Capítulo 8

La dolorosa cuesta abajo

Era una tarde de invierno. Las oficinas estaban abandonadas y las luces apagadas, a excepción de una habitación. Hap Farley y su socio, Frank Ferry, estaban sentados en la oficina de este. Ambos habían tenido una jornada ajetreada y estaban poniéndose al día respecto de los asuntos del otro antes de irse a casa. Frank Ferry era algo más que el socio de Farley en el bufete de abogados: era como un hijo. El padre de Ferry y Hap habían sido amigos toda la vida. Cuando Farley se presentó a sus primeras elecciones en 1937, el padre de Ferry le prestó su coche para toda la campaña, para que el joven candidato pudiera desplazarse por la ciudad y ver a los votantes. A lo largo de los años, la relación entre Farley y Ferry se convirtió en una amistad muy especial, y él era una de las pocas personas en quienes Farley confiaba plenamente. Estaban hablando sobre algo que preocupaba a Farley y los dos sabían que la solución del problema no estaba en sus manos.

En su época de apogeo, Atlantic City tenía cuatro periódicos: dos diarios, uno dominical y otro semanal. Ahora el balneario era una ciudad de un solo periódico, y el Atlantic City Press le había dado la espalda a Farley. Ya no era el chaval rubio que traía regalos de Trenton. Era un jefe político entrado en años, en una época en la que las jefaturas políticas se habían convertido en el blanco favorito de los medios de comunicación. La maquinaria política de Farley también estaba desgastada y su presencia ya no inspiraba temor y temblores entre sus detractores. Semana tras semana, las críticas se sucedían. Los artículos cubrían todo, desde noticias sensacionalistas sobre la compra de privilegios en el ayuntamiento hasta titulares que referían las palabras de los detractores de Farley cada vez que lo atacaban. Los enemigos de Farley ya tenían un foro favorable a sus opiniones que estaba dispuesto a hacer eco de sus quejas. El último incidente no suponía un ataque sustancial en sí mismo, pero, junto con todo lo demás, Farley sabía que iba a ser imposible hacer las paces con el Press.

Unos días antes habían pedido a Farley que entregase el premio al ganador de una exhibición de perros en la Sala de Convenciones. Cuando la noticia fue publicada en el periódico, dejaron a Farley fuera de la imagen y solo mostraban el perro. El Press había decidido que Farley no iba a recibir más publicidad favorable en sus páginas. Hap Farley podía mandar a los funcionarios del ayuntamiento y manipular el senado del Estado, pero no iba a controlar el Press. No dio mucha importancia al asunto cuando habló del incidente, pero tanto Farley como Ferry se daban cuenta de que su imagen pública se había deteriorado.

La estatura política de Hap Farley quedaba cada vez más socavada, y sucedía lo mismo con la imagen de que la ciudad era un balneario. Con la abolición de la Ley Seca, había perdido el privilegio de ser una «ciudad de juergas». Desde entonces el viaje había sido cuesta abajo, sin prisa pero sin pausa. Para cuando Farley llegó a una posición desde la que podía ejercer su influencia para controlar los eventos, los fundamentos económicos del balneario ya habían perdido estabilidad y la tendencia era irreversible. Las cosas mejoraron durante la Segunda Guerra Mundial, cuando miles de soldados fueron destinados a la ciudad, pero a mediados de los años cincuenta, las condiciones tenían que ser perfectas a lo largo de todo el año para que los comerciantes locales pudieran sobrevivir. Una convención cancelada en invierno o varios fines de semana lluviosos en verano podían arruinar un negocio. No bastaba con ser dueño de un restaurante, una pensión cerca de la playa o una tienda en el paseo marítimo, para poder garantizar unos ingresos estables.

Atlantic City era víctima de la modernización de la posguerra. Los cambios que tuvieron lugar en la sociedad americana eran sutiles, pero fueron devastadores para Atlantic City. Con el desarrollo del aire acondicionado y de las piscinas, la gente podía quedarse en casa en vez de ir a la playa. También fomentaron una creciente competición entre los balnearios del sur. Los viajes en avión ya eran asequibles para las masas y la gente estaba dispuesta a ahorrar su dinero para disfrutar de unas exclusivas vacaciones en algún lugar lejano antes que pasar varios fines de semana en Atlantic City. Por último estaba el tema del automóvil.

La llegada del coche supuso un duro golpe para el balneario. Atlantic City era una criatura del ferrocarril y durante tres generaciones las conexiones ferroviarias del balneario eran superiores en número a las de cualquier otro lugar de veraneo. La industria del ferrocarril había unido a la nación, enlazando todos los estados de costa a costa. A la vez, el ferrocarril americano dejó un importante legado. El impulso, por no llamarlo necesidad, de estar en movimiento dejó una profunda huella en el carácter de la nación. En colaboración con administraciones federales y estatales, los magnates del ferrocarril establecieron en la mente americana la idea de que el movimiento era de fundamental importancia. Cuando los coches se volvieron más asequibles, el trabajador medio ya no tenía que tener en cuenta los horarios del ferrocarril ni las rutas ferroviarias. La familia americana podía, simplemente, meterse en el coche y viajar hasta donde quisiera. Era libertad a una escala nunca antes conocida por la clase media. Entre 1920 y 1960, con la excepción del período de la Segunda Guerra Mundial, la producción anual de coches nuevos superaba la tasa nacional de nacimientos. Con el cada vez más extendido uso del automóvil, los clientes de Atlantic City podían ir a otro lugar, y eso fue precisamente lo que hicieron.

La mejora del transporte personal convirtió la industria del ocio en un negocio mayúsculo. Nuevos destinos vacacionales surgieron por todo el país, compitiendo por los dólares de los turistas. Atlantic City, por su parte, no estaba acostumbrada a tener que competir por conseguir visitantes y era de todo menos moderna. El paseo marítimo, los hoteles, las tiendas, los restaurantes y la propia ciudad mostraron signos de envejecimiento y de estar pasados de moda. Atlantic City había perdido su atractivo, y sus visitantes eran tentados por otras atracciones más novedosas. Tal y como lo expresó una revista nacional, «hoy en día, aparte de los participantes en las convenciones, el típico turista de Atlantic City es una persona pobre, de raza negra o de la tercera edad, o las tres cosas a la vez, y el cambio ha influido negativamente en casi todas las facetas de la economía de la ciudad […]; la imagen que va tomando forma es la de un deterioro físico, económico y social cada vez más evidente».

La respuesta de la comunidad empresarial y de los urbanistas no hizo sino empeorar la amenaza del aumento de la competencia. Durante sus años prósperos se había establecido una «zona central» dentro de la ciudad, que normalmente contaba con una economía activa de entre ocho y diez meses al año. En la zona limitada por el paseo marítimo y por las avenidas de Virginia, Atlantic y Arkansas, había una gran concentración de hoteles, pensiones, tiendas y restaurantes gestionados por familias. Era la parte más vital de la ciudad. Dentro de este bloque de veinte manzanas, había cientos de prósperos negocios familiares. Estas familias eran las que habían construido la industria hotelera y recreativa del balneario. Este núcleo constituía el eje de la economía, y ofrecía la mayor parte de los empleos y pagaba el grueso de los impuestos de bienes e inmuebles.

En un intento por atraer una parte más grande del mercado que viajaba en coche, la ciudad permitió a los promotores inmobiliarios construir nuevos moteles a lo largo de las autopistas que llevaban a la ciudad y en otras partes de la ciudad más allá de los límites de la zona central. Era la tradicional respuesta de Atlantic City: «Dales lo que quieren». Pero la decisión fue prematura y contribuyó a drenar la zona central de clientes. Al principio, los nuevos moteles fueron rentables, pero no había clientes suficientes para todos y a largo plazo todos salieron perdiendo.

Los dueños de los hoteles y de las pensiones de la zona central vieron cómo las cosas empeoraban gradualmente. Durante varias generaciones, sus familias habían mimado a los clientes habituales de todo el noreste. Estaban orgullosos de los servicios que proporcionaban y hacían todo lo posible por agradar a sus huéspedes, esforzándose por satisfacer los gustos y necesidades individuales. Los hoteleros guardaban un archivo de los clientes habituales y hacían cosas como enviar felicitaciones navideñas e invitaciones especiales cuando se acercaba la temporada de verano. Cada hotel y cada pensión contaba con su propio comedor en el que proporcionaban entretenimientos particulares. Podía ser algo tan sencillo como un agradable porche o un salón de cócteles, una gran pista de baile o una piscina cubierta, pero cada uno tenía su carácter propio.

Un gran porcentaje de los visitantes de Atlantic City era gente a la que le gustaba volver cada verano al familiar entorno de su hotel preferido. Año tras año, estos clientes venían a veranear al balneario. Era habitual que una generación tomara el relevo de otra, volviendo al mismo hotel en el que habían veraneado con su familia en la infancia. Pero el mundo cambió y Atlantic City no lo hizo, y cuando estos niños se hicieron mayores comenzaron a considerar a Atlantic City como un balneario de segunda clase. Cuando los empresarios de la zona central quisieron darse cuenta de la bajada del número de huéspedes que repetían estancia, la situación les pareció muy incómoda. Al ver que no mejoraban las cosas, les entró pánico. Hacia finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, muchos de los hoteleros locales comenzaron a vender sus negocios. Si seguía disminuyendo el número de visitantes, tarde o temprano la ciudad caería en el olvido, y ellos lo sabían. Iban a marcharse antes de que la situación empeorase más aún.

La tercera y cuarta generación de hoteleros fueron sustituidas por inversores de fuera que todavía creían que Atlantic City era un balneario de nivel nacional. Se encontraron con una sorpresa desagradable. La cantidad de clientes que habían esperado no existía. La respuesta de estos nuevos hoteleros fue la de recortar gastos. Lo primero que desapareció fueron los comedores de los hoteles. Muchos de los nuevos propietarios no tenían la experiencia necesaria para conseguir que sus restaurantes fueran rentables, así que los eliminaron. Esto privó a los pequeños hoteles de sus señas de identidad individual, lo cual no hizo sino aumentar el declive. Los meses de temporada baja se hicieron cada vez más difíciles de sobrellevar y, a pesar de la tradición que les precedía, los nuevos dueños no podían permitirse el lujo de abrir todo el año. Sus actividades eran cada vez más reducidas y la mayoría de los hoteles pequeños y las pensiones cerraban en octubre y no volvían a abrir sus puertas hasta el mes de mayo. La zona central dejó de tener una economía activa durante la temporada baja. Los fundamentos de la economía se habían colapsado.

Los hoteles no solo se quedaron anticuados, también estaban cada vez más marcados por el descuido. Menos beneficios implicaban menos dinero para gastos de mantenimiento. Los veraneantes que viajan hasta un balneario esperan encontrarse con algo más avanzado que lo que tienen en casa, pero los visitantes a Atlantic City tuvieron que conformarse con menos. El auge de la construcción de casas unifamiliares durante las décadas de 1950 y 1960 proporcionó a la clase media estadounidense un nivel de confort y privacidad superior al que sus abuelos habrían podido soñar nunca. Los veraneantes habían subido el listón, pero el balneario no lo había hecho. El turista del mundo moderno se negaba a compartir baño con otros, dormir en una pequeña habitación sin aire acondicionado o caminar dos manzanas para aparcar su coche si no podía hacerlo en su propia casa. La reputación de Atlantic City mantenía intacta su capacidad de atraer a los visitantes primerizos, pero pocos regresaban después.

El declive del negocio de los turistas que repetían estancia supuso un aumento de habitaciones disponibles, y las habitaciones de hotel vacías no generan dinero a sus propietarios. Para conseguir ingresos, muchos de los hoteles y pensiones fueron convertidos en residencias para la tercera edad o casas de acogida para pobres y vagabundos. A Atlantic City siempre le han faltado viviendas permanentes, especialmente para sus pobres. Estos clientes no podían pagar las mismas tarifas que los turistas, pero al menos llenaban las habitaciones durante todo el año. Con la presencia de residentes fijos que pagaban un alquiler muy bajo, el mantenimiento de los pequeños hoteles y las pensiones disminuyó hasta casi desaparecer. Años atrás habían sido lugares alegres, llenos de color, pero ahora estaban descuidados y derruidos. Los viejos edificios presentaban un aspecto tan triste como sus nuevos inquilinos.

El deterioro no se limitaba a las estructuras físicas de la ciudad. La base demográfica de Atlantic City se estaba erosionando. Cada vez más blancos abandonaban la ciudad. La emigración de la población blanca de la ciudad era importante; prueba de ello es que casi llegaba a doblarse cada diez años. Entre los años 1940 y 1970, el porcentaje de residentes blancos se redujo de casi el 80 por ciento hasta el 50 por ciento. En el mismo período, la población total disminuyó de 64.094 a 47.859. La década de 1960 fue devastadora para el balneario, que perdió una tercera parte de su población blanca. El éxodo de blancos, la mayoría de los cuales dejaba sus negocios y se llevaba el dinero, significaba que los trabajadores sin formación en el sector turístico, especialmente los negros, tenían que buscarse la vida.

El bienestar económico de la comunidad afroamericana siempre había sido frágil. Ellos proporcionaban el músculo y el esfuerzo que hacían falta para mantener la industria hotelera y recreativa, y su estatus económico subía y bajaba al ritmo de la prosperidad del sector turístico. Cuando los trabajos comenzaban a escasear, los negros descubrieron que tenían que competir con trabajadores blancos. El empleo en los hoteles ya no era exclusivamente «un trabajo de negros». Conforme disminuía la prosperidad del balneario, los negros se veían atrapados en una ciudad que no los necesitaba. Los nietos de los trabajadores negros que habían desempeñado un papel tan decisivo en la transformación de Atlantic City de un pueblo con playa a un balneario nacional ahora eran un lastre y objeto de burlas. Este desdén era una cruel ironía para la gente cuyas familias habían sido una parte fundamental en el desarrollo de la ciudad.

Junto con el cambio en la distribución racial, la población de Atlantic City era cada vez más vieja, con casi una tercera parte de su población que superaba los sesenta y cinco años. Durante los años sesenta, el balneario solo estaba por detrás de la región de Tampa-Saint Petersburg de Florida, en el ranking de poblaciones con el porcentaje más alto de jubilados. Mientras que la gente mayor estaba entrando en Atlantic City, la gente más joven, la que ganaba dinero, la estaba abandonando. Muchos de los jubilados que se sentían atraídos por el balneario habían sido visitantes de fin de semana en el pasado y recordaban los días de gloria de Atlantic City de su juventud. Acudían en busca de una sucesión de felices fines de semana, todos los días de la semana. Sin embargo, en vez de años de felicidad, paseos por el paseo marítimo y reconfortantes brisas del mar, encontraron unas ruinas urbanas sucias y violentas.

Algunos se convirtieron en prisioneros en sus propias casas. Las viviendas de la ciudad, de las que dos tercios habían sido construidas antes de 1940, se estaban quedando físicamente viejas e incluso eran peligrosas. Para muchos de los jubilados recién llegados, el sueño de un retiro idílico no tardó en convertirse en una pesadilla.

En 1964, la dolorosa realidad del estado de la ciudad fue transmitida a toda la nación. En el verano de aquel año, la Convención Nacional Demócrata llegó a Atlantic City. Fue un desastre para la ciudad. Los quince mil delegados, periodistas y técnicos encontraron una ciudad incapaz de dar respuesta a sus necesidades. Los servicios hoteleros sucumbieron bajo la presión de la convención. «Hacia media mañana, las centralitas de telefonía se colapsarían y los estresados operadores se negaban a transmitir mensajes a los huéspedes políticos, cuyo trabajo dependía de una fluida comunicación; los televisores prometidos no funcionaban y el anunciado aire acondicionado era inexistente».

Los hoteles y los restaurantes locales empeoraron las cosas con subidas de precios para la semana de la convención. Los políticos y los periodistas foráneos nunca habían sido bienvenidos en Atlantic City. Los empresarios del balneario consideraban la semana de la convención como una oportunidad de rascar unos dólares extra a personas a las que nunca volverían a ver. Su avaricia tuvo un precio. La mayoría de los delegados estaban escandalizados por haber sido explotados. Los medios de comunicación transmitieron el testimonio de los delegados, lleno de desdén hacia el balneario, a toda la nación. «Nunca antes una ciudad y una Cámara de Comercio habían hecho un esfuerzo tan grande solo para acabar expuestas a una burla generalizada».

Tras la campaña, el historiador presidencial Theodore White resumió la grave situación del balneario en los siguientes términos:

De Atlantic City se puede decir lo siguiente: habría sido mejor que nunca existiera […]. Ha sido superada por el tiempo, y se ha convertido en uno de esos lugares de entretenimiento grises y tristes que uno puede encontrar por toda América, desde Coney Island, en Nueva York, hasta la Granja de Bayas de Knott, en California, donde la clase media-baja se pelea por el primer sorbo del néctar del placer que la sociedad del bienestar comienza a ofrecerles y no encuentra más que un zumo diluido. La ciudad, que ahora es frecuentada por gente mayor con presupuesto limitado, adolescentes en busca de un fin de semana de juerga y familias de medios escasos que se apretujan en pequeñas habitaciones de motel, se ha quedado vieja y carente de glamour.

El balneario estaba acostumbrado a la publicidad negativa, pero esto era diferente. Después de la Convención Demócrata las críticas se volvieron burlonas. Las principales revistas y periódicos ridiculizaban a Atlantic City con cualquier pretexto. Podía ser un escándalo en el Concurso de Miss America, un visitante que había sido timado en una subasta del paseo marítimo o un descontento de Los Alces, de Moose o de Los Cedros del Líbano[12] o un hombre de negocios que había acudido a alguna convención de la ciudad; el caso es que la noticia siempre saltaba a la prensa. Normalmente, estas noticias contenían información negativa acerca del contexto del bochornoso evento en cuestión, y ridiculizaban el balneario.

Un tema común de estos artículos era la infundada conclusión de que los problemas de Atlantic City venían de dentro. El propio balneario tenía la culpa de su declive. De una manera u otra, por razones que nunca quedaban del todo explicadas, la ciudad había dejado de hacer algo que antaño la había convertido en un éxito nacional. Lo que estos críticos no llegaron a comprender era que Atlantic City no había caído: había sido abandonada. El tiempo había dejado atrás al balneario.

A pesar de que la ciudad había sido atrapada por una corriente que la arrastraba hacia el fondo, el poder político de Hap Farley seguía pareciendo invencible. Tras las disputadas elecciones al concejo municipal de 1952, en las siguientes elecciones, las de 1956, se presentó una oposición de tres candidatos independientes para luchar contra los cinco candidatos de la organización que estaban en posesión de los cargos. La gente de Farley ganó con facilidad. Para el año 1960, la oposición había sido tan meticulosamente subyugada que no hubo disputa. Ni una sola persona presentó su candidatura para enfrentarse a los candidatos de la lista de Farley. El entendimiento entre la organización republicana y los demócratas locales, forjado por Nucky Johnson y Charlie Lafferty, seguía vigente bajo Farley. Con el tiempo, Lafferty fue sustituido por William Casey y Arthur Ponzio. Estos «demócratas» no escondían su apoyo a Farley. Cada vez que tocaba elegir comisión municipal, la lista de la organización constaba de tres republicanos y dos «Farléycratas». Este arreglo también se aplicaba a las elecciones a nivel del condado, por lo que Hap solo tenía que enfrentarse a una oposición simbólica. Por cada elección que ganaba, el poder de Farley en Trenton se consolidaba cada vez más, lo que le convertía en el jefe del capitolio estatal.

Después de más de veinte años al frente del partido mayoritario del senado, Hap Farley había conseguido establecer alianzas que iban más allá de la búsqueda de apoyos y mandatos para personas concretas. Le daban un control total sobre el proceso legislativo. Como era la persona con más poder en Trenton, podía imponer su veto a cualquier programa propuesto por la rama ejecutiva y raras veces le costaba obtener el apoyo del gobernador. En aquellas ocasiones en las que sí le costaba, simplemente esperaba hasta que un asunto adecuado saliera a debate e imponía su veto hasta conseguir lo que quería. La clave residía en elegir las batallas. No había nadie en Trenton que pudiera ofrecer resistencia al senador del Condado de Atlantic. Convertirse en gobernador habría significado una pérdida de poder. Pero había fuerzas que operaban para reducir su influencia a largo plazo.

Una de las claves para asegurar el poder de Hap Farley en la cámara del estado era la composición del senado. Independientemente de su población, cada uno de los 21 condados de Nueva Jersey estaba representado por un solo senador. Era una normativa que se mantenía vigente desde la Constitución original de 1776. Durante sus años en el senado, Farley siempre podía contar con los votos de sus homólogos del sur de Nueva Jersey como si fueran propios. Nunca necesitaba más de cuatro votos de los catorce restantes para controlar el senado. Las constantes mayorías republicanas, junto con su dominio de los representantes del Partido Republicano, garantizaban el control de Farley del senado.

En la década de 1950, los núcleos urbanos de Nueva Jersey experimentaron un crecimiento enorme. El censo de 1960 mostraba unos números que llamaban la atención a los políticos de los condados urbanos. Las estadísticas de población revelaban unas disparidades escandalosas. Un estudio preparado por la Universidad de Rutgers presentó las siguientes conclusiones: los senadores de los once condados más pequeños, que constituían la mayoría del senado estatal, tan solo representaban al 19 por ciento de la población total del estado; el Condado de Essex, con la ciudad más grande del estado, Newark, debería haber tenido una representación el 219,7 por ciento más grande; el Condado de Cape May debería haber tenido el 83 por ciento menos, según el mismo cálculo. El Condado Atlantic, con una población de aproximadamente 160.000 personas, tenía una representación relativa que era el 44 por ciento superior a la real. Estos datos eran típicos de muchos distritos legislativos a lo largo y ancho de Estados Unidos, y suponían un problema para el status quo.

En 1962, el fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos en el caso Baker contra Carr estableció el principio de «una persona, un voto» y obligó a los distritos federales y estatales a tener el mismo tamaño. El fallo en el caso Baker tuvo un impacto casi inmediato. Nunca antes había habido tanto ajetreo político en respuesta a un fallo de una Corte. Pocas horas después del fallo se presentaron demandas, tanto en las cortes estatales como en las federales, contra la representación legislativa existente. Una de las demandas surgidas a raíz del caso Baker fue presentada por Christopher Jackman, un líder sindical y activista político demócrata del Condado de Hudson, que más tarde se convertiría en el portavoz de la Asamblea de Nueva Jersey. Jackman pretendía que el poder legislativo del Estado tuviera en cuenta la población de sus distritos a la hora de establecer la representación. El fallo de la Corte Suprema estatal fue unánime en su valoración de que los distritos tanto del senado como de la asamblea debían estar basados en la población.

Uno de los jueces era el viejo aliado de Farley, Vincent Haneman, a quien el mismo Farley había recomendado para su nombramiento en la Corte Suprema. Haneman firmó la decisión de la Corte, pero no estaba a favor de su valoración y decidió escribir la suya propia. Su valoración comienza con estas palabras: «Llega un momento en la carrera de casi todos los jueces, cuando deben firmar una teoría legislativa que no apoyan a nivel personal.». El escrito de Haneman continuaba describiendo la historia de Nueva Jersey desde los días prerrevolucionarios, cuando la colonia estaba dividida en Nueva Jersey del Este y del Oeste. Explicaba que Nueva Jersey siempre había tenido una cámara alta y otra baja en su legislatura. A lo largo de la historia del Estado, la representación en el senado había estado «basada en el territorio, no en la población». Cada vez que se había revisado la Constitución del Estado se había preservado esta práctica. Haneman no veía razones para cambiarla, pero sabía que debía acatar la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos. La valoración del juez Haneman puede ser interpretada como una disculpa a un viejo amigo.

El fallo de la Corte fue un desastre político para Hap Farley. Ahora era uno entre cuarenta y controlaba tan solo una docena de votos, lo cual era un retroceso importante comparado con los tiempos en los que había sido uno entre veintiuno, con el poder suficiente para conseguir mayorías para cualquier proyecto de ley que quisiera sacar adelante.

Trenton no era el único lugar donde el poder de Farley se tambaleaba. En la superficie, la organización republicana local parecía tan potente como siempre, con candidatos que barrían en unas elecciones tras otras, pero los fundamentos se estaban tambaleando. La columna vertebral del imperio de Farley había sido machacada. Gradualmente, casi de manera imperceptible, el sistema local de distritos políticos se estaba cayendo a pedazos. Finalmente, las reformas gubernamentales que venían de las administraciones federales y estatales habían dejado su huella. El sistema de Nucky Johnson, calibrado hasta la perfección para repartir servicios y apoyos, y para formar a trabajadores políticos y candidatos, fue destruido por programas de bienestar social y servicios sociales.

Los fundamentos del sistema de distritos políticos consistían en proporcionar servicios a los miembros del partido y controlar la asignación de puestos políticos. Los programas de bienestar social promovidos por el New Deal[13] de Roosevelt durante la Gran Depresión crecieron y se multiplicaron hasta que la gente marginada de Atlantic City ya no tenía por qué acudir a su capitán de barrio con sus problemas. El cobro del paro y las ayudas de los servicios sociales significaban que los pobres de Atlantic City podían aguantar el tirón del invierno sin tener que pedir limosnas al Partido Republicano. Se tardó más de una generación en conseguir que los efectos del liberalismo social de Roosevelt incidieran sobre el sistema de los distritos, pero una vez que lo hicieron, el resultado fue permanente. Los servicios sociales habían dejado de ser una zanahoria política para los votantes leales al partido; ahora se habían convertido en un derecho.

El control sobre los empleos también era un problema. Aunque Jimmy Boyd y sus ayudantes mantenían un estricto control sobre todas las personas que se contrataban, los servicios sociales otorgaban una libertad sin precedentes a los funcionarios municipales y del condado. Al principio, Boyd pudo paliar los efectos de los servicios sociales mediante la limitación del número de plazas que salían a concurso y la manipulación de los criterios de elegibilidad para las oposiciones. Sin embargo, terminaron por imponerse poco a poco, y cuando lo hicieron, la influencia de Boyd sobre los trabajadores de los distritos disminuyó. Ahora, cualquier funcionario podía reírse del líder de un distrito. El negarse a realizar las tareas políticas ya no se traducía en despidos. La participación en la política de los distritos se había convertido en algo voluntario.

El golpe final al poder del sistema de los distritos fue el cambio de sentido del voto de la comunidad negra del balneario. Durante más de cincuenta años, Northside había sido una garantía de grandes mayorías para las listas electorales de la organización. Sin embargo, Hap nunca contó con el apoyo de los afroamericanos del que habían gozado el Comodoro y Nucky. Una vez más, el New Deal del presidente Roosevelt jugó un papel decisivo. Para millones de americanos marginados, en particular la comunidad afroamericana, Franklin Delano Roosevelt significaba un rayo de luz en la oscuridad. El mandato de Roosevelt fue el artífice de una coalición dedicada a hacer que el Gobierno trabajara para ayudar a los que menos tenían, y los votantes negros suponían un pilar básico para esta coalición nacional. Localmente, los negros no podían votar a nadie que no fuera candidato de la organización. Sin embargo, cuando Estados Unidos entró en la década de los sesenta y los afroamericanos comenzaron su lucha por los derechos civiles, la comunidad negra de Atlantic City se involucró en las campañas de apoyo político orquestadas por el Partido Demócrata. En parte, este cambio de lealtad se debió a que los negros identificaron las tácticas racistas empleadas por la maquinaria republicana. Una investigación de los registros de votantes del condado, publicada por el Press, reveló que las tarjetas electorales habían sido marcadas para indicar la raza. Cuando la noticia salió a la luz, la comunidad negra se escandalizó. Los votantes afroamericanos se habían escapado del control de los trabajadores de los distritos. Ya no era posible reunidos y llevarlos a las urnas para vender sus votos al Partido Republicano. Los votantes negros solo necesitaban el candidato demócrata adecuado para convertirse en una amenaza para Farley y su maquinaria.

Hap Farley sabía que el mundo había rechazado su modelo político, pero aun así se negó a retirarse o a cambiar sus métodos. En diez campañas, nadie había estado siquiera cerca de derrotarlo. El hecho de que sus adversarios fueran Farléycratas no importaba; la prueba del dominio tan total que ejercía en la política de Atlantic City residía en su capacidad para seleccionar los candidatos de la oposición. Este tipo de poder es adictivo y solo una persona extraordinaria habría podido dejarlo voluntariamente.

El primer desafío serio para el reinado de Farley como senador llegó en 1965. Fueron las primeras elecciones tras el fallo del caso Jackman y el plan inicial para la redistribución legislativa contemplaba una fusión entre los condados de Atlantic y Cape May, creando un solo distrito para su representación en el senado. Varios años después de las elecciones a la comisión municipal de 1952, el enemigo de Farley, Marvin Perskie, abandonó la ciudad y estableció su bufete de abogados en Widwood, en el Condado de Cape May. Farley había usado su influencia con los jueces locales y sus contactos en la comunidad empresarial para asegurarse de que Perskie no tuviera ningún futuro como político o abogado en Atlantic City. No es que Marvin Perskie se sintiera derrotado, simplemente era realista. No tenía sentido seguir dándose de bruces contra la maquinaria de Hap. Perskie abandonó la ciudad, pero nunca perdonó a Farley. Los dos eran enemigos acérrimos. Para el año 1965, Perskie ya se había establecido en Wildwood y tenía ganas de atacar a Farley de nuevo. A pesar de la influencia de los Farléycratas, Perskie estaba convencido de que la candidatura demócrata iba a ser suya, gracias al apoyo de los demócratas del Condado de Cape May y de la costa de la tierra firme del Condado de Atlantic.

Farley recordaba la campaña que Perskie había librado en 1952 y no tenía muchas ganas de enfrentarse a él cara a cara. Según un testigo, «Marvin tenía a Farley acojonado». Poco antes de la fecha tope para entregar las listas electorales de las primarias, el senado alteró los límites de los distritos y fusionó el Condado de Gloucester con Atlantic y Cape May para crear un distrito poco común. Este nuevo distrito electoral era demasiado grande para cumplir con las exigencias de igualdad demográfica, pero Farley solucionó el problema eligiendo a dos senadores de los tres condados. Farley eligió el Condado de Gloucester porque por aquel entonces estaba representado por un político popular, el republicano John Hunt. Con un compañero como Hunt como candidato, Farley tenía una ventaja sustancial sobre Perskie, que no contaba con apoyos firmes en el Condado de Gloucester. Farley tenía todas las papeletas para ganar a Perskie. Este, en vez de presentarse y perder en las elecciones al senado, prefirió presentarse a las elecciones a la asamblea, donde consiguió una victoria cómoda.

Gracias a los esfuerzos de un número pequeño pero creciente de demócratas independientes, el lugar de Perskie en la lista electoral demócrata fue ocupado por Leo Clark, un exagente del FBI.

Clark había nacido y crecido en Atlantic City. Había ido al instituto Holy Spirit, donde había destacado como deportista. Después de licenciarse en la Universidad de Notre Dame, había tenido una carrera impresionante en el FBI. Y lo que era más importante, Clark no era un Farléycrata y su candidatura presentaba una sólida amenaza a Farley, a quien no tenía miedo a atacar.

Por iniciativa de Perskie y el abogado local Patrick McGahn, Leo Clark puso a parir a Farley, acusándolo de corrupción y de prevaricación. Clark concentró sus ataques en el lastimoso estado de la cada vez más deteriorada economía del balneario, culpando al sistema unipartidista de los males de la ciudad. Aparentemente, la gente le escuchó y Clark dio a Farley el mayor susto de su vida. Clark ganó a Farley con una diferencia de más de 500 votos en el Condado de Cape May y consiguió unos resultados respetables en Gloucester, perdiendo por una diferencia parecida. Atlantic City, donde el Cuarto Distrito de Jimmy Boyd todavía era capaz de fabricar votos, marcó la diferencia en las elecciones. Clark perdió por una diferencia de poco más de 4.000 votos, lo más cerca que Farley había estado de caer derrotado en 28 años. La campaña de Leo Clark terminó en derrota, pero fue el inicio de un Partido Demócrata legítimo en el Condado de Atlantic.

Las siguientes elecciones, las de 1967, fueron una farsa. Previamente había habido otro fallo de la corte y otra redistribución de distritos había sido aprobada por la legislatura y por los votantes en unas elecciones generales. De nuevo, se había propuesto que los condados de Cape May y Atlantic se unieran para formar un solo distrito de cara a las elecciones al senado. Perskie había sido elegido como candidato demócrata y dedicó la primavera y el verano de aquel año a atacar a Farley. Perskie lo etiquetaba como un «dinosaurio político» y le acusaba de encabezar «una de las organizaciones políticas más viles que todavía existen en Estados Unidos».

El enfoque de Perskie era adecuado, pero sus esfuerzos fueron en balde. Esta vez fue la Corte Suprema estatal la que acudió al rescate de Farley. En respuesta a una demanda legal contra los distritos electorales de los condados de Union y Passaic, la Corte decidió, inexplicablemente, redistribuir por completo los distritos del estado entero. No se le había pedido a la Corte que analizara nada más que los condados de Union y Passaic, pero, por iniciativa propia, alteró la distribución de los distritos de los 21 condados. Como consecuencia del fallo de la Corte, Cape May fue fusionado con el Condado de Cumberland, dejando al Condado de Atlantic solo. De nuevo, Marvin Perskie fue derrotado.

El fallo de la Corte se produjo en julio y a esas alturas ni Leo Clark ni ningún otro candidato demócrata independiente podía hacerse cargo de la campaña. Los Farléycratas fueron los únicos que estaban organizados y eligieron a un desconocido en la política, Harry Gaines, que acudió a la matanza obedientemente. Tal y como se preveía, Farley fue reelegido para otro mandato de cuatro años con una diferencia favorable de más de 13.000 votos.

La nueva victoria de Farley no asustó a sus detractores. Estaban convencidos de que Perskie habría ganado si la Corte Suprema no hubiese manipulado la distribución de los distritos. Hap era el responsable del nombramiento de Vincent Haneman y, en calidad de miembro veterano de la Comisión Judicial, llevaba más de veinticinco años supervisando cada nombramiento a la Corte. Más que desanimarse, los detractores de Farley se reafirmaron en sus convicciones. Recibieron ayuda de los medios de comunicación locales, en particular del Atlantic City Press. A finales de 1969 y principios de 1970, el único periódico de Atlantic City publicó una serie de artículos basados en los informes de la investigación de Bernard Izes y John Katz. La corrupción llevaba tanto tiempo impregnando la administración de Atlantic City que los sobornos, los favores y los puestos políticos ficticios estaban a la orden del día en los procedimientos municipales. Tres generaciones de residentes de Atlantic City solo habían conocido administraciones deshonestas. El Press decidió arrojar un poco de luz sobre la organización de Farley.

Izes y Katz no necesitaban las habilidades de un detective para encontrar material para sus artículos sobre corrupción política. La maquinaria republicana operaba de manera totalmente abierta. Los reporteros comenzaron con los empleados uniformados de la ciudad, y descubrieron que 9 de cada 10 bomberos de Atlantic City realizaban contribuciones anuales al Comité Republicano del Condado de Atlantic. De los 221 hombres que estaban en nómina en el departamento de bomberos en el año 1968, todos menos 19 eran contribuyentes. En respuesta a estos informes, el jefe de bomberos Warren Conover afirmó que todas las contribuciones eran voluntarias y dijo que no había presión; a los bomberos se les decía, simplemente: «Quien quiera pagar, ya es hora de hacerlo, pero no habrá represalias contra aquel que no quiera hacerlo». Sin embargo, la investigación del Press contradijo a Conover, revelando que los asistentes de los jefes de bomberos recibían listas con los nombres de las personas que se habían negado a pagar a la organización. Los bomberos en cuestión eran siempre tachados de las listas de promoción funcionarial. En una ocasión, un bombero que estaba cualificado para ocupar una plaza que había quedado libre fue ignorado durante nueve años, sin que la plaza fuera ocupada por nadie.

La investigación de Izes y Katz revelaba que los puestos ficticios eran omnipresentes en los ámbitos políticos menores de la administración municipal y del condado. En cada departamento del ayuntamiento había empleados que nunca acudían a sus puestos de trabajo. Los reporteros pudieron demostrar que había una conexión directa entre los empleados ausentes y los trabajadores políticos de los barrios. Tal y como mandaba la tradición desde hacía casi setenta años, los ciudadanos pagaban la lealtad de los trabajadores políticos republicanos mediante sus impuestos. Varios ejemplos de los puestos ficticios explotados por la maquinaria de Farley, que cubrían toda la escala del fraude, eran los siguientes: un agente del departamento de Hacienda dedicaba el cien por cien de su tiempo a vender seguros desde su casa o a trabajar en la sede del Partido Republicano; otro investigador de los impuestos de lujo tenía un trabajo de jornada completa de conductor de autobuses y nunca acudía al ayuntamiento, salvo para recoger sus cheques; un asistente del supervisor de pesos y medidas había dedicado todo su tiempo a vender coches; un inspector de sanidad, que también era un fiel capitán de barrio, trabajaba a tiempo completo en un hotel local y mandaba a otra persona a recoger sus cheques.

Otra área expuesta por Izes y Katz era la de las comisiones de los contratos municipales y el negocio de las extorsiones organizadas por el ayuntamiento. Revelaban que nada había cambiado en el ayuntamiento desde la condena del Comodoro. Todo tenía su precio y si querías trabajar con el ayuntamiento tenías que compartir un porcentaje de tus beneficios o, si no, te ponían en la lista negra. Los negocios que eran inspeccionados con regularidad por potenciales violaciones de las normas de sanidad o seguridad de incendios no recibían el visto bueno hasta que no pagaban. Si no pagabas al inspector, te cerraba el negocio.

Ningún negocio cumplía con las normas si el ayuntamiento estaba involucrado. Solo se podía transferir una licencia para la venta de alcohol si la venta primero pasaba por las manos de Stumpy Orman. Eddie Helfant o Ed Feinberg tenían que ser los abogados que remitían la solicitud al ayuntamiento. Si no utilizabas a la gente adecuada, o si no engrasabas la máquina debidamente, no conseguías nada del ayuntamiento. Al final, los artículos de Izes y Katz provocaron una investigación por parte de la Fiscalía General de Estados Unidos, que desembocó en cargos contra el alcalde William Somers, varios miembros de las comisiones municipales y otros funcionarios. Estos imputados fueron bautizados con el nombre de los Siete de Atlantic City por parte de la prensa local, y un jurado federal los condenó a todos por sobornos, extorsión y prevaricación. Todos y cada uno de los condenados mantuvo silencio y nunca pudieron imputar a Farley.

La carrera de Frank Farley llegaba a su fin, pero él se negó a aceptarlo. Había dedicado la primera mitad de su vida al deporte y la segunda a la política, y había sido campeón en ambos mundos. Durante casi setenta años, la gratificación derivada del éxito en actividades competitivas había sido la vida de Hap Farley. Nunca en su vida había estado ausente la lucha, fuese en la cancha o en la política. Le resultaba imposible retirarse con elegancia. Al igual que un boxeador ya entrado en años que cree que puede ganar otro campeonato antes de retirarse, Hap Farley estaba destinado a ser noqueado.

El destino de Farley estaba ligado al de su ciudad. En calidad de jefe político de su ciudad, era el máximo responsable al que los votantes terminarían por acusar cuando las cosas empeoraran en el balneario. Era cuestión de tiempo que los súbditos de Farley le abandonaran y comenzaran a buscar otro líder con la esperanza de que otra persona pudiera cambiar el rumbo.

Aparte de la economía cada vez más debilitada del balneario y la exposición de la corrupción en su administración, había un creciente malestar en la organización republicana.

El éxodo de blancos de la clase media que en los años cincuenta y sesenta se marcharon de Atlantic City a las comunidades en la costa a lo largo de la Vía Costera, esto es, Absecon, Pleasantvile, Northfeld, Linwood y Somers Point, supuso un cambio dramático en la organización republicana a nivel de condado. Esta gente de tierra firme ya no tenía el mismo grado de compromiso con la maquinaria de Farley que el que sus padres y abuelos habían tenido con el sistema de los distritos políticos. Tenían más cultura, más dinero, no trabajaban en el sector turístico y no estaban en deuda con el Partido Republicano. La influencia de Atlantic City sobre la política del condado se había diluido. El poder ya estaba repartido de manera más uniforme, y los republicanos de la Vía Costera se estaban cansando de Farley. Querían un cambio de líder en su partido.

Los políticos comienzan a pensar en las siguientes elecciones nada más concluir las últimas. En cuanto las urnas se cierran y los votos quedan registrados, los posibles candidatos y sus seguidores ya comienzan a posicionarse para la siguiente contienda. Es al principio de este proceso cuando se forman coaliciones y se establecen acuerdos. Para el público general, los meses que transcurren tras unas elecciones pueden parecer aburridos, pero es en este período cuando los políticos toman sus decisiones acerca de quién será premiado y quién castigado por su papel en la última campaña. Es un período de gran importancia en el proceso político. Lo que el público ve después es puro maquillaje. Hap Farley había trabajado a destajo durante la campaña electoral de 1970 y todos sus candidatos ganaron —aunque con márgenes estrechos—, pero había gente en la organización republicana que había comenzado a verlo como una amenaza para el partido. Antes de que hubiera terminado el mes de noviembre, el descontento, que llevaba años burbujeando, alcanzó el punto de ebullición.

Menos de diez días después de las elecciones de 1970, Farley estaba acosado por una revolución. Comenzó con una resolución adoptada por el Club Republicano de Linwood. El grupo de Linwood era solo uno entre varios clubes republicanos de tierra firme que estaban impacientándose con el dominio opresivo que la asociación Farley-Boyd mantenía sobre el partido. El comunicado firmado por los republicanos de Linwood abogaba por una «reforma política y administrativa del Condado de Atlantic» y avisaba de que su partido «necesitaba un liderazgo más actualizado para hacer frente a las exigencias del mundo moderno. Hay que abandonar la política del pasado». El comunicado causó una revolución.

Al pedir a Farley que se retirase, la falange de Linwood destrozó la imagen pública de unidad que Farley había cultivado con tanto esmero. Hap solo pudo mantener el tipo gracias a su consentimiento de que se crease un comité ejecutivo a nivel de condado. La comisión actuaría como filtro para la selección de candidatos y aconsejaría sobre los trazos maestros de la política del partido. Compartir el poder suponía una concesión mayúscula para Farley, pero no era suficiente.

Mientras Hap Farley hacía todo lo que estaba en sus manos para mantener a raya sus problemas, los demócratas del condado por fin estaban organizándose. La campaña de Leo Clark de 1965 y las elecciones siguientes habían mostrado cómo los demócratas habían comenzado a abrirse paso a nivel local, eligiendo candidatos en varias comunidades de tierra firme. Sin embargo, el ritmo del desarrollo de una organización demócrata independiente era patético. El Partido Republicano había ocupado todos los puestos en la administración desde principios del siglo XX. Las únicas personas que estaban dispuestas a aliarse con una organización demócrata independiente eran bien idealistas que se oponían al gobierno del jefe, bien demócratas que se habían trasladado al Condado de Atlantic de otras zonas, o republicanos descontentos que habían sido rechazados por la estructura de poder del partido. Ninguna persona práctica que quisiera algo de la administración municipal o del condado se afiliaría jamás al Partido Demócrata. Uno de los republicanos descontentos de los que constituían los pilares de la organización demócrata era el abogado del balneario Patrick McGahn. Sus ritos de iniciación en el Partido Demócrata dan una idea de lo sofocante que se había vuelto el poder de Farley.

Patrick McGahn nació en Atlantic City en 1928. Su padre era inmigrante irlandés y dueño del Paddy McGahn's, un bar local en la intersección entre las avenidas Iowa y Atlantic. Hap Farley era el abogado de la familia McGahn, y tanto el padre como la madre de Pat eran firmes seguidores del senador. Paddy McGahn era activo en el Club Republicano del Cuarto Distrito y cuando falleció, en 1949, Nucky Johnson, Hap Farley, Jimmie Boyd y el alcalde, Joseph Altman, estaban entre los que llevaban el ataúd. Después de graduarse en el instituto y comenzar su primer año en la Facultad de Derecho, Pat McGahn fue llamado a filas por su unidad de reserva de los marines para luchar en la guerra de Corea. Destacó en su servicio y se convirtió en un héroe de guerra condecorado. Tras su regreso al balneario en 1953, McGahn pensó que podría involucrarse en la política local en vez de volver a la Facultad de Derecho. Había crecido en el sistema de los distritos políticos bajo el gobierno de jefes como Johnson y Farley. Comprendía cómo funcionaban las cosas y estaba dispuesto a convertirse en un peón de la organización de Farley, con el objetivo de ascender en la jerarquía. Por iniciativa de su madre, McGahn pidió cita con el senador para que Farley le aconsejara acerca de cuáles debían ser sus primeros pasos en el partido.

Hap Farley fue «muy amable» con McGahn, pero le avisó de que «había demasiada gente por delante de mí y que lo más sensato sería volver a la universidad y después buscar otra zona del Condado de Atlantic para iniciar mi carrera». A McGahn le pareció que Farley cerraba la puerta para futuras colaboraciones «con mucha elegancia». «Él tenía que cuidar de las personas que ya estaban dentro. No había sitio para más en la posada». Farley rechazó a McGahn sin saber siquiera qué podía ofrecer. De esta manera, Pat McGahn se convirtió en demócrata y otros muchos republicanos frustrados encontraron el camino al Partido Demócrata de manera parecida.

La frustración que los residentes de Atlantic City sentían al ver cómo su ciudad se deterioraba sin remedio aparente culminó en 1971. El beneficiario de esta marea emocional fue Joseph McGahn, el hermano mayor de Pat. El doctor Joseph L. McGahn era el candidato ideal para enfrentarse a Farley. McGahn era irlandés y católico, había nacido y crecido en Atlantic City, y había estudiado en el colegio de Our Lady Star of the Sea y el instituto Holy Spirit. Fue el primero de su promoción en el instituto y se licenció en Medicina en la Universidad de Pensilvania. Antes de meterse en la política, McGahn ya había desempeñado un papel importante y muy visible en la comunidad de Atlantic City. Había presidido la federación de béisbol juvenil Little League durante más de diez años y, como ginecólogo, McGahn y su socio habían asistido al parto de más de 12.000 bebés. Era una persona inteligente, elocuente y divertida que daba un trato personal a todos sus pacientes, y entre sus admiradores había miles de familias enteras. Era una cartera excelente para un aspirante a político.

La primera campaña política de Joe McGahn fue para las elecciones al ayuntamiento de la ciudad de Absecon, en 1966. Fue el único demócrata elegido en un concejo compuesto por siete personas. Dos años más tarde se presentó a las elecciones para la alcaldía y obtuvo un triunfo sorprendente, cosechando el doble de votos que su adversario en una ciudad sin apenas demócratas afiliados. Fue una hazaña llamativa que convirtió a «Doc Joe» en un líder entre los demócratas independientes. Con Joe como portavoz y Pat a cargo de la elaboración de las estrategias, los hermanos McGahn dedicaron su tiempo y su dinero a estructurar la organización demócrata del condado, fijando como objetivo las elecciones al senado de 1971. Tras las elecciones de 1970, por fin había un segundo partido legítimo, ya que los demócratas contaban con cuatro alcaldes y veinticinco concejales repartidos por el Condado de Atlantic. Estaban todavía muy lejos de crear aquella unión sin fisuras que los republicanos habían forjado a lo largo de los años, pero era una base lo suficientemente sólida como para que los McGahn pudieran preparar la batalla contra Farley con ciertas garantías.

Los hermanos McGahn llevaron la batalla al patio trasero de Farley. Sabían que necesitaban mucho más que el apoyo de demócratas e independientes para su campaña. La diferencia entre los votantes registrados era tan enorme que, para ganar, Joe McGahn necesitaba los votos de un gran número de republicanos afiliados. Apoyándose en los contactos que habían hecho a lo largo de los años, Pat y Joe McGahn se dirigieron a la organización republicana y comenzaron a socavar el núcleo del poder de Farley. El lugar natural para empezar era la tierra firme.

A los republicanos de la Vía Costera no les costó dar su apoyo a Joe McGahn. Joe era uno de ellos desde muchos puntos de vista. Se había trasladado a la tierra firme para escapar de la podredumbre de Atlantic City. Al igual que ellos, no veía ningún futuro en una ciudad o en una organización política dominada por un viejo autócrata cuyas prácticas estaban más adecuadas a la antigua política de los distritos de treinta años atrás. Esta gente de la tierra firme quería un cambio, aunque esto significase tener que votar a un demócrata. Cualquier duda que pudieran haber albergado fue despejada por la negativa de Farley a retirarse. Le habían dado una oportunidad de hacerlo. Podría haberse retirado de manera digna, tal vez incluso eligiendo a su sucesor. Probablemente alguien como el presidente del Consejo del Condado, Howard «Fritz» Haneman, el hijo de Vincent Haneman, el colega de Hap, habría sido aceptable para los detractores de Farley. Pero Farley se negó a entregar las riendas, y por eso los republicanos de la Vía Costera ya no tenían elección. Desde su punto de vista, Farley tenía que marcharse.

Con el apoyo de los republicanos de la Vía Costera asegurado, los McGahn se dirigieron a Atlantic City. Ese frente fue manejado con astucia por Pat. Los dos McGahn habían nacido en el Cuarto Distrito y tenían lazos importantes con esa comunidad, pero era Pat el que era hijo de su padre, el barman capaz de entender los deseos de sus clientes con un rápido vistazo. Como político, Pat tenía mucho en común con Nucky Johnson. Pat McGahn sabía cómo desenvolverse en la calle y tenía la piel curtida. Sabía qué hacía falta para sobrevivir en la vida política de Atlantic City. Al igual que Nucky, Pat podía ser tan feroz con sus enemigos como un perro callejero, pero también era generoso y leal a sus amigos.

No había apenas nadie en Atlantic City que no conociera a Pat McGahn y que no supiera que él era el motor de la campaña de su hermano. Su asociación era comparable a la división de responsabilidades que existía entre Hap Farley y Jimmy Boyd; Joe era el candidato y el tío simpático; Pat era el cerebro y el brazo ejecutivo. Al igual que en el caso de Boyd y Farley, Pat no tenía que obtener el permiso de Joe para tomar decisiones. A través de decenas de reuniones individuales con los trabajadores de los distritos, Pat explotó el malestar de los afiliados al Partido Republicano y les convenció para que apoyasen la candidatura demócrata.

Él sabía que muchos de ellos habían desaconsejado a Farley que se presentara a las elecciones, y que veían su derrota como algo inevitable. Pat McGahn les cortejó en términos que ellos podían comprender; estas eran unas elecciones que inauguraban una nueva era, iba a haber una transferencia de poder importante y ellos podrían llegar a formar parte del nuevo régimen. En resumidas cuentas, el tren ya estaba saliendo de la estación y esta era su oportunidad de subirse. Sus argumentos convencieron. Hubo pocas deserciones anunciadas públicamente, pero muchos trabajadores de los distritos animaron de manera discreta a sus vecinos para que abandonasen a Farley.

¡Y vaya si le abandonaron! Fue una derrota humillante. Farley perdió por un ratio de tres a dos, con un margen de casi 12.000 votos. La candidatura republicana perdió en 18 de los 23 municipios del Condado de Atlantic. En Atlantic City, Hap perdió por más de 2.000 votos.

En el Cuarto Distrito, el reino de Jimmy Boyd, donde Farley siempre había ganado por mayoría, a veces con hasta 5.000 votos de diferencia, los McGahn estuvieron a punto de igualar sus votos. Hap ganó a Joe McGahn por menos de 200 votos. Por primera vez en su vida, Hap Farley había sido abofeteado en público. Fue algo inédito para él y la decepción le dejó aturdido. A pesar del dolor, Farley aceptó la derrota con dignidad. No hubo salidas de tono ni palabras reprobatorias. Felicitó a Joe McGahn y le deseó lo mejor. Mantuvo su compostura caballeresca a lo largo de todo el proceso.

Si Hap Farley estaba arrepentido por lo que sucedió en la campaña de 1971, nunca lo expresó. Si se hubiera retirado voluntariamente, podría haberse convertido en el distinguido patriarca político del balneario. En vez de esto, tras su derrota —con la excepción de unas elecciones importantes en 1976— fue apartado como una reliquia sin valor alguno. Todavía había gente que le pedía consejo, pero eran pocos y siempre lo hacían en privado. El estigma del rechazo de sus votantes le condenó al ostracismo en la vida política; sin embargo, Farley no dejó que la amargura le consumiese y aceptó su destino. En los años que siguieron, hasta su muerte por cáncer en 1977, Farley mostraba su apoyo a la ciudad siempre que tenía la oportunidad.

De los tres jefes que controlaron la corrupción de Atlantic City, Francis Sherman Farley fue el que gobernó con más conocimientos sobre la administración y sabía mejor que los otros cuándo había que poner freno a los excesos ilegales. Hap Farley fue un gigante. En la historia de la política de Nueva Jersey, él juega en su propia división.