La época dorada de Nucky
Joe Hamilton era el chófer de reserva. Louie Kessel no solía salir de la ciudad muy a menudo, pero cuando lo hacía, Joe era el elegido para llevar al jefe por la ciudad. Esa noche, las paradas incluían un partido de béisbol, un velatorio y una reunión del Club Republicano del Cuarto Distrito, seguida de una cena en el Babette's.
Tras un par de entradas, Nucky ya había visto suficiente del partido de béisbol y estaba listo para salir. Cuando Joe regresó con la limusina, había una señorita al lado del jefe. Joe fue a abrir la puerta y Nucky le dijo que saliera de la ciudad en dirección a Absecon, antes de seguir hasta el velatorio. Las palabras de Hamilton narran mejor lo que ocurrió a continuación: «Allí estaba, hablando con el señor Johnson, que tenía una putilla muy mona sentada a su lado. Lo siguiente que ocurre es que ella mete la cabeza entre sus piernas y al señor Johnson se le pone una sonrisa de oreja a oreja». El jefe nunca perdió una oportunidad de mezclar los negocios con el placer.
Durante casi treinta años, Enoch «Nucky» Johnson llevó la vida de un monarca decadente, con el poder suficiente para satisfacer todas y cada una de sus necesidades. Nucky Johnson, que era alto (medía un metro noventa y tres centímetros), esbelto y ancho de hombros, era un hombre apuesto con unas manos grandes y fuertes, una calva reluciente, una sonrisa socarrona, ojos grises amables y una voz potente. Cuando estaba en plena forma, caminaba por el paseo marítimo vestido de traje con polainas, zapatos de charol, bastón y un clavel rojo en la solapa. Nucky era llevado por un chófer en una limusina Rolls Royce de color azul pálido, tenía varias residencias, hacía de anfitrión en espléndidas fiestas con cientos de invitados, usaba a la policía local como guardia personal, contaba con un séquito de sirvientes que se hacían cargo de todas sus necesidades y tenía unos ingresos anuales no declarados que superaban los 500.000 dólares. Sus excentricidades eran tema de conversación por todas partes y en el momento cumbre de su reinado era un fenómeno nacional, conocido como «el Zar del Ritz». A pesar de su notoriedad, Johnson era un producto de Atlantic City que no podía haber salido de ningún otro lugar.
Enoch Lewis Johnson nació el 20 de enero de 1883 en Smithville, un pequeño pueblo de agricultores cerca de la bahía, situado varios kilómetros al norte de Atlantic City. Nucky era el hijo del sheriff Smith Johnson, el aliado de Kuehnle, y pasó su infancia viajando entre Atlantic City y Mays Landing, según las rotaciones de su padre en el puesto de sheriff. Durante los años que era sheriff, Johnson y su familia vivían en la residencia del sheriff, junto a la prisión del condado. Cuando ejercía de lugarteniente de sheriff, los Johnson vivían en una enorme casa del balneario, para que él y su mujer pudieran disfrutar de la vida social del pujante centro vacacional.
Los padres de Nucky, Smith y Virginia Johnson, habían usado la política para escaparse del duro trabajo físico del campo. El puesto de sheriff significaba una vida fácil y un estatus en el creciente balneario. Smith Johnson era un oso de hombre, con un pecho enorme y unos grandes y tupidos bigotes negros. Medía un metro ochenta y ocho centímetros, pesaba ciento catorce kilos, tenía unas manos grandes como paletas y la fuerza suficiente para levantar un carruaje. «Nadie se metió nunca con el sheriff Johnson». Virginia era una mujer alta, delgada y bella, con pelo castaño largo y dedos que estaban hechos para tocar el piano. Siempre llevaba ropa exquisita y era «la clase de mujer que te viene al recuerdo cuando piensas en una elegante señora victoriana». Virginia también tenía una clara vocación por la política. «Dedicaba mucho tiempo a la caridad, organizando todo tipo de eventos para recaudar fondos para la gente pobre, pero siempre se aseguraba de que todo el mundo supiera que la ayuda venía del Partido Republicano».
A través de sus padres, la inmersión de Nucky en la política tuvo lugar mucho antes de que tuviera edad para votar. Ya de niño, y también cuando era joven, Nucky veía cómo su padre jugaba con las leyes y las normas. La ley que prohibía le reelección de un sheriff estaba pensada para prevenir que se concentrase demasiado poder en un solo individuo. Sin embargo, la cómoda relación entre Smith Johnson y Sam Kirby hacía que la prohibición en cuestión, establecida en la Constitución del Estado, fuera como un chiste. La elección de los empleados del sheriff se hacía a dedo y se basaba exclusivamente en el criterio de mecenazgo. Nadie supervisaba la recaudación efectuada por los oficiales del sheriff. Las tácticas de Smith Johnson y los éxitos que cosechaba enseñaron a su hijo desde el principio que la política y el proceso electoral eran solo un juego que había que dominar para hacerse con el poder a nivel personal. Nucky también aprendió que un político de Atlantic City solo seguiría en el poder mientras estuviera dispuesto a manipular la ley cuando hiciera falta para ayudar a la economía del balneario. Smith Johnson y Louis Kuehnle eran buenos amigos y el lugar preferido del sheriff para pasar el rato era el hotel del Comodoro. En muchas ocasiones, Nucky, siendo todavía un niño, se sentaba al lado de su padre en la Esquina por la noche y escuchaba en silencio las historias y las estrategias de Kuehnle y sus secuaces. El hotel de Kuehnle era el eje de la política republicana de Atlantic City, y un lugar en el que se tomaban las decisiones políticas más importantes. Puede que Nucky no entendiera todo lo que oía, pero estaba allí, y ya en la adolescencia comenzó a aprender las reglas del juego. A la edad de diecinueve años, Johnson pronunció su primer discurso político y en cuanto tuvo la edad para votar, a los veintiún años, su padre le nombró lugarteniente de sheriff. Terminó la enseñanza secundaria, pasó un año en una universidad estudiando Pedagogía y dedicó un tiempo a hacer prácticas en el bufete de un abogado local, pero lo que más le interesaba era la política.
Nucky también quería casarse con una chica alta, esbelta y elegante de quien se había enamorado a primera vista en su adolescencia. Mabel Jeffries era bella y discreta; Mabel era «la hija del cartero de Mays Landing y se conocían desde que eran críos; ella le encantaba a Nucky». Nucky y Mabel vivieron en una época en que los amantes adolescentes se casaban y se mantenían juntos toda la vida. El hecho de que Mabel se matriculara en la Trenton Normal School (una institución de Pedagogía para chicas, ahora la Universidad de Nueva Jersey) fue lo que había incitado al propio Nucky a ir a la universidad. Sus facultades estaban cerca la una de la otra y quedaban todos los días después de clase en una heladería del campus, donde hacían planes para un futuro juntos. Un año de universidad —lejos de Atlantic City— fue todo lo que pudo aguantar Nucky. Tomaron la decisión de que él volviera a casa para iniciar su carrera política. Mabel se quedó en la universidad y consiguió su certificado de aptitud pedagógica. Tras su graduación en junio de 1906, se casaron y se fueron a vivir juntos a un apartamento de Atlantic City. Cuando se casó, Nucky ya había sustituido a Sam Kirby como lugarteniente de sheriff bajo las órdenes de su padre. En las siguientes elecciones, en 1908, Nucky fue elegido sheriff, con su padre como lugarteniente de sheriff, a la edad de veinticinco años, lo cual le convirtió en la persona más joven de Nueva Jersey en ostentar este puesto. Al igual que muchos otros residentes de su estatura social, Nucky y Mabel invirtieron en el pujante mercado inmobiliario de Atlantic City y la jugada les salió bien. Estaban encaminados a disfrutar de una vida común muy cómoda hasta que una tragedia destrozó sus planes.
Mabel siempre había tenido una salud frágil, pero en el invierno de 1913 empezó a sufrir ataques de tos que luego no la abandonaron. Nucky insistió en que fuera a un médico local, y este le diagnosticó su enfermedad: tuberculosis. La enfermedad era bastante común en el balneario, pero solo los enfermos más fuertes y más ricos sobrevivían. Por recomendación del médico de familia de los Johnson, Nucky viajó con Mabel hasta un sanatorio de Colorado. A pesar de sus deberes como nuevo jefe de Atlantic City, estaba dispuesto a quedarse hasta que ella se recuperase. Fue inútil. Tres semanas más tarde, Nucky volvió a casa en un vagón de equipaje, sentado al lado del ataúd de Mabel. Había fallecido a la edad de veintiocho años. «Mi padre me dijo que Nucky estuvo destrozado durante varios meses. Resulta que la muerte de Mabel le rompió el corazón. Cuando ella desapareció, él cambió como persona».
Con la muerte de Mabel, la política se convirtió en su vida. El mandato de Nucky como sheriff había estado marcado por las acusaciones contra él por fraude electoral, pero su absolución le convirtió en héroe local y generó mucho apoyo por parte de los políticos del balneario. En vez de romper la maquinaria del Comodoro, Woodrow Wilson contribuyó a despejar el camino para un nuevo jefe. Antes que continuar en el despacho del sheriff, Nucky optó por tomar otra vía: quería hacerse con el control de la organización. Con el consentimiento de Kuehnle y la ayuda de su padre, Nucky se convirtió en secretario del Comité Republicano del Condado. Era un puesto no remunerado, pero otorgaba más poder que el puesto de presidente. Era el secretario el que convocaba reuniones, establecía el orden del día y tenía la última palabra a la hora de decidir quién entraba en la organización.
Dio el siguiente paso en 1913, poco después de la muerte de Mabel. De nuevo con el apoyo de su padre, Nucky fue nombrado tesorero del condado, uno de los oficios que Kuehnle había utilizado para canalizar el cobro de comisiones de los contratos públicos. El puesto de tesorero le daba acceso a dinero y, en consecuencia, poder sobre la organización y la selección de los candidatos. El empleo tenía la misma remuneración que el de sheriff, pero era más fácil de manejar. Un detalle interesante en relación a la elección de Nucky como tesorero es que había un grupo minoritario que se oponía a él. Exigían, como condición para que pudiera asumir este nuevo puesto, que aclarara sus cuentas como sheriff. Había gestionado mal los fondos públicos destinados a su oficio y sus detractores sabían que debía miles de dólares al condado por sobrecargos. En vez de dar el visto bueno para una auditoría de sus cuentas, Nucky propuso pagar 10.000 dólares de golpe, una suma de la que dispuso en efectivo cuatro días más tarde. El puesto de tesorero fue el único cargo político que Nucky ocupó durante los siguientes treinta años. Tal y como hiciera el Comodoro cuando mandaba, Nucky optó por no presentarse a elecciones. Pensaba que un jefe nunca debería ser candidato. Nucky había aprendido mucho de Kuehnle y, en su opinión, «un verdadero jefe tenía que estar por encima de las elecciones».
La manipulación de la población negra de Atlantic City era fundamental para mantener el poder y el control sobre el Partido Republicano. Nucky aprendió a hacerlo. Continuó con el sistema de bienestar social privado del Comodoro, pero el apoyo que él ofrecía a los negros iba más allá de lo que Kuehnle había hecho; cuando llegaba el invierno, él se convertía en su salvador. Las largas temporadas de desempleo durante los meses de la temporada baja podían resultar devastadoras. Johnson procuraba que Northside dispusiera de comida, ropa, carbón y servicios médicos. «Si tu niño necesitaba un abrigo de invierno, lo único que tenías que hacer era pedirlo; tal vez no fuera de su talla, pero abrigaba. Si el tendero te cortaba el crédito, el líder del distrito te diría adónde podías acudir para hacer la compra a cuenta del partido. Lo mismo ocurría si alguien necesitaba ir al médico, o si le hacía falta una receta». A cambio, la comunidad negra lo amaba, y lo consideraba un «dios blanco». Nucky Johnson era el «dueño» del voto negro y cuando necesitaba una gran participación electoral para obtener los resultados adecuados, ellos nunca le fallaban.
Johnson era consciente de la necesidad de controlar el flujo de capital a los candidatos.
Si él manejaba la circulación del dinero, no había riesgo de que los reformistas entrasen a ocupar cargos importantes. Para mantenerse en el poder, necesitaba un flujo ininterrumpido de pasta. Transformó el sistema de sobornos existente. Con el Comodoro, los sobornos se pagaban según un «código caballeresco» que regulaba las relaciones entre el Partido Republicano y la industria del vicio. Con Nucky, el dinero que provenía de los negocios ilegales de Atlantic City a cambio de protección se convirtió en una fuente importante de financiación para el negocio de la política. «Con Nucky, los pagos dejaron de ser voluntarios. O pagabas o él cerraba tu negocio».
Las salas de juego, los prostíbulos y los bares ilegales eran vitales para Nucky y su ciudad. Sin una industria del vicio floreciente, Atlantic City perdería su competitividad a la hora de atraer visitantes, y el Partido Republicano local perdería el dinero que necesitaba para perpetuar su dominio. Una lección importante que Nucky aprendió tras presenciar la destrucción de Kuehnle a manos de Woodrow Wilson era que había otra cosa que también exigía grandes cantidades de dinero. Nucky sabía que nunca estaría en una posición segura si seguía como jefe solo a nivel local. Tenía que convertirse en una fuerza importante a nivel estatal para que él y su ciudad pudieran evitar futuros ataques desde Trenton. Su oportunidad llegó en 1916.
En las elecciones a gobernador de 1916, Nucky apoyó la candidatura de Walter Edge. Edge era residente de Atlantic City y producto de la maquinaria de Kuehnle, había formando parte de la asamblea del estado y fue elegido senador del condado en aquellas infames elecciones de 1910 marcadas por la actuación de la Comisión Macksey. Edge era lo más honesto que un miembro de la organización de Atlantic City pudiera ser. Era un legislador solvente y en 1912 fue elegido presidente del senado del estado por mayoría, tras ganarse el respeto de la organización republicana estatal.
Walter Edge era la versión en Atlantic City de Horatio Alger. Nació en Filadelfia, pero todavía era niño cuando se fue a vivir a Atlantic City, con motivo del traslado del puesto de su padre en el ferrocarril. Al igual que sucediera con otros hombres hechos a sí mismos en aquella época, Edge tuvo que empezar de cero en su carrera de amasar fortunas, a través de la adquisición de un periódico local y la fundación de una empresa de relaciones públicas. Edge trasladó su éxito comercial a la política y tuvo una carrera llena de puestos influyentes, más que cualquier otro político del balneario, convirtiéndose en gobernador, senador de Estados Unidos y embajador en Francia. Era íntimo de Warren G. Harding y estuvo a punto de convertirse en su vicepresidente. Más tarde, Edge se desentendió de sus lazos con Kuehnle y Johnson, pero necesitaba su apoyo. A pesar de su fortuna personal, no habría podido ser elegido en Atlantic City si no hubiera sido leal al Comodoro y su maquinaria local; prueba de ello es que Edge eligió a Nucky como gerente para su campaña electoral. «Edge era una persona estirada, pero sabía dónde tenía que acudir para conseguir algo en la política: a Nucky Johnson».
El adversario político de Edge en las elecciones primarias republicanas era el acaudalado Austin Colgate, el heredero del imperio de la pasta de dientes. Las primarias fueron muy disputadas y, en una época en la que no existían los informes de financiación de campañas, Colgate fue generoso con su dinero. Nucky ayudó a Edge con la recaudación de los fondos necesarios para llevar a cabo una campaña a nivel estatal, utilizando sus habilidades como cabildero para obtener apoyos para Edge de una fuente insospechada. No hubo dudas en las elecciones primarias de los demócratas; el candidato era el alcalde de la ciudad de Jersey Otto Wittpenn. Wittpenn, un alcalde reformista, no paraba de darle problemas al líder demócrata del Condado de Hudson, Frank «Yo soy la Ley» Hague, quien decidió que ya era hora de que Wittpenn ascendiera y se largase fuera de su vista. Frank Hague estaba convirtiéndose en una fuerza en la vida política de los demócratas más o menos al mismo tiempo que Nucky comenzaba su ascenso hacia la cumbre de la jerarquía republicana. Hague era el hijo de una pareja de irlandeses inmigrantes y nació en el Barrio de la Herradura de la Ciudad de Jersey en 1871. A pesar de que carecía tanto de formación (fue expulsado del colegio en el sexto curso) como de un apellido importante que le respaldase en la política local, Hague se convirtió en un líder siendo todavía joven. Iba amasando poder paso a paso, avanzando desde agente de policía a encargado de la vigilancia de City Hill, y de ahí al puesto de comisionado de aguas. Al igual que Nucky, Frank Hague se metió en la política a nivel estatal no porque quisiera poder en el estado, sino porque era conveniente tener influencia sobre la política estatal para proteger los intereses de su ciudad.
Cuando se avecinaban las elecciones de 1916, no había ningún demócrata en el que Hague confiara lo suficiente como para apoyar su candidatura a gobernador, lo cual hacía presagiar que Nucky acabaría arrollando. Antes de la Constitución estatal de 1947, un gobernador no podía sucederse a sí mismo en el cargo. Cuando Wilson salió de Trenton rumbo a Washington, su sucesor fue James Fiedler, un político del partido que venía de la ciudad de Jersey y que tuvo la fortuna de ser el presidente del Senado en el momento adecuado. Hague controlaba a Fiedler y lo había apoyado en las elecciones de 1913, pero cuando llegaban las de 1916, Hague no pudo encontrar a nadie a quien apoyar. Por iniciativa de Nucky y tras una petición de colaboración por parte de Edge, Hague dio instrucciones a su gente para que votara al «bando contrario» y apoyase el candidato de Nucky en las primarias. Después, Hague dejó tirado a Wittpenn en las elecciones generales. Wittpenn no era más que una herramienta en las manos de Hague y Nucky, y Walter Edge se convirtió en gobernador. Esta fue la primera de muchas ocasiones en las que Nucky y Hague dejaron de lado sus diferencias políticas para favorecer sus intereses mutuos.
Como gobernador, Edge cumplió con su deber y agradeció la ayuda de Nucky nombrándolo secretario de la Corte Suprema del Estado. «¿Puedes imaginarte algo así? ¡Un personaje como Nucky Johnson haciendo de secretario general del poder judicial de Nueva Jersey!». Johnson continuó en el puesto de tesorero de Atlantic City, a pesar de que ambos trabajos supuestamente eran a tiempo completo. El puesto de secretario le importaba más bien poco a Nucky, pero le daba una excusa para pasar más tiempo en Trenton y comenzar a hacer contactos en la organización republicana estatal. A sus treinta y tres años, con el gobernador de aliado cercano y el poder necesario para poder operar más allá de Atlantic City, Nucky se había establecido como una fuerza importante en la política estatal.
Más o menos al mismo tiempo, Atlantic City estaba luchando por convertirse en algo más que un patio de recreo de Filadelfia; quería ser un balneario nacional. La popularidad de la ciudad, y con ella el poder de Johnson, aumentaron de manera radical. En 1919, con Woodrow Wilson en la Casa Blanca, la moralidad victoriana cosechó un éxito importante con la adopción de la Decimoctava Enmienda a la Constitución de Estados Unidos, la Ley Volstead. Woodrow Wilson, el reformador, lanzó de nuevo, sin pretenderlo, la carrera de Nucky Johnson, junto con la de cientos de negocios ilegales. La Ley Seca prohibió la fabricación, la venta y el transporte de bebidas alcohólicas, pero estaba destinada a fracasar. Durante décadas, la Liga Antibares y, antes que ella, el Partido Prohibicionista Nacional habían mantenido una campaña con el único propósito de acabar con la industria del alcohol. Con Wilson como presidente, los prohibicionistas finalmente tenían a alguien que les escuchara. La Decimoctava Enmienda fue adoptada por las necesarias tres cuartas partes de los Estados en menos de un año. La enmienda ya había sido incorporada a la Constitución y su aplicación estaba prevista para unos meses después cuando el candidato de Hague, Edward I. Edwards, fue elegido gobernador. Durante la campaña, Edwards prometió: «Mi intención es luchar contra la aplicación de la Ley Seca en este Estado». Gracias a Edwards, Nueva Jersey fue el último Estado en ratificar la enmienda, dos años después de que hubiera entrado en vigor.
Que tanta gente en el poder pudiera demostrar tanta inocencia apoyando una ley que era absolutamente imposible de aplicar ha quedado como un monumento a la ignorancia de la política fundamentada en propósitos únicos. Es el ejemplo clásico de una «ley con consecuencias no intencionadas». La Ley Seca redujo la disponibilidad general de alcohol, pero aumentó notablemente el dinero disponible para la corrupción política y el crimen organizado.
Ciudadanos que, por lo demás, cumplían con las leyes, se negaron a abandonar el placer de una copa ocasional y adquirieron su alcohol a través de proveedores ilegales. Al Capone, que era toda una autoridad en la Ley Seca, dijo una vez:
Yo me gano la vida atendiendo las necesidades del mercado. Si yo infrinjo la ley, mis clientes, entre los que se encuentran cientos de las personas más notables de Chicago, son tan culpables como yo. La única diferencia entre nosotros es que yo vendo y ellos compran. Todo el mundo me llama mafioso. Yo me considero un hombre de negocios. Cuando yo vendo alcohol, se llama contrabando. Cuando mis clientes lo sirven en una bandeja de plata en Lake Shore Drive, se considera hospitalidad.
La venta ilegal de alcohol no era nada nuevo en Atlantic City. Los dueños de los bares del balneario llevaban años infringiendo la Ley Bishop del Estado vendiendo alcohol los domingos.
Si podían salirse con la suya un día a la semana, ¿por qué no siete? «La Ley Seca no fue aplicada en Atlantic City». Desde el punto de vista de Atlantic City, la Decimoctava Enmienda de la Constitución de Estados Unidos nunca existió. En otras ciudades hubo bares ilegales y clubes privados, pero en el balneario la venta de alcohol continuó como siempre, abiertamente, en los bares, restaurantes, hoteles y clubes nocturnos. Podías comprar alcohol en farmacias, en la tienda de ultramarinos de la esquina y en el mercado local de productos agrícolas. El balneario era algo más que un punto de venta de alcohol ilegal: era una de las principales puertas de entrada para el alcohol producido en el extranjero.
Grandes «buques nodriza» que llevaban miles de cajas de whisky y ron echaban anclas a poca distancia de la costa, adonde acudían en lanchas rápidas, que eran poco más que cascos vacíos con dos motores. Se descargaban las cajas de alcohol por toda la isla; las lanchas entraban en la bahía cerca de una un puesto de bomberos, donde los bomberos locales ayudaban a descargarlas. «Todo el mundo echaba una mano. Si trabajabas para el ayuntamiento, tarde o temprano estarías en un turno de noche y recibirías la orden de ir a ese u otro lugar para descargar algún barco. Se suponía que no sabías de qué se trataba, pero todo el mundo estaba al tanto».
La Guardia Costera se encargaba de parar la entrada de whisky importado. En la mayoría de las ocasiones, fallaba. En un incidente, cuatro miembros de la Guardia Costera fueron arrestados, acusados de asaltar y disparar con intención de matar a un traficante de ron. A las dos de la madrugada de una noche de mayo de 1924, Daniel Conover se había negado a parar su lancha en la entrada a la bahía tras recibir una orden por parte del suboficial en jefe Edward Robert. Se efectuaron algunos disparos y Conover fue detenido con 75 cajas de alcohol en la lancha capturada. El fiscal del Condado de Atlantic, Louis Repetto, arrestó a Robert y a los tres miembros de su tripulación acusándolos de abuso de autoridad por haber usado sus armas de fuego. «Desde mi punto de vista —dijo—, los oficiales federales tienen el mismo grado de culpabilidad que una persona normal si utilizan una pistola sin provocación previa. Un oficial solo puede usar su arma en la persecución de personas sospechosas de delitos graves. El contrabando de ron se considera un delito menor». Este no fue un incidente aislado. Hay referencias a docenas de ocasiones durante los años veinte en las que las autoridades legales locales fueron utilizadas para entorpecer el trabajo de los oficiales federales que intentaban poner fin a las actividades que desobedecían la Ley Seca.
El ininterrumpido flujo de alcohol mejoró la reputación del balneario entre los hombres de negocios que estaban de vacaciones. «Tienes que comprenderlo, nadie lo hacía de la manera en que lo hacíamos aquí. Claro que podías conseguir un trago en Nueva York o en Filadelfia, pero siempre tenía que ser en un speakeasy[4]; ya sabes, en plan caladito. Aquí todo se hacía abiertamente y por eso éramos muy atractivos para los empresarios que buscaran un lugar para organizar una convención». Tal y como dijo el propio Nucky en una ocasión, «tenemos whisky, vino, mujeres, música y máquinas tragaperras. No lo negaré y no pediré disculpas por ello. Si la mayoría de la gente no lo quisiera, no sería rentable y estas cosas no existirían. El hecho de que sí existan me demuestra que la gente las quiere».
Debido a que Atlantic City estaba dispuesta a ignorar la Ley Seca, los participantes de todo tipo de convenciones acudieron en masa a la ciudad y el balneario se convirtió en el centro de convenciones más importante de la nación. Este enorme éxito a la hora de atraer convenciones fue la razón por la que se tomó la decisión de construir lo que hoy en día es el Centro de Convenciones del paseo marítimo. Desde el punto de vista arquitectónico, la vieja Sala de Convenciones no merece grandes elogios, pero cuando fue inaugurada en mayo de 1929 era el primero y más grande de los edificios de este tipo a nivel mundial. Para la gente de la época, era una de las maravillas del mundo. Fue celebrada por toda la nación como símbolo de modernidad y funcionalidad para convenciones. La sala se construyó sin postes ni pilares para sostener la cubierta; los soportes de los puntales del edificio tenían una envergadura de 105 metros y por aquel entonces eran los más grandes que se habían construido jamás. Los materiales de construcción ascendían a 12.000.000 de toneladas de acero y 38.000 metros cúbicos de cemento que cubrían más de 3 hectáreas. La primera planta del sótano se encuentra a más de 8 metros por debajo del nivel del mar con marea alta y está asegurada con 12.000 pilotes de 10 metros de largo. En su momento, era una maravilla de la ingeniería.
La construcción de la Sala de Convenciones fue el resultado del compromiso de Nucky de crear una economía sostenible para los doce meses del año a través de las convenciones. Nucky no necesitaba un estudio de mercado para saber que iba a ser un éxito. Bajo la dirección de Nucky y de su alcalde elegido a dedo, Edward Bader, los gastos de la construcción de la Sala de Convenciones ascendieron a unos 15 millones de dólares. En 1929, en una ciudad con alrededor de 65.000 habitantes, semejante inversión no se podría haber asumido sin la ayuda de la popularidad del balneario, derivada de la Ley Seca. Y el poder de Nucky creció al mismo ritmo que la popularidad del balneario. La Ley Seca aumentó la competencia política en Atlantic City. Cuando una comunidad crece, todo el mundo quiere poder. Esta verdad era todavía más evidente en un balneario en el que el sistema de los sobornos políticos formaba parte del tejido socioeconómico de la comunidad. Con la prosperidad derivada de la Ley Seca, la lucha por los puestos políticos locales se volvió muy intensa. Un ejemplo fueron las elecciones municipales de 1924. Eran unas elecciones de fundamental importancia, ya que afectaron a la política del balneario durante casi dos décadas.
La campaña de 1924 fue feroz. Participaron dos bloques republicanos: uno liderado por el exalcalde Harry Bacharach y el otro por el alcalde en funciones Edward Bader. Bacharach había sido un alcalde popular durante todo su mandato, entre 1916 y 1920. Al final de su segundo mandato, decidió no volver a presentarse a las elecciones y Bader fue elegido alcalde. Bader hizo miles de amigos durante su mandato y cuando Bacharach decidió presentarse de nuevo, la competición colocó a Nucky entre dos fuegos. La hostilidad entre Bader y Bacharach dividió a la comunidad en dos, y Nucky no pudo hacer nada por evitar que chocaran entre sí. Johnson no apoyó a ninguno de los dos, jugando al gato y el ratón con ambos candidatos; los dos hombres le caían bien y podía haber trabajado con cualquiera de ellos. Al final, llegó a un acuerdo con Bader y decidió apoyarlo.
Nucky sabía que las elecciones serían muy igualadas y fue a buscar votos fuera del Partido Republicano. El Partido Demócrata local había dado sus primeros pasos con la elección de Woodrow Wilson como gobernador, pero nunca llegó a cuajar. En las elecciones de 1924, el bando demócrata no tuvo ninguna posibilidad de ganar; sus candidatos solo fueron capaces de conseguir poco más de dos mil votos. Nucky acudió al líder demócrata local, Charles Lafferty para que incluyera un candidato demócrata en el bloque de Bader. Por iniciativa de Nucky, Lafferty eligió a Harry Headly y así se produjo la primera coalición entre ambos. En realidad, Headly no era demócrata; había sido un trabajador político republicano antes de cambiar de bando y convertirse en candidato demócrata. El día de las elecciones, Lafferty y los demócratas apoyaron a Bader en un ambiente de peleas callejeras y acusaciones de fraude electoral. El bloque de Bader recibió más de mil votos ilegales conseguido de flotantes traídos en tren de Filadelfia, y se hizo con la victoria.
El acuerdo entre Johnson y Lafferty se convirtió en una coalición permanente de la política del balneario, y Nucky y su sucesor controlaron al Partido Demócrata durante los siguientes cuarenta años. Con el tiempo, Headly fue sustituido por William Casey, quien, igual que él, era un exrepublicano que había trabajado como adjunto de Harry Bacharach cuando este era alcalde. Más tarde, un segundo demócrata entró en el ayuntamiento, pero el Partido Republicano mantuvo un control férreo. El acuerdo entre Nucky y Lafferty aseguraba que nunca habría un Partido Demócrata legítimo. Tal y como ha destacado un viejo zorro de la política, «en realidad nunca hubo un segundo partido político en Atlantic City, solo diferentes alineaciones de jugadores que llevaban colores diferentes. Pero bajo el atuendo deportivo, todo el mundo era del mismo equipo».
Los felices años veinte fueron la época dorada tanto para Nucky como para su ciudad, que era un lugar alegre que disfrutaba de su capacidad de entretener a los visitantes. El alcohol fluía alegremente y parecía que la fiesta continuaría para siempre. En los tiempos anteriores a la televisión y el uso doméstico generalizando de la radio, el paseo marítimo rivalizaba con la Gran Vía Blanca de la ciudad de Nueva York por ser el escaparate más importante de la nación para la promoción de productos de consumo y para dar a conocer a las últimas estrellas y producciones del mundo del entretenimiento. En la década entre 1920 y 1930, el paseo marítimo se convirtió en el «segundo Broadway» del país. Una producción no se estrenaba en Nueva York sin antes haber pasado por Atlantic City. Había cientos de obras que se probaban en el paseo marítimo, con actores de primera línea que atraían a espectadores acaudalados de toda la costa noreste, muchos de los cuales acudían en sus propios vagones de tren privados.
Un año típico de aquella década fue 1920, en el que un total de 168 obras fueron estrenadas en los tres teatros principales: el Apollo, el Globe y el Woods. Victor Herbert comenzó el año el día de Año Nuevo con su presentación de My Golden Girl, seguido de Willie Collier con The Hottentot y John Drew con The Catbird. En marzo llegó Marie Dresler en Tillie's Nightmare, con otras muchas representaciones a lo largo del año con actores como Chauncey Olcott, Helen Hayes, David Warfeld, Thurston el Mago y el «señor Espectáculos», George M. Cohan. Otras compañías que actuaban con regularidad durante los años veinte eran las prestigiosas Club de Máscaras y Pelucas, de la Universidad de Pensilvania, y Tonterías, de Ziegfeld.
La representación más memorable de esta época fue el estreno de The Student Princeen el teatro Apollo, en 1924. Fue un acontecimiento del arte dramático a nivel nacional y con un reparto de 150 actores era la producción más grande que se había estrenado en el paseo marítimo. El balneario era más que una ciudad de pruebas para obras de teatro; también era un destino para comediantes, cantantes, músicos y bailarines. Entre aquellos cuyo triunfo en Atlantic City marcó el primer paso en sus carreras hacia el estrellato estaban W. C. Fields, Abbott y Costello, Jimmy Durante, Red Skelton, Milton Berle, Martha Ray, Guy Lombardo, Bing Crosby, Bob Hope, Ed Sullivan, Jackie Gleason, Tommy y Jimmy Dorsey, y muchos más. Para el año 1925, Atlantic City tenía:
• Más de mil doscientos hoteles y pensiones con una capacidad de más de cuatrocientas mil camas.
• Noventa y nueve trenes de ida y vuelta diarios en verano, y sesenta y cinco diarios en invierno. De los dieciséis trenes más rápidos del mundo en esta época, once circulaban por alguna de las líneas con destino a Atlantic City.
• Un paseo marítimo bordeado de cientos de negocios, con una extensión de once kilómetros.
• Cinco muelles de recreo.
• Veintiún teatros.
• Cuatro periódicos: dos diarios, uno dominical y uno semanal.
• Tres clubes de campo.
• Tres aeropuertos: dos para hidroaviones y uno para aviones normales.
• El Desfile de Pascua y el Concurso de Miss América.
El Concurso de Miss América comenzó en 1921 con el nombre de Concurso de Belleza Interurbano. Había sido concebido como un evento para alargar la temporada de verano y el estreno tuvo lugar la semana después del Día del Trabajo. En total, ocho chavalitas de ciudades como Newark, Pittsburgh, Ocean City y Harrisburg participaron. Sorprendentemente, fue todo un éxito y al año siguiente participaron cincuenta y ocho bellezas. El New York Time' cubrió los últimos dos días del segundo concurso e informó: «Esta tarde las bellezas elegidas de la nación fueron paseadas en butacas con ruedas a lo largo de cinco kilómetros del paseo marítimo, en el desfile más espectacular que jamás se había organizado aquí. Las multitudes llenaban los márgenes del paseo y las ventanas de los hoteles y las tiendas que lo flanquean, y no paraban de vitorear desde el momento en que partió el rey Neptuno con su cortejo adornado con flores. Avionetas bajaban en picado soltando rosas y confeti sobre las decoradas bellezas. Los cañones rugían e incluso las olas que rompían contra los muelles manifestaban su tributo a las chicas más bellas de Estados Unidos». ¿Dónde, si no en Atlantic City?
El primer anfitrión de la ciudad junto al mar en esta época fue Nucky. No solo era el jefe de Atlantic City, también era el principal personaje de las fiestas en la ciudad. A Nucky le encantaban las mujeres bellas y se le veía a menudo en compañía de estrellas menores y bailarinas que participaban en los muchos espectáculos escénicos de la ciudad. Cuando algún comediante famoso llegaba a la ciudad, él a menudo organizaba una fiesta en su honor en el Ritz. A lo largo de su carrera, eran pocas las fiestas importantes de la ciudad en las que Nucky no estuviera presente. A Damon Runyon le hubiera costado crear un personaje más extravagante. Un día típico de Nucky comenzaba a las tres de la tarde, la hora en que su guardaespaldas y ayudante personal Louie Kessel le despertaba. Kessel se parecía al tronco de un árbol: medía uno sesenta, pesaba ciento treinta kilos y llevaba un bigote con las puntas enceradas. Había sido luchador, barman y taxista, en ese orden, antes de conocer a Nucky. En sus días como taxista, a menudo esperaba a Nucky fuera de los clubes nocturnos. Cuando salía, le llevaba a su casa, le quitaba la ropa y le metía en la cama. Louis era una persona sencilla que buscaba un amo a quien servir. Nucky le convirtió en su sirviente personal y la relación duró casi veinte años.
Normalmente, Louie comenzaba el día de su jefe con un masaje; golpeando los músculos, amasando la carne suelta, empapando a Nucky con ungüentos dulces y aceite de gaulteria. Cuando Louie ya había dejado la piel de Nucky rosada, le envolvía en una bata de seda y le acompañaba hasta la mesa donde desayunaba, con vistas al océano desde la novena planta del Ritz Carlton. Nucky alquilaba la planta entera, desde la que gobernaba como el «Zar». Durante la residencia de Nucky, el Ritz Carlton superaba en glamour a cualquier otro hotel del paseo marítimo.
La presencia de Nucky impuso un estilo de vida basado en un hedonismo desenfrenado; era un «extravagante templo de placeres».
Una vez que el Zar estaba despierto del todo, una sirvienta negra le traía el desayuno, que consistía en un litro de zumo de naranja recién exprimido, media docena de huevos y un filete de jamón. Durante el desayuno, Nucky leería el periódico y recibiría informes de políticos y gerentes de los negocios locales. Tras el desayuno del jefe, Louie elegiría uno de los más de cien trajes hechos a medida de Nucky y metería un clavel recién cortado en la solapa. En los meses del verano, Nucky sentía debilidad por los trajes de color lavanda y chocolate. Si hacía frío, Louie le pondría un abrigo de piel de mapache que le llegaba hasta los pies. Una vez vestido y listo para salir, la actuación duraba hasta el amanecer. Nucky y Louie saldrían del Ritz Carlton y caminarían hasta el paseo marítimo, donde el Zar se apoyaba en la barandilla y recibía a sus súbditos. Los mendigos pedían, y recibían, billetes de dólares y a veces algo más; los trepas políticos pedían consejos y favores; esta rutina, que en parte era social y en parte política, duraba una hora o dos. Después, Nucky se dejaría pasear en una butaca con ruedas por el paseo marítimo o caminaría por la avenida Atlantic, parando cada cierto tiempo a lo largo de todo el camino para entregar billetes de un dólar a cualquier persona pobre que se presentara.
Johnson sentía pasión por los pobres de Atlantic City, especialmente por los niños. Nucky habría dado una palmadita y un dólar o dos a todos y cada uno de los limpiabotas, vendedoras de flores y repartidores de periódicos que vivían en la ciudad. Si había algún evento deportivo u otra cosa en la Sala de Convenciones que Nucky pensaba que pudiera gustarles a los niños, les daba permiso para entrar sin pagar. Una de las lecciones que Nucky aprendió del Comodoro era que los pobres votaban igual que los ricos, y si cuidabas de los pobres podías contar con sus votos.
Al completar el paseo diario, Louie llevaría al jefe en su Rolls Royce hasta un club nocturno, una cena, una piscina cubierta de algún hotel —Nucky se mantenía en forma con la natación—, una reunión política o una sala de juego o un prostíbulo, dependiendo de su agenda. Era habitual que Nucky se dejara acompañar por alguna de las prostitutas locales mientras daba vueltas por la noche, para entretenerse con algún que otro interludio placentero en el asiento trasero de su Rolls.
El Zar del Ritz era tan famoso en el Broadway de Nueva York como en el paseo marítimo. A pesar del hecho de que «nunca había nieve en el paseo marítimo», a Nucky los meses invernales de Atlantic City se le hacían demasiado largos. Para aguantar el aburrimiento del invierno, Nucky alquilaba un gran apartamento en una zona exclusiva de Manhattan con vistas a Central Park. Solo el alquiler del apartamento en sí casi igualaba su salario anual de tesorero. Como una prueba de su reputación de «hombre marchoso» está un artículo de un columnista de noticias de cotilleo de Nueva York que escribía con admiración que Nucky y el barón del petróleo Guy Loomis estaban «entre los despilfarradores más liberales e irresponsables del presente momento». El reportero destacó que cuando Nucky estaba en Nueva York, siempre iba acompañado de un grupo de seguidores, la mayoría mujeres, que llevaba de un club nocturno a otro, haciéndose cargo de pagar las cuentas. En numerosas ocasiones, daría un billete de veinte dólares a un camarero por traerle una servilleta extra; propinas de cien dólares eran habituales. Nucky era tan popular entre los empleados de los restaurantes y los clubes nocturnos de todas partes que el sindicato de los camareros le convirtió en miembro honorífico —con tarjeta de socio número 508— de la rama local de Atlantic City.
Aparte de los extravagantes lugares de recreo nocturnos, a Nucky le encantaba destacar en los eventos importantes. Siempre se le podía encontrar en primera fila durante los campeonatos de boxeo, acompañado de un grupo de amigos, y compraba tacos enteros de entradas para la World Series[5], para invitar a docenas de amigos. En varias ocasiones, disfrutaba tanto de una obra de teatro de Broadway que invitaba a todo el elenco a Atlantic City a pasar un fin de semana con todos los gastos pagados. Tal y como recuerda un abogado local de la época: «Fui a ver mi primera World Series con Nucky. El partido solo fue el inicio de la noche. Desde luego, él sí que sabía cómo pasárselo bien».
La temeraria generosidad de Nucky no tenía límites. Se exponía deliberadamente a las solicitudes de parte de las organizaciones de caridad, y cuando alguien se le acercaba con un taco de boletos de una rifa para vender, él se quitaba el sombrero y lo llenaba de boletos; compraba todos los que cupieran en él. También era espléndido a la hora de prestar sus automóviles. Aparte de su Rolls Royce, Nucky poseía dos Cadillacs de 16 cilindros, un Lincoln y un Ford. Esta flota siempre se encontraba a disposición de los visitantes destacados, especialmente políticos, famosos del mundo del entretenimiento o mafiosos. Con su estilo de vida, Nucky era la personificación de la época dorada de su ciudad. Era el jugador más extravagante en el patio recreativo del mundo, y los residentes de Atlantic City lo idolatraban.
Al final de los felices años veinte, el jefe de Atlantic City se forjó prestigio y poder en dos mundos diferentes. Y conforme crecía en estatura, también lo hacía su ciudad. Por su propia manera inimitable de hacer las cosas, Nucky consiguió establecerse en una posición en la que no solo repartía las cartas del poder político del Partido Republicano de Nueva Jersey, sino que también tenía un papel prominente en la familia del crimen organizado nacional.
A mediados de la década de 1920, cualquier empleado público de Atlantic City y del Condado de Atlantic entero debía su trabajo a Nucky. Él entrevistaba y daba el visto bueno personalmente a cada persona que se contratase. No había ni un solo empleado que no estuviera en deuda con el jefe. Él estableció una praxis que continuó hasta treinta años después de la desaparición de Nucky. Cada solicitud de trabajo aceptada, independientemente de la importancia del empleo y de si la decisión de la contratación estaba ya tomada o no, tenía que pasar por el despacho del jefe para que el empleado en cuestión jurase su lealtad y recibiera instrucciones acerca de sus deberes políticos.
La selección de los agentes de policía era lo más importante para Nucky y él evaluaba personalmente cada solicitud para asegurarse de que el departamento de policía contribuyese a mantener un funcionamiento fluido de la industria del vicio. La fuerza de élite del departamento era el escuadrón del vicio; era la mano derecha de Nucky, que protegía los negocios ilegales de Atlantic City y recolectaba los pagos de los bares, las salas de juego y los prostíbulos. Un agente retirado habló de su contratación en los siguientes términos: «Me dijeron que ya tenía el puesto, pero que debía ir a ver a Nucky antes de empezar a trabajar. Nucky fue muy amable. Me preguntó por mis padres y dijo que al líder del distrito le gustaba mi familia. Me dijo que con tal de que siguiera las órdenes de mis superiores, disfrutaría del trabajo de policía».
No había seguridad social ni otro tipo de seguro laboral aparte de caerle bien a la organización. Para mantener sus empleos, los trabajadores municipales y del condado tenían que donar entre el 1 y el 7 por ciento de sus sueldos al Partido Republicano local, dependiendo de la cuantía de su salario. Estos «mazazos» se aplicaban en cada uno de los veintiséis días de pago a lo largo del año. Cada supervisor de departamento debía dejar constancia de estos pagos en formularios mimeografiados que Nucky había repartido. En el formulario constaba la cantidad relativa correspondiente a cada contribuyente, con casillas para ir tachándolas. Estas aportaciones no eran la única obligación de un empleado para con Nucky. También eran responsables de procurar que un número determinado de votantes acudiera a las urnas el día de las elecciones. Algunos de estos votantes estaban muertos, otros eran temporeros de verano que residían fuera de la ciudad en noviembre; daba igual, votaban aunque eso significase que un funcionario debía votar dos o tres veces en diferentes distritos.
Aparte de los beneficios derivados de los «mazazos», Nucky mantenía un control férreo sobre cada contrato público de construcción y de suministro de carbón, verduras, leche, etcétera, a las instituciones públicas. Procuraba que cada cosa tuviera un precio determinado y que él y su organización obtuvieran unos beneficios considerables. La organización de Nucky se había convertido en un instrumento muy afinado; cada parte tenía una función y un propósito concretos. No había ningún funcionario municipal ni empleado del condado, y tampoco nadie entre los contratistas, los minoristas u otros profesionales que trabajaran para el ayuntamiento —y, por ende, para la industria del vicio—, que no tuviera un papel que cumplir para asegurar el fluido funcionamiento de la maquinaria republicana.
Nucky fue más allá de lo que había conseguido el Comodoro a la hora de construir una organización formal. Kuehnle dependía de su popularidad y de su capacidad de repartir ayuda a los pobres, financiada por las comisiones y la extorsión. A diferencia del Comodoro, Nucky era un organizador. Bajo la fachada de su extravagante estilo de vida se escondía una mente calculadora que estaba constantemente planificando el siguiente paso, teniendo en cuenta todos los ángulos posibles. Nucky siempre estaba debatiendo asuntos políticos y estrategias. Analizaba correctamente la naturaleza humana y las motivaciones de la gente, especialmente las de los residentes de Atlantic City. Bajo su dirección se estableció un rígido sistema de sobornos políticos. Su jerarquía se basaba en los cuatro distritos electorales de Atlantic City. Este sistema de distritos constituía la base para las victorias electorales de su maquinaria y fabricaba votos a punta pala, año tras año.
La maquinaria política era la consecuencia inevitable del desarrollo de Atlantic City. El dominio de un solo partido político durante varias generaciones tras la guerra civil de Estados Unidos, junto con el propósito tan particular de Atlantic City, produjo una mentalidad que descartaba la política pluralista. Atlantic City dependía por completo del visitante para su supervivencia. Las emociones ilegales de las que disfrutaban los turistas eran el fundamento para la economía local. No se toleraba a los reformadores ni a los que criticaban el status quo. Eran mala publicidad para los negocios. El singular propósito del balneario exigía una mentalidad única para gestionar sus asuntos, una mentalidad que no estuviera lastrada por ideologías políticas. Las filosofías de los partidos políticos nacionales eran irrelevantes para la política del balneario. La única ideología era la del éxito de la industria del turismo local.
Nucky aprovechó la oportunidad creada por esta mentalidad. Era un político profesional que tomaba en serio su profesión y que sabía que la única prueba que debía superar era la de mantener el crecimiento de la economía local. Una manera de conseguirlo era proteger la violación de las leyes antivicio, y se convirtió en una forma aceptada de hacer negocios.
Consiguió que la gente le identificara con el éxito de la economía del balneario y por ello pudo elevarse a sí mismo y al sistema de los distritos políticos al estatus de una institución sagrada.
Los políticos de los distritos de Nucky eran unos trabajadores sociales imprescindibles para proteger las necesidades personales de sus vecinos; no solo durante las campañas, sino todos los días del año. Los cuatro distritos de Atlantic City estaban divididos en barrios, manzanas y calles, y llevaban un control minucioso sobre todos sus individuos. Cuando alguien tenía problemas, Nucky se enteraba por alguno de sus ayudantes. En la mayoría de las ocasiones, se ofrecía la ayuda antes de que fuera solicitada. Fuera cual fuese el problema, la organización de Nucky trabajaba hasta dar con la solución. Cuando era necesario, la maquinaria de Nucky actuaba como una oficina de empleo, proporcionando trabajos municipales o ejerciendo su influencia para conseguir empleos en el sector privado.
En el Día de Acción de Gracias y en Navidad, todos los pobres recibían un pavo y una cesta con verduras de parte del Partido Republicano. Durante los meses de invierno pasaban camiones a descargar carbón en solares vacíos en varios barrios, y la gente de cada zona podía ir libremente a coger las cantidades que les hicieran falta para calentar sus casas. Si había alguna muerte en la familia, en el velatorio siempre estaban el líder de la manzana y el capitán del barrio; normalmente también acudía el líder del distrito y, muy a menudo, el propio Nucky. Nucky era un maestro a la hora de cogerle la mano a la viuda y susurrar palabras reconfortantes acerca de lo buen hombre que había sido su marido. Uno de los Cadillacs de Nucky, junto a un voluntarioso chófer uniformado, siempre estaba a disposición de la familia que estaba de luto por si necesitaban transporte en el día del funeral. «Tienes que recordar que no hay cementerios en Atlantic City, es una isla. Los pobres estaban tremendamente agradecidos de poder acudir al funeral en la costa en un lujoso coche». Los funerales formaban parte del negocio de la política y Nucky y todos los que trabajaban con él se dedicaban a este negocio todos los días del año. Al satisfacer las necesidades personales de sus súbditos, Nucky pudo mantener la maquinaria funcionando. Se había ganado el corazón de los votantes de Atlantic City, y ellos le devolvían su fidelidad.
El capital político de Nucky alcanzó su máxima expresión en las elecciones de 1928. Ese año apoyó la candidatura de Morgan Larson a gobernador y la de Hamilton Kean a senador de Estados Unidos. Los dos ganaron. Tras las elecciones, un comité del Senado de Estados Unidos realizó una investigación formal ante la acusación de que Kean había dado un cheque en blanco a Nucky antes de las primarias, que habría sido cobrado por una cantidad de 200.000 dólares. El dinero se usó como fondo destinado a la compra de votos. El cheque nunca fue identificado, pero las primarias llamaron la atención porque era la segunda vez que los demócratas del Condado de Hudson cambiaban de bando para votar en las elecciones primarias republicanas. Hague dio la orden y miles de demócratas invadieron las primarias republicanas para votar a Larson y Kean. Incluso los propios representantes demócratas votaron en las primarias republicanas. El comité investigador estimó que casi 22.000 demócratas del Condado de Hudson habían cambiado de bando. Esto jamás habría ocurrido de no ser por la relación entre Nucky y Hague.
Kean desmintió estos rumores y atribuyó su victoria al carisma de Nucky, describiendo los eventos de la campaña a los que habían acudido con estas palabras: «Cada ponente comenzó su discurso proclamando su devoción a Dios y a Enoch Johnson». Al año siguiente, Larson y Kean ofrecieron a Nucky la presidencia del Partido Republicano estatal, pero la rechazó. Su poder estaba más allá de puestos y títulos.
Un ejemplo ilustrativo del poder de Nucky y la manera en que lo utilizaba es su encuentro con un grupo de reformistas conocido como «el Comité de los Cien». El comité era un grupo de idealistas que intentaban desmantelar la industria del vicio del balneario. Nucky les convirtió en el hazmerreír del momento.
El Comité de los Cien estaba presidido por Samuel Comly, un abogado local. Comly llevaba años tratando de limpiar el balneario metiendo presión al sistema penal del Condado de Atlantic. Todos sus intentos fueron en balde. Comly y Walter Thompson examinaron cada faceta del sistema sin encontrar una sola fisura por donde reventar el imperio de Nucky. Comenzaron contratando a sus propios investigadores privados, que consiguieron testimonios jurados de testigos de la prostitución, los juegos de azar y la venta de alcohol. Después, estas declaraciones juradas fueron remitidas al fiscal general del Condado de Atlantic, Louis Repetto. Este era el mismo fiscal que había imputado a los oficiales de la Guardia Costera. En opinión de Repetto, las pruebas presentadas por el comité no resultaban convincentes y las rechazó.
Entonces Comly acudió al juez del Tribunal de Primera Instancia William Smathers pidiendo el cierre de un casino conocido, el Golden Inn de la avenida Missouri. El juez Smathers le dijo a Comly: «No soy reformador. Me gano la vida como juez». El juez, elegido a dedo por Nucky, no estaba dispuesto a interferir en las mayores atracciones del balneario. Entonces Comly se dirigió al fiscal general del Estado, E. L. Katzenbach, que se negó a involucrarse en el caso. Dijo: «No iré a Atlantic City a no ser que la Corte Suprema me lo ordene». Comly acudió a esta instancia también y recibió la misma respuesta, junto con el consejo del juez Luther Campbell: «Creo que tenéis razón desde el punto de vista legal, pero no creo que la comunidad quiera que se haga nada». Nucky tenía influencia sobre toda esta gente, pero no era solo su poder lo que provocó la respuesta que dieron a Comley; la gente de Atlantic City estaba contenta con la manera en que se hacían las cosas en su ciudad. El vicio que acompañaba al turismo se había convertido en la principal industria del balneario y nadie estaba dispuesto a modificar una fórmula de éxito.
La humillación final para Comly y el Comité de los Cien llegó el 31 de enero de 1930.
Aquella noche hubo dos reuniones en Atlantic City. Comly, Thompson y varios clérigos habían organizado un mitin en la sala Odd Felows de la avenida New York. Era la reunión más grande que los reformistas habían organizado jamás en el balneario. Había casi seiscientos participantes —en su mayoría líderes religiosos que venían de fuera— que despotricaron contra Nucky y sus ayudantes. El balneario fue comparado con Sodoma y Gomorra y la culpa de la aplicación tan laxa de las leyes fue atribuida a Nucky. Nucky respondió con indiferencia. Estaba ocupado, presidiendo otro evento. Esta era la noche en que se celebraba la gala conocida como la Nocturna de Nucky.
Mientras los cruzados estaban condenando al Zar, él estaba en el Ritz Carlton entreteniendo al gobernador, al gabinete de este y al poder legislativo del Estado al completo, tanto republicanos como demócratas. La Nocturna de Nucky era la manera de Johnson de agradecer, una vez al año, la ayuda de sus amigos de Trenton. El gobernador Larson había sido invitado al evento del Comité de los Cien, que había cambiado la fecha del mismo varias veces para que pudiera asistir, pero cada vez surgía alguna incompatibilidad ficticia con la agenda del gobernador. A Larson le gustaba más una buena juerga que los discursos de prohibicionistas y periodistas sensacionalistas, y la invitación a la Nocturna de Nucky era imposible de rechazar. Se trataba de una cena de doce platos que comenzaba alrededor de la medianoche. Nucky ofrecía la mejor comida y bebida y las mujeres más bellas que se pudieran encontrar en el balneario. Los líderes políticos del Estado eran juguetes en sus manos y los detractores de Nucky no podían esperar ningún tipo de colaboración de ellos. Sin embargo, la influencia política que Nucky ejercía solo era el instrumento para otro objetivo.
El verdadero asunto del jefe de Atlantic City era el dinero derivado de la protección de los negocios ilegales locales. Y no era moco de pavo, ya que Nucky recibía, a título personal, más de 500.000 dólares al año por participar en el reparto de los beneficios de la industria del vicio de Atlantic City. De todo el dinero que recaudaban de los negocios ilegales, las principales fuentes de ingresos para Nucky eran: el «tributo» de seis dólares por cada caja de bebidas alcohólicas que entraba en Atlantic City durante la vigencia de la Ley Seca; las «tarifas de inspección» que los propietarios de los prostíbulos debían pagar; los «cargos de servicio telegráfico» pagados por las salas de apuestas de carreras de caballos; y un porcentaje de los beneficios de cada sala de juego y de la organización de la lotería clandestina.
La participación de Nucky en el mundo del crimen organizado iba más allá de las fronteras de Atlantic City. A finales de la década de 1920, Charles «Lucky» Luciano le invitó a formar parte de su círculo más íntimo y se convirtió en un miembro de confianza de la familia. Más o menos cuando Nucky alcanzaba el cénit de su poder, Luciano era un joven e implacable mafioso que se estaba abriendo camino hacia la cumbre del crimen organizado. Dos de los rivales más importantes a los que debía enfrentarse eran las familias Maranzano y Masseria. Ambas querían que Luciano se uniera a ellos, y si rechazaba a cualquiera de las dos se metería en problemas. Al final, Luciano se unió a los Masseria, pero la interferencia de los Maranzano seguía siendo una preocupación. Para reforzar su posición, Luciano, aconsejado por Meyer Lansky, creó una nueva organización criminal interestatal, compuesta por aquellos mafiosos a los que él consideraba sus aliados más fuertes. Luciano limitó esta fusión a siete unidades, ya que, por razones de superstición, tenía predilección por este número.
La organización fue conocida como el Grupo de los Siete y era una panda infame que traía al FBI por el camino de la amargura. Incluía a los siguientes miembros: la banda de Bug y Meyer (Bugsy Siegel y Meyer Lansky), que operaba en la ciudad de Nueva York y que era la principal protectora, organizadora y transportista de alcohol de contrabando; Joe Adonis, de Brooklyn; Longie Zwillman y Wilie Moretti, cuyo territorio era Long Island y el norte de Nueva Jersey; King Solomon, de Boston, que controlaba Nueva Inglaterra; Harry «Nig» Rosen, de Filadelfia; el propio Luciano; y, finalmente, Nucky Johnson, «el amo de la costa sur de Nueva Jersey». El Grupo de los Siete fue un éxito inmediato y en el año 1929 ya había establecido acuerdos de colaboración con veintidós bandas distintas, que operaban desde Maine hasta Florida y, en dirección al oeste, hasta el río Misisipi, para comprar, vender, destilar, transportar y proteger el contrabando de alcohol.
El mismo año en que Nucky había orquestado las elecciones de un gobernador y un senador de Estados Unidos, aparte de rechazar la oferta de hacerse cargo de la presidencia de su partido a nivel estatal, se convirtió en uno de los peces gordos del crimen organizado. El hijo de Smith Johnson había llegado lejos desde sus primeros pasos como lugarteniente del sheriff al amparo de su padre.
Lucky Luciano no estaba satisfecho con el éxito del Grupo de los Siete. Quería extender su red de operaciones. Bajo la tutela de Meyer Lansky, a Luciano le gustaba probar teorías y estrategias que nunca se habían empleado antes en el mundo del crimen. Luciano promovió la idea de montar una convención con los principales jefes del crimen organizado. El trabajo de establecer los contactos necesarios y ultimar los detalles del evento llevó varios meses, pero nunca hubo debate acerca de dónde iba a tener lugar. Todo el mundo estaba de acuerdo en que esta primera conferencia del mundo de la mafia se llevaría a cabo en Atlantic City. Las razones eran sencillas. El tipo de ciudad en el que mandaba Nucky era la envidia de otros capos; puesto que Nucky controlaba la policía y los tribunales, las operaciones ilegales estaban a salvo de la justicia y podían llevarse a cabo con total transparencia. En Atlantic City, los delegados podrían ir y venir como les diera la gana sin llamar la atención, a sabiendas de que Johnson y su gente se ocuparían de todas y cada una de sus necesidades.
La segunda semana de mayo de 1929 fue la fecha elegida para la convención de Luciano. Fue un evento memorable. Las grandes limusinas negras en las que viajaban los mafiosos llegaban de todos los rincones de la nación. Al Capone vino de Chicago, acompañado de Jake «Greasy Thumb» Guzik; Max «Boo Boo» Hoff, Waxy Gordon y Nig Rosen llegaron de Filadelfia; de Cleveland vinieron Moe Dalitz y sus socios, Lou Rothkopf y Charles Polizzi; Ling Solomon llegó desde Boston; y Abe Bernstein, el líder de la Banda Púrpura de Detroit, que no podía venir, envió a un delegado en su lugar. Igualmente, el Jefe Tom Penderlas, de Kansas City, también envió un sustituto, John Lacia; Longie Zwillman y Willie Moretti representaron a Long Island y el norte de Nueva Jersey. Aparte de Nucky, que tenía su organización entera en la ciudad, la delegación más grande venía de Nueva York y estaba liderada por Luciano, Meyer Lansky (que estaba celebrando su luna de miel en aquel momento), Costello, Lepke y Dutch Schultz.
Según los planes iniciales para la convención, los delegados se alojarían en el hotel Breakers. Por aquel entonces, era uno de los hoteles más exclusivos del paseo marítimo, y Nucky había reservado suites para sus invitados. Para gran vergüenza de Nucky, aquello fue un error: ya que el Breakers solo admitía WASP[6], las reservas estaban hechas con nombres anglosajones ficticios. Cuando los recepcionistas vieron a Al Capone y Nig Rosen se negaron a admitirlos. Nucky no estaba presente y el director del Breakers no sabía quiénes eran sus clientes. El propio Luciano es el que mejor nos cuenta lo que sucedió después (sin lugar a dudas, con la ayuda de sus biógrafos):
Tras una rápida llamada a Nucky Johnson, y otra hecha por él, la flota de limusinas arrancó de la entrada de coches del Breakers rumbo al hotel President. Antes de llegar, Nucky Johnson, elegante como siempre con un clavel rojo en la solapa, se unió a la caravana. Cuando Capone le vio, paró el desfile entero en medio de la calle. Nucky y Al se enfrentaron delante de todos. Johnson le sacaba unos treinta centímetros a Capone y los dos tenían unos vozarrones impresionantes. Probablemente, los gritos llegarían hasta Filadelfia, y no hubo ni una sola palabra decente en aquella conversación. Johnson era famoso por usar palabras tan groseras que no estaban ni inventadas, y ahí estaba Capone gritándole que sus gestiones no eran buenas, así que Nucky va y le coge bajo un brazo y le mete a patadas en su coche, chillando a todos: «¡Ahora, hijos de puta, me vais a seguir!».
Una vez que todos los delegados habían subido a sus habitaciones, el primer punto en el orden del día era una fiesta suntuosa con Nucky como anfitrión. Había una gran abundancia de alcohol, comida y mujeres. A aquellos delegados que hubieran venido con sus mujeres o novias, Nucky les traía abrigos de piel de regalo. Después de un día entero de fiesta, finalmente estaban preparados para hablar de asuntos serios. Desayunaron en sus habitaciones y salieron al paseo marítimo, donde dieron un paseo en butacas con ruedas. En el extremo no urbanizado del paseo marítimo, los mafiosos abandonaron las butacas y se dirigieron a la playa. En cuanto llegaron a la arena, se quitaron los zapatos y los calcetines, se doblaron las perneras de los pantalones hasta la rodilla y se pusieron a pasear por la orilla, hablando de sus asuntos con total privacidad.
Todas aquellas decisiones referentes al nacimiento de una red nacional del crimen organizado, con operaciones conjuntas donde las decisiones de la cúpula se tomaban entre iguales, fueron acordadas al descubierto, sobre la arena, durante aquellos paseos diarios en la playa. Los principales temas de debate de la convención fueron la necesidad de parar las irracionales guerras entre familias, las alianzas no violentas para defenderse de los agentes de policía con demasiado afán idealista y sus informantes, y la colaboración pacífica entre bandas dedicadas al mismo negocio para minimizar la competencia y maximizar los beneficios. Más tarde, el significado de esta convención fue explicado por Al Capone:
Les dije que había mercado suficiente para hacernos ricos a todos y que ya era hora de poner fin a los asesinatos y comenzar a contemplar nuestros negocios de la misma manera en que otros hombres contemplaban los suyos, como un trabajo que olvidas cuando vuelves a casa por la tarde. No fue fácil conseguir que hombres que llevaban años luchando unos contra otros se pusieran de acuerdo para firmar un programa de negocios pacífico. Sin embargo, al final decidimos olvidarnos del pasado y empezar de cero, y así redactamos un acuerdo escrito y cada uno lo firmó debidamente.
Atlantic City fue el lugar donde nació el primer sindicato nacional del crimen organizado, y Nucky Johnson era el orgulloso anfitrión.
No todos los encuentros entre Nucky y la mafia fueron tan cordiales como su relación con Lucky Luciano. Una tarde de invierno de 1932, Nucky estaba «de marcha» por Manhattan. Estaba en un bar, donde había organizado una de sus habituales fiestas espléndidas, con una bailarina para cada uno de sus invitados. Nucky estaba rodeado de bellas mujeres, había comido delicatessen hasta hartarse y estaba bañado en champán; en resumidas cuentas, estaba disfrutando de uno de los muchos buenos momentos de su vida cuando un extraño entró en la habitación pidiendo una audiencia privada. Nucky pensó que sería otra persona que quería pedirle un favor y aceptó entrar en la habitación contigua. El extraño era Tony «la Avispa» Cugino, un sicario del sur de Filadelfia. En un momento, Nucky tenía una pistola clavada en las costillas y fue llevado apresuradamente a un piso destartalado de Brooklyn. Sus ayudantes fueron informados de que había sido secuestrado a la espera de un rescate. Nig Rosen inició las negociaciones con Cugino, y al cabo de varios días pudo reunir y pagar los 100.000 dólares exigidos. Nucky fue puesto en libertad sano y salvo. Algunos pensaban que Cugino había sido contratado por Rosen para poder pagar un rescate fantasma y beneficiarse de la gratitud de Nucky. Fuera cual fuese el verdadero motivo del rapto, Nucky premió a Rosen con un porcentaje de la lotería clandestina de Atlantic City y le dio permiso para gestionar un casino de juegos de azar en la avenida Iowa.
La carrera de Nucky como mafioso y político arroja luz sobre la compleja naturaleza de su personalidad y de la ciudad en la que él mandaba. Atlantic City fue concebida y creada como un balneario cuyo único propósito consistía en dispensar placeres, y sus residentes no tenían ningún reparo en «dejar a dos velas» a los forasteros. El truco residía en dejar al visitante con una sonrisa en los labios mientras gastaba su dinero. Johnson dominaba el juego a la perfección y los residentes locales le querían y admiraban. Nucky y sus compinches representaban el ideal del balneario. Durante su reinado, los criminales locales alcanzaron un estatus y un prestigio de los que nunca hubieran podido gozar en otra ciudad. El dinero fácil derivado de la corrupción creaba un sentido perverso de moralidad comunitaria. Los dueños de los bares ilegales, los operadores de las salas de juego, los agentes de la lotería clandestina, los chulos, las putas, los policías comprados y los políticos corruptos que en otro lugar hubieran sido considerados unos degenerados y ladrones aquí eran respetables miembros de la comunidad. Los más exitosos de ellos eran héroes y ejemplos a seguir. El imperio de Nucky era sostenible porque Atlantic City estaba corrupta hasta la médula.