Con el paso del tiempo, cada vez era más difícil justificar el encarcelamiento de Francesco Vinci. Dada la absolución de su sobrino y el fracaso de los interrogadores para obtener respuestas a sus preguntas, tarde o temprano tendrían que soltarlo.
Frustrado ante la falta de resultados, el juez instructor, Mario Rotella, decidió interrogar personalmente a Stefano Mele y hacer un último esfuerzo por sacarle información. Antes de viajar a Verona, Rotella se preparó bien. En una gruesa carpeta guardó una pila de declaraciones rescatadas de viejos interrogatorios relacionados con los asesinatos de 1968, entre ellas los testimonios del pequeño Natalino y de su padre, Stefano Mele, el hermano y las tres hermanas de Mele, y un cuñado. También reunió declaraciones reveladoras de interrogatorios más recientes de diversos implicados. Estaba convencido de que el crimen de 1968 era un asesinato de clan, y que todos los que habían participado sabían quién se había llevado la pistola a casa. Todos ellos conocían la identidad del Monstruo de Florencia. Rotella estaba decidido a derribar ese muro de silencio.
El nuevo interrogatorio tuvo lugar el 16 de enero de 1984. Rotella preguntó a Mele si Francesco Vinci había participado en los asesinatos. Mele respondió:
—No, Francesco Vinci no estaba conmigo la noche del 21 de agosto de 1968. Solo le acusé para vengarme, por ser el amante de mi esposa.
—Entonces, ¿quién estaba con usted esa noche?
—No lo recuerdo.
Era evidente que estaba mintiendo. Alguien —el Monstruo, quizá— ejercía sobre él un dominio tenaz. ¿Por qué? ¿Qué secreto atemorizaba a Mele más incluso que la cárcel?
Rotella regresó a Florencia. La prensa dio por sentado que su misión había fracasado. En realidad, guardaba en su carpeta un mugriento trozo de papel escrito a mano, que había sido doblado y desdoblado cien veces, que el fiscal había encontrado en la cartera de Stefano Mele. Era un documento que consideraba de capital importancia.
El 25 de enero de 1984, Rotella hizo correr la voz de que iba a ofrecer una importante rueda de prensa a las 10.30 del día siguiente en su despacho. El día 26 su despacho se llenó de reporteros y fotógrafos convencidos, en su mayoría, de que iban a escuchar el anuncio de la puesta en libertad de Francesco Vinci.
Rotella les tenía guardada una sorpresa.
—El juez instructor —leyó con su voz pomposa—, con el consentimiento del Ministerio Fiscal de la provincia de Florencia, ha detenido a dos personas por los crímenes atribuidos a Francesco Vinci.
Dos horas después de la sensacionalista rueda de prensa, La Nazione fue la primera en llegar a los quioscos con una edición especial. El titular ocupaba toda la portada:
¡ARRESTADOS!
LOS MONSTRUOS SON DOS
Bajo el titular de la noticia, aparecían las fotografías de los presuntos Monstruos: Giovanni Mele, el hermano de Stefano, y Piero Mucciarini, su cuñado.
La mayoría de los florentinos contemplaron los retratos con escepticismo. Los rasgos burdos de los dos sospechosos no encajaban, en su opinión, con la imagen del Monstruo astuto y sumamente inteligente que se habían creado.
La historia de por qué esos dos hombres eran sospechosos no tardó en salir a la luz. Finalizado el interrogatorio a Mele, Rotella había registrado la cartera del hombre, donde encontró un trocito de papel escondido. Era una especie de lista o recordatorio de cómo debía responder a las preguntas que le formularan los interrogadores. Se la había escrito su hermano, Giovanni Mele, dos años atrás, cuando saltó la noticia de la conexión entre los turbios asesinatos de 1968 y el Monstruo de Florencia. La caligrafía era débil e indecisa y las letras estaban escritas con la laboriosidad de un niño de segundo grado, mitad en mayúscula, mitad en cursiva. En las palabras había numerosos errores de ortografía, debido a una confusión entre el italiano y el sardo.
Cuando Rotella le enseñó el papel a Mele, el hombre «confesó» que sí, que sus dos cómplices en 1968 habían sido su hermano Giovanni y Piero Mucciarini, y que este último había hecho los disparos mortales, «o tal vez fue mi hermano, no logro recordarlo, han pasado diecisiete años».
Durante días, el juez Rotella estudió minuciosamente las enigmáticas frases. Después de un gran esfuerzo, finalmente creyó haberlas descifrado. En el interrogatorio a Natalino, después de los asesinatos de 1968, el pequeño de seis años había dicho que un tal «tío Pietro o Piero» estaba presente en la escena del crimen. Los detalles facilitados por Natalino desvelaron que se trataba de su tío Piero Mucciarini, el panadero. Pero Barbara Locci tenía un hermano llamado Pietro, y Rotella interpretó que la nota daba la instrucción de engañar a los interrogadores y hacerles creer que Natalino estaba hablando de ese otro tío. En otras palabras, el papel instaba a Stefano a responder en el interrogatorio: «Ahora que ya he cumplido mi condena hablaré. En cuanto a la declaración de Natalino de que el tío Pieto estaba en la escena, puedo decir al fin que quien estaba conmigo era Pietro, el hermano de mi esposa, y que ese es el “Pieto” al que se refería. Las pruebas de balística demostrarán que fue él quien disparó».
En otras palabras, el papel indicaba a Stefano que desviara las sospechas contra el marido de su hermana, Piero Mucciarini, hacia el hermano de su esposa fallecida, Pietro. Rotella dedujo de ello que Piero Mucciarini debía de ser culpable, junto con Giovanni Mele, el autor de la nota. De lo contrario, ¿por qué querrían desviar las sospechas? Quod erat demonstrandum: ambos eran el Monstruo.
Si les cuesta seguir esta lógica, bienvenidos al club. Prácticamente nadie, salvo Mario Rotella, comprendía este enrevesado proceso de deducción.
Rotella ordenó registrar la casa y el coche de Giovanni. En el registro se obtuvo un escalpelo, algunos cuchillos para pieles de aspecto extraño, rollos de cuerda en el maletero del coche, una pila de revistas pornográficas, anotaciones sospechosas sobre las fases de la luna y una botella con un líquido perfumado para lavarse las manos. Los investigadores obtuvieron, además, información de la ex novia de Giovanni, que desveló detalles lascivos de sus perversos hábitos sexuales y las extraordinarias dimensiones de su miembro, tan grande que dificultaba unas relaciones sexuales normales.
Todo era muy sospechoso.
El «antiguo» Monstruo, Francesco Vinci, seguía encerrado a cal y canto. Ya no se le consideraba el Monstruo, pero Rotella creía que ocultaba información. Con Vinci y el Doble Monstruo en prisión, tres miembros del clan sardo estaban ahora encarcelados. Una vez más, los fiscales optaron por el viejo juego de los rumores y las sospechas, con el que los interrogadores trataban de enemistarlos y encontrar una grieta en el muro de la omertá sarda.
Pero, en lugar de eso, abrieron una grieta en su propia investigación.