Hap
Cuando paró el ascensor, el único pasajero ya estaba esperando con impaciencia que se abrieran las puertas. Frank Farley salió como un rayo. Bajó por la sala casi corriendo. Todos los días le esperaban catorce sillas en la recepción de su oficina, cada una ocupada por alguien que quería pedirle algún favor. Al llegar, Farley saludó a todos y preguntó a su secretaria a quién le tocaba entrar primero. Después los recibió en su oficina de uno en uno, hasta que todos hubieran tenido la oportunidad de hablar con el senador.
Los residentes de Atlantic City habían comenzado a pedir favores que iban más allá de la política. Los deberes de Farley eran parecidos a los de un cacique feudal. Las peticiones de ayuda podían ser de cualquier cosa, desde cuestiones de trabajo, licencias y contratos municipales hasta consejos para solucionar problemas legales o personales, o solicitudes de ayuda económica. Nadie salía nunca completamente desanimado de la oficina. A veces, el senador infundía ánimos mediante una llamada telefónica en presencia de la persona solicitante. A menudo lo hacía a través de una carta dictada por Farley a su secretaria, Dorothy Berry, mientras la persona esperaba. En ocasiones no había solución posible, pero Farley nunca se lo decía claramente. En vez de eso, le remitía a otra persona que le daba las malas noticias. Independientemente del resultado, todo aquel que saliera de la oficina de Farley estaba agradecido por su ayuda. Era el nuevo jefe de la ciudad.
La transferencia de poder de Nucky Johnson a Frank Farley dice mucho tanto de Farley como de la organización que Nucky había montado. El tipo de control que Johnson ejercía no era algo que pudiera ser transferido sin más a otra persona. Las piezas que movían la máquina también tenían algo que decir acerca de a quién querían seguir. El tipo de autoridad que Nucky ejercía tampoco se podía usurpar por la fuerza; había demasiada competencia y nadie tenía una ventaja clara sobre los demás.
La estructura de poder que Nucky Johnson legó a sus sucesores era más compleja que la que él había heredado de Louis Kuehnle. El Comodoro había colaborado con la industria del vicio y había usado el dinero de la protección para construir su organización política, pero ambas esferas de poder se habían mantenido separadas. Bajo la dirección de Nucky, la jerarquía del crimen organizado local estaba unida a la cadena de mando del Partido Republicano de la ciudad. La estructura de poder era una única unidad integrada, compuesta de políticos y criminales. Las dos esferas de poder se convirtieron en una. Nucky presidía lo que se había convertido en una asociación perfecta, y la persona que fuera a ocupar su lugar debía contar con el respeto tanto de los políticos como de los representantes del crimen organizado.
Para el año 1940, tras varios años de investigación del FBI, la gente cercana a Johnson sabía que era una cuestión de tiempo el que lo enviaran a prisión. William Frank y sus agentes no abandonarían la ciudad hasta que no consiguieran ponerlo entre rejas. Una vez que Nucky fue formalmente acusado con cargos, varios de sus lugartenientes comenzaron a competir por subir el último escalón. Los dos competidores principales eran Frank Farley y el alcalde, Thomas D. Taggart, Jr.
Tommy Taggart había nacido en Filadelfia en 1903 y su familia se había mudado a Atlantic City cuando tenía seis años. Los Taggart eran una de los varios centenares de familias de Filadelfia que habían ido a vivir al balneario a principios de siglo XX. Thomas padre fue el jefe del servicio de cirugía del hospital de Atlantic City durante veinticinco años, y era uno de los miembros más respetados de la comunidad. La madre de Taggart pertenecía a una familia adinerada de toda la vida y se jactaba de que sus antepasados habían llegado a América con el Mayflower[8]. Si Atlantic City tenía una clase alta, los Taggart formaban parte de ella.
Tommy Taggart acudió al instituto de Atlantic City y después estudió Derecho en Dickinson. Recibió su diploma en 1927 y, apoyado por su familia, abrió su propio bufete de abogados. Taggart se sintió atraído por la política desde el principio y se unió al Club del Tercer Distrito Republicano, donde sirvió fielmente a la organización como voluntario en varias campañas electorales. Hacía de todo, desde redactar panfletos de propaganda e imprimir tiradas hasta repartirlos personalmente en la calle. A pesar de su ventaja educativa y de la posición social de su familia, Tommy Taggart trabajó codo con codo con los otros voluntarios del distrito. Pero no era «uno de los chicos». Una faceta poco conocida de su vida personal era que Taggart era homosexual. Un dueño de una taberna con muchos contactos habló de Taggart de la siguiente manera: «¿Qué puedo decir? Le gustaban los chavales, los chicos jóvenes. En varias ocasiones incluso llegué a organizar citas para él con maricones jovencitos muy guapitos. Pero era un pedazo de político, a pesar de ser maricón».
A Taggart le fascinaba más el poder político que la atracción de apuestos jóvenes. Estaba muy comprometido con la organización. Su compromiso y lealtad impresionaban a Nucky, y en 1934 Johnson le dio preferencia sobre otras personas con más experiencia, convirtiéndolo en candidato para la asamblea estatal. Tras su elección, el compromiso matrimonial de Taggart era con la política de Atlantic City. «Él era un hombre sólido de la organización. Tommy Taggart ascendió porque jugaba según las reglas del sistema de los distritos políticos».
Una vez elegido, Taggart descubrió que la campaña nunca llegaba a su fin. Se esperaba de él que se dedicara día y noche a servir a la comunidad; sin embargo, el sueldo anual de un miembro de la asamblea era de 500 dólares, lo cual no llegaba ni para cubrir la mitad de las horas que debía dedicar a la política. Nucky complementaba sus ingresos con un segundo oficio, el de secretario de la policía. Este puesto era comparable al del juez de un juzgado municipal de hoy en día, y Taggart se dedicaba a arbitrar en casos de delincuencia menor, ofensas de desorden público e infracciones de normas de tráfico.
El tribunal municipal era una parte delicada del sistema de distritos políticos y el juez que lo presidiera tenía que ser un jugador de equipo. «Si a tu tío le metían en el calabozo por emborracharse, el líder del distrito lo sacaría. Si a tu hijo le pillaban de forma casual en un lugar donde no debía estar, el líder del distrito se lo llevaría de ahí. Si tu hermano se metía en una pelea, el líder del distrito se aseguraría de que no fuera condenado por ello». El líder del distrito o sus capitanes de barrio necesitaban acceso directo al tribunal. Tenían que arreglar las cosas cuando uno de sus miembros se metiera en algún embrollo legal. Si el líder del distrito no era capaz de ayudar a sus súbditos, perdería sus votos. El puesto de secretario de policía tenía que estar ocupado por alguien que estuviera dispuesto a manipular la ley siempre que fuera necesario. Tenía que saber qué hacer cuando el líder de un distrito entraba en su oficina y dejaba varias citaciones judiciales sobre su escritorio con estas palabras: «Toma, ocúpate de esto».
Tommy Taggart sabía cómo tenía que manejar las cosas un secretario de policía. Comprendió que su nuevo puesto podría ser una herramienta poderosa para dar un empujón a su carrera y no desaprovechó la oportunidad. El servicio en el tribunal municipal le puso en contacto diario con los líderes de los distritos y los capitanes de barrio de toda la ciudad. Su puesto le permitió recoger cientos de IOU[9] políticos de los residentes de Atlantic City. Fue reelegido para la asamblea en 1936 y en 1937 fue elegido para un mandato de tres años como senador del Estado. Taggart era el candidato republicano más popular de la ciudad y se consideraba heredero, por derecho propio, del poder de Nucky. Cuando la investigación del FBI comenzó a intensificarse y varias personas clave fueron acusadas y condenadas, «Taggart pensó que el momento de hacer un nuevo reparto de poder había llegado» y comenzó a posicionarse para convertirse en el nuevo jefe.
Taggart dio el paso en 1940. Aquel año se presentó a las elecciones para otro puesto en la administración pública. Estaba en la lista de candidatos de la maquinaria republicana para un puesto en el concejo municipal. Se sabía que después de las elecciones él sería elegido alcalde por los demás concejales. En el proceso de selección de los candidatos, Taggart cometió un error. Se opuso a la decisión del partido de incluir a uno de sus colegas, Al Shahadi, en la lista electoral. Taggart temía que Shahadi pudiera dar su apoyo a otro candidato a alcalde en vez de a él. Al final Shahadi fue incluido en la lista y después de las elecciones dio su apoyo a Taggart para la alcaldía, al igual que los demás concejales. Sin embargo Taggart había dañado su reputación en la organización. Era un poco demasiado ambicioso. Había demostrado que «tenía sus propios planes» y eso molestaba a Nucky y a sus lugartenientes más importantes. Taggart comenzó su mandato como alcalde en mayo de 1940 con un ambiente marcado por el resentimiento, a pesar de su popularidad personal.
El miembro de la asamblea Frank Farley se había fijado en las maniobras de Taggart. Farley, que era un joven abogado local que no contaba con ninguna de las ventajas sociales de Taggart, había sido elegido para la asamblea en 1937, cuando Taggart fue nombrado senador del Estado.
Francis Sherman Farley («Hap») nació en Atlantic City el 1 de diciembre de 1901. Era el último de los diez hijos de Jim y Maria (Clowney) Farley, en una familia que tenía que luchar por conseguir comida y ropa para todos sus miembros. La familia de Farley vivía en la avenida Pennsylvania, en una zona que se estaba convirtiendo en una parte de Northside a pasos agigantados. Solo los blancos pobres vivían al lado de los negros. Y las putas también estaban en esta zona. El hogar de los Farley estaba a la vuelta de la esquina de Chalfonte Alley, el barrio chino local. Las prostitutas y sus vecinos convivían pacíficamente y Chalfonte Alley era parte del barrio. De niño, Hap repartía periódicos y cuando ya iba al instituto trabajaba en el turno de noche del periódico local, el Press Union, como corrector de pruebas.
Jim Farley era el secretario del departamento local de bomberos y era una de las personas que lideraban la campaña por profesionalizar el servicio de bomberos, que por aquel entonces estaba basado en el trabajo voluntario. A través de su prominente posición en el movimiento que abogaba por montar un departamento de bomberos profesional, y gracias a sus esfuerzos como voluntario en un distrito electoral de la organización de Kuehnle, Jim fue nombrado secretario en 1904. No era un empleo bien pagado, pero era seguro y proporcionaba ingresos los doce meses del año, algo que no se podía decir de la mayoría de los residentes locales.
Este sueldo fijo significaba mucho para un hombre que tenía diez críos. El puesto de secretario del departamento de bomberos también era una posición estratégica para repartir favores, y Jim Farley usó su poder para hacer amigos. A lo largo de los años, ayudó a varios de sus hijos a conseguir trabajo en los departamentos de bomberos y de policía. Los Farley eran una familia leal a la organización y marchaban al son de la música del Partido Republicano. A cambio recibían favores de las organizaciones de Kuehnle y Johnson. Hap aprendió de su padre y de sus hermanos que el sistema de distritos políticos era la institución más importante de la ciudad.
La persona más importante en la vida del joven Frank Farley era su hermana Jean. Había una diferencia de veinte años entre el mayor y el menor de los hijos. Es típico en una familia grande que los niños se agrupen en parejas y se hagan más íntimos con un hermano concreto que con los demás, y Frank era inseparable de su hermana Jean. Ella fue su amiga más cercana, su confidente y su seguidora incondicional durante toda su vida. Jean sabía que su hermano menor tenía un gran potencial y le animó para que fuera a la universidad. Hizo sacrificios y se privó de muchas cosas para que su hermano pudiera terminar sus estudios de Derecho en la universidad. A lo largo de su carrera, Hap se reunía todas las mañanas con Jean para pedirle consejo. Cuando había que tomar una decisión importante, Hap no actuaba hasta que no hubiera hablado con su hermana mayor.
Farley no tenía nada de la excentricidad de Nucky. «Monástico» es el adjetivo que mejor describe su compromiso con la política de Atlantic City. Vivía para servir a su ciudad. Hap era un hombre alto con un cuerpo atlético y manos grandes y fuertes. Peinaba su pelo cada vez más ralo hacia atrás y no vestía nada más que trajes de doble botonadura y zapatos de punta perforada. Su postura típica era con los hombros inclinados hacia delante, con sus ojos grises fijos en algún punto delante de él y su caminar era tan rápido que casi parecía que estuviera corriendo, fuera cual fuese el destino. Hablaba con la apremiante sinceridad de un exigente cura parroquial. No tenía mucho talento para los discursos públicos, pero era un comunicador persuasivo en las conversaciones privadas. A diferencia de Nucky y el Comodoro, Farley era irlandés y católico, el primero de su grupo étnico en alcanzar una posición de poder en Atlantic City.
Frank Farley era un jugador de equipo y muy activo. De joven desarrolló una pasión por los deportes que duró toda su vida. En el instituto jugaba al fútbol americano en la posición de fullback, era receptor en el equipo de béisbol y jugaba de ala pívot en el equipo de baloncesto. Era un deportista nato que sobresalía en baloncesto. Cuando estudiaba Derecho, era titular del equipo de baloncesto de la Universidad de Georgetown. A Farley le encantaban la competición y las emociones de los deportes, pero —y esto era más importante— disfrutaba más todavía de la camaradería. Él era la chispa detonante que ponía en marcha las cosas, fuera un partido o una sesión de entrenamiento. Sus compañeros de equipo le dieron el mote de Happy, que se convirtió en Hap cuando dejó atrás la adolescencia.
Farley tenía una manía especial, que algunos llamarían una obsesión, a la hora de cultivar sus amistades. Todos los amigos que hizo a lo largo de su vida nunca dejaron de ser íntimos. Las nuevas amistades entraban a formar parte de la red social de Farley y descubrían que de repente tenían a alguien que se acordaba de su cumpleaños, les escribía una carta cuando estaban enfermos o les llamaba inesperadamente solo para charlar.
Una de estas amistades se forjó en 1921, en el verano que separaba los estudios de Farley en la Universidad de Pensilvania de sus estudios de Derecho en la Universidad de Georgetown. Aquel verano, Hap conoció a otro estudiante de Derecho que estaba trabajando como recepcionista en el turno de noche de un hotel de Atlantic City. Ese estudiante era John Sirica, que años más tarde se haría famoso por ser el juez que presidía el juicio contra Nixon por el caso Watergate[10]. Farley y Sirica siguieron siendo amigos hasta la muerte de aquel. El juez Sirica hablaba de Farley con mucha cordialidad y humor, recordándolo como «uno de los tipos más amables que he conocido en mi vida. […] Nos conocimos un verano en Atlantic City y nos hicimos grandes amigos en la carrera de Derecho. Después me llamaría de vez en cuando y no pararíamos de hablar. Nunca sabía cuándo podía esperar una llamada suya. Una vez hablamos de los acusados del caso Watergate y lo estúpidos que eran todos ellos al pensar que podrían salirse con la suya tras cometer perjurio. Joder, cualquier estudiante de primero de carrera habría tenido la astucia de acogerse a la Quinta Enmienda antes de mentir bajo juramento. A pesar de su postura política, Hap pensaba que Nixon y la gente que lo rodeaba en aquella ocasión eran unos idiotas». Pero Farley tenía más cualidades además de una personalidad amena.
Hap Farley se tomaba la vida como una competición seria. Categorizaba todo en términos del «equipo». O eras parte de su equipo o no lo eras. Su actitud hacia cualquier actividad, fuera trabajo o deporte, era la de una imperiosa necesidad de triunfar. Si no podía hacer una cosa bien, prefería no hacerla. «Hagas lo que hagas, hazlo bien o no lo toques». Este lema guiaba la vida de Farley. Un amigo de toda la vida recuerda: «Hap era uno de estos tipos que, cuando había que hacer algo, se dedicaba a eso y nada más que a eso».
Al volver a casa tras licenciarse en Derecho, Farley tenía más interés por los deportes que por las leyes y la política. Era activo en béisbol y baloncesto, y jugaba en una liga semiprofesional de béisbol con el Club de Melrose y como ala pívot en el Morris Guards. También entrenaba a los equipos de baloncesto del Club Católico de Atlantic City y de la compañía Schmidt Brewers, y consiguió ganar varios campeonatos ligueros para estos dos clubes. Las actividades deportivas de Farley continuaron durante más de diez años después de que se hubiera licenciado en Derecho. Mientras que otros abogados jóvenes perfeccionaban sus habilidades y montaban sus propios bufetes, Hap Farley se dedicaba a los juegos de balón y a crear una red social que se convirtió en la base para su carrera política. Años después de retirarse de la política, todavía había gente de su quinta que lo recordaba en primer lugar como deportista antes que como político. Sin embargo, los compañeros de equipo de Farley no eran del tipo de clientes que pagaba tarifas sustanciosas, y el poco trabajo legal que le llegó a través de los deportes no bastaba para crear un bufete con éxito.
Años más tarde, Farley contaría cómo llegó a dedicarse a la política. Siempre decía que todo había empezado cuando el instituto donde él entrenaba negó el acceso al gimnasio a su equipo de baloncesto. Él había defendido el derecho de su equipo. Es verdad que Hap lideró un movimiento por conseguir más facilidades para sus jóvenes deportistas, pero ese no fue el motivo que le impulsó a hacer carrera política. Lo que realmente le motivó fueron los años en los que luchó a contracorriente por sacar adelante su bufete de abogados. En cambio, varios de los hermanos Farley, que no tenían una formación universitaria, habían ascendido en la jerarquía de la organización de Johnson y ocupaban puestos bien pagados y seguros en los departamentos de bomberos y de policía. Durante la Gran Depresión, estos trabajos eran apetecibles para un abogado que tenía que luchar para poder pagar el alquiler. Farley se dio cuenta de que el sistema de los distritos políticos era su mejor opción si quería abrirse camino en Atlantic City.
Más o menos al mismo tiempo que Farley comenzó a dedicarse a la política, se casó con su novia del instituto, Marie «Honey» Feyl Hap y Honey se habían conocido cuando eran todavía adolescentes. Ella era de una familia socialmente prominente de Atlantic City que no aprobaba la relación de su hija con Hap. A sus ojos los Farley eran Shanty Irish[11] orgullosos pero pobres y simplones. «Los padres de Hap eran pobres, y los Feyl siempre pensaban que su hija era demasiado buena para él»». Durante los primeros años de su noviazgo mantenían la comunicación a través de cartas, entregadas por una de las amigas de Honey. Hap fue a la universidad y Honey comenzó a trabajar como secretaria en una oficina de una inmobiliaria local. Su relación era sólida y su correspondencia continuó mientras Hap estudiaba fuera. Después de que él se licenciara como abogado, continuaron saliendo durante otros cinco años hasta que al final se casaron en 1929. Pero Marie Feyl tenía una enfermedad que le hizo sufrir durante todo su matrimonio con Hap. «Desde que la conocí, Honey era alcohólica. Recuerdo que la primera noche después de su luna de miel —mi apartamento estaba justo debajo del suyo— Hap subió las escaleras con ella en brazos, y no era porque se acabaran de casar. Ella estaba demasiado borracha para caminar. Y así era la mayoría de las noches». Nunca tuvieron hijos y Hap quiso a Honey hasta el día que murió. Ni siquiera sus amigos más íntimos detectaron ni un solo amago de infidelidad.
El trabajo de Honey en la Inmobiliaria Fox le puso en contacto con Herman «Stumpy» Orman. Stumpy Orman era agente inmobiliario y conoció a Farley a través de Honey. Orman apenas tenía estudios pero era más astuto y espabilado que nadie en Atlantic City. Las cosas le habían ido bien durante la época de la Ley Seca y era uno de los lugartenientes clave de Nucky. Orman sabía aprovechar sus oportunidades. Se hizo amigo de Farley e invitaba a Hap y Honey a cenar con frecuencia. A través de su relación con Orman y de lo que observó de Nucky Johnson, Farley aprendió la dinámica de las relaciones entre el crimen organizado y los políticos. Cuando a Farley le dieron el visto bueno para presentarse a las elecciones a la asamblea del Estado de 1937, Stumpy Orman le ofreció su apoyo y aportó el dinero que necesitaba para montar su campaña. Esta inversión marcó el inicio de una alianza que generó beneficios para ambos durante los siguientes veinticinco años.
La importancia de la red social que Farley había creado a lo largo de los años se hizo patente en los resultados de las elecciones de 1937. En su primera batalla electoral, Farley superó las expectativas y estuvo a ciento veintisiete votos de ganar al candidato principal, Tommy Taggart. Estas fueron las cuartas elecciones de Taggart y antes de la llegada de Farley se le consideraba el candidato republicano más popular. Con los buenos resultados de las elecciones de 1937, Farley se convirtió en una fuerza reconocida dentro del Partido Republicano. Farley, junto con otro candidato de la misma campaña, Vincent Haneman, un abogado local popular y alcalde de la ciudad vecina Brigantine, comenzaron a darse a conocer como políticos en el Condado de Atlantic y en el Gobierno estatal. Farley y Haneman funcionaban bien juntos y se convirtieron rápidamente en un equipo potente que fue reelegido por grandes mayorías en 1938 y 1939.
Taggart, Farley y Haneman eran los candidatos más evidentes para sustituir a Nucky Johnson. Aparte de ellos, había otros tres que contaban con apoyos importantes dentro del partido: James Carmack, un dentista local con buenos contactos sociales y políticos; Walt Jeffries, excongresista de Estados Unidos y sheriff del condado; y Joe Alman, concejal del ayuntamiento, antiguo miembro de la asamblea y secretario de la policía. Farley analizó las cualidades, las debilidades y las ambiciones de sus competidores y diseñó una estrategia para batirlos a todos y cada uno de ellos. Comenzó con Haneman.
Cuando Taggart se convirtiera en alcalde, los líderes del partido no permitirían que volviera a presentar su candidatura a las elecciones para el senado estatal. Tanto Farley como Haneman podrían haber sido candidatos para sustituir a Taggart. Haneman era popular y más respetado por sus cualidades intelectuales como abogado. Si Haneman se esforzaba en las elecciones, probablemente ganaría. Farley sabía que a su amigo le gustaba el derecho más que la política y que preferiría ser juez antes que político. También pensaba que Haneman no estaba lo suficientemente curtido como para aguantar la lucha por sustituir a Nucky. Farley sabía que el apoyo de Haneman le daría ventaja sobre cualquier otro rival que se metiera en la contienda. A cambio del apoyo de Haneman para convertirse en senador y presidente del partido, Farley le ofreció su ayuda para que Haneman fuera nombrado juez. En 1940, Haneman fue elegido juez del Tribunal de Primera Instancia y posteriormente, en 1960, fue ascendido a la Corte Suprema Estatal, donde tuvo una brillante carrera como jurista.
El siguiente era Carmack. James Carmack nunca fue un competidor serio en la lucha por sustituir a Nucky, pero él creía que lo era, y su dinero y contactos sociales constituían una fuerza a tener en cuenta. Farley tenía la impresión de que Carmack solo quería un puesto de prestigio en la administración. Eso dejaría satisfecho a Carmack y le mantendría fuera de la carrera para suceder a Nucky. Farley y Haneman apoyaron la candidatura de Carmack para sheriff del condado en 1941, y el nuevo sheriff se unió a las filas de Farley.
Después le tocó el turno a Jeffries. Walt Jeffries era un viejo republicano que conseguía muchos votos en todas las campañas. Se había abierto camino desde la administración local de la comunidad costera de Margate, hasta acabar en el Congreso de Estados Unidos. A Jeffries no le interesaba tanto el poder como un puesto bien pagado, para redondear su carrera. La condición quid pro quo para que Jeffries apoyase la candidatura de Farley de convertirse en presidente del partido era la intercesión de Hap para que se le ofreciera el puesto de tesorero del condado a Jeffries sin oposición cuando Johnson tuviera que dejarlo.
El sueldo del senado de Farley no era suficiente para vivir, y él mismo quería ser tesorero. Haneman le aconsejó que tuviera paciencia. Jeffries sustituyó a Nucky como tesorero solo por un mandato de tres años cuando este fue a la cárcel en 1941. Tres años más tarde, en 1944, Farley ya contaba con los votos que necesitaba entre los miembros del Consejo del Condado y echó a Jeffries, quedándose él con el puesto hasta 1970.
Finalmente, quedaba Altman. Joe Altman era un político listo y experimentado. «Era el hipócrita más elegante que ha existido jamás», popular entre los líderes del partido y el público en general. Sin embargo, Altman no era ambicioso. Estaba contento con seguir la estela de Nucky. Tal vez contara con el apoyo suficiente, pero él no iba a intentar convertirse en el nuevo jefe. Esto habría supuesto demasiado trabajo. Joe Altman prefería jugar a las cartas todas las tardes en el Club Lion's. Farley veía que lo que Altman quería era un puesto seguro y con prestigio. Quería ser alcalde, siempre y cuando otra persona hiciera de jefe. Farley aseguró a Altman que lo apoyaría como alcalde una vez que Taggart se hubiera marchado. Altman se convirtió en alcalde en 1944 y se quedó con el puesto, acatando las órdenes de Farley, durante los siguientes veinticinco años.
Otro contrincante, cuyo apoyo era fundamental para que Farley se hiciera con el poder, era James Boyd, secretario del Consejo del Condado. Boyd era la mano derecha de Nucky Johnson en la política, y el líder del poderoso Cuarto Distrito. Boyd se dio cuenta de que, entre todos los aspirantes a hacerse con el trono de Nucky, Farley era el único que le permitiría tener el mismo control sobre la organización que había disfrutado con Nucky. Boyd no tuvo más remedio que apoyar a Farley.
Finalmente, en cuanto al apoyo del propio Johnson, Farley no podía llegar a ningún tipo de acuerdo con él. Nucky estaba tratando de evitar la cárcel y, al centrar sus fuerzas en esquivar los movimientos del FBI, su presencia política se desvanecía. Farley no tenía nada que ofrecer a Nucky excepto su apoyo moral y la promesa de que la nueva esposa de Nucky, Flossie, tendría un trabajo en la administración municipal. El truco residía en mantener la fidelidad, pero también la distancia.
Cuando las figuras clave de la maquinaria republicana cerraron filas detrás de Farley, Taggart emprendió el camino que le llevó a la ruina. No se contentó solo con ser elegido alcalde, sino que insistió también en ser nombrado director de las fuerzas de seguridad pública, lo cual le proporcionaba un control directo sobre el departamento de policía. Taggart pensaba que podía utilizar su poder para hacer recapacitar a la industria del vicio con fuerza bruta. Comenzó a llevar un par de revólveres de seis balas, con perlas incrustadas en la culata, y la prensa local empezó a llamarlo «Tommy Tirador». En el verano de 1940, mientras Johnson estaba pendiente de su juicio, Taggart comenzó a efectuar registros en unas cuantas salas de juego por toda la ciudad. Tenía una emisora de policía en su coche y se encargaba personalmente de llevar a cabo los registros.
A través de sus actuaciones en las salas de juego, Tommy Tirador estaba enviando el mensaje de que él era el nuevo jefe, y que los propietarios de los negocios ilegales tenían que hacer lo que él decía, porque si no, cerraría sus negocios. Los registros de Taggart causaron sensación tanto en los medios de comunicación locales como a nivel nacional. Nunca antes un político de Atlantic City había declarado la guerra al crimen organizado. Cuando la industria del vicio se negó a apoyarlo, él aumentó la presión, presentándose él mismo como un cruzado que pretendía limpiar la ciudad. Tommy Taggart, «el hombre sólido de la organización» que durante sus tiempos de secretario de la policía había manipulado la ley para promover su carrera política, ahora se había convertido en un reformador.
Pudo conseguir impactantes titulares en los periódicos fuera de la ciudad, pero, políticamente hablando, las acciones de Taggart fueron un desastre. El intento de Tommy Tirador de hacerse con el poder falló. Los que apoyaban a Farley extendieron el rumor de que Taggart, aparte de ser un incordio de primer orden, también era homosexual. Su reputación fue seriamente dañada y, en abril de 1941, los líderes republicanos montaron un «Consejo de Guerra» con el fin de despojar a Taggart de su puesto. Aquel mes de mayo, solo un año después de que Taggart hubiera sido elegido alcalde, los capitanes de barrio estaban recogiendo firmas para convocar unas elecciones anticipadas y echar a Tommy Tirador.
Las elecciones anticipadas nunca se produjeron. En vez de eso, Frank Farley organizó un golpe que eliminó cualquier posibilidad de que los votantes hicieran algo que no estuviera previsto. Por iniciativa de Farley, los concejales del ayuntamiento adoptaron dos «resoluciones reventadoras» que convirtieron a Taggart en una mera figura decorativa. Mientras Taggart estaba fuera de la ciudad, los otros cuatro concejales eliminaron los derechos del alcalde de supervisar el departamento de la policía, el tribunal municipal, el departamento de urbanismo y la oficina de relaciones públicas. Taggart solo era alcalde de nombre. Los cuatro concejales emitieron un comunicado en el que declaraban: «Hemos hecho lo posible» por ayudar al alcalde, pero «ha sido incapaz de cumplir debidamente con sus deberes en los departamentos». Esta fue la única declaración oficial que realizaron.
Farley dio instrucciones a todo el mundo de que esquivaran las preguntas de los medios de comunicación. Farley y sus aliados siguieron la máxima política de Calvin Coolidge: «Nunca he tenido que explicar algo que no he dicho». Taggart sabía quién estaba detrás del golpe, pero no pudo hacer nada al respecto. Llegado el mes de mayo de 1942, con Nucky en la cárcel, todos los nombres importantes habían cerrado filas tras Farley. Taggart presentó una demanda a sus colegas del concejo municipal para recuperar el poder y perdió, siendo sustituido como alcalde por Joe Altman en 1944. Más tarde, Taggart atacó a Farley y trató de hacerle la vida imposible con todos los medios que estaban a su disposición, pero no le sirvió de nada. Agotado y frustrado hasta el final de sus días, Tommy Taggart murió, según muchos de agotamiento mental, en septiembre de 1950. Fue destruido por un sistema que solo había llegado a comprender en parte.
Una anécdota que dice mucho acerca de los mecanismos de la transferencia de poder de Nucky a Frank Farley es el asesoramiento jurídico que Farley prestó a George Goodman. Mientras Taggart estaba liderando sus cruzadas contra los juegos de azar y acaparando portadas, Farley estaba en la sombra, usando su talento como abogado para ayudar a la industria del vicio local.
George Goodman era el operador del servicio de información de las carreras de caballos para las salas de juego de Atlantic City. Tenía un cable privado conectado a sus oficinas, que a su vez estaba conectado a otros veintitrés establecimientos de Atlantic City. En 1940 la compañía Bell de Nueva Jersey notificó a Goodman que iba a cortar su servicio telefónico. La compañía de telefonía estaba preocupada por el riesgo de que la acusaran de proveer servicios a una empresa ilegal. Farley intervino a favor de Goodman y se reunió con Frankland Briggs, el representante legal de Bell. Más tarde, Briggs testificó en un procedimiento legal: «Él [Farley] me dijo que Goodman admitía que estaba involucrado en el negocio de las apuestas, pero que no era ni corredor de apuestas ni jugador, sino que se dedicaba exclusivamente a transmitir información. El señor Farley argumentó que su cliente tenía derecho a proporcionar semejante información y que había tan pocas razones para detenerle a él como para detener a los responsables de los periódicos o las cadenas de radio que transmitían noticias de carreras». Farley consiguió prolongar el servicio de Goodman varias veces, pero al final ganó la compañía de telefonía. Por representar a Goodman, Farley se ganó el respeto de los mafiosos de Atlantic City, lo cual era fundamental para poder convertirse en jefe. Valoraba el apoyo del mundo del crimen organizado, pero lo que Farley más quería era el respeto de los líderes políticos del estado.
Sus años como miembro de la asamblea habían causado una impresión duradera, y con su elección al senado del Estado en 1940, Hap Farley había llegado al lugar donde quería estar. Las abrumadoras mayorías que el Partido Republicano del Condado de Atlantic siempre conseguía en las elecciones primarias republicanas garantizaban una posición prominente del sucesor de Nucky en la política republicana a nivel estatal. El papel doble de Farley como jefe y senador le ponía en contacto frecuente con los líderes de ambos partidos. Por aquel entonces, el sur de Nueva Jersey estaba ampliamente dominado por los republicanos y el Condado de Atlantic era el condado republicano más importante. Hap no tardó en convertirse en portavoz oficial de los siete senadores del sur de Nueva Jersey.
A Farley le encantaba su trabajo como senador del Estado y trabajaba sin cesar por llegar a ser un legislador eficaz. Analizaba el trabajo de sus veinte colegas y siempre sabía qué asuntos les preocupaba. La relación de Farley con sus colegas del senado estaba marcada por «una constante cortesía, amabilidad personal y compromiso total con todas las decisiones que se tomaban». Tal y como recordó el senador Wayne Dumont, colega de Farley durante veinte años, «él nunca se comprometía con algo a la ligera, pero siempre podías contar con su palabra, era perfectamente válida. Yo sabía que si él me prometía algo no tenía que preocuparme, porque se mantendría fiel a su palabra». Y él esperaba de todos los demás que hicieran lo propio. «Si le fallabas una sola vez a Hap Farley, no había nada más que decir. Él nunca volvía a tener trato contigo».
Frank Farley tenía un talento especial relacionado con el proceso legislativo: nunca se olvidaba de las condiciones de una alianza, esquivaba con mucha elegancia las obligaciones que pudieran provocar conflictos de intereses, y siempre sabía por dónde entrar en cualquier proceso legislativo. «Él se acordaba si te había estrechado la mano prometiéndote que iba a hacer algo. Podías contar con ello. Hap se acordaba de todos los acuerdos, no se olvidaba de nada».
Su actitud hacia el proceso legislativo era provinciana: Atlantic City y el Condado de Atlantic constituían sus únicos intereses. Siempre y cuando no hiciera daño al Condado de Atlantic, Farley apoyaría cualquier legislación diseñada para ayudar a un condado de otro senador. Nunca se metió en asuntos a nivel estatal per se, a no ser que afectaran al Condado de Atlantic; si era así, entonces daría un paso hacia delante para controlar la situación. Si Hap no podía ayudar a un colega con un asunto legislativo que era importante para él, nunca le ofendía, dejando que otros le transmitieran la mala noticia.
A diferencia de la mayoría de los políticos, que siempre andan pendientes de las próximas elecciones para hacerse con un puesto mejor, Farley no aspiraba a trepar en la jerarquía. Hubiera podido presentarse a las elecciones para el Congreso, para gobernador o para el Senado de Estados Unidos en varias ocasiones, pero eligió no hacerlo. Sabía que la organización republicana de Atlantic City se consideraba una de las máquinas políticas más corruptas del estado, superada solo por el régimen demócrata de Hague-Kenny en la ciudad de Jersey. «Hap era demasiado listo como para creer que podía ser algo más que el jefe del Condado de Atlantic». Si se hubiera presentado a unas elecciones para un puesto en la administración estatal, Farley se habría expuesto a sí mismo, y a su organización, a un escrutinio que prefería evitar. Era consciente de ello, pero el hecho de ser el senador del Condado de Atlantic satisfacía su ego político. Farley había conseguido todo lo que quería, o al menos todo a lo que podía aspirar con seguridad, en la política. Políticamente no competía con nadie en Trenton y sus colegas del senado nunca sospechaban de motivaciones ocultas, por lo que confiaban plenamente en él.
Tan importantes como su relación con los otros senadores eran sus hábitos de trabajo.
Durante sus treinta y cuatro años en la legislatura, Farley se perdió un total de tres sesiones; las tres veces por estar hospitalizado. Se dedicaba a hacer horas en el trabajo y era un legislador muy comprometido que nunca se iba de vacaciones. El trabajo era su descanso. Hap estaba convencido de que «si pretendes hacer algo, tienes que estar allí concentrando todas tus energías en el trabajo que tienes entre manos». Dedicó la parte más intensa de sus energías a aprender los pormenores de la burocracia estatal y llegó a dominar todas y cada una de las funciones de las agencias, adquiriendo un conocimiento sólido de sus presupuestos. Se dio cuenta de lo valerosa que podía llegar a ser la rama administrativa para un funcionario elegido a la hora de promover servicios para los miembros de la comunidad. Cultivaba su relación con los burócratas a todos los niveles, de la misma manera en que lo hacía con sus colegas en el senado. Su compromiso para con sus deberes podría servir de modelo para cualquier político.
Hap fundó el Club 21, una organización social parecida a la Nocturna de Nucky, dedicada a fomentar las reuniones informales entre los veintiún senadores, republicanos y demócratas por igual. El grupo se reunía al término de cada sesión legislativa, siempre con Hap actuando como anfitrión. Cada año, Hap invitaba a sus compañeros del senado, junto con sus familias, a pasar un fin de semana de entretenimiento, comidas y descanso en Atlantic City.
Los senadores y sus familias eran alojados en habitaciones lujosas en uno de los hoteles del paseo marítimo. La estancia no era tan extravagante como las fiestas de Nucky, pero Hap procuraba atender todas las necesidades de sus invitados sin que tuvieran que pagar por ello. El Club 21 tuvo una vida de casi veinticinco años y era un evento de relaciones públicas importante tanto para Farley como para el balneario.
Farley no solo cultivaba su relación con los otros compañeros del senado. Estaba en contacto diario con los líderes de los distritos y los capitanes de barrio. Procuraba ser accesible al público y tomaba el pulso a la comunidad. Si alguien estaba enfermo, él enviaría flores o una tarjeta para animarle; si había una muerte, él acudiría al velatorio; si un votante atravesaba una mala racha y era demasiado orgulloso para acudir a los servicios sociales, Farley le haría una donación anónima o tramitaría un préstamo. A veces tenía que proveer servicios legales gratuitos. Hap estaba haciendo trabajos legales pro bono antes de que el término fuera acuñado.
Durante los primeros veinte años de su carrera legislativa, Farley dedicaba todas las mañanas de los lunes a representar a miembros de la comunidad que estaban amenazados con la retirada de sus carnés de conducir ante la División de Vehículos Motorizados de Trenton. Él representaba a entre seis y ocho personas cada lunes antes de acudir al senado, y nunca cobraba nada; lo único que pedía a cambio era su voto para los representantes del Partido Republicano cuando llegaran las elecciones. Hap era el eje de un programa elaborado de servicios sociales —es decir, la política republicana del sistema de distritos— y todos cumplían con el papel que les había sido asignado. Fuera cual fuese el problema, los lugartenientes de Hap estaban obligados a informarle al respecto.
Durante los primeros años del reinado de Hap, había otros «tenientes» en la ciudad. No tenían nada que ver con el sistema de distritos, pero ellos también eran importantes. El ejército de Estados Unidos había llegado a la ciudad. Durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial, Atlantic City era usada como un centro de entrenamiento para decenas de miles de soldados estadounidenses. Su presencia suponía un empujón importante para la economía del balneario. Los grandes hoteles y la Sala de Convenciones eran ideales como instalaciones temporales —de todas maneras, estaban casi siempre vacíos debido a la guerra— y Atlantic City se convirtió en un centro de entrenamiento básico para el cuerpo del aire del ejército. El ejército alquiló la Sala de Convenciones, y la zona principal de exhibiciones, junto con las salas de reuniones se convirtieron en unas instalaciones de entrenamiento. Miles de reclutas realizaban ejercicios de gimnasia, recibían instrucciones diarias en la sala y se preparaban para las maniobras de la playa. Muchas de las tropas se dedicaban a la juerga cuando estaban de permiso, pero no había juegos de azar. Los generales dejaron claro que no querían que sus hombres perdieran dinero en las salas de juego del balneario. Por primera vez en casi cincuenta años, «la persiana estuvo echada» por más tiempo que unos pocos días. La «persiana» era el término usado por los residentes cuando la presencia de alguien en la ciudad o la organización de algún evento forzaban el cierre temporal de las salas de juego. Nunca duraba más de lo estrictamente necesario. Incluso mientras el FBI estaba investigando a Nucky, la «persiana» solo se echaba de manera intermitente, a lo sumo unas semanas seguidas. Con la Segunda Guerra Mundial, aquello duró varios años y creó una situación difícil para las salas de juego que no fueran parte de clubes nocturnos o restaurantes.
Puede que la guerra no fuera positiva para los propietarios de los negocios ilegales, pero fue un negocio fantástico para el balneario. Muchos de los hoteles y pensiones en todo el balneario fueron convertidos en cuarteles y oficinas. Para el año 1943, el ejército estaba por todas partes, en lugares como Traymore, Breakers, Brighton, Shelburne y Dennis. Para muchos de los hombres de servicio, el entrenamiento básico en Atlantic City suponía una sorpresa agradable. Sus alojamientos eran muy superiores a los del soldado medio que recibía su entrenamiento en lugares como Fort Dix. Muchos de los soldados disfrutaron tanto de su estancia que volvieron con sus familias después de la guerra. Para los comerciantes del paseo marítimo, los dueños de las tiendas, los peluqueros, los propietarios de los bares y los hosteleros, la presencia del ejército los siete días de la semana era una bendición. Ayudó a muchos negocios a sobrevivir los tiempos duros tras la abolición de la Ley Seca y la posterior pérdida de turistas y participantes en convenciones provocada por la guerra. La Segunda Guerra Mundial trató bien a Atlantic City y corrían buenos tiempos para Hap Farley, cuyo poder aumentó considerablemente.
En las elecciones de 1943, la carrera de Farley recibió un empujón inesperado. Pasó de ser uno de los legisladores más influyentes a ser la fuerza dominante en el senado de Nueva Jersey. A la edad de setenta años, después de haber estado ausente de Trenton durante casi veinticinco años, Walter Edge, el hombre hecho a sí mismo más distinguido de la historia de Atlantic City, regresó a la política y fue elegido gobernador. Después del mandato de gobernador que Nucky Johnson le había conseguido, Edge pasó a ser senador de Estados Unidos y después embajador en Francia. Desde el punto de vista de Hap Farley, el momento del regreso de Edge a la política no podía haber sido mejor. Farley era el jefe político del condado natal del gobernador y su influencia sobre los políticos de Trenton aumentó drásticamente. Con Walter Edge como gobernador, los líderes políticos del estado entero, no solo los del sur de Nueva Jersey, trataban a Farley con respeto y buscaban su apoyo. Hap lo explotó a tope. En el primer año del mandato de Edge, Farley fue elegido líder del partido mayoritario del senado; al año siguiente fue elegido presidente del senado, convirtiéndose en el líder indiscutible de los senadores de su partido. En lo referente al poder estatal, Hap Farley nunca miraba hacia atrás.
Hap gobernaba a los senadores republicanos del Estado de la misma manera en que un entrenador exigente maneja su equipo. Él decidía todas las jugadas. Por aquel entonces, los senadores republicanos conformaban casi la totalidad del senado y poco después, Farley era el senado. El Partido Republicano manejaba mayorías considerables, controlando por lo general entre trece y diecisiete de los veintiún condados del estado. Los siete condados del sur casi siempre estaban representados por senadores republicanos; estos eran los votos de Farley. Como líder de su partido en el senado, Farley estableció las reglas básicas de los procesos legislativos. Impuso una norma que decía que el senado al completo no podía sacar a votación ningún proyecto de ley a no ser que contara con el apoyo de al menos once senadores republicanos. Una vez asegurados los once votos, se esperaba que los otros senadores hicieran caso a la mayoría y votaran favorablemente a la aprobación de la ley en la sesión formal. Pero tenía que haber once votos. Incluso si una mayoría de los senadores de un partido —compuesta, por poner un ejemplo, de entre siete y nueve de los senadores del norte de Nueva Jersey— apoyaba una ley particular, nunca podría ser aprobada si Farley se oponía a ella.
El dominio de Farley hizo redundante el sistema de los comités del senado. Con Hap como presidente, la función de los comités no era más que maquillaje político. El único comité del senado que tenía alguna relevancia real era el judicial, en el que se decidían las nominaciones de gobernador. Farley fue o bien presidente o bien el miembro más influyente de aquel comité durante la mayor parte de su carrera. Durante los siguientes veinticinco años, Hap Farley era una puerta inevitable por la que debía pasar cualquier gobernador, fuera cual fuese su partido. No se le podía ignorar. Farley controlaba el senado hasta tal punto que enfrentarse a él suponía un suicidio político. «Recuerdo haber estado en más de una reunión entre Hap y un gobernador. Los asuntos de Hap siempre se trataban primero». Los gobernadores tenían que elegir entre negociar con él y ver cómo se frustraban sus planes.
Una ley que fue aprobada en 1945 demuestra el poder que Farley había acumulado durante sus cuatro años como senador. En septiembre de 1944, el paseo marítimo fue seriamente dañado por un huracán. El mar se había llevado secciones enteras. Corrían tiempos de guerra y el ayuntamiento de Atlantic City no disponía de capital suficiente para realizar las obras de reparación necesarias. Farley y Leon Leonard, un miembro de la asamblea del Condado de Atlantic, apoyaron una legislación para crear el impuesto de mejoras municipales, o «impuesto de lujo». El impuesto de lujo era una legislación especial que estaba diseñada para permitir que Atlantic City pudiera imponer un impuesto sobre las ventas, algo que ni la administración del Estado ni otra ciudad de Nueva Jersey tenía potestad para hacer. Esta modificación de la ley permitiría aplicar un 5 por ciento sobre todas las ventas de productos al por menor, incluyendo comidas y bebidas en restaurantes públicos, habitaciones de hotel y otros servicios o entretenimientos. La idea fue bien recibida en el balneario, ya que el grueso de los beneficios derivados del impuesto vendría de los turistas. El período de aplicación del impuesto de lujo expiraría al término de cada temporada de verano, y se estimaba que generaría entre 500.000 y 800.000 dólares brutos al año.
La tarea de conseguir los votos necesarios del senado fue fácil. A pesar de la oposición de un solo senador republicano del Condado de Essex, Farley obtuvo quince votos, cuatro más de los que necesitaba. El problema estaba en la asamblea, donde hacían falta treinta y un votos. De nuevo, la oposición venía de los republicanos del Condado de Essex. El año anterior, los republicanos de este condado habían sido elegidos con un programa político en el que se habían manifestado en contra de nuevos impuestos de cualquier tipo. Sin los cuatro votos republicanos del Condado de Essex, quedaban solo veintiocho votos republicanos disponibles. Farley lo intentó con multitud de tácticas, pero los miembros de la asamblea del Condado de Essex no cambiaron su postura. Antes que ver rechazado su proyecto de ley, Farley se dirigió al viejo aliado de Nucky Johnson, el alcalde de la ciudad de Jersey, Frank Hague.
Frank Hague, el jefe de los demócratas del Condado de Hudson, controlaba cuatro votos en la asamblea y Farley tenía algo que él quería. Había dos proyectos de ley republicanos, diseñados para hacer daño a la maquinaria de Hague. Ambos contaban con el apoyo del gobernador Edge. Una de las mociones limitaba la jurisdicción del Tribunal de Tráfico del Condado de Hudson, restando poder a los magistrados que Hague había elegido a dedo. La otra estaba pensada para convertir la Comisión del Boulevard del Condado de Hudson en una agencia controlada por dos partidos —la comisión en cuestión suponía una posición política de gran valor estratégico—. Hague quería eliminar las dos mociones y solo Farley tenía el poder para hacerlo. Farley desafió al gobernador y prometió a Hague que las mociones nunca saldrían adelante. A cambio, Hague le dio sus cuatro votos y Farley consiguió lo que quería. Más de cincuenta años después, el impuesto de lujo sigue vigente, generando millones de dólares para las arcas municipales.
Cada vez que Farley renovaba su mandato, su posición en el senado estatal se hacía más dominante. Durante sus diez años como senador, se había convertido en el más respetado y más temido cabildero de Nueva Jersey. Si querías conseguir algo en Trenton, tenías que ir a ver a Hap. Su poder llamaba la atención, y entre 1946 y 1950 Farley fue investigado repetidas veces. Sus actuaciones como representante legal del Hipódromo de Atlantic City y de una empresa local de construcciones, Massett Construction Company, fueron escrutadas, al igual que las cuentas municipales de Atlantic City y de la organización republicana del condado. Cada vez, Farley salía indemne. Más que dañar su imagen, estas investigaciones aumentaron su estatura.
Una de las investigaciones al imperio de Farley que atrajo la atención de toda la nación fue la investigación, ordenada por el Senado de Estados Unidos, del crimen organizado. En 1951, Estes Kefauver, un senador de Tennessee, estaba preparando su campaña para las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Como parte de su campaña, declaró la guerra al crimen organizado y los negocios ilegales. Aprovechando su posición como presidente de un comité del Senado, Kefauver iba de una ciudad a otra para asistir a las vistas públicas, desenmascarando a los sindicatos locales del crimen organizado. Durante el año anterior hubo una rebelión por parte de varios agentes de la policía de Atlantic City que atrajo la atención de toda la nación y colocó a Farley y su organización en un lugar muy alto de la lista de Kefauver.
En el verano de 1950, un grupo de agentes de la policía y bomberos se organizaron para exigir un aumento de sueldo. El policía medio tenía un sueldo anual de menos de 3.000 dólares; buscaban un aumento de 400 dólares anuales. No trasladaron sus exigencias de subida de sueldo al alcalde Altman o al concejo municipal, sino a Farley. El ayuntamiento estaba lleno de gente que Farley había elegido a dedo. Él era el titiritero y la administración municipal bailaba al son de sus movimientos. En las reuniones semanales del concejo municipal, Farley siempre estaba presente para tomar las decisiones clave. No se aprobaba ningún contrato público, auditoría de impuestos, inspección de prevención de incendios, licencia de venta de alcohol o concesión para operaciones en el paseo marítimo sin el visto bueno de Hap. Los líderes del grupo sabían que nunca serían capaces de conseguir un aumento de sueldo sin su apoyo.
Farley se reunió con una delegación de empleados y oyó sus peticiones. Como siempre, fue cordial con ellos y les aseguró que se le «ocurriría algo». Los empleados lo interpretaron como una señal de que conseguirían un aumento. Sin embargo, pasaron varias reuniones del concejo municipal y no se mencionó nada acerca de la petición. Cuando los líderes del grupo acudieron a él por segunda vez, Farley les dijo que tendrían que tener un poco más de paciencia. En vez de hacerle caso, el grupo comenzó una campaña de firmas para apoyar sus exigencias. Su estrategia consistía en convocar un referéndum sobre el asunto de la subida de sueldos coincidiendo con las elecciones del mes de noviembre de 1950. Hicieron circular su petición de firmas por toda la ciudad y consiguieron reunir más de 16.000 firmas. Con esa clase de apoyo público, estaban convencidos de que Farley y los concejales del ayuntamiento no tendrían más remedio que apoyarles. Estaban equivocados.
Farley acudió a un mitin de agentes de policía y bomberos para pedirles que retirasen la petición del referéndum. Los líderes de la campaña de recogida de firmas se negaron. Farley respondió haciendo circular un juramento de lealtad. El juramento consistía en una petición a los agentes y bomberos de que renunciaran al referéndum y aceptaran una futura ordenanza municipal de regulación del sueldo. Aquellos empleados que hubiesen firmado el juramento tendrían que enseñar sus papeletas (las elecciones tuvieron lugar antes de que se mecanizara el proceso electoral) a los trabajadores de las urnas. La intimidación funcionó. El referéndum se realizó tal y como estaba previsto y la propuesta fue rechazada por una sólida mayoría. El asunto recibió el apoyo de menos de la mitad del número de votantes que había firmado la petición, humillando a los líderes del grupo.
Tres de los portavoces del movimiento eran los agentes de la policía Jack Portock, Fred Warlich y Francis Gribbin. Estaban amargados por la derrota y decidieron vengarse. Para ello decidieron asestar un golpe bajo a la organización de Farley.
Después de que Nucky Johnson hubiera ido a la cárcel, y durante la Segunda Guerra Mundial, la «persiana» había estado más tiempo echada que subida. La persiana era el término utilizado para hablar del cierre de las salas de juego por interferencia exterior, primero por los agentes federales y después por el ejército de Estados Unidos, que alojó a miles de reclutas en los hoteles del balneario durante la Segunda Guerra Mundial. Para el año 1950, todo había vuelto a la normalidad. La gente de Farley era menos implacable que Nucky Johnson, pero lo cierto es que los negocios ilegales florecieron con Hap. Se seguía pagando dinero a la organización a cambio de protección. Stumpy Orman se ocupaba de estos asuntos, lo cual evitaba que Farley se ensuciara las manos.
Portock, Warlich y Gribbin sabían que los juegos de cartas, las salas de apuestas de carreras de caballos y el sindicato del juego de los números solo podían existir porque el agente de policía que estaba de ronda miraba hacia otro lado. Los negocios ilegales eran algo de lo que los patrulleros nunca se ocupaban. Si había problemas con un operador que no tuviera el visto bueno de Stumpy Orman, o si alguien no había pagado el dinero de la protección, entonces Orman enviaría bien a Lou Arnheim, bien a Arch Witham, del escuadrón antivicio, para que metieran presión, recogiendo el dinero o cerrando el negocio.
Varias semanas después de la derrota en el referéndum, Portock y compañía intentaron subyugar a la organización con un ataque frontal. Tal y como hiciera Tommy Taggart diez años antes, comenzaron a detener a gente por violar las leyes estatales que regulaban los juegos de azar. Los propietarios de los negocios ilegales de Atlantic City se quedaban con la boca abierta. Nadie podía creer lo que estaba ocurriendo. Farley respondió con cautela. Cada uno de los patrulleros recibió una invitación para reunirse primero con sus líderes de distrito y después con Orman y Jimmy Boyd. Según el líder de uno de los distritos, se les dijo a Portock y los demás que estaban «creando mucha publicidad negativa para Atlantic City» y se les ordenó que dejasen de efectuar sus registros. «¿Para qué estáis haciendo esto? No vais a obtener ningún beneficio, y sabéis muy bien que no podéis luchar contra la organización. Si continuáis con ello, acabaréis en la calle».
En el invierno de 1951, Richard Jackson, que era uno de los lugartenientes de Farley y asistente del concejal responsable de la seguridad pública, organizó una reunión entre Farley y los agentes rebeldes en un último intento de hacer las paces. En el último momento, Jimmy Boyd canceló la reunión. Boyd interpretó la voluntad de los agentes de acudir a la reunión como una señal de debilidad y comentó a Farley que él podría acabar con ellos. Sin embargo, las detenciones continuaron y Portock y sus compañeros se convirtieron en celebridades. Entre noviembre de 1950 y mayo de 1951, Portock y compañía hicieron estragos en el mundo del crimen organizado. Nadie estaba a salvo de sus registros y enfurecieron a Orman, Boyd y Farley. La prensa nacional les llamaba los Cuatro Jinetes, retratándolos como héroes en una cruzada contra el crimen y la corrupción política. (En realidad nunca hubo un cuarto «jinete» propiamente dicho; William Shepperson y otros acompañaban ocasionalmente a Portock, Warlich y Gribbin). Cuando Farley se negó a negociar el aumento de sueldos, se dieron cuenta de que estaban arrinconados. Los Cuatro Jinetes no tuvieron más remedio que continuar con los registros. Lo único que podían sacar era humillar a Farley.
Sin embargo, la organización tuvo la última palabra. A los Cuatro Jinetes se les asignaron tareas en lugares remotos y en horarios poco habituales, donde patrullaron partes de la ciudad que en condiciones normales contaban con poca presencia policial. Fueron enviados a patrullar secciones abandonadas del paseo marítimo durante los meses de invierno y a vigilar los conductos de agua que venían de los pozos de la costa, en las afueras de la ciudad. Se creó un escuadrón de tráfico especial y Portock y sus amigos recibieron órdenes de quedarse en medio de la calle sin poder alejarse más de siete metros de su puesto. El horario del escuadrón de tráfico era de las diez y media de la mañana hasta las seis y media de la tarde, el intervalo en que los operadores de los juegos de los números y los corredores de apuestas hacían sus negocios y efectuaban sus pagos. Los rebeldes no se rindieron y comenzaron a realizar registros por su cuenta, con la consiguiente suspensión de sueldo de cinco días seguidos, la máxima permitida para un funcionario sin una vista formal. Al final, cada uno de los Cuatro Jinetes fue imputado con cargos de falta de ética profesional y despedido de su trabajo.
Antes de ser destruidos, los Cuatro Jinetes disfrutaron de lo lindo como testigos ante el Comité de Kefauver. Portock y sus seguidores se presentaron ante el comité para nombrar a los políticos clave y los empresarios que se beneficiaban de los juegos de azar. Entregaron una lista con más de trescientos nombres de propietarios de negocios ilegales. Contaron cómo los barones de los juegos de los números convertían la calderilla de los residentes locales y turistas en unos ingresos anuales de 150.000 dólares. En su testimonio detallaron cómo se manifestaba la corrupción en el departamento de policía. Hablaron del jefe de la policía, Harry Saunders, como una figura meramente decorativa y el concejal al mando del departamento de la seguridad pública, William Cuthbert, era retratado como un viejo con síntomas de senilidad. Revelaron que era habitual que un bombero llevara a Cuthbert en su coche oficial por la ciudad, repartiendo huevos de una granja de la costa de la que él era propietario. En realidad, los que llevaban el departamento de la policía eran Stumpy Orman y Jimmy Boyd. Orman, el principal mafioso de la ciudad, se hacía cargo de que todo el mundo soltara la pasta. Boyd era el mercenario que ejecutaba las órdenes políticas y se encargaba de mantener el control de las tropas. El informe del Comité de Kefauver concluyó que era «evidente que Stumpy Orman ha controlado el departamento de policía de Atlantic City con el fin de preservar los intereses de la fraternidad criminal dedicada a los juegos de azar».
Orman fue convocado a las vistas, pero el comité no le sacó nada. Alternaba entre negarse a contestar a las preguntas que se le formulaban y refugiarse en lo que él llamaba «mi pobre memoria». Farley había dado tanta manga ancha a Stumpy Orman en sus relaciones con el crimen organizado que no estaba acostumbrado a contestar a nadie.
Seguidores de los Cuatro Jinetes, como el exjuez Paul Warke y Jack Wolfe, aparecieron ante el comité y dieron detalles sobre los castigos que recibían todos aquellos que no siguieran la corriente a la maquinaria de Farley. Como juez del condado, Warke había emitido sentencias duras contra varios operadores de salas de juego detenidos por agentes del Estado. Al expirar su mandato, se enteró de que se había quedado sin trabajo. Farley desmintió que las sentencias emitidas por Warke fueran la razón por la que no se le había renovado en el cargo, pero esas declaraciones sonaban huecas. Jack Wolfe, que no era un demócrata de Lafferty, se había presentado a las elecciones a la asamblea del lado demócrata y era conocido por sus agresivas críticas a la organización. En su lugar de trabajo recibía noticias de las cada vez más elevadas tasas de impuestos y servicios públicos.
Los interrogatorios del comité expusieron todos los trapos sucios de la organización de Farley y produjeron las siguientes conclusiones: la tradicional alianza entre los mafiosos y los políticos gozaba de buena salud. El Partido Republicano local estaba financiado mediante extorsiones. Periódicamente, Stumpy Orman publicaba un listado de las salas de juego que contaban con su visto bueno y mandaba al escuadrón antivicio a cerrar las que no estuvieran en la lista. Lester Burdick, un lugarteniente de Farley que ejercía de secretario ejecutivo del senado de Nueva Jersey, también hacía las veces de recolector de los pagos por los derechos de recibir los resultados de las carreras de caballos. Vincent Lane, un agente de la reinserción social del Condado de Atlantic, tenía un segundo empleo como operador de una sala de juegos de azar. Los propietarios de los negocios ilegales detenidos por los Cuatro Jinetes eran, por lo general, imputados por delitos de desorden público y si eran condenados, se les mandaba a la cárcel del condado para soltarles inmediatamente después. En uno de estos casos, Austin Johnson, un corredor de apuestas condenado, era escoltado a su casa durante los fines de semana por el chófer del sheriff Gerald Gormley. En respuesta a toda la publicidad negativa, Farley hizo unas modificaciones en la administración municipal, en la mayoría de los casos cambiando a las personas de un lado a otro. Con el tiempo se convocó un juicio, pero nadie de importancia, aparte de los Cuatro Jinetes, fue procesado.
El impacto de los interrogatorios de Kefauver se notó en dos ámbitos. El primero fue el de los negocios ilegales. Tras Kefauver, los juegos de azar ya no podían ser gestionados de manera abierta en Atlantic City. Farley y Orman estaban de acuerdo en que había que mantener un perfil más bajo a la hora de manejar las cosas y los juegos de azar se convirtieron en una industria menor en la economía del balneario. También hubo una ruptura política a consecuencia de la investigación de Kefauver. La publicidad negativa envalentonó a los enemigos de Farley, que decidieron presentar batalla en las siguientes elecciones municipales, convocadas para el mes de mayo tras los interrogatorios.
En las elecciones municipales de 1952 se enfrentaron dos bloques. Por un lado estaba la lista electoral con personas elegidas a dedo por Farley y encabezada por el alcalde Joe Altman, en la que faltaba el director de la seguridad pública, William Cuthbert, que había tenido que dimitir de su cargo. Por otro lado, se había formado un bloque de la oposición, liderado por el exsheriff del Condado de Atlantic, James Carmack, que se conocía como la Candidatura de la Fusión para la Libertad. Jimmy Carmack había roto con la organización poco después de convertirse en sheriff, en 1941. Como sheriff, Carmack no había cumplido con sus obligaciones con Jimmy Boyd, obstaculizando sus actividades de extorsión. Por negarse a ser un jugador de equipo, fue despedido de la organización. A Carmack se le unió Marvin Perskie, un joven y combativo exoficial de los marines y brillante abogado que había representado a los Cuatro Jinetes en sus trifulcas con la organización.
Normalmente era Perskie quien lideraba la batalla y la Candidatura de la Fusión realizó muchos ataques feroces contra Farley y la maquinaria republicana. Publicaron de nuevo parte de las transcripciones del Comité Kefauver, al igual que artículos de la prensa nacional que condenaban la corrupción en Atlantic City. Sacaron a la luz las cómodas relaciones entre contratistas locales y el ayuntamiento. Revelaron los pagos de bonificaciones de seguros y contratos de venta a políticos locales. También hicieron públicos los detalles de las tarifas legales que se habían pagado por una ordenanza municipal que autorizaba el pago de bonos como financiación. De los casi 100.000 dólares que los contribuyentes habían pagado por las tarifas legales, solo 21.000 fueron destinados al bufete de abogados de Nueva York que había realizado el trabajo legal en relación al asunto de los bonos. Los 79.000 dólares restantes fueron repartidos entre Farley y once de sus colegas, y el propio Hap había recibido 9.500 a cambio de no hacer nada. Perskie y Carmack citaron nombres y criticaron la organización republicana como nunca se había hecho antes. Por primera vez desde que se había convertido en jefe, Frank Farley debía lidiar con una rebelión seria.
Realizó las declaraciones defensivas de rigor, negando las acusaciones lanzadas por Perskie y Carmack, pero no organizó ningún tipo de contraataque o debate sobre qué estrategia emplear para restar fuerza a la propaganda de la Candidatura de la Fusión. En vez de esto, la estrategia de Farley consistía en apoyarse en su fuerza. Habló con los líderes de los distritos y los capitanes de los barrios en términos que podían entender: si ganaba la Fusión, los trabajadores de los distritos perderían su acceso a los favores políticos.
Farley también sacó a Nucky Johnson de su retiro y lo dejó suelto en Northside. Hap no tuvo más remedio que confiar en Nucky. A pesar de su encarcelamiento y el paso del tiempo, Nucky seguía siendo popular entre los miembros de la comunidad negra de Atlantic City. «Farley nunca pudo ganarse las simpatías de los negros de la misma manera que lo había hecho Johnson. Cuando Nucky fue a la cárcel, toda la comunidad negra daba por sentado que terminaría volviendo como jefe. Nunca llegaron a aceptar a Farley del todo». Nucky montó una campaña para conseguir votos en todos los barrios negros, presentándose como «el defensor de todos». La estrategia funcionó. El bloque de la maquinaria ganó en cuarenta y nueve de los sesenta y cuatro barrios electorales. Carmack, el «primer hombre» de la lista de la Candidatura de la Fusión, se quedó a tres mil votos de Tom Wooten, el «último hombre» de la lista de la organización. La rebelión había sido aplacada. El sistema de distritos políticos que Nucky Johnson había diseñado más de treinta años atrás todavía conservaba su capacidad de fabricar votos cuando tenía que hacerlo.
Sin el sistema de los distritos políticos, el bloque de Farley habría perdido. Este sistema era la base para todo; su influencia estaba impregnada en el tejido de la comunidad. La gente que ocupaba puestos importantes en el sistema de los distritos tenía una devoción parecida al fervor religioso. Los políticos de los distritos de Atlantic City eran mercenarios que conocían las reglas del juego, y eran tan disciplinados y leales como los soldados de un ejército bien entrenado. Y todos eran soldados. Si avanzabas en la jerarquía de la maquinaria republicana, no solo ganabas más poder, sino también más responsabilidad. Desde el más simple peón hasta Farley, todos los miembros de la organización tenían un trabajo que hacer. El sistema de los distritos no era un sistema monolítico encabezado por un dictador, sino que era más bien un grupo de astutos políticos que pulían sus habilidades a diario. Farley era el jefe porque estaba en la cima de la pirámide, y se quedó allí solo porque cumplía con sus obligaciones hacia la gente que tenía debajo. La presión por cumplir era constante. Si Hap Farley no hubiera actuado como se esperaba de él, habría sido sustituido.
Farley era el jefe, pero él no supervisaba el trabajo del día a día en el sistema de los distritos políticos. No solo se había aislado de los negocios ilegales, delegando la autoridad a Stumpy Orman, sino que también se mantenía al margen de los asuntos políticos. Lo que más le gustaba era hacer de legislador y manipular el senado estatal. No podía involucrarse tanto en los asuntos de la política local como lo había hecho Nucky si quería dedicar el tiempo suficiente a sus deberes en Trenton. El homólogo de Orman era James Boyd, el secretario del Consejo del Condado.
Jimmy Boyd, o «Boydie», había sido uno de los niños mimados de Nucky Johnson.
Él y Johnson se conocieron en los años veinte, cuando Nucky estaba empezando a entablar relaciones con Luciano y el Grupo de los Siete. Johnson necesitaba a alguien en quien poder delegar una parte de sus tareas políticas. Boyd trabajaba como botones en el Ritz Carlton, donde vivía Nucky, y los dos se cayeron bien casi desde el primer momento. Boyd tenía talento para la política y para manipular a la gente, bien a través de su carisma personal, bien mediante amenazas. Johnson reconocía las cualidades personales de Boyd y le entrenó para que pudiera ocuparse de los asuntos políticos. Boyd comenzó como asistente de la secretaria personal de Nucky, Mae Paxson, y luego, con la ayuda del jefe, subió rápidamente en la jerarquía hasta convertirse en secretario del Consejo del Condado y líder del Cuarto Distrito. Era uno de los lugartenientes más fieles de Johnson. Hap Farley heredó a Jimmy Boyd. No podría haberlo sustituido ni aunque hubiera querido.
Jimmy Boyd era «el tío que te paraba los pies y te decía que NO». Todos los líderes políticos cuyo poder depende de sus votantes necesitan a alguien que haga de duro. Informar a un seguidor de que no es posible ayudarle es un asunto peligroso para un candidato. Tiene que haber un hijo de p… que se ocupe de la cara fea de la política. «Hap, y Nucky antes que él, no podían llegar sin más y decirte que no. Necesitaban a alguien que lo hiciera por ellos, y Boyd era ese alguien». Farley nunca decía no a nadie, y raras veces contestaba con un sí incondicional. La mayoría de las veces, independientemente del carácter de la petición, Farley diría: «Por mí bien, pero será mejor que lo hables primero con Boydie. Él se ocupará de concretar los detalles».
Definir los detalles podría ser una experiencia incómoda. Cuando Boyd quería, podía tener «una personalidad como un bloque de hielo». Sabía que a la mayoría de la gente le intimidada el poder que Farley delegaba en él, y se aprovechaba de esta circunstancia hasta las últimas consecuencias. Normalmente comenzaba diciendo a la persona que pedía ayuda que era imposible concederle el favor, o enumeraba todos los inconvenientes que supondría la concesión del mismo. Siempre lo hacía, incluso cuando tenía previsto dar una respuesta favorable. Boyd sabía cómo sacar el máximo provecho político de cada oportunidad. Cuanto más grande fuera el favor, más en deuda con la organización estaría el solicitante.
Como líder de los cuatro distritos políticos de Atlantic City, Jimmy Boyd era el que actuaba imponiendo disciplina y procurando que todo funcionase sin interferencias. Boyd organizaba la agenda de reuniones y discursos de los candidatos. Conseguía que los voluntarios de los distritos realizasen sus tareas de manera eficaz. Si alguien se quejaba de que la tarea encomendada era imposible, Boyd contestaría con sarcasmo: «Vale, ningún problema, entonces pospondremos las elecciones». Pero el sarcasmo era el único aviso. Si el trabajo seguía sin hacerse, el trabajador era sustituido, se le echaba a la calle y se quedaba sin acceso a la organización y su apoyo. Jimmy Boyd «era capaz de atar todos los cabos sueltos con mano de hierro». Boyd aprendió muchas cosas de Nucky y se dio cuenta de que la maquinaria republicana tenía que funcionar como un negocio si pretendía mantener el control.
La organización sobrevivía gracias a la «provisión de servicios». Boyd contaba con una red de trabajadores políticos que estaban en contacto diario con la comunidad. El capitán de barrio era informado de cada trabajo perdido, arresto, fallecimiento, petición de ayuda financiera o llegada de nuevos residentes al barrio. Si el asunto era lo suficientemente importante, se lo comunicaban al líder del distrito y posiblemente llegaba hasta Boyd o Farley. Fuera un problema grande o pequeño, los trabajadores del distrito tenían órdenes de esforzarse para solucionarlo. No se podía dejar nada al azar. Había que mimar a cada votante, especialmente a los recién llegados. «Si alguien venía a vivir a tu barrio y te dejabas sin recoger sus nombres en las listas de votantes, te ibas a enterar». Bajo el mando de Jimmy Boyd, «la política era un negocio, un negocio total y absoluto».
El negocio de la política producía algo más aparte de votos. Podía generar dinero, y no todo venía de las fuentes más evidentes de los sobornos y la extorsión. Un ejemplo clásico era el monopolio de los helados de Jimmy Boyd. Durante las temporadas de verano de los años cincuenta y sesenta una asociación entre Boyd, Edward Nappen y Reuben Perr tenía porcentajes sobre las ventas de helado de la playa de Atlantic City. No había ni una sola venta de helados, de palo o de cucurucho, de la que no se beneficiaran Boyd y compañía.
La asociación de los helados era natural. Cada uno de los socios aportaba un talento especial al proyecto. Tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado adoptó una ley que daba prioridad a los veteranos para vender mercancías al público; sin embargo, era un derecho que dependía de licencias locales y Boyd mantenía un control total sobre quién recibía licencias y quién no. A pesar de ser el secretario del Consejo del Condado, Boyd no estaba oficialmente relacionado con el ayuntamiento, pero su relación con Farley le otorgaba una jurisdicción incontestable sobre este tipo de asuntos. Durante su reinado como líder del Cuarto Distrito, todas y cada una de las licencias comerciales debían contar con el visto bueno de Boyd. Jimmy Boyd era un conspirador nato y se dio cuenta enseguida del potencial de la situación. Boyd reclutó a Ed Nappen por sus lazos con los grupos de veteranos. Nappen había sido líder del Cuarto Distrito y magistrado local, y era activo en las organizaciones de veteranos de Atlantic City.
Nappen eligió a gente en la que podía confiar para que le siguiera la corriente a la asociación, compartiendo una parte de sus beneficios. Perr era un abogado que tenía buenos contactos entre los fabricantes de helado de Filadelfia. Él procuraba que ningún emprendedor independiente recibiera suministros y estableció la estructura de la distribución del helado. Había mucha gente que estaba al tanto de la conspiración de Boyd, pero nadie se quejó ni lo denunció nunca. Solo en Atlantic City era posible encontrar a gente como Jimmy Boyd beneficiándose de la venta de helados. Los arreglos entre amigos para forrar a los políticos, como el monopolio del helado de Boyd, eran aceptados por la comunidad como una práctica habitual.
La corrupción estaba a la orden del día. A los residentes de Atlantic City no les importaba que su administración no fuera honrada. Lo que importaba era que la administración, a través de los políticos de los distritos, respondiera a sus necesidades. Bastante a menudo, la necesidad estaba relacionada con conseguir un trabajo, a través de contactos, en la administración municipal o la del condado. El régimen de Farley y Boyd perpetuó la práctica de Nucky Johnson de repartir cientos de trabajos de media jornada o «no presenciales». La organización manejaba miles de puestos, tales como guardaespaldas, inspectores de sanidad, mensajeros, bedeles, secretarios, taquilleros en la Sala de Convenciones y personal de mantenimiento en el hipódromo.
Para obtener uno de estos trabajos, primero había que ponerse en contacto con el capitán del barrio. No podías entrar en el ayuntamiento simplemente presentando una solicitud de trabajo. El capitán de tu barrio tenía que «apadrinarte»; si no, nunca recibirías siquiera el formulario de la solicitud. Todos los puestos eran asignados en los distritos correspondientes. La cobertura de bajas por dimisión, fallecimiento o despido siempre se gestionaba en los distritos. Si una persona que había trabajado en la administración pública dimitía o fallecía y venía del Segundo Distrito, entonces su sustituto tenía que ser también del Segundo Distrito. Los líderes de los distritos tenían la posibilidad de intercambiar puestos los unos con los otros, pero, por lo general, cuando surgía la necesidad de cubrir un puesto, la primera pregunta que se hacía era dónde vivía esa persona. «Era un sistema estricto y se aplicaba como si fuera la ley en la organización política de Atlantic City. Si en tu distrito no había puestos que cubrir, tenías que esperar a que saliera uno».
La economía de Atlantic City se basaba en las temporadas de verano y eso convertía los empleos permanentes, a jornada completa, en algo muy codiciado. Si tenías la suerte de hacerte con un empleo de jornada completa, como agente de policía, bombero o secretario, estabas en deuda con el Partido Republicano. Una parte tácita de tu contrato decía que debías ser activo en la política de los distritos y compartir un porcentaje de tu sueldo con el partido. Normalmente, esto consistía en comprar boletos de los recaudadores de fondos para fines políticos. Y, lo que era más importante, cualquier ascenso laboral dependía de lo bien que hubieras desempeñado tus tareas como trabajador político.
El incentivo de trabajar para el partido residía en la posibilidad de trepar en la jerarquía. La persona que tenías por encima venía de donde tú estabas y había llegado a ese puesto por ser fiel al partido en su trabajo. Si hacías lo mismo, tú también podías escalar posiciones. Si querías ser alguien importante, bien en la administración pública, bien en la organización política, tenías que aprender los fundamentos de la política. El sistema garantizaba que «si querías avanzar políticamente, tenías que saber lo que hacías en términos de la política de la calle. Si no lo sabías, simplemente no subías». El sistema de los distritos se renovaba constantemente, formando a nuevos políticos.
Un ejemplo de un líder político formado por el sistema de los distritos de Atlantic City es la carrera de Richard «Dick» Jackson En 1928, a la edad de veinte años, Dick Jackson se trasladó del Cuarto al Segundo Distrito de Atlantic City. El traslado se debía a dos razones. Su trabajo de asesor en un banco, además de estar mal pagado, no le gustaba, y estaba buscando un empleo permanente como bombero municipal. Por el número de solicitantes que estaban por delante de él en la lista de espera del Cuarto Distrito, sabía que no iba a encontrar un trabajo. Howard, el hermano de Dick, era un bombero veterano y animó a su hermano pequeño para que se trasladase, ya que las posibilidades de obtener un trabajo en el departamento de bomberos del Segundo Distrito eran más grandes. Howard también tenía sus propios planes. Él quería convertirse en capitán del departamento de bomberos, pero sabía que esto no ocurriría hasta que no pasara una temporada como capitán de barrio. Dick tenía una personalidad carismática y Howard reclutó a su hermano para ayudarle a extender su influencia. Como capitán de barrio, Howard contaría con el respeto de la organización y tendría el «capital político» necesario para llegar a ser capitán en el departamento de bomberos.
Dick se unió al Club Republicano del Segundo Distrito nada más llegar, pero aun así tuvo que esperar más de un año antes de que se le ofreciera un trabajo en el departamento de bomberos. Inmediatamente después de su traslado, se dedicó en cuerpo y alma a la política del distrito. «Sabía que si quería llegar a algún sitio, tenía que hacer lo que hacía mi hermano Howard. Asistía a todos los mítines políticos, preparaba bocadillos, servía cerveza, hacía de camarero y limpiaba los locales tras los eventos. Repartía propaganda política, actuaba como mensajero, llevaba a gente a las urnas y registraba a los nuevos votantes. Fuera lo que fuese lo que mi capitán de barrio o líder de distrito me pidiera, yo me aplicaba a ello con entusiasmo».
Jackson se dio a conocer en el distrito mediante su participación en eventos deportivos y sus paseos por la comunidad, llegando a conocer a todas las personas del barrio por sus nombres. Una de las personas que conoció a través del deporte fue Hap Farley. Se hicieron amigos y se convirtieron en aliados políticos inmediatamente. Cuando se acercaban las elecciones, Jackson iba de puerta en puerta pidiendo apoyos para el Partido Republicano. El argumento habitual era el siguiente: «Tú no conoces al candidato, pero yo sí le conozco, y es a él a quien yo tengo que acudir cuando tú vienes a pedirme ayuda. Así que, si quieres que yo te ayude en el futuro, tendrás que votar a esa persona».
Más que vender a un candidato concreto, Jackson se estaba vendiendo a sí mismo y al sistema. Gracias a sus esfuerzos en unas elecciones tras otras, Dick y Howard Jackson cumplieron con las exigencias de la organización republicana. Cinco años más tarde, en 1933, finalmente llegó su oportunidad de meterse en la jerarquía. El capitán del barrio donde vivían los Jackson estaba enfermo y cerca de la muerte cuando decidió dimitir de su cargo. La persona que se suponía que le sucedería era John Lewis, un miembro del Consejo del Condado. Sin embargo, los Jackson exigieron que el asunto de la elección de capitán de barrio fuera sometido a una votación. Según las reglas del partido, cada republicano registrado del barrio tenía derecho a votar, no solo los socios del club que trataban de ganarse favores. Dick y Howard Jackson cobraron todas las deudas que habían acumulado y llenaron el lugar de encuentro con sus seguidores. Howard ganó con facilidad y al cabo de un año ya era capitán en el departamento de bomberos.
Dick Jackson tuvo que esperar otros cinco años para dar su golpe. En1938, Howard se trasladó del Segundo Distrito al Cuarto, dejando el puesto de capitán de barrio. Jackson sucedió a su hermano en el puesto y se quedó allí hasta 1941, cuando se encontró en medio del meollo de la campaña de Hap Farley para convertirse en el nuevo jefe. Jackson respetaba a Farley y se había comprometido a apoyar a Hap como sustituto de Nucky. Por aquel entonces, el líder del Segundo Distrito era Sam Weekly, que también hacía de jefe de policía. Weekly tenía lazos tanto con Taggart como con Farley y le costaba elegir entre los dos, por lo que trataba de mantenerse neutral. Para Farley, eso era lo mismo que ser su enemigo. En 1941, Farley ya estaba haciéndose con el control tanto de la administración municipal como del condado. Comenzó a dejar caer en el Segundo Distrito que la persona a la que había que acudir para pedir favores era Jackson. Cuando Weekly dejó de recibir apoyos por parte del partido, los trabajadores del distrito sabían que había caído y no querían saber nada de él. «En la política de los distritos, todo el mundo está esperando que la persona que tienen por delante dé un tropezón». Cuando al año siguiente llegaron las elecciones a líder del distrito, Weekly prefirió dimitir antes que verse humillado por Jackson.
Poco después de ser elegido líder del Segundo Distrito, Jackson fue nombrado secretario del departamento de bomberos. Durante sus años como bombero, Jackson había vuelto al colegio y había obtenido su certificado de estudios de la escuela secundaria. También había dado cursos en la Facultad de Empresariales de administración de empresas, mecanografía y contabilidad. Estaba mejor preparado para ejercer de secretario de lo que la gente se esperaba y realizó un excelente trabajo, e incluso recibió premios del Consejo Nacional de Bomberos por su sistema indexado de registro de incendios.
En calidad de líder del Segundo Distrito y secretario del departamento de bomberos, Jackson tenía mucho peso en la estructura de poder de Atlantic City. Pero Jackson no se relajó.
«Nunca me permití el lujo de olvidar que la secretaría del departamento de bomberos se asigna con una firma y que la asignación puede ser revocada con otra. Afiancé mi posición con las oposiciones a capitán y jefe de batallón, y aprobé ambas». Sin embargo, a petición de Farley, Dick Jackson se quedó en el puesto de secretario hasta 1950, cuando Farley ordenó al director de seguridad pública, William Cuthbert, que nombrase a Jackson su secretario ejecutivo. Cuthbert se estaba volviendo senil y Jackson no tardó en hacerse cargo de sus obligaciones.
Los interrogatorios de Kefauver dejaron a Cuthbert con muy mala imagen y, en 1952, Farley no dejó que se presentara para ser reelegido. Para gran decepción de Jackson, no se le tuvo en cuenta en las elecciones a la comisión municipal. El candidato elegido fue Tom Wooten (el preferido de Jimmy Boyd), quien sustituyó a Cuthbert como director de seguridad pública y mantuvo a Jackson como secretario ejecutivo. Wooten no sabía nada de su nuevo trabajo y tuvo que confiar plenamente en Jackson. Al año siguiente, el comisionado Phil Gravatt dimitió y Farley se ocupó de que Jackson fuera nombrado su sucesor en el cargo. Jackson fue elegido y reelegido para la comisión municipal en 1956, 1960, 1964 y 1968, en cada ocasión por mayoría absoluta. Desde 1963 hasta 1967, Jackson hizo de alcalde en funciones de manera no oficial, ayudando a Joe Altman, que estaba enfermo tras un serio accidente de tráfico. Cuando Altman finalmente se retiró, en 1967, Jackson se convirtió en alcalde. Había pisado cada escalón en su camino hacia la cima.
A pesar de una condena federal por extorsión en 1972, pues fue uno de los Siete de Atlantic City, se le recuerda a Dick Jackson como uno de los alcaldes más eficaces de la historia de Atlantic City. El hecho de que su administración fuera corrupta no rebaja su estatura. En Atlantic City, la corrupción era la norma; daba la casualidad de que Jackson estaba en el cargo cuando el FBI llegó a la ciudad.
Mientras cumplía condena en una prisión federal, a Jackson le ofrecieron la libertad a cambio de traicionar a Hap Farley. «Llevaba menos de una semana allí cuando apareció no te imaginas quién: los mismos tíos que llevaban mi investigación. Van y me dicen: "Si nos das a Farley ya puedes irte". Yo les dije: "No sé de qué me estáis hablando"». Jackson mantuvo el silencio y cumplió su condena. Cuando salió fue bien recibido por la comunidad y se ganó la vida como «consultor» para los empresarios que querían hacer negocios con el ayuntamiento. Jackson decía a menudo: «La verdad es que te encontrabas con la misma gente cuando bajabas. Más te valía haberles tratado bien en el camino de subida».
Jackson continuó siendo una fuerza importante en la política municipal hasta su muerte en 1988. Era admirado por todos y los residentes locales le llamaban «Alcalde». Fueron escuderos fieles, como Dick Jackson, los que ayudaron a convertir a Hap Farley en uno de los jefes políticos con más poder en la historia de Nueva Jersey. La carrera de Farley demuestra que se merecía la lealtad de Jackson. El éxito de Hap y, por ende, el de la organización republicana era el producto de un trabajo en equipo en el que cada jugador sabía de manera instintiva que la verdadera gloria reside en sacrificarte por un bien común.