Capítulo 6

Tiempos difíciles para Nucky y su ciudad

Ralph Weloff y Nucky Johnson entraron en el vestíbulo del Ritz Carlton al mismo tiempo; Weloff desde la calle, Johnson saliendo del ascensor. Ninguno de los dos esperaba encontrarse con el otro. Weloff iba camino de la novena planta en busca del jefe y Johnson salía del hotel para el habitual paseo de la tarde después de desayunar. Nucky tenía previsto reunirse con Weloff más tarde, pero Weloff no podía esperar y había llegado antes de lo previsto. Nucky pudo ver que estaba nervioso, pero cogió el sobre que Weloff le estaba entregando sin una palabra. Johnson le mandó callar mientras contaba el dinero; se trataba de la paga semanal habitual de mil doscientos dólares. Después preguntó a Weloff qué era lo que le pasaba. Weloff quería subir a la suite de Nucky, pero Johnson le dijo que, fuera lo que fuese, podían hablar del tema en el vestíbulo.

Weloff estaba molesto y se lo hizo saber a Nucky. Levantó la voz varias veces y Nucky le contestó de la misma manera. Cualquiera que estuviera cerca podía oír la conversación. Los otros miembros del sindicato local de la lotería clandestina habían enviado a Weloff para hablar con Nucky. Un agente de lotería independiente había abierto una oficina sin contar con el visto bueno del sindicato, y el escuadrón del vicio no había hecho nada. Johnson le aseguró que debía de ser un error. Los miembros del escuadrón del vicio trabajaban bien y llevaban una lista de quién estaba al corriente de los pagos. Johnson le preguntó si había hablado con Ralph Gold y Weloff dijo que no lo había hecho. Johnson le dijo que fuera a ver al agente Gold para que se lo aclarase. Weloff se quedó aliviado y le dio la mano a Nucky. Cuando se despedían, Nucky pidió a Weloff que se pusiera en contacto con él de nuevo en el caso de que Gold no se ocupara del asunto.

El salvaje estilo de vida de Nucky y el arrogante desafío al sistema legal expresado por la manera en que gestionaba su imperio deberían haberle convertido en el blanco para la investigación criminal de alguien. Sin embargo, después de veinte años ejerciendo de cabildero mayor, era él quien intimidaba al sistema de justicia criminal de Nueva Jersey. Nadie desde los tiempos de Woodrow Wilson había tenido las agallas de enfrentarse a él. En lo referente a la administración del Estado, Johnson y la industria del vicio de la ciudad estaban por encima de la ley. Pero en la década de 1930 las cosas cambiaron para Nucky.

La Gran Depresión supuso un bajón para Atlantic City, al igual que para el resto de la nación. El ocio fue una de las primeras cosas que se sacrificaron cuando se hundió la economía estadounidense. Atlantic City ya no era un balneario nacional. La clase obrera de Filadelfia seguía acudiendo, pero la mayoría solo pasaba el día, y muchos iban solo para jugar. Los comerciantes del paseo marítimo tuvieron que apretarse el cinturón para sobrevivir y veintenas de establecimientos que llevaban años funcionando se vieron obligados a cerrar.

Casi todos los principales hoteles del paseo marítimo cerraban cada año con pérdidas y diez de los catorce bancos locales fueron obligados a echar el candado, provocando la ruina financiera para muchos inversores locales. El valor estimado de las propiedades inmobiliarias había bajado hasta un tercio del récord establecido en 1930, de 317 millones de dólares, y el tipo impositivo era de los más altos del estado, lo cual provocó que muchos residentes perdieran sus hogares por ejecuciones de hipoteca. Al final de la década de 1930, la deuda per cápita de Atlantic City no solo era la más alta para la categoría de los núcleos urbanos de entre 30.000 y 100.000 habitantes, sino que era la más alta de todo el país.

La abolición de la Ley Seca de 1933 no hizo sino empeorar las cosas. Lo que estaba pensado para dar un impulso a una parte de la economía de la nación ahondó la crisis financiera de la ciudad. «Quedarnos sin la Ley Seca fue un duro golpe. Perdimos un montón de nuestros clientes habituales de Filadelfia». El fin de la Ley Seca eliminó una ventaja de Atlantic City de la que había disfrutado durante catorce años: la competitividad a la hora de atraer clientes para la organización de convenciones. Sin embargo, a lo largo de toda la crisis, Nucky y la industria local del vicio prosperaron.

El contraste entre la situación crítica de las finanzas municipales y de la industria hotelera y recreativa, por un lado, y la vitalidad del crimen organizado de Atlantic City, por el otro, provocó muchas críticas de parte de los periódicos de fuera. Era el blanco preferido del grupo de prensa Hearst, que disfrutaba denunciando la corrupción de Atlantic City. El magnate de la prensa William Randolph Hearst había sido un visitante habitual durante la Ley Seca y era tan aficionado a las mujeres como Nucky. La chica con la que Hearst solía quedar durante sus visitas era una bailarina del bar Silver Slipper, un club nocturno popular de la ciudad. Nucky se hizo demasiado amigo de ella y cuando Hearst se enteró, montó una fea escena y amenazó con destruir a Johnson. «Un barman al que conocía dijo que Hearst juró que pondría a Nucky entre rejas aunque le costara la vida. Imagínatelo, todo ese follón por una tía».

Como venganza, los periódicos de Hearst publicaron varios reportajes que denunciaban la corrupción de Atlantic City, y que retrataban a Nucky como un dictador implacable. Johnson contestó con la prohibición de los periódicos de Hearst en el balneario, lo cual le convirtió en un enemigo de por vida. Según los amigos íntimos de Johnson, Hearst utilizó su influencia sobre la administración de Roosevelt para instar al Gobierno federal a investigar el imperio de Nucky. «Hearst tenía buenos contactos en Washington, y cuando los federales llegaron a la ciudad todo el mundo sabía que él estaba detrás de todo».

En noviembre de 1936, agentes de la IRS[7] y el FBI, liderados por el agente especial William Frank, que era abogado, iniciaron sus operaciones clandestinas en Atlantic City. Trabajando desde un apartamento amueblado, los agentes comenzaron con la localización de los casinos de juegos de azar, las salas de apuestas de las carreras de caballos, las sedes de la lotería clandestina y los prostíbulos. Apostando a caballos y comprando boletos de la lotería pudieron determinar el porcentaje de posibilidades que se ofrecían. A través de la observación directa de estas actividades, y de conversaciones con residentes locales, los agentes tomaron nota de los nombres de las figuras clave de la industria del vicio de Atlantic City.

William Frank y sus hombres descubrieron que los bajos fondos del balneario formaban parte de la comunidad y que no se esforzaban en esconder sus actividades. «Estos negocios ilegales operaban con total transparencia». Las salas de apuestas estaban localizadas en dos de las calles más transitadas, las avenidas Atlantic y Pacific, y sus puertas estaban abiertas a todo aquel que quisiera entrar. Los establecimientos de prostitución eran conocidos por todos y no trataban de esconder sus actividades. El juego de los números, o la lotería, basado en los resultados de varias carreras de caballos, era omnipresente, tanto como hoy en día las loterías estatales. «Era difícil encontrar una tienda en la que no se pudiera jugar». Finalmente, los agentes pudieron confirmar que el departamento de la policía local no solo estaba al tanto de estas actividades, sino que estaba involucrado en la regulación y la protección de las mismas frente a las interferencias del exterior.

Los resultados de la investigación preliminar del agente Frank justificaron la decisión del secretario del Tesoro, Robert Morgenthau, de iniciar una investigación a gran escala de Johnson y su ciudad. Esta investigación resultó ser todo menos sencilla. Las cuentas de Nucky ya habían sido investigadas por la IRS en el pasado. Él había desarrollado un procedimiento de gestión de su dinero que dejaba pocas huellas. No dejaba constancia escrita de su contabilidad, no tenía cuentas bancarias ni fondos de inversión y no tenía propiedades a su nombre; todas sus transacciones se hacían en metálico. Nucky imposibilitó la labor de los agentes de investigar su evasión de impuestos. Cada uno de los años que precedían a la investigación, Nucky había realizado declaraciones de la renta correctamente, haciendo constar unos ingresos brutos de aproximadamente 36.000 dólares. El sueldo de tesorero del condado ascendía a unos 6.000 dólares y el resto se describía como «otras comisiones», cuyo origen ni Nucky ni su secretario, ni tampoco su contable, pudieron explicar cuando fueron interrogados bajo juramento. Nucky había creado una situación en la que el gobierno tenía que demostrar el origen de esos ingresos superiores a 30.000 dólares al año. Al indicar que se trataba de «comisiones», lo cual, por aquel entonces, estaba permitido por las leyes que regulaban los impuestos, Nucky siempre podía argumentar, en caso de que los agentes encontrasen pruebas de algún pago de comisiones, que estaba incluido en el apartado de comisiones.

Nucky había dado instrucciones a sus lugartenientes de que manejaran sus impuestos de la misma manera. Cada año, la gente del círculo más cercano a Johnson efectuaba declaraciones de la renta correctas. Los políticos indicaban los ingresos derivados de su empleo legal, mientras que los propietarios de los negocios ilegales se referían a sí mismos como agentes a comisión. Calculaban la cantidad necesaria para cubrir los gastos y los beneficios verificables e indicaban esa cantidad bajo el concepto de ingresos brutos en la declaración. Cualquier ingreso ilegal estaba incluido en el apartado indefinido de «otras comisiones». Esta práctica obligó al gobierno a demostrar la evasión de impuestos a través de fuentes exteriores.

Otro problema para la investigación era la vigilancia de los propios agentes. Durante los primeros meses de la investigación, cuando todavía no había muchos de ellos, los agentes no fueron detectados. Sin embargo, conforme el equipo de investigación de William Frank crecía en número e intensificaba sus pesquisas, los agentes no tardaron en descubrir que estaban siendo vigilados en todo momento. El departamento de policía del ayuntamiento con sus patrulleros y la oficina del fiscal general del condado con sus agentes eran soldados fieles al imperio de Nucky. Una vez descubierta la presencia de los agentes del FBI, fueron rigurosamente vigilados y Nucky recibía informes diarios que detallaban a quiénes interrogaban. Él los seguía más de cerca a ellos que ellos a él. Además de la policía, Nucky procuró que la comunidad entera supiera que había agentes en la ciudad. Cualquiera que cooperase con ellos era puesto en la lista negra.

Uno de los primeros asuntos investigados por Frank y sus agentes fue el de las comisiones de los contratos municipales. Todo el mundo sabía que cada contrato con el ayuntamiento tenía su precio. Desde incluso antes de los tiempos del Comodoro, los sobornos formaban parte de los contratos que se firmaban con el ayuntamiento y la administración del condado. El precio tipo para hacer negocios era aplicar una comisión de entre el 5 y el 33,3, por ciento de los beneficios del contrato, dependiendo de la cantidad y de la naturaleza del contrato en cuestión. Esta comisión por hacer negocio estaba contemplada en el precio final del contrato y cualquiera que se negara a seguir las reglas del juego se quedaba fuera, viendo cómo el contrato era adjudicado a otros. Los agentes sabían que encontrarían ingresos no declarados en este sector; lo que había que averiguar era si parte de ellos llevaban a Johnson.

Algunos tipos de contratos para obras públicas eran fuentes más probables de prevaricación que otros; uno de ellos era la construcción de carreteras. John Tomlin había sido un líder republicano local durante más de veinte años y había ejercido como miembro de la administración del condado, en el Consejo del Condado, donde era presidente del comité de carreteras. Ya que ocupaba un puesto de autoridad en la estructura de poder de la ciudad y del condado, Tomlin era uno de los sospechosos principales. Había animado a su hijo, Morrell Tomlin, a montar una empresa de construcciones generales. Entre los años 1929 y 1936, Morrell Tomlin gozaba de un monopolio prácticamente total de las construcciones de carreteras y pavimentaciones contratadas por el condado. Aparte del trabajo para el condado, Tomlin firmó un gran contrato con el Estado para la construcción de una parte de la Black Horse Pike, una importante autopista nueva entre Atlantic City y Filadelfia. Johnson había obtenido financiación federal para la carretera a través de la administración de Harding. Nucky era uno de los niños mimados del presidente Harding después de haber montado la delegación de Nueva Jersey para la Convención Republicana. Como muestra de gratitud, Harding invitó a Nucky a la Casa Blanca para dormir en la cama del presidente Lincoln. A cambio, Johnson bautizó una parte de una autopista federal que atravesaba el Condado de Atlantic con el nombre de Harding. Con su influencia en Washington y Trenton, Johnson pudo elegir los contratistas para su nueva autopista, la Black Horse Pike. Le tocó al hijo de John Tomlin.

Cuando los agentes de Hacienda citaron a Morrell Tomlin para tomarle declaración, descubrieron que los datos que ofrecía estaban muy desordenados; sin embargo, sí tenía una cuenta de cheques para su empresa de construcciones generales y los agentes pudieron revisar sus libros de contabilidad y fichas de depósito. No fue fácil encontrar estos documentos. El banco de Tomlin había quebrado durante la Gran Depresión y los investigadores tuvieron que pasar varias semanas del verano encerrados en un caluroso almacén, repasando miles de carpetas y documentos archivados hasta que pudieron reconstruir sus cuentas. Cuando por fin lo consiguieron, los datos de la cuenta de cheques mostraban que, entre los años 1928 y 1935, Morrell Tomlin había recibido depósitos de un total de 1,6 millones de dólares. En cuanto a John Tomlin, los depósitos en su cuenta superaban los 500.000 dólares. Morrell Tomlin nunca se molestó en presentar una declaración de la renta, pero su padre sí lo hacía, declarando unos ingresos nominales tan pequeños que no llegaban al mínimo imponible.

Resultó fácil demostrar que el dinero de la cuenta de John Tomlin venía de la cuenta de la empresa de su hijo. La primera vez que fueron convocados a una reunión con el FBI para explicar sus ingresos no declarados, los Tomlin vinieron vestidos con harapos y dijeron que estaban dispuestos a realizar una declaración de bancarrota. Uno de los agentes enseñó a John Tomlin una fotografía reciente de un periódico en la que aparecía, vestido de traje formal, entre los invitados a una de las galas políticas de Nucky. Cuando los agentes dejaron claro que su intención era imputarles, los Tomlin contrataron abogados y se gastaron todo lo que pudieron en la defensa. Tanto el padre como el hijo fueron imputados y, finalmente, declarados culpables. A pesar de que se les ofreciera inmunidad por su testimonio, ninguno de los dos admitió haber compartido beneficios con Nucky.

Otro contrato público que fue escrutado por el equipo de investigadores del agente Frank fue el de la recogida municipal de basura desde 1933 hasta el final de 1935. Los individuos involucrados eran Charles Bader, el hermano del alcalde Edward Bader; James Donahue, un líder de distrito republicano de Filadelfia; y Edward Graham. Los tres operaban bajo el nombre comercial de Charles L. Bader and Company. Este fue el caso más sencillo de todos los que los agentes manejaron. Las cuentas de Bader demostraban un caso evidente de evasión de impuestos: las pruebas estaban ahí, en los libros de contabilidad de la empresa, el estado de cuenta bancario y los cheques cobrados. En los documentos también constaban los sobornos a Nucky. La hija de Bader, que llevaba las cuentas de la empresa, había anotado cuidadosamente las iniciales de Nucky, «E. L. J.», en el talonario de cheques cobrados, detallando unos reintegros efectuados por Bader y Donahue de un total de 10.000 dólares, que habían sido transferidos a Nucky.

Los pagos a Nucky fueron confirmados por los registros judiciales de una demanda. Bader, Donahue y Graham se habían enfrentado sobre la división de los beneficios del contrato de la basura. Su disputa acabó en el Tribunal de Equidad del Condado de Atlantic. El tribunal pidió una auditoría de cuentas que, entre otras cosas, mostraba el soborno de 10.000 dólares pagado a Nucky, como parte de los gastos de la empresa. Tanto el juez que se hacía cargo del caso como los abogados que trabajaban en él sabían que se había pagado un soborno para conseguir un contrato municipal; sin embargo, lo pasaron por alto. La autoridad de Nucky era tan dominante y el sistema judicial de Atlantic City era tan corrupto que una comisión de extorsión se consideraba un gasto empresarial normal. Bader, Donahue y Graham fueron condenados, pero un solo soborno de 10.000 dólares no fue suficiente para imputar a Nucky con cargos de evasión de impuestos.

El agente especial William Frank estaba obsesionado con obtener más pruebas contra Johnson. La investigación ya había entrado en un plano personal, y el agente Frank expresaba su desprecio hacia Nucky abiertamente. Ordenó a sus hombres que siguieran analizando los contratos públicos. Un proyecto que no podían dejar sin investigar era la construcción de la nueva estación de ferrocarril de Atlantic City. En 1933, por orden de la Comisión de Infraestructuras Públicas de Nueva Jersey (PUC), las dos líneas de ferrocarril con conexión a Atlantic City se fusionaron en una, la Línea Costera de Pennsylvania Reading Según las leyes del Estado, había que construir una nueva estación de ferrocarril.

En un momento de la Gran Depresión en el que había poco trabajo disponible para contratistas, Johnson consiguió un contrato de 2,4 millones de dólares para A. P. Miler, Inc., la empresa de construcciones de un aliado, Tony Miller. Nucky controlaba a las personas clave que tomaban las decisiones y pudo elegir el contratista para este proyecto a dedo. Según las leyes del Estado, el ferrocarril pagaría la mitad de los gastos de la construcción y la PUC la otra mitad. El alcalde Harry Bacharach era miembro de la PUC en representación de la ciudad, y cumplía las órdenes de Nucky a rajatabla. También era necesario obtener una legislación especial de Trenton, y una aprobación para la ubicación de la estación por parte del ayuntamiento. Nucky se ocupó de todos los detalles. En cuanto al ferrocarril, los miembros de la comisión eran personas prácticas y accedieron a aceptar la elección de Nucky, siempre y cuando el trabajo fuera realizado por una empresa competente. Nucky juntó todas las piezas y el contrato fue adjudicado a A. P. Miler, Inc.

Al examinar los libros de contabilidad de la empresa de Miller, los agentes descubrieron que en 1935, el último año del contrato, la empresa pagó una tarifa legal de 60.000 dólares a un abogado local llamado Joseph A. Corio. Los beneficios declarados derivados del contrato entero ascendían a unos 240.000 dólares, aproximadamente. La declaración de impuestos de la empresa mostraba la cantidad de 1.150 dólares en concepto de gastos legales. La salida de los 60.000 dólares estaba metida en los gastos de construcción de la estación. Varios cheques, por un valor total de 60.000 dólares, fueron destinados a Corio, pero no fueron ingresados en su cuenta bancaria. Él los cobró personalmente.

Joe Corio era amigo íntimo y aliado político de Nucky. Era valioso como recaudador de votos en «la Ciudad de los Patos», el barrio italoamericano del balneario. A lo largo de los años, Corio llevó a cabo multitud de tareas para Nucky y siempre era premiado. A cambio de su lealtad y éxito a la hora de sacar votos, Nucky recomendaba a Corio a sus clientes, consiguió que fuera elegido miembro de la asamblea estatal, notario del condado y, finalmente, procuró que fuera nombrado juez del Tribunal de Primera Instancia. Una de las empresas a las que Corio había representado antes de tomar posesión de su cargo era A. P. Miller, Inc.

Una revisión de la declaración de la renta de Corio de 1935 mostraba que había declarado unos ingresos brutos de 20.800 dólares. El juez Corio aceptó recibir a los agentes en sus oficinas. Cuando le preguntaron por la tarifa legal de 60.000 dólares que había cobrado y la contrastaron con los ingresos declarados, Corio explicó que había destinado más de 40.000 dólares a otros gastos; sin embargo, no podía respaldar esta afirmación con recibos de ningún tipo. Cuando los agentes comenzaron a pedir pruebas con más insistencia, Corio se puso el traje de juez y adoptó una actitud agresiva, exigiendo saber con qué derecho cuestionaban ellos su integridad. La pomposidad de Corio provocó a William Frank, que dio instrucciones a sus agentes para que analizaran sus cuentas.

Afortunadamente para los agentes, el banco de Corio era uno de los que mantenían un registro fotográfico de todos los cheques de sus clientes.

Varios días después de revisar las cuentas de la abogacía de Corio, los agentes le enseñaron pruebas de que no había desembolsado ni de lejos 40.000 dólares en concepto de gastos legales en el año 1935. Ante estas pruebas, la dignidad judicial de Corio se colapsó. Admitió que su declaración de la renta no contaba toda la verdad y ofreció pagar todos los impuestos y penalizaciones adicionales que los agentes pudieran determinar. Dijo a los agentes que quería «saldar las cuentas» y «olvidar todo el asunto». Pero el FBI no quiso llegar a un acuerdo. Exigieron una explicación completa de la tarifa legal de 60.000 dólares que había cobrado y le avisaron de que, si no colaboraba, se esforzarían en presentar cargos contra él por evasión de impuestos.

Corio se negó a hablar, y entre octubre de 1937 y abril de 1938 hizo todo lo posible por arreglar el asunto de la declaración y prevenir un juicio. Nucky puso a trabajar a abogados con buenos contactos, y envió una apelación personal directamente al fiscal general Robert H. Jackson. A pesar de estos esfuerzos, el proceso contra Corio siguió adelante. En mayo de 1938, un jurado de acusación federal imputó a Corio con cargos de evasión de impuestos y declaraciones falsas a agentes de Hacienda. Al ser notificado de esto, el juez Corio, supuestamente, sufrió una crisis nerviosa y fue ingresado en un sanatorio para lo que restaba del año.

El caso Corio llegó a los tribunales en enero de 1939. Cuando finalmente se dio cuenta de que no iba a poder evitar el juicio, decidió hablar. A cambio de inmunidad declaró ante el FBI y reveló que los 60.000 dólares que había recibido no eran en concepto de una tarifa legal, sino que eran su parte de los beneficios derivados del contrato de la estación de ferrocarril, repartidos entre Miller, Corio y Nucky. «Joe Corio sorprendió a todo el mundo. Todos pensábamos que se callaría la boca e iría a la cárcel».

Según Corio, Miller había acordado con Nucky que le daría el 60 por ciento de los beneficios netos después de pagar los impuestos, por haberle conseguido el contrato. Corio y Miller, que eran familiares, tenían su propio acuerdo según el cual dividirían los beneficios restantes en partes iguales entre sí. Nucky no se fiaba de Miller e insistió en poner el acuerdo por escrito. Para la preparación del acuerdo, Corio representaba a Miller y Nucky era representado por el juez del Condado de Atlantic Lindley Jeffers.

Corio pensaba que el acuerdo escrito fue destruido en 1935, cuando entre los tres acordaron cambiar la distribución de los beneficios para poder evadir los impuestos; sin embargo, los agentes se enteraron de que la secretaria que había preparado el documento había guardado sus anotaciones estenográficas y podía reproducir una copia del original.

Corio admitió en su declaración que en septiembre de 1935, cuando Tony Miller recibió los primeros beneficios por valor de 70.000 dólares, este propuso el plan de pagar una tarifa legal de 60.000 dólares a Corio. Con esta maniobra, la empresa podría deducir la cantidad en cuestión en concepto de gastos y así evitar los impuestos sobre esta cantidad. Siguiendo el plan original, la empresa habría pagado impuestos sobre los beneficios antes de declarar los dividendos a Miller. Según el plan de Tony Miller, Corio declararía los 60.000 como una tarifa legal a título individual y Miler le dio 13.200 dólares para pagar los impuestos sobre los 60.000. Tras deducir esta suma quedaban 46.800 para repartir entre los tres, y de esta cantidad Miller recibió 9.400, Corio 9.400 y Nucky recibió la suma de 28.000 dólares. Corio afirmó que vio cómo Miller entregaba el dinero a Nucky. El ahorro total en impuestos sobre los beneficios de la empresa y de Miller a título personal rondaba aproximadamente los 25.000 dólares.

La avaricia de Corio estropeó el plan de Miller. En vez de registrar los 60.000 dólares en la declaración de la renta, Corio decidió correr el riesgo de omitirlos y se embolsó los 13.200 que Miller le había dado para pagar los impuestos. Según Corio, lo hizo porque Miller no había cumplido con su parte del acuerdo. Cuando se enteró, antes de que tocara hacer la declaración en 1936, de que Miller no le estaba contando toda la verdad, Corio decidió quedarse con los 13.200 en vez de usarlos para pagar los impuestos. Saboteó el acuerdo convenido sin informar ni a Miller ni a Nucky. Los agentes realizaron un seguimiento meticuloso de la información derivada de las declaraciones de Corio y concluyeron que era fiable. Sin embargo, no pudieron relacionar otros pagos con Nucky. En el acuerdo que Corio y Jeffers habían negociado constaba que Nucky recibiría una tercera parte de todos los beneficios derivados del contrato para la construcción de la estación de ferrocarril, en total unos 240.000 dólares, pero aun así solo pudieron probar el pago de los 28.000.

A pesar de este importante avance en la investigación, William Frank no estaba satisfecho con las pruebas contra Nucky. El pago de 28.000 dólares no era suficiente en sí para demostrar una evasión de impuestos, ya que Nucky había añadido una pérdida de 56.000 dólares a su declaración de la renta de 1935. En consecuencia, Frank tuvo que limitarse a pedir un solo cargo: el de conspiración de evasión de impuestos para A. P. Miller, Inc.

El jurado de acusación federal presentó cargos contra Nucky y Miler el 10 de mayo de 1939. Pero William Frank no estaba para nada satisfecho; después de dos años y medio de trabajo, la declaración de Corio era lo único que tenía. Frank era consciente del poder de Nucky y temía que encontrase una manera de escaparse de la justicia. Todo lo que tenía que hacer era silenciar a Corio; esto bastaría para desmenuzar los cargos presentados por el gobierno. Ni Frank ni la Fiscalía General de Estados Unidos estaban convencidos de que los cargos de conspiración fueran a salir adelante, especialmente teniendo en cuenta que uno de los dos compinches de la conspiración era el testigo principal. Si pretendían asegurar una condena, necesitaban algo más.

Junto con la investigación de los sobornos, los agentes de Frank también buscaron casos de evasión de impuestos entre los principales negocios ilegales de Atlantic City. Su estrategia consistía en aplicar presión al mayor número posible de propietarios de los negocios ilegales para que admitieran haber pagado dinero a Nucky a cambio de protección. Las dos principales atracciones de la industria del vicio de Atlantic City eran la prostitución y los juegos de azar. Durante la fase preliminar de su investigación, el FBI encontró ocho grandes prostíbulos (había docenas de prostíbulos más pequeños, y cada uno de ellos obtenía grandes ingresos); veinticinco salas de apuestas de carreras de caballos y casinos de juegos de azar; nueve establecimientos dedicados a la lotería ilegal; y más de ochocientos negocios a los que uno podía acudir para comprar números. Atlantic City era un paraíso para cualquiera que buscara casos de evasión de impuestos. La tarea de encontrar culpables eventuales no presentaba problemas; las pruebas halladas revelaban que había tanta gente dedicada a violar la ley que se podría haber presentado cientos de cargos. La tarea de los agentes consistía en encontrar a los criminales más adecuados, los que hablarían bajo presión. Comenzaron con las encargadas de los prostíbulos.

En el verano de 1937, el Gobierno federal lanzó un ataque al negocio de la prostitución del balneario desde dos flancos. Coincidiendo más o menos con el momento en que los agentes de Frank comenzaron a investigar a las encargadas de los prostíbulos, un nuevo equipo de agentes federales llegó a la ciudad como respuesta a denuncias que hablaban de que grandes cantidades de mujeres estaban siendo transportadas desde los estados colindantes hasta el balneario a causa de la prostitución. El 30 de agosto de 1937, el FBI efectuó registros en todos los prostíbulos, y detuvo a los propietarios, las «inquilinas» y los clientes. Detuvieron a más de doscientas personas, de las que ciento cuarenta eran prostitutas.

Las prostitutas fueron retenidas en varias prisiones del condado en calidad de testigos materiales de los hechos. Como consecuencia de los testimonios, todas las encargadas de los prostíbulos y alrededor de treinta chulos fueron imputados por violar la Ley Mann, popularmente conocida como la Ley de Trata de Blancas. También se presentaron cargos contra Ray Born, el lugarteniente del sheriff del Condado de Atlantic; Leo Levy, el asistente especial del alcalde de Atlantic City; y Louie Kessel, el guardaespaldas y ayuda de cámara de Nucky. Born era el hombre del maletín a quien las encargadas pagaban dinero a cambio de protección todas las semanas. Levy y Kessel estaban involucrados en la gestión inicial de varios prostíbulos. Cerca de cuarenta miembros prominentes del negocio de la prostitución de Atlantic City fueron condenados por violación de la Ley Mann, pero ninguno de ellos estaba dispuesto a colaborar con Frank y sus agentes. Entonces, los investigadores continuaron con una segunda oleada de imputaciones, esta vez por evasión de impuestos.

Las encargadas de los prostíbulos, al igual que el resto de la gente que se dedicaba a la industria del vicio en Atlantic City, gestionaban sus negocios exclusivamente a través de transacciones con dinero en metálico. Debido a esto, los agentes tuvieron que recurrir a su lado más creativo. A través de entrevistas con prostitutas individuales que estaban detenidas como testigos materiales, los agentes sacaron declaraciones firmadas bajo juramento en las que detallaban sus ganancias. Estas, según la praxis habitual de Atlantic City, constituían la mitad del reparto 5050 entre las encargadas y las prostitutas. Esta estimación fue definida con más precisión después de una revisión de los historiales médicos de los doctores que solían examinar a las chicas, y también a través de los datos obtenidos de las lavanderías, lo cual constituía un reflejo aproximado del volumen de negocio de cada prostíbulo.

Juntando todas estas piezas, el FBI pudo establecer unas estimaciones bastante correctas de los ingresos brutos de cada uno de los prostíbulos. Se presentaron cargos contra las encargadas y fueron condenadas por segunda vez por evasión de impuestos, pero seguían sin hablar. «Las viejas putas aguantaron como campeonas; eran unas tipas duras de pelar».

La prostitución dejaba beneficios, pero era solo un entretenimiento. El juego era el verdadero negocio de Atlantic City. El juego en cualquier modalidad, y con distintos niveles de apuestas que lo hacían asequible para cualquier tipo de jugador, había sido una parte de la economía del balneario desde hacía varias generaciones. La gente que se enriquecía por el juego estaba muy arraigada en la comunidad y constituía una fuerza a tener en cuenta para cualquiera que buscara poder político. Nucky era un político astuto, pero hacía falta algo más que astucia para seguir siendo el jefe durante más de treinta años. «Nucky era el jefe porque cumplía lo que prometía. Hizo posible que todo el mundo pudiera ganarse unos duros sin meterse en líos. Por eso fue el jefe durante tanto tiempo». Si no hubiera protegido al crimen organizado, ellos lo habrían reemplazado mucho antes de que William Frank y el FBI llegaran a la ciudad.

Lo que encontraron los agentes fueron salas de juego que operaban en establecimientos comerciales, en restaurantes y clubes nocturnos. Funcionaban abiertamente, como si los juegos de azar fueran legales y accesibles a cualquiera que pasara por ahí. El mobiliario de los locales variaba, desde aquellas salas que eran bastante austeras, con filas de vulgares bancos, hasta aquellas otras que eran salones decorados con esmero. Algunos de estos casinos operaban en dos plantas; la planta de abajo con sus muebles rústicos era para los jugadores que apostaban entre cincuenta centavos y un dólar, y la de arriba, con una decoración de lujo, para los que apostaban entre cinco y diez dólares. Se invitaba a comer y beber, y la dirección de los casinos pagaba los billetes de ida y vuelta en tren a cualquier jugador que enseñara el billete y pudiera demostrar que había venido a la ciudad para jugar ese día.

Una indicación del volumen de negocio de las salas de juego era que las salas de apuestas de caballos de Atlantic City pagaban «precios de pista». Esto quería decir que ofrecían las mismas condiciones que en los hipódromos. Sin un volumen grande de apuestas, no habrían ingresado lo suficiente como para justificar el pago de las apuestas igual que las oficiales.

Nucky mantenía un control total sobre las salas de apuestas de caballos. Había ido a Chicago en 1935 para llegar a un acuerdo con el Servicio Nacional de Noticias, que operaba de forma ilegal, para hacerse con los derechos en exclusiva para Atlantic City de recibir los resultados de las carreras. Cada sala pagaba 200 dólares semanales por este servicio. El precio que la Nacional de Noticias cobraba era de 40 dólares semanales, y la diferencia era para Nucky.

La mayoría de las salas de juego se dedicaba a todo tipo de actividades, desde las carreras de caballos y lotería hasta juegos de casinos como el blackjack, el póquer, los dados y la ruleta. Las salas donde prevalecían las carreras de caballos normalmente ponían unas mesas para dados o montaban una timba de póquer para que aquellos que hubieran perdido en los caballos tuvieran una oportunidad de recuperar el dinero. Los casinos con las apuestas más altas normalmente estaban asociados a los clubes nocturnos, y los extras —comida, alcohol o mujeres— no tenían nada que envidiar a los mejores casinos del mundo. Las salas más pequeñas obtenían unos ingresos medios de entre quinientos y mil dólares diarios, mientras que los beneficios brutos de las salas más grandes alcanzaban entre cinco mil y seis mil dólares al día.

Los clubes nocturnos-casinos que florecieron durante el reinado de Nucky fueron: 500 Club, Paradise Café, Club Harlem, Little Belmont, Bath and Turf Club, Cliquot Club y Babette's, que era uno de los casinos de juegos de azar más chic de su época, con clientes que venían de todo el país. «Solo la gente más exclusiva iba a Babette's. Ponían los mejores chuletones y copas de toda la ciudad, y los espectáculos eran buenísimos. Allí fue donde vi a Milton Berle a poco de iniciar su carrera».

Estos clubes nocturnos se promocionaban mediante anuncios por toda la nación y eran muy conocidos. Allí tocaban famosas bandas de música y contaban con la presencia de estrellas de Broadway o Hollywood para entretener al público. A los propietarios les daba igual si los clubes nocturnos eran rentables o no; solo estaban allí para que sus casinos de juegos de azar pudieran generar dinero. Los propietarios de las salas de juego de Atlantic City eran todos personajes de los bajos fondos, la mayoría de ellos era gente con un historial criminal que quería vivir la vida rápido. Muchos de ellos utilizaban nombres de pila o eran conocidos por motes: entre ellos estaban William Kanowitz, conocido como «Walpaper Willie»; a Lou Khoury se le conocía como «Lou Kid Curry»; el alias de Michael Curcio era «Doc Cootch», y el de Martin Michael, «Jack Southern». Si a Nucky le hubieran llamado «Enoch», se le habría considerado un tipo raro.

El negocio ilegal de juegos de azar más común en Atlantic City era el juego de los «números». En una ciudad de 66.000 residentes permanentes, y un juego en el que las apuestas variaban entre cinco y diez centavos, la enorme cantidad de apuestas queda reflejada por el hecho de que las ganancias medias diarias del sindicato de la lotería oscilaban entre cinco mil y seis mil dólares, o lo que es lo mismo, entre un millón y medio y dos millones al año. El juego de los números se hizo tan popular que acabaron por montar dos sorteos diarios, uno de día y otro de noche. Como parte de su investigación, los agentes repasaron casi mil quinientas tiendas de venta al por menor de la ciudad, entrevistando a los propietarios individualmente. De estos, ochocientos treinta firmaron declaraciones juradas admitiendo que sus establecimientos comerciales eran utilizadas para vender números de la lotería. Otros doscientos o trescientos admitieron que vendían números pero tenían miedo a firmar una declaración bajo juramento. «Si ibas a la tienda de la esquina para comprar una botella de leche, a menudo aprovechabas los cambios para comprar un número. Casi todo el mundo que tuviera un negocio vendía números». Nucky había conseguido que casi toda la comunidad participara como socia en el crimen organizado.

Para la primavera de 1939, la investigación había producido más de cuarenta imputaciones. Los primeros cargos contra el crimen organizado estaban dirigidos a William Kanowitz y David Fischer, que gestionaban salas de apuestas de caballos. Después les tocó el turno a los principales miembros de los sindicatos de las loterías. En aproximadamente el mismo período, se presentaron cargos contra los contratistas de la autopista del condado y el servicio municipal de recogida de basura. En total, casi treinta de los ayudantes de Nucky estaban esperando la llamada para sentarse en el banquillo de los acusados. Estaban bajo una constante presión por parte de los agentes y se les convocaba repetidas veces para que se presentasen ante el jurado de acusación en Camden. Pero ninguno de ellos dio su brazo a torcer. Antes que testificar contra Nucky, los criminales de Atlantic City preferían aceptar condenas por desacato al tribunal y perjurio.

El primero de los acusados de evasión de impuestos que se sentó en el banquillo fue Austin Clark, un tesorero de la lotería ilegal. Excepto por la orden del juez de desalojar a tres de los matones de Nucky que estaban sentados justo enfrente de los testigos, el juicio transcurrió con normalidad. Clark fue declarado culpable y condenado a tres años de prisión, pero todavía se negaba a colaborar. El gobierno esperaba que la condena de Clark incitara a los otros miembros del sindicato de la lotería ilegal a reconsiderar su postura de silencio. Sin embargo, los agentes habían subestimado la resistencia de los ayudantes de Nucky.

Tras la condena de Austin Clark, Nucky y su gente comenzaron a obstruir el trabajo de preparación de las acusaciones del gobierno. Los testigos debían acudir a la oficina del FBI en la segunda planta del nuevo edificio de Correos de la avenida Pacific. La mayoría de ellos nunca se presentó. Los que sí lo hicieron, nada más salir de la reunión con los abogados federales eran llevados bruscamente a las oficinas de los abogados de los acusados, donde se les interrogaba acerca de los asuntos que habían revelado al FBI. William Frank estaba indignado por la resistencia que Nucky montaba. El propio agente especial Frank lo expresa mejor que nadie:

En ese momento quedó perfectamente claro que la oposición estaba bien organizada. No se trataba de un caso de individuos que cometían delitos de perjurio; el perjurio era más bien el resultado de una gigantesca conspiración que tenía que haber sido planificada por abogados. Cada vez que se reunía el jurado, un grupo de abogados se juntaba en el pasillo del edificio de Correos, listos para entrar a defender a cualquiera que hubiera sido convocado por desacato o que estuviera imputado. No había dudas de que estos abogados estuvieran contratados por la organización y que no representasen a acusados individuales. Un representante legal siempre estaba presente, siempre listo para ejercer, independientemente de quién estuviera sentado en el banquillo.

Frank se dio cuenta de que su batalla contra Nucky no había hecho más que empezar.

Tras la sentencia de Austin Clark siguieron varias declaraciones de culpabilidad y condenas a acusados menores, pero todos se negaron a colaborar con la justicia. El primer gran juicio contra el núcleo del imperio de Nucky fue el de los banqueros del juego de los números, con un total de catorce acusados. Estaban acusados de haber conspirado para cometer delitos de perjurio y de evasión de impuestos relacionada con las actividades del juego de los números.

El gobierno inició el juicio el 29 de abril de 1940, con grandes esperanzas de obtener condenas para los catorce acusados. Aparte del testimonio de los agentes, la acusación tuvo que usar como testigos a los empleados de los acusados. Estos testigos no sabían bastante como para inculpar a Nucky y no estaban ganando lo suficiente como para correr el riesgo de ser condenados a prisión. Dieron al gobierno las mismas respuestas que ya habían dado al jurado; sin embargo, tras un contrainterrogatorio por parte de la defensa contestaron con un «sí» a todas las preguntas trampa que se les hicieron. Esto restó valor a su testimonio y el gobierno tuvo que depender de grabaciones telefónicas y afirmaciones hechas por los acusados para demostrar la validez de sus argumentos. El jurado no se dejó convencer y, después de dos días de deliberación, el tribunal declaró un empate. William Frank y sus agentes no estaban por la labor de rendirse y pidieron a la Fiscalía General de Estados Unidos que moviera ficha para convocar otro juicio, cuya fecha quedó fijada para el mes de julio.

Varias semanas después del primer juicio, el juez que llevaba el caso recibió una carta que le informaba de que uno de los abogados de la defensa había sobornado a varios miembros del jurado. Los agentes no fueron capaces de demostrar que se había efectuado el pago de un soborno, pero más tarde obtuvieron sentencias contra varios de los acusados y uno de sus abogados por haber tocado al jurado. El abogado era Isadore Worth, un exayudante de la Fiscalía General de Estados Unidos. Worth fue condenado y despojado de sus credenciales jurídicas al año siguiente.

Un segundo juicio por cargos de conspiración contra los mismos catorce banqueros del juego de los números comenzó el 8 de julio de 1940. La acusación del gobierno entró con mucha más fuerza que la primera vez, y los fiscales estaban convencidos de poder obtener una condena. A pesar de la confianza de los fiscales, los acusados no parecían estar nada preocupados. Esta vez solo dos de ellos se defendieron activamente. Sus abogados tampoco ofrecieron mucha resistencia, casi como si estuvieran entregando el caso. Los agentes, los fiscales y el juez se quedaron boquiabiertos cuando el jurado declaró a los acusados no culpables.

William Frank temía que su investigación hubiera llegado a su fin y sabía que Nucky Johnson estaba detrás de la sentencia. El juez Biggs, que se encontraba al frente del caso, estaba preocupado por la sentencia del jurado e instó a Frank a que ordenara a sus agentes interrogar a los miembros del jurado. El resultado fue llamativo. Uno de los miembros del jurado, Joseph Furhman, había sido colocado allí, pensaban algunos, por amigos de Nucky de la Secretaría Federal. Era amigo personal de dos de los abogados de la defensa, Carl Kisselman y Scott Cherchesky. El hermano de Furhman era un abogado que era socio de Kisselman. Era habitual que Kisselman y Cherchesky quedaran con Furhman para comer y para jugar al billar en el hotel Walt Whitman de Camden. Ni Kisselman ni Cherchesky avisaron al tribunal de su relación con Furhman tras la elección del jurado.

Al interrogar a los miembros del jurado, William Frank se enteró de que la acusación nunca había tenido ninguna posibilidad de ganar. Desde el primer día del juicio, Furhman ridiculizó la acusación del gobierno delante de los otros miembros del jurado, burlándose del juez y de la fiscalía. Al iniciarse la deliberación, las posibilidades eran de ocho a cuatro a favor de una condena; sin embargo, Furhman tenía una personalidad muy carismática y manipuló a los otros ocho miembros del jurado hasta conseguir que cambiaran sus votos. Los acusados volvieron al banquillo una vez más —acusados ya de haber cometido los delitos, no solo de haber conspirado para cometerlos— en marzo de 1941, después de que los miembros del jurado hubieran sido cuidadosamente investigados e informados de sus obligaciones por parte del tribunal. Esta vez sí se consiguió una condena.

Con Austin Clark y varios acusados más en la cárcel, y con la condena de los catorce banqueros del juego de los números ya en el bolsillo, William Frank y su gente comenzaron a meter más presión. Frank pidió al fiscal general que convocara a los acusados condenados para prestar declaración delante del jurado y les interrogó acerca de los pagos a Nucky a cambio de protección. En respuesta a su perjurio, Frank les amenazó con presentar más cargos y, si llegaran a ser condenados por ellos, otra estancia más en la cárcel. Esta presión fue más de lo que pudieron soportar. No fue posible mantener a los catorce callados, y varios de ellos aceptaron testificar a cambio de una rebaja de sus condenas. Un testigo crucial entre los que aceptaron hablar fue Ralph Weloff, uno de los miembros del sindicato del juego de los números. Weloff admitió que, desde 1935 hasta finales de 1940, él y otros entregaban personalmente un mínimo de mil doscientos dólares semanales a Nucky a cambio de protección. Eso fue todo lo que los agentes necesitaron oír. El gobierno consiguió nuevas imputaciones y se convocó un juicio, previsto para julio de 1941, para juzgar a los dos.

La manipulación de los primeros dos jurados en el juicio contra el sindicato de los números obsesionaba a William Frank y la fiscalía. Albert Marino, el juez que presidía el juicio de Nucky, solicitó una investigación minuciosa de todos los miembros del jurado para detectar cualquier tipo de interferencia por parte de Johnson. Efectivamente, varios días antes de la fecha prevista para el juicio de Nucky, los agentes desenmascararon una tercera conspiración para manipular al jurado.

En mayo de 1941, Zendel Friedman, que formaba parte de la organización de los sorteos nocturnos de la lotería de los números, se sentó en el banquillo de los acusados y fue condenado por evasión de impuestos. Una de las personas del grupo de seleccionables para el jurado que trataría el caso de Nucky había sido miembro del jurado en el juicio a Friedman. Cuando fue interrogado por los agentes, este hombre reveló que Zendel Friedman y Barney Marion habían tratado de sobornarle. Dos días después, otros dos miembros del jurado declararon que a ellos también se les había ofrecido sobornos, y que una de las personas que lo había hecho era un empleado de la oficina del sheriff del Condado de Atlantic (el hermano de Nucky, Alf era el sheriff). Esta persona, Joseph Testa, admitió que el guardaespaldas de Nucky, Louie Kessel, le había pedido que manipulase al jurado.

El Gobierno había dado por hecho que el debate que los otros casos de manipulación del jurado habían suscitado haría que la gente de Nucky no lo intentase de nuevo, pero estaban equivocados. Ni las imputaciones por desacato al tribunal, ni las sentencias y las condenas a prisión de la gente que previamente había estado involucrada en la manipulación de los jurados habían asustado a Friedman para nada. Si Nucky estaba dispuesto a arriesgar tanto para proteger a un solo operador del juego de los números, ¿qué no haría para protegerse a sí mismo? Con el juicio a una semana vista, la fiscalía estaba al borde del pánico.

El 14 de julio de 1941, después de cuatro años y medio de trabajo exhaustivo por parte de William Frank y su equipo de agentes, finalmente se produjo el juicio contra Nucky. No quedaban sillas en el tribunal y el ambiente era festivo. Nucky era un fenómeno nacional y estaba a la altura de su reputación: el primer día llegó vestido de traje color vainilla, complementado con clavel rojo y corbata de color lavanda, con un sombrero de paja sobre la cabeza y un bastón con mango de latón en la mano. El juicio había sido tan publicitado que habían tenido que instalar mesas especiales para la prensa en la sala de juicios para que los más de treinta reporteros que habían acudido de todos los rincones de la nación a cubrir todo el juicio tuvieran sitio. Oportunistas y vendedores de todo tipo colocaron sus puestos delante de las puertas de los tribunales para tratar de rascar un poco de dinero de las masas. A pesar de contar con el testimonio de Corio sobre el contrato del ferrocarril y el de Weloff sobre el dinero de la protección, la fiscalía seguía pensando que no las tenía todas consigo cuando comenzó el juicio. Previamente al juicio, de cara a una posible defensa de Nucky que habían debatido, el gobierno había convocado a ciento veinticinco personas que pensaban que la defensa podría traer para apoyar las afirmaciones de Nucky sobre «gastos políticos». Frank quería explicarles el sentido de la palabra «perjurio». La mayoría de las personas que habían sido convocadas nunca llegó. Nucky colocó a uno de sus matones en el vestíbulo del edificio de Correos donde los agentes habían establecido su cuartel general. Aquellos testigos que sí aparecieron fueron invitados a volver a su casa.

Joseph Corio, que había dimitido de su puesto de juez, era el testigo principal de la primera mitad de la acusación del gobierno. Los rumores de que Nucky era el socio invisible de Tony Miler y de que A. P. Miler, Inc., solo era la cara exterior de un entramado mediante el cual Nucky se beneficiaba de contratos municipales llevaban años circulando. El testimonio de Corio confirmó los rumores y aportó los detalles. Según Corio, Nucky había recibido el 50 por ciento de todos los beneficios de Miller desde que inició sus negocios, pero su parte del contrato del ferrocarril ascendía al 60 por ciento. Hubo numerosos retrasos en la concesión del contrato y a Miller le dio tanto miedo poder perderlo que aceptó elevar el porcentaje proporcional de los beneficios de Nucky.

El contrato entre Miller y el ferrocarril era un acuerdo de «gastos plus». Según las condiciones del contrato, Miller remitiría sus facturas periódicamente y recibiría una compensación por estos gastos más una pequeña parte de los beneficios para que pudiera seguir trabajando. Los beneficios restantes eran retenidos por el ferrocarril hasta que el trabajo estuviera completamente terminado. Si Miller incumpliera alguna de las condiciones del contrato, la cantidad retenida podría seguir retenida indefinidamente, como una penalización.

Cuando Miller recibió su primer cheque, Nucky exigió que le pagara su parte de los beneficios. Miller explicó que su dinero debía esperar hasta que el trabajo estuviera terminado, pero la avaricia de Nucky era demasiado grande. En enero de 1934 se preparó el contrato escrito. El juez Jeffers pidió a la secretaria de Corio que destruyera sus notas taquigrafiadas, pero ella, sin avisar a nadie, no lo hizo. Las únicas dos copias cuya existencia Nucky conocía eran la suya y la de Miler, y ambas fueron destruidas.

El abogado de Nucky, el exabogado del Estado Walter Winne, realizó consultas repetidas veces para saber si el gobierno disponía de una copia del contrato o no, pero en cada ocasión la acusación se negó a contestar. Por aquel entonces, las reglas del tribunal lo permitían y Winne acudió al Departamento de Justicia de Washington para ofrecer un reconocimiento de culpabilidad por parte de Nucky si el gobierno le mostraba el contrato. La Fiscalía General de Estados Unidos rechazó la propuesta, y no fue hasta el juicio que el secretario de Corio sacó una copia del documento firmado por Miller y Nucky. Nucky testificó negándolo, pero no había manera de que el jurado lo creyera.

En cuanto a la segunda parte de la acusación, la del dinero de la protección, el gobierno acabó teniendo más testigos de los que necesitaba. Una vez que Ralph Weloff tomó la decisión de testificar, animó a otros miembros del sindicato del juego de los números para que hicieran lo mismo, para no estar solo. Weloff declaró que el sindicato del juego de los números comenzó con sus pagos semanales a Nucky en 1933. El propósito de estos pagos a cambio de protección era asegurar que la policía no efectuara ningún registro, y que no hubiera competencia por parte de gente de fuera. Si hubiera problemas con la policía o con organizaciones de loterías no autorizadas, la persona de contacto del sindicato era el agente de policía de Atlantic City Ralph Gold, que era el responsable del escuadrón del vicio.

Weloff y otros declararon que entre 1935 y 1940 ellos entregaban personalmente mil doscientos dólares en efectivo a Nucky todas las semanas. Un total de doce operadores del juego de los números declararon que se había pagado dinero a Nucky a cambio de protección. A pesar de un duro contrainterrogatorio, sus testimonios no mostraron fisuras.

El abogado de Nucky, Walter Winne, comenzó su defensa admitiendo que su cliente había recibido el dinero. «Admitimos haber recibido dinero que provenía del negocio ilegal de los números en Atlantic City. No estamos muy orgullosos de ello, pero negamos haber recibido ingresos que no hayan sido indicados en la declaración de la renta».

A continuación, Winne presentó un resumen de su defensa. Comenzó declarando que los operadores del juego de los números se habían acercado a Nucky para pedirle ayuda. En Atlantic City, el juego de los números era considerado como algo que debería ser legalizado. Weloff y otras personas del negocio de los números habían remitido una petición al ayuntamiento, firmada por más de siete mil residentes locales, en la que hacían constar su deseo de que el ayuntamiento reconociera el negocio del juego de los números como una actividad legal. Nucky solo estaba atendiendo a los deseos de los ciudadanos, y el dinero que él recibía era utilizado para financiar su organización política. Según Winne, la única profesión de Nucky era la de político. Todos los pagos que él recibía eran contribuciones al partido político y se utilizaban como fondos para la maquinaria republicana. En palabras de Winne, su cliente necesitaba «mucha grasa para mantener su máquina política en marcha».

Como prueba de que el dinero había sido gastado con esta finalidad, presentó una caja de zapatos con más de ochocientos recibos al tribunal, a través del testimonio de James Boyd, el secretario del Consejo del Condado. Según el testimonio de Boyd y Rupert Chase, un mensajero de la tesorería de Nucky, Nucky había destinado más de 78.000 dólares a gastos políticos durante el período por el que se le imputaba de evasión de impuestos. El resto de los ingresos que el Gobierno federal podía demostrar estaba incluido en el apartado «comisiones».

Nucky subió al estrado y declaró que había recibido dinero del sindicato del juego de los números y lo había gastado «en las campañas electorales de los candidatos que eran favorables a mi manera de hacer política, y para sostener, a lo largo del año, mi organización: cuidando a los pobres, pagando alquileres y comprando carbón». Otros testimonios que apoyaron el argumento de la defensa de que todo el dinero había sido utilizado para la política llegaron de la boca de tres editores de prensa locales. Estos editores aseguraron que habían recibido dinero con el propósito de publicitar la organización de Nucky, y que su política editorial era favorable a sus candidatos.

Finalmente, Winne presentó una fila interminable de testigos que testificaron el buen carácter de su cliente. Estaban encabezados por el exgobernador Harold G. Hoffman y el exsenador de Estados Unidos David Baird, Jr., ya retirado, pero todo fue en vano. A sus cincuenta y ocho años, Nucky sufrió su primera derrota. Fue declarado culpable de evasión de impuestos. El 1 de agosto de 1941 fue condenado a diez años de prisión y a pagar una multa de 20.000 dólares.

Si Nucky estaba humillado, nunca lo mostró. Ante la sentencia, Johnson exhibió el porte de un monarca derrocado, manteniendo la compostura hasta el final. Con su habitual estilo extravagante, realizó un último gesto excéntrico ante la sociedad de Atlantic City antes de ir a la cárcel: decidió casarse.

Durante los casi treinta años que habían transcurrido desde la muerte de Mabel Jeffries, su novia de toda la vida, Nucky nunca había dado ningún tipo de señal de estar dispuesto a casarse en segundas nupcias. Llevaba años saliendo con Florence «Flossie» Osbeck, una bailarina-actriz, y se habían convertido en una pareja consolidada, pero nadie se había imaginado nunca que se casarían. El 31 de julio de 1941, el día antes de que ingresara en prisión, Nucky y Flossie intercambiaron anillos en la Primera Iglesia Presbiteriana. Tras la ceremonia, en la que el novio vestía un traje de mohair de color crema con una corbata amarilla y zapatos blancos, los recién casados fueron felicitados en la puerta de la iglesia por miles de admiradores. Tras la boda hubo una animada fiesta con cientos de invitados en el Ritz Carlton que continuó hasta la noche. «Nucky sí que sabía cómo montar una buena juerga. Nunca hubieras podido pensar que al día siguiente se iba a la cárcel». Nucky y Flossie fueron una pareja feliz hasta la muerte de él, pero los íntimos amigos de Nucky creían que la única razón por la que se casó con ella era que quería asegurar una conexión regular y fiable con sus socios de Atlantic City.

Después de salir de la cárcel, cuatro años más tarde, llevó una vida tranquila y se declaró en bancarrota cuando el gobierno le exigió pagar sus multas por evasión de impuestos. Su nombre sonó varias veces como candidato para el concejo municipal, pero Nucky procuró mantenerse alejado del poder. Si no podía ser el jefe, era mejor mantenerse totalmente al margen. Recordaba la humillación del Comodoro cuando intentó retomar el control del Partido Republicano y se negó a exponerse a otra derrota.

Durante los siguientes veinte años, Nucky se dedicó a pasear por el paseo marítimo y a acompañar a los niños que volvían del colegio a sus casas. Acudía a cenas benéficas y, ocasionalmente, a eventos de recaudación de fondos para la política. Casi todos los años, sus amigos organizaban una gran fiesta de cumpleaños en su honor. Los líderes locales lo visitaban con frecuencia para pedirle consejo, y en unas elecciones importantísimas apoyó a la candidatura republicana de una manera inimitable. Sin embargo, Nucky Johnson no volvió a esgrimir la batuta del poder que le había convertido en el Zar del Ritz.

Poco a poco, la salud de Nucky empeoró. Lo llevaron a la residencia municipal de ancianos de Northfield, donde pasó sus últimos días atendiendo a sus admiradores y tomando whisky escocés con sus mejores amigos, que lo visitaban con regularidad. El 9 de diciembre de 1968, a la edad de ochenta y cinco años, Nucky murió de forma tranquila, con una sonrisa en los labios, según dicen. Su carrera personifica la avaricia, la corrupción y la desinhibida juerga de Atlantic City en sus días de gloria.