeteciera sin ser observado. En opinión de Rotella, si la vigilancia hubiera continuado, tal vez el doble asesinato no se habría producido.

A finales de 1985, Rotella entregó a Salvatore Vinci un avviso di garanzia, una notificación de que oficialmente era sospechoso de dieciséis homicidios, es decir, de todos los asesinatos perpetrados entre 1968 y 1985.

Entretanto, el fiscal jefe, Piero Luigi Vigna, estaba empezando a hartarse del diligente y metódico Rotella y de su obsesión con la pista sarda. Vigna y la policía, que estaban deseando empezar desde cero, aguardaban, calladamente, a que Rotella diera un paso en falso.

El 11 de junio de 1986, Mario Rotella ordenó que detuvieran a Salvatore Vinci por asesinato. Para gran sorpresa de todos, no era por los crímenes del Monstruo, sino por el asesinato de su esposa Barbarina, ocurrido el 14 de junio de 1961 en Villacidro. Rotella pretendía condenar a Vinci por un asesinato que parecía más sencillo y fácil de probar y de ahí pasar a condenarlo por ser el Monstruo de Florencia.

Durante dos años, con Salvatore Vinci en prisión, Rotella preparó metódicamente la acusación contra él por el asesinato de su esposa de diecisiete años. El Monstruo no volvió a matar, lo que convenció aún más a Rotella de que tenía al hombre acertado.

El juicio a Salvatore Vinci por el asesinato de su esposa comenzó el 12 de abril de 1988 en Cagliari, la capital de Cerdeña. Spezi lo cubrió para La Nazione.

El comportamiento de Vinci en el banquillo fue sorprendente. Siempre de pie, con los puños aferrados a los barrotes de la jaula donde estaba recluido, respondía escrupulosamente a las preguntas de los jueces, empleando una voz cortés y aguda, casi de falsete. Durante los descansos conversaba con Spezi y otros periodistas sobre cuestiones como la libertad sexual y la función del habeas corpus en un juicio.

Su hijo Antonio, que entonces tenía veintisiete años, fue llamado a declarar contra su padre. Estaba cumpliendo condena por un delito que no guardaba relación con el caso, por lo que llegó esposado, llenando la sala con su fuerte y tensa presencia. Sentado a la derecha de los jueces, en el lado opuesto al de su padre, el joven no se quitó en ningún momento las enormes gafas de sol que cubrían sus ojos. Sus labios permanecían apretados y las fosas de su nariz aguileña estaban dilatadas por el odio. Protegido por los oscuros cristales, dirigió en todo momento el rostro hacia su padre; ni una sola vez lo desvió hacia otro punto de la sala. Salvatore, inmóvil, respondía a la mirada de su hijo con una expresión cerrada y enigmática. Así permanecieron durante horas, electrizando la sala con su interacción queda y tirante.

Antonio Vinci se negó a pronunciar una sola palabra. Más tarde, dijo a Spezi que si no hubiera habido varios carabinieri sentados entre él y su padre en la furgoneta que los devolvió a la cárcel, «lo habría estrangulado».

El juicio tuvo un final desastroso. Contra todo pronóstico, Salvatore Vinci fue absuelto. El crimen era demasiado antiguo, los testigos habían fallecido o no recordaban nada, las pruebas físicas habían desaparecido y en realidad poco podía demostrarse.

Vinci salió de la sala del tribunal como un hombre libre. Se detuvo en los escalones para hablar con la prensa. «Estoy muy satisfecho con el fallo», dijo con calma, y prosiguió su camino. Se adentró en las montañas para visitar Villacidro, su pueblo natal, y como un bandido sardo de los de antaño, desapareció para siempre.

La absolución de Salvatore Vinci desató una tormenta de protestas contra Rotella. Era el paso en falso que Vigna y sus fiscales habían estado esperando; atacaron como tiburones, sigilosamente, sin alboroto ni publicidad. Durante los años siguientes, entre Vigna y Rotella, entre la policía y los carabinieri, tendría lugar un constante forcejo, pero llevado de forma tan discreta que nunca llamaría la atención de los medios de comunicación.

Después de la absolución, Vigna y la policía siguieron su camino, prescindiendo de Rotella. Decidieron descartar toda la información y empezar la investigación sobre el Monstruo de Florencia desde cero, desde el principio. Entretanto, Rotella y los carabinieri continuaron con la investigación de la pista sarda. Poco a poco, las dos investigaciones se volvieron incompatibles, por no decir mutuamente excluyentes.

Tarde o temprano, alguien tendría que ceder.