Wesley Hanna llevaba semanas esperando que se produjera la explosión del Sands Casino Hotel. La personalidad de Wes es una mezcla encantadora de excentricidad y brillantez; es el tipo de tío que se emociona al presenciar la demolición de un hotel de 21 plantas y 500 habitaciones. Poco después de terminar sus estudios de Derecho en Rutgers, Wes ya dedicaba la mayor parte de su tiempo a trabajar como secretario para un juez de la Corte Superior. El trabajo le llevaba a Atlantic City a diario, y se quedó fascinado por la peculiaridad de la ciudad. A Wes le llamaba la atención el contraste entre las diferentes realidades y no tardó en definir el estado de las cosas: «La ciudad muestra una realidad desnuda, mientras que la realidad de los casinos está escondida bajo muchas capas de pintalabios y maquillaje». Su instinto le decía que sería muy divertido ver la destrucción de un hotel con casino. Al enterarse de la fecha prevista para la demolición del Sands —el 18 de octubre de 2007—, Wes la marcó en el calendario como si fuera una fiesta a la que estaban invitados él y su novia, Patty.
Cuando Wes llegó al paseo marítimo aquel jueves por la noche, se contagió del ambiente festivo. Grandes aglomeraciones de residentes de la ciudad, trabajadores de hoteles, vendedores ambulantes y escapistas (en otras palabras, turistas) llenaban el paseo marítimo, esperando presenciar un evento histórico. Wes disfrutaba el momento. «El público era escapista, pero también había gente VIP que iba y venía y los artistas callejeros estaban por todas partes. Un tío que hacía de Frank Sinatra fue el más popular, a juzgar por el público y el dinero que atraía. Era evidente que todos habían venido solo para ver el espectáculo de la demolición del edificio». La mezcla humana era muy variada: jóvenes, mayores, negros, blancos, de piel morena, amarillos, ejecutivos y trabajadores. La gente vestía todo tipo de ropa, desde los trajes formales hasta los vaqueros rasgados. Algunos espectadores llevaban antifaces que habían comprado en los puestos callejeros para protegerse del previsible polvo. Todos se lo estaban pasando en grande, salvo los empleados y los jugadores fieles del Sands, que estaban tristes al ver cómo se les iba el edificio.
Antes de la demolición, los fuegos artificiales a cargo de Pinnacle Entertainment, que iba a construir un nuevo megacasino, bañaban la zona con luminosas explosiones, mientras un sistema de altavoces ahogaba todos los demás ruidos con la voz de Sinatra cantando Bye Bye, Baby. Poco después de las nueve y media de la noche, el gobernador, Jon Corzine, y el presidente de Pinnacle, Daniel Lee —que estaba celebrando su quincuagésimo primer cumpleaños—, empujaron una palanca de madera de una caja que estaba conectada por cable a una serie de explosivos estratégicamente colocados. Diecisiete ensordecedoras detonaciones siguieron a la primera explosión con un intervalo de varios segundos. Menos de diez segundos después de la última detonación, la maciza estructura chirrió y comenzó a colapsarse. Trozos de cemento, acero y cristal cayeron con un rugido, expulsando una nube de polvo que se extendía en todas las direcciones.
El viaje de Wes a Atlantic City superó sus expectativas de una manera inesperada. «El evento tenía el sabor de cualquier otro espectáculo de los casinos, hasta que ocurrió. Cuando esto sucedió, no se podía negar que fuera real. Las explosiones eran reales. El edificio cayó de verdad. La silueta de la ciudad era realmente diferente. Era cierto que el Sands ya no existía. Y el público, que estaba acostumbrado a espectáculos de ilusiones, se quedó verdaderamente pasmado. Después, la gente y el polvo se dispersaron, y Atlantic City volvió a la normalidad».
La normalidad, para la gente de Pinnacle, significaba eliminar los escombros y limpiar varios solares adyacentes. Cuando terminaron su trabajo, Dan Lee y compañía tenían un total de nueve hectáreas de terreno a orillas del mar entre las avenidas Indiana y Kentucky. Una gran extensión en el corazón del paseo marítimo estaba lista para nuevas construcciones. El plan consistía en levantar un hotel-balneario de primera clase al estilo de Las Vegas por mil quinientos millones de dólares, para competir con el nuevo Borgata Hotel Casino y Spa, que había abierto sus puertas en la zona de la Marina de Atlantic City en 2003. Joe Weinert, periodista de la publicación del sector Gaming Industry Observer, escribió que la aventura de Pinnacle «estaba en los labios de toda la ciudad». Predijo que en menos de cuatro años, el lugar se transformaría en «una obra maestra que abarcaría todo el espacio entre el paseo marítimo y la avenida Pacific». Cuando los analistas del sector del juego proclamaban la llegada de un «renacimiento de la construcción», Atlantic City estaba en marcha, o, al menos, eso era lo que la gente quería creer.
Lo que no se tenía en cuenta eran dos obstáculos capaces de frenar la marcha triunfal de la ciudad hacia el futuro: uno que estaba todavía en el horizonte, y el otro presente desde siempre. A los pocos meses de la implosión del Sand's, «Wall Street puso un huevo», en palabras del historiador Niall Ferguson Investigadores como Ferguson, Paul Krugman, Robert Reich, y Michael Lewis han escrito mucho sobre el tema, y escribirán más todavía. Nada que yo escriba podrá añadir nuevas conclusiones a sus análisis. Baste decir que la industria del juego de Atlantic City —junto con otras muchas— no preveía que la burbuja de los créditos fuera a explotar. Las dificultades de los mercados financieros impedirán el crecimiento local y podrá llevar a varios casinos a la bancarrota. Muchos analistas piensan que las consecuencias de la sobrevaloración de la economía de nuestra nación, que se forjó a lo largo de muchos años, tardarán el mismo tiempo en solucionarse. Bienvenidos a la nueva normalidad. Adiós al Pinnacle[16].
La «cruda realidad» que siempre ha estado presente, pero que a menudo ha sido ignorada, es la cantidad de trabajo que queda por hacer para reconstruir Atlantic City. Treinta y cuatro años después del referéndum de 1976, una gran parte de la ciudad tiene un aspecto tan desgastado y deprimente como antes de la llegada de los casinos. Para algunas franjas de la población y segmentos de la ciudad entera, es como si la legalización de los juegos de azar nunca hubiera tenido lugar. La Agencia de Reinversión y Desarrollo de Casinos ha financiado importantes proyectos comerciales y de construcción de viviendas que han revitalizado secciones de la ciudad, pero solo un proyecto —los Saneamientos del paseo marítimo/Atlantic City— ha marcado la diferencia. En muchas partes de la ciudad, el deterioro que comenzó en los años sesenta continuó sin freno. Todavía queda pendiente un esfuerzo sostenido por reconstruir la ciudad entera y convertirla en un destino turístico limpio y seguro de primera fila. En los últimos treinta y pico años, las medidas han sido improvisadas y esporádicas.
Numerosos edificios que habían caído en desuso antes de la llegada de los casinos siguen sin encontrar una razón de ser, y nadie parece tener una idea clara de si hay que permitir que sigan en pie o si hay que demolerlos para crear otro solar vacío. Una reflexión de fondo que uno debe plantearse antes de valorar los bienes inmobiliarios de cualquier ciudad es la siguiente: «Si un edificio determinado fuera arrasado por el fuego, ¿el propietario lo volvería a construir?». Con esta premisa, grandes zonas de Atlantic City tienen un valor inmobiliario muy bajo. Un reciente editorial de The Press of Atlantic City puso el dedo en la llaga del mercado inmobiliario, dirigiéndose a los lectores de la ciudad con estas palabras: «Daos una vuelta por la ciudad con ojos nuevos, echadle un vistazo como si fuerais visitantes, y os daréis cuenta de que estos edificios, con su aspecto feo y pálido, empañan la imagen de una ciudad que trata de venderse como un destino turístico atractivo, emocionante y moderno».
Dos analistas con conocimiento de causa, dedicados profesionalmente a investigar e informar sobre los eventos de Atlantic City, dirigieron su fría mirada en esta dirección para ayudar a evaluar la actual posición del balneario. Si los periódicos son el «primer borrador de la historia», entonces los reporteros e investigadores Donald Wittkowski y Michael Clark son unos historiadores de primera línea de los casinos y de la política que dominan Atlantic City en el momento actual. Wittkowski dedica su tiempo a escrutar cada aspecto de la industria de los casinos. La investigación de Clark se centra en el ayuntamiento, donde trata de encontrar las respuestas a los enigmas de la administración local.
Para Wittkowski no tiene sentido hablar con sutileza. ««Atlantic City la jodió. Disfrutó de un monopolio al ser el único casino al este del Mississippi durante catorce años, pero aun así desperdició el tiempo, ya que no fue capaz de desarrollar unas atracciones al estilo de Las Vegas que dejaran a los clientes boquiabiertos y con ganas de volver a por más. Solo se construyó un casino nuevo entre 1990 y 2003, lo cual es un período de inactividad increíblemente largo. Los beneficios se multiplicaron como las olas del mar, así que los operadores no sentían ninguna presión o necesidad de invertir en la reconstrucción de la ciudad».
Ahora que los beneficios han disminuido, Wittkowski teme que más negocios puedan seguir el mismo camino que el Sands. «Los ingresos de los casinos de Atlantic City han caído el 25 por ciento, desde el récord de 5.200 millones de dólares en 2006 hasta 3.900 millones de dólares en 2009. Nadie sabe cuándo terminará de tocar fondo. Inevitablemente, habrá una reorganización radical. Entre los beneficios que caen en picado, la competencia y una economía todavía frágil, muchos casinos se verán obligados a cerrar sus puertas». Wittkowski cree que es posible darle la vuelta a la situación, pero llevará muchos años hacerlo y hará falta un liderazgo comprometido tanto de parte de la industria de los casinos como del ayuntamiento.
La evaluación de Clark del ayuntamiento no resulta menos preocupante. «El ayuntamiento ha sido un lugar donde el potencial se echa a perder. Sean propuestas de cambio por parte de políticos recién elegidos o proyectos para revitalizar un barrio, las promesas rotas aquí tienen repercusiones por toda la ciudad. Y en todas las discusiones acerca de cómo la ciudad debe hacer frente a la competición, cada vez más feroz, del sector de los juegos de azar, los problemas de la administración municipal dejan de ser prioritarios. Se aceptan como un hecho inevitable, la típica excusa de Así son las cosas en el ayuntamiento».
Tal y como señala Clark, «los errores del ayuntamiento afectan de manera importante a las esperanzas de Atlantic City de convertirse en un balneario de primera línea. La ciudad cuenta con una de las mejores tasas de empleo, en relación a su población, de todo el país —una consecuencia directa del interminable amiguismo que ha dominado el ayuntamiento desde principios del siglo XX—. Esta inercia continúa como un mantra. "¿Cómo pueden encontrarme un hueco?". Con tanto dinero destinado a sueldos, queda poco para las infraestructuras, que continúan deteriorándose».
Las conclusiones de Wittkowski y Clark pueden resultar duras pero no son sorprendentes.
Desde mi punto de vista, los retos a los que el balneario debe enfrentarse no son más que el resultado de un proceso histórico. Atlantic City sigue siendo un experimento de planificación social. Hoy en día, al igual que sucediera cuando Jonathan Pitney fundó su balneario hace más de ciento sesenta años, la única razón de ser de la ciudad es la de proporcionar actividades de ocio para turistas. Hoy igual que antes, lo más importante es conseguir que los turistas y los asistentes a convenciones vuelvan, pero los mareantes tiempos de la década de 1990, cuando la industria de los casinos era como una máquina de hacer dinero, han terminado. No hace falta más que echar un rápido vistazo al solar vacío de Pinnacle —9 hectáreas en barbecho— para darse cuenta de que las cosas han cambiado.
Otra verdad del presente momento, que también era válida para la época de Nucky Johnson, es que esta ciudad todavía tiene que acostumbrarse a los hábitos y las prácticas de la mayoría de las administraciones municipales a la hora de ejercer y transferir el poder. El legado de Nucky de la maquinaria política ha sido sustituido por una interminable rutina de barra libre, y cualquier político que piensa que puede llegar a ser el jefe utiliza los fondos públicos municipales para hinchar las filas de sus seguidores. A pesar de su corrupción, el «imperio del paseo marítimo» de las maquinarias políticas de Kuehnle/Johnson/Farley proporcionaba servicios municipales esenciales de una manera competente. Esto ya no es así.
La complacencia puede resultar fatal para una ciudad como Atlantic City. La tarea de conseguir que el experimento prospere mediante un nuevo planteamiento de los términos del imperio (esta vez mediante la asociación entre los líderes cívicos y los representantes de los casinos) exige que cada generación de líderes desarrolle su propia visión de cómo cumplir el propósito singular de la ciudad.
Todos los ingredientes para un «renacimiento» están aquí: el poderoso océano Atlántico, las hermosas playas, el mundialmente famoso paseo marítimo, acceso fácil para una cuarta parte de la población de la nación, un moderno centro de convenciones, un centro recreativo de primera línea en la sala del paseo marítimo (parte del complejo legado que dejó Nucky), unos centros de enseñanza superior ansiosos por compartir sus conocimientos, los gremios de la construcción necesarios para terminar de reconstruir la ciudad, y lo más importante: trabajadores de hoteles cualificados y capacitados para conseguir que una economía basada en la industria hotelera funcione con estilo y eficiencia. Los únicos ingredientes que faltan en esta receta para el éxito son líderes con ideas claras y cierto sentido de la urgencia, las dos cosas que impulsaron la adopción del referéndum de los casinos en 1976. Cuando terminen de dar con estos dos ingredientes, Atlantic City estará otra vez encaminada a convertirse en un destino turístico de primer nivel.