Capítulo 4

El patio de recreo de Filadelfia

La prostitución era un asunto espinoso en el balneario. La presencia de prostíbulos en la Atlantic City de principios del siglo XX era más que conocida, pero no se hablaba de ella. Fue por eso por lo que los artículos sobre el negocio de la prostitución local que fueron publicados en el Philadelphia Bulletin a principios de agosto de 1890 causaron tanto revuelo.

Agosto era el mes más concurrido en el balneario, y la gente de Atlantic City tuvo la sensación de que el oportunismo del Bulletin era deliberado. La temporada de verano iba viento en popa para la comunidad entera. El tiempo acompañaba y los turistas acudían en masa a la ciudad, gastando gustosamente su dinero. El Bulletin era el periódico más popular de Filadelfia y muchos de sus lectores visitaban Atlantic City con regularidad. El periódico había dado con las infames Lavinia Thomas y Kate Davis, y también con docenas de otras prostitutas veteranas. Habían sido expulsadas de Filadelfia por regentar «casas del desorden» y encontraron un refugio en Atlantic City. En una serie de artículos de primera plana, acompañados de encabezamientos llamativos, el Bulletin publicó el nombre de más de 100 madames locales y sus direcciones, y condenó su existencia, en un alarde de virtud. Un editorial de primera página reñía al balneario con estas palabras: «¿Qué sociedad celebraría, como si fuera una bendición, o una prueba de prosperidad, el establecimiento de un vil prostíbulo en el corazón de la comunidad?».

El periódico continuaba añadiendo con desdén: «¡Hay más de 100 antros infames de estos en Atlantic City! Piensen en ello, ¡100 lugares semejantes en una ciudad de este tamaño!».

Los comerciantes del balneario estaban molestos con el tratamiento que el Bulletin dispensaba a su ciudad. Estaban preocupados por una posible estampida de parte de la clientela del negocio familiar. Todo el mundo sabía que el balneario era un santuario para putas que venían de fuera, especialmente en verano, pero a todos les incomodaba leer sobre ellas. A algunos de los comerciantes les entró pánico y sugirieron un cierre temporal de los prostíbulos, hasta que la situación se tranquilizara.

A pesar del escándalo, las cabezas más frías prevalecían y el negocio continuó como siempre mientras llegaban noticias de que la policía local estaba confiscando el Bulletin en los quioscos del paseo marítimo en cuanto llegaban los envíos de los periódicos. El Bulletin respondió con más editoriales que exigían que el ayuntamiento de la ciudad acabase con la prostitución pública, cerrase los antros de juego y cortase la distribución ilegal de alcohol. El periódico sermoneaba al alcalde Harry Hoffrnan y otros miembros del concejo municipal: «Caballeros, ¿ustedes se dan cuenta de que se les solicita, en su calidad de funcionarios públicos, medidas contra estos casos que les han sido comunicados? ¿Acaso creen que las salas de juego y los prostíbulos traerán riqueza y prosperidad a su ciudad?». El asunto era que las salas de juego y los prostíbulos sí traían riquezas y prosperidad a su ciudad, y el alcalde sabía algo que los editores del periódico ignoraban: con la llegada del otoño, los artículos del Bulletin caerían en el olvido y para el verano siguiente todo volvería a la normalidad.

Atlantic City podría sobrevivir sin la prostitución, pero suponía una parte importante de las posibilidades de entretenimiento que el balneario ofrecía a sus visitantes y no iban a cerrar los prostíbulos por nada del mundo. El Bulletin podía condenar la venta de mujeres si quería hacerlo, pero la mayoría de los clientes del negocio venían de Filadelfia y Atlantic City les estaba dando lo que querían. Era inevitable que el balneario, que estaba situado a tan solo 90 kilómetros de Filadelfia, fuera atraído a la órbita de aquella ciudad. A pesar de los mitos actuales acerca de la elegancia y sofisticación de la vieja Atlantic City, el pueblo con playa de Jonathan Pitney ya era para Filadelfia lo que Coney Island iba a ser para Nueva York: un balneario que proporcionaba entretenimiento bueno y barato a la clase obrera. Cape May podía quedarse con los ricos, que Atlantic City daba la bienvenida a los trabajadores de las fábricas que venían para escaparse de los cuáqueros de Filadelfia.

Filadelfia, la Ciudad del Amor Fraternal, nunca se ha distinguido por ser un sitio para ir de fiesta. Filadelfia fue fundada en 1681 como un experimento religioso por William Penn, un acaudalado cuáquero de Inglaterra, quien la concebía como un lugar donde los cristianos pudieran convivir en unión espiritual. Penn había soñado con una ciudad gobernada por las reglas de una reunión de amigos. Estaba decidido a liberar su nueva ciudad de las formas de gestión divisorias y las guerras políticas de Europa, y se negó a establecer un ayuntamiento convencional, ya que prefería fiarse de los principios del amor fraternal. La visión de Penn nunca se hizo realidad, pero la mezcla de cuáqueros, anglicanos, presbiterianos y baptistas que acudió a su ciudad atraídos por la política de tolerancia religiosa creó una comunidad temerosa de Dios, con unas normas muy estrictas de moralidad social. La honestidad y el éxito comercial, junto con una vida virtuosa centrada en la iglesia y en la familia, eran los ideales de la Filadelfia de los cuáqueros.

El principio de los cuáqueros de que los lazos familiares eran lo más importante se aplicaba con más fuerza y fidelidad que en ningún otro grupo. Los cuáqueros habían sido perseguidos por toda Europa por sus creencias religiosas y habían acabado repartidos por todo el mundo, especialmente en la mayoría de las ciudades portuarias con las que Filadelfia tenía relaciones comerciales. La tradición de los cuáqueros les mandaba compartir la información sobre los precios y la disponibilidad de las mercancías, y sus comerciantes prosperaron. No es de extrañar que Filadelfia, que no comenzó su existencia hasta medio siglo después de la fundación de Boston, se hubiera convertido en la ciudad más importante de las colonias en los tiempos de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. También era la ciudad portuaria con más transacciones en el Nuevo Mundo. La prosperidad de la ciudad se basaba en gran medida en el intercambio de productos agrícolas de las granjas de Pensilvania y productos fabricados en Europa. Durante el período colonial, Filadelfia era famosa por sus comerciantes, constructores navales y marineros. Tenía un puerto muy importante y tuvo un papel fundamental en la relación entre Inglaterra y sus colonias americanas. Tras la Guerra de la Independencia, el dinero de los cuáqueros transformó Filadelfia en la primera ciudad industrial de Estados Unidos.

En la primera mitad del siglo XIX, Filadelfia prestaba cada vez menos atención al mar y se concentraba en tierra firme. Para el año 1825, la Ciudad del Amor Fraternal estaba cosechando beneficios del carbón y el hierro del noreste de Pensilvania. Los comerciantes de Filadelfia se hicieron con el mercado del transporte de carbón y fueron los primeros que sobresalieron en la producción de hierro, forjándose una reputación de excelencia en los sectores de la maquinaria pesada y el hierro fundido ornamental.

Sin embargo, el hierro y el carbón solo eran una parte de la economía; también los productos derivados del algodón y la lana tuvieron una gran importancia para la ciudad.

Para el año 1857, Filadelfia tenía más fábricas textiles que ninguna otra ciudad en el mundo.

Había más de 260 fábricas produciendo mercancías de algodón y de lana. Carbón barato proporcionaba la energía para las máquinas de vapor, y este apoyo a la industria textil dio una ventaja decisiva a Filadelfia sobre otras ciudades. Durante la guerra civil, las fábricas textiles de Filadelfia eran las que proporcionaban los uniformes para el ejército de la Unión.

En el período entre la guerra civil y el cambio de siglo, el experimento de William Penn creció hasta convertirse en un gigante industrial. En 1860, la población de la ciudad era de 565.000 habitantes; para el año 1900 ya había alcanzado 1.300.000. A principios del siglo XX, Pensilvania era la fundición de Estados Unidos, el centro de una industria pesada: carbón, hierro y acero. Nueva York fue el crisol y Chicago la Ciudad de los Hombros Anchos[3], pero Filadelfia es donde tuvo lugar la Revolución Industrial en Estados Unidos. El modo de producción en fábricas fue introducido en Estados Unidos por primera vez con el establecimiento de las fábricas de algodón de Nueva Inglaterra. Tras la guerra civil de Estados Unidos, el sistema industrial floreció hasta alcanzar su máxima expresión en Filadelfia. Durante casi tres generaciones, Filadelfia contó con la economía más diversificada y amplia de todas las ciudades estadounidenses. Sus trabajadores producían buques de guerra para poderes extranjeros y máquinas de vapor para compañías ferroviarias de todo el mundo. Construían tractores y camiones, producían jerséis y vestidos de punto, refinaban azúcar y fabricaban numerosos productos más para la floreciente economía estadounidense.

Filadelfia era la sede de una impresionante cantidad de fabricantes de hierro y acero. Las fundiciones producían un tercio de todo el hierro del país, sacando cualquier producto, desde tornillos, pestillos, remaches, herraduras para caballos, herramientas para maquinaria y martillos neumáticos hasta fachadas para casas de hierro fundido, cascos de barcos, paneles de control para locomotoras, ascensores, congeladores, y máquinas de coser. Aparte de todo esto, la industria textil seguía ocupando el primer puesto en el escalafón mundial. En el año 1904, más de una tercera parte de los 250.000 empleados del sector industrial de la ciudad trabajaba en fábricas textiles, produciendo una quinta parte de toda la lana que se vendía en Estados Unidos.

Una avalancha de trabajadores no cualificados fue absorbida por Filadelfia a través de los trabajos creados por las fábricas de la ciudad. El trabajo no siempre era agradable y para muchos empleados la adaptación a la era industrial resultaba traumática. La producción industrial del sistema de fábricas suponía la división de las labores en una serie de tareas sencillas y repetitivas. Este proceso contrastaba bruscamente con el modo europeo de producción artesanal, en el que un solo trabajador producía la mercancía final a partir de la materia prima. Estos trabajadores no cualificados estaban atados al servicio de las máquinas desde el amanecer hasta el atardecer y formaban parte de un sistema que no tenía en cuenta el orden del aprendiz-viajero-maestro presente en el Viejo Mundo. Un trabajador ya no podía adquirir rango y estatus a través de su habilidad y experiencia. Para la mayoría de los empleados, que habían perdido toda esperanza de poder independizarse mediante la adquisición de un excelente dominio de su profesión, el trabajo en las fábricas era degradante. El nuevo mundo industrial ensanchó el cisma entre los ricos y los pobres haciendo hincapié en el papel que ejercía el capital en el control sobre la vida de una persona.

Muchos inmigrantes forjaron sus fortunas en la época en la que Filadelfia se convirtió en un centro de poder industrial. Pero hacía falta algo más que dinero para entrar en la sociedad de Filadelfia. En palabras de un viajero británico, «el rasgo dominante de la sociedad americana sale a la luz con más fuerza en la ciudad de Filadelfia que en ningún otro lugar […]; está, por supuesto, muy presente en Boston, Nueva York y Baltimore; pero las barreras que levanta en estos lugares no son tan evidentes o tan impenetrables como en Filadelfia». La visión de William Penn de una comunidad cristiana nunca se materializó, pero los inicios religiosos dieron lugar a una ciudad conservadora y tradicional.

La sociedad de Filadelfia aceptaba, no sin reservas, a los inmigrantes irlandeses, italianos y judíos que trabajaban en sus fábricas, pero se negó a modificar las normas de comportamiento social. Un fenómeno que surgió a raíz del creciente número de obreros fue «el bar de la esquina», que era poco más que unos cobertizos colocados en las inmediaciones de las fábricas. Miles de estos bares servían cerveza y licor a los trabajadores por un penique. Un fuerte movimiento de moderación, promovido por la sociedad tradicional local, se alzó para erradicar «el bar de la esquina». En 1887, la asamblea legislativa de Pensilvania fue presionada para adoptar la Ley de Brooks, que suponía unas severas restricciones en la otorgación de licencias para la venta de alcohol. En solo un año, el número de licencias de venta de alcohol en Filadelfia se redujo de 5.773 a 1.343. Unos estatutos que regulaban los horarios, junto con las Leyes de la Abstención del Domingo, limitaron todavía más el abastecimiento de alcohol a la clase obrera. Los patriarcas que gobernaban en Filadelfia estaban decididos a mantener su ciudad sobria y temerosa de Dios.

Los trabajadores de las fábricas de Filadelfia no tardaron en darse cuenta de que había un lugar adonde podían ir para pasárselo en grande. La moralidad de los cuáqueros no tenía cabida en Atlantic City. En casa podrían atenerse a las normas pazguatas que predicaban una abstinencia de los vicios del alcohol, el juego y el sexo extramatrimonial, pero cuando estaban de vacaciones en la playa, los placeres ocupaban un lugar central y las virtudes se olvidaban rápidamente. Cuando Atlantic City entró en el siglo XX, su reputación hacía que fuera un destino popular entre los trabajadores de las fábricas de Filadelfia. Los dueños de bares, las madames y los gerentes de salas de juego compartían con los comerciantes del paseo marítimo, como John Young, el mismo afán por complacer a los visitantes en todo lo que desearan. La razón de ser del balneario consistía en hacer felices a los turistas. Como ha dicho un residente que llevaba muchos años en Atlantic City y comprendía muy bien de qué iba la cosa, «si la gente que venía a la ciudad hubiera querido lecturas de la Biblia, se las habríamos dado. Pero nadie pidió nunca lecturas de la Biblia. Querían alcohol, chicas y juegos de azar, así que eso fue lo que les dimos».

Las fábricas de Filadelfia eran un infierno en verano. Después de seis días de respirar polvo textil o eludir carbonilla incandescente, la mayoría de los trabajadores necesitaban un descanso. No iban a pasar los calurosos domingos de agosto en la iglesia, sino que se subían al tren y se acercaban a la playa. Cuando llegaban, los turistas encontraban una ciudad dedicada a proporcionar los placeres que hicieran falta para satisfacer los gustos de todo el mundo, fueran legales o no. Para muchos de los trabajadores de Filadelfia, la excursión del domingo era la única manera de salir de la ciudad y lo último que querían oír era que los bares de Atlantic City cerraban los domingos. Al igual que en Pensilvania, las leyes de Nueva Jersey prohibían la venta de bebidas alcohólicas en el día de descanso. En Atlantic City, el domingo no era un día de descanso, sino el día más concurrido de la semana, y cuando se trataba de ganar pasta las leyes del Estado no pintaban gran cosa. El alcohol fluía los siete días de la semana y los bármanes estaban dispuestos a servir a cualquiera, salvo a los niños.

Para el visitante que prefería las emociones de los juegos de azar había muchas posibilidades. El juego era popular entre los turistas, y había sido una fuente de ingresos para el balneario en la década de 1860. La ruleta, el faro y el póquer eran juegos populares, disponibles en la mayoría de las tabernas, así como en hoteles y clubes. Un jugador nunca tenía problemas para encontrar una mesa que se adaptara al tamaño de su cartera. En una de las series anuales de artículos sensacionalistas, un periodista del Bulletin informaba:

En cuanto a las salas de juego, lo único que puedo decir es que comienzan más allá de la avenida Mississippi, donde entras a jugar a partir de un límite mínimo de 5 centavos, y llegan hasta Dutchy's en la avenida Delaware, donde algunos de los políticos y empresarios venidos a menos apuestan entre 5 y 10 dólares en las timbas de cartas menores. El Lochiel [un casino] es el centro de juegos de azar en el balneario […]. Dutchy [un jugador que había sido expulsado de Filadelfia] es el amo de las mesas.

Los funcionarios locales reconocían abiertamente la fuerte presencia del juego, la prostitución y las ventas ilegales de alcohol. Cientos de familias del lugar dependían de ingresos derivados de negocios ilegales y, mientras los visitantes estuvieran felices, nadie quería interferir. Esta flagrante violación de la ley enfurecía a los periódicos de Filadelfia casi todos los veranos. Con el tiempo, los empresarios y los políticos del balneario desarrollaron una inmunidad contra las críticas de los periódicos. Se dieron cuenta de que la distancia geográfica que les separaba de Filadelfia tenía sus ventajas. En los años previos al automóvil, aparte del servicio directo de ferrocarril desde Filadelfia o Nueva York, era difícil acceder a Atlantic City. Si alguien quería enviar a un juez o un oficial de la policía para comprobar el seguimiento de la Ley de Abstención del Domingo, tendría que salir desde Trenton. El viaje a caballo o en una diligencia duraría un día entero. Las autoridades de Trenton eran conscientes de lo que pasaba en el balneario, pero nadie se tomó la molestia de hacer nada. De esa manera, a pesar de que los periódicos de Filadelfia no paraban de publicar sus editoriales condenando al balneario, nunca obtuvieron una respuesta de las autoridades de Atlantic City. Los políticos del balneario tenían claro cuál era la mejor estrategia para hacer frente a estas quejas: ignorarlas. Ante los artículos que expresaban opiniones negativas hacia su ciudad, la actitud predominante entre los políticos de Atlantic City era responder que «el periódico es lo que se usa para envolver pescado».

Nada podía evitar que el balneario siguiera proporcionando entretenimiento ilegal a sus clientes, ni tan siquiera un gobernador que le había declarado la guerra en Nueva Jersey. John Fort fue elegido en otoño de 1907 tras una campaña en la que había prometido que se cumpliría la Ley Bishop, que prohibía la venta de bebidas alcohólicas los domingos. En respuesta a los ataques sensacionalistas del Bulletin, que volvían a la carga cada verano, el gobernador Fort declaró la guerra a Atlantic City. En julio de 1908, prometió realizar una limpieza de la ciudad. Creó una comisión especial para investigar las actividades ilegales del balneario y exigía al fiscal del condado que explicara por qué se negaba a registrar las quejas contra los dueños de los bares, los gerentes de las salas de juego y las madames que los periódicos de Filadelfia habían citado.

En agosto de 1908, el fiscal del Condado de Atlantic, Clarence Goldenberg se presentó ante la comisión del gobernador. Goldenberg declaró que, a nivel personal, no veía ningún problema con la administración de la ciudad, pero si alguien presentaba pruebas contra algún comportamiento ilegal, él se encargaría de presentar los cargos correspondientes. El fiscal admitió que algunos testigos le habían comunicado sus quejas, pero que en todas las ocasiones el jurado de acusación, tras tomarles declaración, se había negado a imputar a nadie. «Ha sido imposible sacar una imputación […]; los jurados de acusación son representativos de los intereses comerciales de la ciudad y del condado. Los ciudadanos están teniendo los representantes políticos que quieren».

Los jurados de acusación eran elegidos directamente por Smith Johnson, el sheriff del condado. El sheriff Johnson comprendía el sistema legal y sabía cómo proteger a los empresarios de Atlantic City. Él supervisaba la selección del jurado de acusación y procuraba que todo aquel que fuera elegido tuviera «la actitud correcta». Incluso elegía para el jurado a los mismos dueños de las tabernas u hombres de negocios que se beneficiaban de la industria del vicio. Cuando fue preguntado por la razón por la que no detenía a nadie, Johnson dijo a la comisión del gobernador Fort que ya tenía suficiente trabajo y que no veía ninguna necesidad de «andar buscando problemas».

Los informes preliminares de la comisión enfurecieron al gobernador Fort. El 27 de agosto de 1908, Fort emitió un edicto en el que caracterizaba a Atlantic City como «un antro de vicios», y exigía que la ciudad cerrase los bares los domingos y amenazaba con ejercer la ley marcial mediante el envío de milicia del Estado. El edicto del gobernador decía, entre otras cosas, lo siguiente:

Ninguno de los cargos públicos ni otros que se presentaron ante la comisión cuestionó la existencia de la prostitución callejera, juegos de azar, casas de mala reputación, gente de dudosa moralidad, imágenes obscenas y flagrantes violaciones de las leyes en vigor en Atlantic City […]; nunca la prostitución callejera había tenido más presencia que en los últimos tiempos. Nunca en esta ciudad las salas de juegos de azar habían sido tan numerosas como ahora, ni habían ejercido su actividad tan descaradamente como ahora, y encima cuentan con el consentimiento del departamento de policía y de los funcionarios de la ciudad.

Los líderes políticos del balneario contestaron al gobernador con la defensa que siempre les había resultado más eficaz: ignorándolo. Pero la comunidad empresarial reaccionó con violencia, y lanzó un contraataque. El 8 de septiembre de 1908, una carta firmada por la Cámara de Comercio de la ciudad, la Asociación de Hoteleros y la Liga de Empresarios fue enviada al gobernador Fort. Constituía un «Manifiesto de Atlantic City», en el que se argumentaba que el gobernador no tenía mano izquierda y que había tratado a la ciudad de manera injusta. En cuanto al juego de azar, la prostitución y la venta ilegal de alcohol, los empresarios se refirieron a «las peculiares necesidades» de una estación turística. Eran, simplemente, producto de la costumbre local de entretener a sus clientes y la manera tradicional de hacer negocios en Atlantic City. Esta bofetada al gobernador fue publicada en el Bulletin y decía, entre otras cosas:

La Comisión de Impuestos Indirectos vino a la ciudad para exigir, de manera agresiva, el paro inmediato de la venta de alcohol los domingos. Esta exigencia, que llegó en pleno verano, y además después de 50 años de permisividad, no fue bien recibida […]. Nosotros [el balneario] esperamos que la asamblea legislativa del estado no continúe aplicando el código legal por más tiempo, ya que las toscas leyes del mismo, en vez de prevenir un mal, prohíben un derecho que todo el mundo considera inocuo y que además resulta necesario para la prosperidad de una de las industrias principales del estado, a saber, el negocio de playa.

La comisión del gobernador Fort tardó hasta diciembre en publicar su informe final. Para entonces, las cosas ya se habían calmado y las recomendaciones del informe estaban olvidadas, al igual que las quejas del gobernador. La notoriedad no venía mal para el negocio y, para cuando llegó el verano, todo había vuelto a la normalidad.

Cuanto más popular se hacía Atlantic City, más aumentaba la necesidad de cooperación entre los empresarios y los políticos. Toda la gente de la ciudad vivía de los beneficios obtenidos en los tres meses del verano. Si la temporada era floja, el invierno podría llegar a ser largo y frío. Sin el consentimiento de la comunidad, los negocios ilegales que proporcionaban «el alcohol, las chicas y los juegos de azar» no habrían sobrevivido por mucho tiempo. Los residentes de Atlantic City comprendían el papel de la industria del vicio local y creían que era necesario protegerla de las interferencias por parte del sistema legal. Desde el principio, los agentes de policía recibieron instrucciones de mirar hacia otro lado. Si un negocio, fuera el que fuese, era capaz de atraer visitantes a la ciudad y contribuía al crecimiento de la economía local sin hacer daño a nadie, entonces era legal según las normas de Atlantic City.

Cuando la economía del balneario maduró, la relación entre la industria del vicio y las autoridades locales se volvió más estructurada. Los políticos veían cómo los empresarios oportunistas se embolsaban dinero fácil, y exigían participar en la juerga. Antes de los albores del siglo XX, una coalición informal entre los políticos y los dueños de los negocios ilegales gobernaba la ciudad, con un consentimiento generalizado por parte de la comunidad. Las decisiones del día a día eran tomadas por una coalición de tres hombres: el secretario del condado, Louis Scott; el congresista John Gardner, y el sheriff del condado, Smith Johnson. Scott era el líder extraoficial del trío. Su teniente y protegido más fiel era un joven hotelero llamado Louis Kuehnle.

Louis Kuehnle había nacido el día de Navidad de 1857. Era alto y tenía unos hombros anchos. Tenía la cara sonrosada, los ojos de color marrón oscuro y una calva que casi siempre estaba tapada con un sombrero. Kuehnle fumaba grandes puros, llevaba ropa pulcra y disfrutaba saliendo por ahí con los chicos. También tenía afición por los perros. Su terrier, Sparkey, era su compañero inseparable y le acompañó en sus idas y venidas por la ciudad durante casi quince años. Sparkey siempre acompañaba a su amo; incluso estaba presente en las reuniones del concejo municipal, en los restaurantes y en la iglesia. Los padres de Kuehnle eran inmigrantes alemanes que habían venido de Nueva York, donde su padre era un famoso cocinero. Los Kuehnle se sentían atraídos por la creciente industria turística de Atlantic City.

El padre de Kuehnle había hecho una pequeña fortuna cuando trabajaba en Nueva York y pasó rápidamente de la profesión de cocinero a ser el dueño de un hotel. Adquirió un gran hotel llamado New York que estaba situado en Egg Harbour City, una comunidad en tierra firme, y otro en Atlantic City conocido como Kuehnle's. Este último fue construido poco después del segundo ferrocarril de Richards y estaba situado en un lugar privilegiado en la parte norte de Atlantic City, cerca de la estación de ferrocarril. Era el típico hotel, una pensión que era grande para su época, con un porche que daba la vuelta a todo el edificio decorado con madera ornamentada de estilo victoriano y muebles de mimbre. El hotel Kuehnle's era un lugar de encuentro muy frecuentado por los residentes locales a lo largo de todo el año.

Cuando Louis Kuehnle cumplió 18 años, se hizo cargo de la dirección del hotel de Atlantic City. Poco después, Kuehnle ya estaba gestionando el hotel a su antojo, cuidando hasta el más mínimo detalle y supervisando todo, desde el cambio de sábanas en las habitaciones y la limpieza del bar hasta la atención de los huéspedes en el comedor. Kuehnle era el típico hotelero de un balneario y disfrutaba interpretando el papel de anfitrión. A través de la gestión del hotel de la familia, Kuehnle se hizo muy conocido por toda la ciudad. Era generoso, cuidaba muy bien de sus amigos y nunca rechazó ninguna petición de ayuda por parte de la gente pobre del balneario. Kuehnle se unió al Club Náutico de Atlantic City y se involucró mucho en sus actividades como presidente. Allí alcanzó el rango no oficial de «Comodoro», un mote que le acompañaría el resto de su vida. Después de algún tiempo, la ciudad entera se refería a él solo con el nombre de «Comodoro». Durante los siguientes veinte años, el Comodoro hizo muchos favores a muchas personas y ofreció su hotel como un lugar de encuentro para quien lo necesitara, creando de esa manera un grupo de seguidores fieles.

El hotel Kuehnle's era conocido como «la Esquina» por los políticos y la gente en general. La coalición gobernante de Scott, Gardner y Johnson se reunía con regularidad en la Esquina para planificar sus estrategias e intercambiar opiniones y peticiones.

Desde el porche del hotel Kuehnle's, estos tres cabilderos repartían protección y favores. Con el tiempo, la gente que buscaba favores políticos primero debía acudir a Kuehnle para recibir el visto bueno a sus peticiones, ya que él hacía las veces de secretario para Scott y sus socios. Kuehnle gozaba de la confianza implícita de los miembros de esta coalición gobernante, y su opinión no tardó en convertirse en un factor que los demás tenían en cuenta para las decisiones políticas. Cuando Scott murió, en el año 1900, sus dos secuaces no tenían ni la juventud necesaria ni el deseo de asumir el control, y Kuehnle se convirtió en el líder sin oposición. Poco después de la muerte de Scott, el Comodoro ya era el Jefe y no se hacía nada sin su visto bueno; todos los candidatos, empleados, contratos municipales y licencias mercantiles debían pasar por su despacho antes de ser aprobados.

Cuando las cosas se ponían feas, todo el mundo buscaba la ayuda del Comodoro. Los ataques incendiarios de los periódicos de Filadelfia y las amenazas realizadas por los gobernadores con afán reformista provocaban momentos de ansiedad casi todos los veranos. La Esquina era el escenario de muchas reuniones nocturnas en las que Kuehnle apaciguaba los miedos de los políticos, recordándoles que cualquier tipo de publicidad era buena para los negocios. Según una leyenda popular, el Comodoro aseguró a sus tenientes y a los comerciantes locales que si el gobernador llegaba a enviar su milicia, entonces Kuehnle enviaría a las putas del balneario a darles la bienvenida en la estación de ferrocarril.

El aliado más fiel de Kuehnle era Smith Johnson, quien ejerció de sheriff en períodos alternativos de tres años desde 1890 hasta 1908. Las leyes del Estado prohibían que un sheriff pudiera sucederse a sí mismo y Johnson tenía que alternar entre sheriff y lugarteniente del sheriff. Cuando su primer mandato expiró, Johnson nominó a su fiel lugarteniente, Sam Kirby como candidato para las elecciones. Tras ser elegido, Kirby nominó a Johnson para ejercer de lugarteniente, y así sucesivamente durante veinte años. Como sheriff, Johnson repartía patrocinio político y controlaba las tarifas cobradas por su equipo. Las tarifas se aplicaban a cosas como la tramitación de denuncias, la ejecución de hipotecas a espaldas de la administración, la expropiación forzosa y el cobro de alquileres a los inquilinos de la prisión del condado.

Estas tarifas aportaban un total de 50.000 dólares anuales, en una época en la que un billete de tren de ida y vuelta desde Filadelfia costaba un dólar. Las tarifas constituían el ingreso personal del sheriff y él no rendía cuentas a nadie, salvo a sus aliados políticos. Las tarifas de Johnson, junto con el dinero de la protección que se cobraba a las salas de juego, los prostíbulos y los bares, financiaban la organización de Kuehnle. Cuando el sistema de tarifas fue abolido por la administración estatal y el salario anual del sheriff se redujo a 3.500 dólares, el Comodoro apretó más a los establecimientos ilegales, convirtiendo el dinero derivado de la protección de la industria del vicio en el motor económico del Partido Republicano local.

La fuente del poder de Kuehnle era algo más que dinero a cambio de protección.

El Comodoro contaba con el respaldo de la comunidad de empresarios, que apoyaba sus esfuerzos por mejorar el balneario. Los lemas preferidos de Kuehnle eran: «Por una Atlantic City mejor y más grande» y «Hacia delante con fuerza». Consiguió que la gente identificara al Partido Republicano con el bienestar de la comunidad. Cualquier crítica al régimen del Comodoro era lo mismo que un ataque a la ciudad. Los hoteleros y los comerciantes del paseo marítimo se distanciaban de los reformadores que se quejaban de la corrupción. «Eso hace daño a la ciudad —decían—; no te cargues la temporada». El éxito de «la temporada» lo era todo para los residentes locales. Ya que el turismo era el único negocio en la ciudad, los meses de junio, julio y agosto eran fundamentales. Nada debía interferir con la felicidad de los visitantes y lo último que los comerciantes necesitaban eran reformadores metiendo baza.

El Comodoro tenía claro que a los dueños de los negocios de Atlantic City no les importaba lo más mínimo sacrificar la honestidad de las autoridades a cambio de un verano próspero, y él les dio lo que querían. Kuehnle protegía a los negocios ilegales de la ley y trabajaba con la industria del turismo para garantizar su éxito. A cambio, la comunidad le dejaba hacer.

Louis Kuehnle usó su poder para ayudar a transformar un gran pueblo con playa en una ciudad moderna. Era consciente de la necesidad de invertir en bienes públicos para acomodar a la creciente comunidad, generada por la cada vez más sólida popularidad de Atlantic City. Pensaba que el balneario necesitaba un paseo marítimo más largo y duradero, y procuró construir uno nuevo, con pilotes y vigas de acero. Los residentes del balneario, en especial los hoteles y las tiendas, eran víctimas de un monopolio de la telefonía. Kuehnle lo disolvió mediante la creación de una empresa rival, que más tarde fue controlada por un sistema de telefonía independiente con tarifas reducidas. La luz eléctrica de la ciudad era poco adecuada y cara; el Comodoro apoyó una iniciativa de la competencia y los precios bajaron. El gas natural se vendía a un dólar y veinticinco centavos por cada trescientos metros y Kuehnle fundó una nueva compañía de gas, lo cual propició una bajada de los precios hasta los noventa centavos por la misma cantidad. El sistema local de tranvías, que era importante para la comodidad tanto de los turistas como de los residentes, era un desastre. Kuehnle organizó la Compañía de Ferrocarril Central Passenger, que posteriormente se vendió a la Compañía de Atlantic City y Costa, que proporcionaba un servicio excelente de tranvía y ferrocarril tanto a turistas como a residentes.

Kuehnle era corrupto, pero tenía una visión para el futuro de su ciudad y activaba los mecanismos de poder necesarios para convertir esa visión en una realidad. El Comodoro identificó una necesidad vital: si la comunidad isleña no conseguía asegurar un abastecimiento de agua dulce fiable, nunca se convertiría en una auténtica ciudad. Su previsión estaba detrás de la adquisición de varios terrenos de gran extensión en tierra firme, en los que se establecieron pozos para el sistema de abastecimiento de agua de Atlantic City (una parte de estas tierras se convertiría años más tarde en el Aeropuerto Internacional de Atlantic City). También fue bajo su mandato cuando se construyó la primera planta purificadora de aguas moderna de la ciudad. Aparte de eso, el asunto de la pavimentación de las calles o, mejor dicho, su ausencia, había generado mucho malestar desde la fundación del balneario, puesto que los visitantes y los residentes debían rodear charcos de barro constantemente en sus paseos. Kuehnle entró en el negocio de la pavimentación y en poco tiempo el balneario ya contaba con avenidas y calles con una pavimentación adecuada y limpia. Bajo el reinado de Kuehnle se colocaron todos los elementos necesarios para la infraestructura de una ciudad moderna.

Atlantic City prosperó y también lo hizo el Comodoro. Las compañías establecidas por Kuehnle fueron vendidas, con sustanciosos beneficios, a compradores que sabían que no tendrían ningún problema para obtener licencias o contratos municipales. Kuehnle era uno de los dueños de la Fábrica de Cerveza de Atlantic City, y su cerveza era la más popular del balneario. Si el dueño de un bar quería renovar su licencia para la venta de alcohol, y si no quería que le presentaran cargos por vender alcohol los domingos, compraba la cerveza correcta. Kuehnle amasó una auténtica fortuna.

El dinero solo era una de las partes fundamentales de la maquinaria del Comodoro. En calidad de líder republicano del condado, Kuehnle controlaba el nombramiento del fiscal general y los jueces del condado. Solo la gente leal del partido llegaba a los puestos de poder. Kuehnle trabajaba en estrecha colaboración con el sheriff del condado y juntos establecieron una red que aislaba su organización del sistema legal. El sheriff seleccionaba a las personas que formaban parte de los jurados de acusación. Los jurados, cuyos miembros eran seleccionados personalmente por Smith Johnson, nunca se pronunciarían contra la gente del Comodoro.

Durante los años que duró el dominio de Kuehnle, no existía una oposición demócrata. La población de Atlantic City suponía más del 60 por ciento de la población del Condado de Atlantic. El resto del condado estaba poblado bien por gente que dependía del negocio turístico de Atlantic City, bien por pequeños agricultores cuyos votos tendían a ser republicanos. La fuerza del Partido Republicano en el Condado de Atlantic era típica del sur de Jersey por aquel entonces. Durante más de treinta años después de la guerra civil de Estados Unidos, la vida política de los condados del sur de Nueva Jersey estaba dominada por el senador de Estados Unidos William J. Sewell, de Camden. Sewell era un inmigrante irlandés que había servido como general de brigada en el ejército de la Unión y había luchado tanto en Gettysburg como en Chancellorsville. Después de la guerra se metió en la política y ejerció como senador del estado durante nueve años, convirtiéndose en el presidente del Senado en 1880. Al año siguiente fue elegido por la asamblea legislativa para el Senado de Estados Unidos, donde ejerció durante dos mandatos.

El largo servicio público de Sewell, junto con su personalidad arrolladora, le convirtieron en un líder del Partido Republicano de Nueva Jersey y la fuerza dominante en el Partido Republicano del sur de Nueva Jersey. Con Sewell en el poder, no había esperanzas para el Partido Demócrata en ningún lugar del sur de Nueva Jersey. Tal y como comprobara Jonathan Pitney, los demócratas no tenían ninguna posibilidad real de ocupar puestos políticos importantes.

El Comodoro no estaba contento con controlar solo la política de Atlantic City. Si pretendía atraer la atención de la organización republicana a nivel del estado, necesitaría dominar todo completamente. Para conseguirlo, tenía que mejorar los porcentajes electorales sustancialmente. Un ingrediente clave en su estrategia era la manipulación de los votos de la comunidad afroamericana. Desde los tiempos de la guerra civil hasta la elección de Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión, la gran mayoría de los negros con derecho a voto en este condado votaban a los republicanos, el partido de Abraham Lincoln. La presencia de una minoría tan numerosa con una tendencia de voto tan marcada convirtió a la población afroamericana de Atlantic City en una herramienta importante para el ascenso al poder de Kuehnle. Se aprovechó de ellos para sacar todos los votos que pudo.

El Comodoro fue inmensamente popular en Northside por dar trabajo a los negros que estaban en el paro durante los meses de invierno. La temporada baja podía llegar a ser una lucha dura para muchos residentes permanentes de Northside, y Kuehnle les ayudaba a aguantar el tirón del invierno. Bajo el Comodoro, el Partido Republicano estableció su propio sistema de bienestar privado, que repartía comida, ropa y carbón gratuitamente y pagaba las facturas médicas. Por iniciativa de Kuehnle, los dueños de los hoteles y de las pensiones exigían que todos sus empleados registraran su derecho a voto. Cualquier trabajador afroamericano que no lo registrara era perseguido hasta hacerlo. El día de las votaciones, los tenientes de Kuehnle acudían a Northside para sacar a los votantes negros de sus casas. Se metían grupos de hasta veinte negros a la vez en carruajes que viajaban de distrito en distrito y votaban repetidas veces, recibiendo dos dólares por voto. El personaje que se encontraba detrás de este fraude electoral fue denunciado por una revista nacional de la época como «el más descarado que se conoce en este país».

El día de las votaciones había trabajadores republicanos apostados en las puertas de las mesas electorales con los bolsillos llenos de billetes de dos dólares. Cada uno tenía una lista de votantes fallecidos o inventados, cuyos nombres aparecían en las listas del registro de votantes. Cuando los votantes afroamericanos entraban a votar, se les daban un nombre y una hoja de papel carbón que tenía el mismo tamaño que la papeleta oficial, junto con una papeleta de prueba. «Ahí está tu nombre y también tu dirección. Ahora, por el amor de Dios, no olvides dónde vives». Acto seguido, el votante se llevaba su hoja de papel carbón y la papeleta de prueba a la cabina electoral y marcaba la papeleta oficial con el papel carbón sobre la papeleta de prueba. A la salida, si lo había marcado correctamente, el votante recibía sus dos dólares. Aquellos votantes que quisieran una segunda oportunidad en la misma cabina esperarían a otro votante negro, intercambiarían el sombrero o el abrigo con él y recibirían otro nombre con el que votar.

La pequeña población del Condado de Atlantic preveía que la maquinaria del Comodoro pudiera tener una influencia importante en unas elecciones estatales; pero indudablemente era un factor decisivo en las primarias. La facilidad con la que Kuehnle fabricaba votos ficticios en unas elecciones primarias republicanas le convirtió en una fuerza a tener en cuenta a nivel estatal. Los políticos respetan los votos, independientemente de cómo se consiguen, y Kuehnle era cortejado por todos los republicanos que buscaban un puesto en la administración del Estado. Durante la primera década del siglo XX, la maquinaria de Atlantic City era una de las organizaciones políticas clave de Nueva Jersey, capaz de ejercer su influencia sobre la selección de candidatos a gobernador, senador y congresista. La posición de Kuehnle como líder a nivel estatal aumentaba su poder en casa. Pero no todo el mundo era fan del Comodoro.

Existía un pequeño pero influyente movimiento de reforma, constituido por los dueños de negocios orientados a familias y de los grandes hoteles que flanqueaban el paseo marítimo. Algunos de los dueños de los grandes hoteles del paseo marítimo, como la familia White, que regentaba el Marlborough-Blenheim, eran de Filadelfia y venían del mundo de los cuáqueros. Ellos se oponían a las tácticas de Kuehnle y querían que Atlantic City fuera un balneario para familias de la clase media, y no deseaban tener que depender de «alcohol, chicas y juegos de azar». Otros —una pequeña minoría— continuaban soñando con convertir Atlantic City en aquel elegante balneario para la clase pudiente que Jonathan Pitney había querido. Tanto los cuáqueros como los soñadores opinaban que la situación que el Comodoro había creado era insostenible. Querían limpiar el balneario y suponían, a pesar de que su número era muy pequeño, una fuente de tensión en la comunidad. Este grupo reformista encontraba un medio de expresión en la Atlantic City Review a través de su editor, Harvey Tomas. Harvey Thomas era un tipo serio y duro como el hierro; un periodista del estilo de Lincoln Steffens que no se amedrentaba ante nada en su afán por exponer los trapos sucios. Había llegado a la ciudad invitado por una élite de ricos hoteleros del paseo marítimo que estaban molestos con Kuehnle y querían derrocarle de su trono.

Había una diferencia de clase muy definida entre los dueños de los hoteles grandes del paseo marítimo y los hoteles y pensiones más pequeños que estaban repartidos por la ciudad.

Los hoteles del paseo marítimo se perfilaban como anfitriones para la parte más refinada de la sociedad. «Alcohol, chicas y juegos de azar» les resultaba ofensivo tanto a ellos como a su clientela. Pero la base económica del balneario eran los trabajadores de las fábricas de Filadelfia que se alojaban en las pensiones. Venían a la ciudad para desconectar y disfrutar de los placeres que no podían encontrar en Filadelfia. Los dueños de las pensiones estaban firmemente atrincherados en el lado de Kuehnle, mientras que los hoteleros del paseo marítimo lo consideraban un matón sediento de poder. La oportunidad de lanzar un ataque contra el Comodoro llegó en las elecciones a gobernador de 1910.

Las elecciones de 1910 eran una piedra de toque tanto para Kuehnle como para Nueva Jersey. El candidato republicano a gobernador era Vivian Lewis, uno de los favoritos del Comodoro. La Organización Republicana del Condado de Atlantic fue la primera en apoyar la candidatura de Lewis para gobernador. Kuehnle se llevaba bien con Lewis y sabía que se podía contar con que su candidato hiciera la vista gorda con respecto a cómo se gestionaban las cosas en el balneario. El adversario de Lewis, Woodrow Wilson, era un reformador académico, que en su programa electoral prometía erradicar la corrupción a todos los niveles administrativos.

Woodrow Wilson era hijo, nieto y sobrino de pastores presbiterianos. Aunque era común que los políticos del momento tuvieran un pasado religioso, Wilson destacaba por ser un auténtico cruzado que veía las cosas en blanco y negro. Era impersonal en sus relaciones y atraía a sus seguidores de esa manera en que la gente se adhiere a principios abstractos. Era visionario e idealista y nunca permitió que sus sentimientos personales interfirieran con su política. Además no perdonaba a aquellos seguidores que no estuvieran a la altura de sus expectativas.

Cuando Wilson entró en la vida política de Nueva Jersey, el estado era un ejemplo perfecto de lo que los reformadores estaban tratando de parar por todo el país. Según un observador, en Nueva Jersey «el dominio de la política por la maquinaria de las alianzas entre corporaciones había alcanzado su máxima expresión». El estado estaba gobernado por una oligarquía compuesta por los capitanes de la industria; en especial, los que defendían los intereses del ferrocarril y de los servicios públicos. Los mandatarios republicanos y los demócratas que les apoyaban de manera incondicional habían permitido que estos intereses particulares se afianzaran en la maquinaria política de Nueva Jersey. Había una profunda y extendida hostilidad hacia las grandes corporaciones y hacia los privilegios especiales que la administración del Estado les otorgaba. Había progresistas en ambos partidos que habían conseguido elegir candidatos para la legislatura, pero la posición de gobernador atraía una atención especial. Para 1910, los capos de los partidos sabían que los votantes se inclinaban por un gobernador reformista. Los demócratas del estado estaban buscando desesperadamente un nuevo líder que pudiera aprovechar la ola de sentimientos progresistas que se extendía por toda la nación, para llevar a su partido a la victoria.

Woodrow Wilson había llegado en el momento más oportuno. Wilson había venido a Nueva Jersey de Virginia para ocupar la presidencia de la Universidad de Princeton Su pasado como sureño e hijo de un pastor casaba bien con el generalizado desprecio, por parte de la élite cultural del norte, hacia la manera corporativa de hacer política. Wilson se había especializado en ciencias políticas y era el aclamado autor de El gobierno congresional, un libro publicado en 1885 que había generado un interés amplio y duradero, y que se había convertido en un clásico en el campo del análisis político americano. Desde mediados de la década de 1880 hasta 1910, a Wilson se le consideraba el escritor de ciencia política con más autoridad de la nación. Wilson también tenía un dominio perfecto de la retórica y utilizaba su talento para conseguir apoyos para la comunidad académica, como ningún otro presidente de una universidad lo hubiera hecho antes. Mientras estuvo en Princeton atrajo más atención que ningún otro mandatario en una posición parecida en toda la historia de Estados Unidos.

La presidencia de Wilson en la Universidad de Princeton le daba un pupitre desde el cual podía opinar sobre los asuntos políticos del momento. Poco después de las elecciones de 1904, Wilson apareció como portavoz de los demócratas conservadores frente a William Jennings Bryan. En 1906 recibió varios votos en la asamblea legislativa de Nueva Jersey como candidato demócrata de minoría para el puesto de senador de Estados Unidos. Incluso se habló de él como el candidato tapado para presidente o vicepresidente en 1908. Como portavoz para los demócratas anti-Bryanianos, Wilson captó la atención de un número de inversores de Wall Street y políticos que comenzaron a apoyarlo como candidato para la presidencia. Varios editores prominentes, entre ellos George Harvey, de Harper 's Weekly, Henry Watterson, de Louisville Courier Journal y William Lafffn, de New York Sun, hicieron grandes esfuerzos por dar una cobertura positiva a Wilson.

George Harvey se convirtió en seguidor de Wilson tras escuchar una de sus ponencias en Princeton. En 1906, Harvey comenzó a poner un encabezamiento en todas las portadas de Harper's Weekly que decía: «Woodrow Wilson para presidente». El editor quería ejercer su influencia para apoyar a Wilson y puso a un redactor de su plantilla a «publicitar» la candidatura de Wilson en las elecciones a gobernador de Nueva Jersey en 1910, y en las presidenciales en 1912. Harvey se hizo cargo personalmente de establecer el primer contacto con Jim Smith exsenador de Estados Unidos y líder de los demócratas del estado, para presentar la candidatura de Wilson.

Jim Smith era un líder político de la vieja escuela, entrañable y caballeroso, que ocupaba un lugar prominente en la vida comercial y política de Nueva Jersey desde hacía más de veinticinco años. Desde su sede en Newark, dominaba la maquinaria demócrata en el poderoso Condado de Essex, y era el demócrata más influyente del estado. No hacían falta grandes argumentos para convencer a Smith. Los demócratas de Nueva Jersey estaban en minoría y si querían tener alguna esperanza de ganar las elecciones de 1910, tenían que presentar un candidato reformista. A Wilson, la nominación de gobernador le venía con carta blanca. Si era elegido, tendría manos libres como gobernador.

Wilson se desenvolvió con soltura en la campaña electoral. Sus discursos eran los de un predicador del Apocalipsis y machacaba sin piedad a sus adversarios, sacando a la luz sus debilidades. Recordaba a los votantes que su adversario había sido elegido por la maquinaria republicana y que no iba a ser más que una herramienta para sus intereses particulares. Wilson criticaba el sistema de protección y afirmaba que él lo podría romper con reformas políticas y mediante el apoyo a hombres independientes para que fueran elegidos para la asamblea legislativa. En su campaña prometía no solo una regeneración del Partido Demócrata, sino también del gobierno estatal entero.

Durante su campaña, Woodrow Wilson habló en Atlantic City ante un grupo de prohibicionistas y reformistas. El evento había sido organizado por uno de los detractores de Kuehnle, el periodista Harvey Thomas. Hablando ante un público de 2.000 personas —sobre todo no residentes—, Wilson prometió que uno de los primeros lugares a los que acudiría para erradicar la corrupción y el proteccionismo sería a Atlantic City.

El Comodoro identificó correctamente la amenaza real que este hijo de predicador suponía para él Kuehnle sabía que un moralista activo como gobernador traería problemas a Atlantic City. El Comodoro seguramente no presidiría más que una reunión nocturna estratégica en la Esquina. La organización republicana trabajó a destajo para conseguir que se eligiera a Vivian Lewis. En menos de seis meses, hubo más de 2.000 nuevos votantes registrados en Atlantic City y el resultado el día de las elecciones fue un récord, con Lewis dominando la ciudad a placer. Para gran desazón del Comodoro, Wilson fue elegido con mayorías demócratas en las dos cámaras legislativas. Al comprobar los resultados electorales de Atlantic City, Woodrow Wilson descubrió que el número de votos favorables a su adversario republicano superaba el número de votantes registrados de la ciudad.

El gobernador Wilson estaba decidido a apartar a Kuehnle del poder. Aprovechando la ola de popularidad creada por su victoria, Wilson obtuvo el respaldo de la asamblea legislativa para crear una comisión que investigara fraudes electorales, con especial atención al caso de Atlantic City. El Comité Macksey llamado así por el nombre de su presidente, el miembro de la asamblea William P. Macksey, halló una gran abundancia de pruebas. El comité llevó a cabo 19 sesiones en las que interrogó a más de 600 testigos que produjeron más de 1.400 páginas de declaraciones juradas. Los hallazgos del comité podrían haber constituido la base para otro tratado político de Wilson.

Como era de esperar, el Comité Macksey descubrió que en Atlantic City se compraba gran cantidad de votos, especialmente en Northside. Un testigo al que el comité había convocado para declarar afirmó que se había enfrentado a un voluntario republicano que estaba repartiendo dinero a los votantes afroamericanos en las puertas de un colegio electoral. «Estás haciendo que este hombre vote en nombre de otro. Todos vosotros deberíais ir a la cárcel». A lo que le contestó: «Si no te largas de aquí, ellos [refiriéndose a los negros] te aplastarán». El diálogo continuó: «Le dije: "Antes de que me aplasten habrá unos cuantos negros muertos por aquí". Va y me dice: "No les llames negratas". Le dije: "No les he llamado negratas sino negros, tú sí que eres un negrata si andas comprando los votos de esa manera"».

Había algunos líderes clave de Northside que formaban parte de la organización de Kuehnle. Se habló de uno de estos voluntarios ante el Comité Macksey. «Así que, después de aquello, salieron algunos hombres de las cabinas electorales y pasaron una papeleta a ese hombre; era un morenito muy bien vestido, más bien un dandi, llevaba ropa demasiado elegante para un hombre de su raza; subió la calle con ellos, sacó su listado y les dio dinero. Vi que lo hizo una y otra vez».

En total, hubo alrededor de tres mil votos fraudulentos en Atlantic City en las elecciones de 1910, pero la historia no acaba ahí. En un distrito, dos demócratas combativos y persistentes que protestaban contra los votos fraudulentos fueron drogados. Se les dio agua potable con mosca zapatera dentro. La mosca zapatera es un brebaje hecho de tártaro emético, que causa vómitos, y eleatarium, que origina diarrea. No tiene ni color ni sabor. No hizo falta más que un trago de mosca zapatera y el combativo demócrata cayó redondo. Los funcionarios que vigilaban las urnas añadieron nuevos votantes a los registros de voto el día de las elecciones.

Las urnas fueron retiradas de la vista del público y los que protestaban fueron alejados de allí por oficiales de la policía local.

La gente de Kuehnle estaba empleando una práctica conocida como la «colonización» de votantes, registrando cientos de votantes ficticios en hoteles locales. El fraude era tan común y bien organizado que jamás podría haber tenido lugar sin la estrecha colaboración entre la organización republicana y docenas de dueños de pequeños hoteles y pensiones de Atlantic City. Además, muchos temporeros de varios hoteles, restaurantes, tiendas y galerías comerciales, conocidos como «flotantes», registraban su derecho a votar en Atlantic City indicando el lugar de su trabajo de verano como dirección. Volvían de su lugar habitual de residencia, fuera de la ciudad, para echar su voto el día de las elecciones. Aquel año, cientos de flotantes fueron provistos de billetes de tren y pagados por volver a la ciudad para votar a Vivian Lewis.

El propio Comodoro fue convocado ante el comité y preguntado por lo que sabía acerca de «los arreglos del registro de voto en Atlantic City el pasado otoño». En respuesta a una pregunta sobre su participación en el fraude electoral, Kuehnle dijo: «Mis instrucciones a los trabajadores eran precisamente que no queríamos arreglos de listas porque en Atlantic City siempre hemos tenido votos republicanos suficientes para ganar las elecciones». A pesar del testimonio del Comodoro, el Comité Macksey tenía información más que suficiente como para demostrar que había tenido lugar un fraude electoral amplio.

El siguiente paso para el gobernador Wilson fue convertir el informe del comité en imputaciones penales. Esto no iba a ser fácil, y en el caso de que se consiguiera presentar cargos, obtener condenas sería más difícil todavía. La última línea defensiva de la maquinaria de Kuehnle eran personas que ocupaban puestos fundamentales en el sistema legal y que seguramente tratarían de abortar el proceso. Wilson sabía que el fiscal del condado, Clarence Goldenberg, era uno de los secuaces del Comodoro, por lo que pidió que la asamblea legislativa adoptara una ley especial que diera facultades al fiscal general del Estado para entrar en cualquier condado y poder llevar a cabo una investigación, reemplazando al fiscal local.

La asamblea legislativa dio al gobernador lo que quería y el fiscal general del Estado, Edmund Wilson, comenzó a reunir pruebas para poder presentar cargos. Pero todavía quedaba un obstáculo: el sheriff del condado. El sheriff era ahora el hijo de Smith Johnson, Enoch. Sam Kirby se había convertido en secretario general del condado. Enoch Johnson había aprendido de su padre a componer un jurado popular y ninguno de los jurados que él hubiera elegido presentaría nunca cargos contra un político de Atlantic City.

La primera presentación de las pruebas reunidas por el Comité Macksey tuvo lugar ante un jurado popular encabezado por el juez Tomas Trenchard, un producto de la maquinaria del Comodoro. Tras escuchar las pruebas, el jurado deliberó y no encontró razones para presentar cargos. El gobernador Wilson se escandalizó y tomó medidas para relevar tanto al sheriff Johnson como al juez Trenchard de sus cargos. Wilson usó un puesto vacante en el sistema de los tribunales para nombrar a Samuel Kalish, un fiscal respetado cuya fortuna provenía de fondos propios, que venía del Condado de Mercer. Al llegar a Atlantic City, el juez Kalish ordenó al sheriff que convocara un jurado popular y que los miembros se presentaran ante el tribunal para ser avisados de sus obligaciones antes de comenzar su trabajo. Cuando llegaron los miembros del jurado, el fiscal general Wilson se percató de que uno de ellos era Tomas Bowman, un hombre que había sido citado en el informe del Comité Macksey. Bowman era uno de los que estaban acusados de fraude electoral. El juez Kalish no aceptó a Bowman y disolvió el jurado entero.

En respuesta a las protestas de Johnson, Kalish utilizó un estatuto poco conocido para nombrar un comité de sustitutos, y les otorgó potestad para elegir un jurado popular de veintitrés hombres, compuesto por republicanos, demócratas, independientes y prohibicionistas.

El Comodoro no pudo hacer nada para frenar al fiscal general Wilson. Ahora que el sheriff Johnson y su jurado popular elegido a dedo ya no podían interferir, el sistema judicial entró en acción. El nuevo jurado popular aprobó cargos contra más de ciento veinte personas, muchas de las cuales ocupaban puestos en la administración municipal y en la organización republicana.

Entre ellos estaban Kuehnle, el sheriff Enoch Johnson, el alcalde George Carmany el consejero municipal Henry Holte, el secretario municipal Louis Donnely, el concejal de Urbanismo Al Gillison, el concejal de Sanidad Theodore Voelme, el presidente de la Compañía Eléctrica de Atlantic City Lyman Byers, y un largo etcétera. Estos cargos estaban todos relacionados con el fraude electoral y era inocente por parte del gobernador Wilson pensar que un jurado de Atlantic City fuera a condenar a funcionarios del Partido Republicano. Casi todos fueron absueltos.

Uno de los acusados que fue absuelto era Enoch Johnson. El juicio contra él contribuyó a lanzarlo como el futuro sucesor de Kuehnle. Fue defendido por un amigo de toda la vida, el abogado político Emerson Richards, pero Johnson también habló en defensa propia y desafió al fiscal general Wilson con arrogancia, refiriéndose al juez que presidía el tribunal por su nombre de pila y dirigiéndose directamente a los miembros del jurado, muchos de los cuales apoyaban la maquinaria republicana. Ni Johnson ni ninguna otra persona importante de la organización de Kuehnle fueron condenados por fraude electoral.

Al mismo tiempo que se llevaba a cabo la investigación del fraude electoral también se indagaban delitos de corrupción en cargos públicos del ayuntamiento de Atlantic City. No era ningún secreto que Kuehnle y sus ayudantes se habían beneficiado personalmente de los contratos municipales. Que exigían a los empleados públicos que compartieran parte de su salario con el Partido Republicano y los sobornos relacionados con los contratos municipales eran vox pópuli.

En julio de 1911, el editor Harvey Thomas organizó una reunión entre el fiscal general Wilson y el detective privado William J. Burns. Mucho antes de que los abogados penalistas debatieran el concepto de incitación al crimen, a Burns se le ocurrió una idea para poder atrapar a los políticos de Atlantic City, que fue respaldada por el fiscal general. Burns puso a uno de sus agentes, Frank Smiley en el papel de «señor Franklin», un exitoso contratista de la ciudad de Nueva York. El señor Franklin alquiló una elegante suite en uno de los lujosos hoteles del paseo marítimo y se hizo famoso por sus despilfarras en toda la ciudad. El señor Franklin consiguió captar la atención de los concejales municipales y les dijo a cada uno de ellos que lo que el balneario necesitaba era un paseo marítimo de cemento. Persuadió a cinco concejales para que liberaran una ordenanza de un millón de dólares para el proyecto y pagó a cada uno de ellos 500 dólares por garantizar su voto. Todas las transacciones con los concejales fueron grabadas con el recién inventado dictógrafo. Cuando fueron confrontados con la transcripción estenografiada de sus conversaciones con el señor Franklin, todos los concejales confesaron.

La otra área investigada eran los negocios personales del Comodoro. Aparte de la Fábrica de Cerveza de Atlantic City, Kuehnle tenía acciones en la Compañía de Pavimentación Unida. Era una de las muchas empresas que Kuehnle había fundado a lo largo de los años para obtener contratos municipales. Pavimentación Unida fue un éxito desde su fundación y en poco tiempo había acumulado contratos por valor de 600.000 dólares. Ganó todos los concursos públicos a los que presentó proyectos. Podía haber concursantes con presupuestos más bajos, pero como nunca eran capaces de cumplir con todas las especificaciones, Pavimentación Unida siempre se embolsaba los contratos.

En 1909, el ayuntamiento publicó una convocatoria para un concurso para la instalación de un nuevo conducto de agua desde tierra firme a la isla Absecon. El proyecto era conocido como el Proyecto Woodstave. En aquellos tiempos, igual que ahora, Atlantic City recibía su agua potable de pozos artesianos situados en tierra firme, a once kilómetros cruzando los pastizales. Durante años, el agua había sido bombeada hasta la ciudad por pequeñas tuberías. Para poder abastecer a todos los nuevos habitantes de Atlantic City, era necesario instalar un conducto de agua grande. Pavimentación Unida no se había presentado al concurso porque Kuehnle era miembro de la Comisión del Agua y existía un conflicto de intereses demasiado evidente. En vez de eso, un concursante falso, Frank S. Lockwood, secretario de Pavimentación Unida, ganó el concurso con un presupuesto que ascendía a 224.000 dólares. El mismo día de la concesión, Lockwood transfirió sus derechos a una empresa llamada Cherry and Lockwood. Cherry era William I. Cherry, el socio del Comodoro en Pavimentación Unida. El Proyecto Woodstave solo incorporaba pequeñas obras de pavimentación, pero Kuehnle y Cherry querían hacerse con la totalidad del contrato. Su avaricia causó un incremento en el presupuesto inicial que llegó más allá de los 300.000 dólares, todo debido a los extras aprobados por Kuehnle en calidad de presidente de la Comisión de Agua. Los registros de la comisión mostraban que de los quince bonos pendientes de pago, doce habían sido aprobados por Kuehnle personalmente.

Esto era lo único que el fiscal general Wilson necesitaba. El jurado no tuvo más remedio que emitir una sentencia de condena. La condena del Comodoro y el éxito de la campaña por sacar a la luz la extendida corrupción del balneario supusieron un meritorio triunfo para Wilson en su carrera hacia la Casa Blanca.

El Comodoro recurrió la sentencia de condena, y para cuando llegó la confirmación final de la misma, Woodrow Wilson ya se había convertido en el presidente de Estados Unidos.

Kuehnle fue sentenciado a un año de trabajos forzados y una multa de 1.000 dólares. Su condena comenzó en diciembre de 1913 y antes de ir a la cárcel preparó una entrega de regalos de Navidad, en forma de comida y ropa, para los pobres de Atlantic City. Los sustitutos Emmanual Shaner y Louis Donnelly supervisaron la entrega de varios miles de regalos destinados a Northside.

El Comodoro cumplió su condena sin quejas. Al salir de la cárcel, se fue a las islas Bermudas durante unas largas vacaciones y después pasó un largo tiempo en Alemania, la patria de sus padres. Casi un año más tarde regresó al balneario, moreno y descansado, donde recibió una bienvenida calurosa pero discreta de sus muchos amigos. No tardó en darse cuenta de que las cosas habían cambiado durante su ausencia. Un nuevo capo, Enoch «Nucky» Johnson, había emergido como líder del Partido Republicano de Atlantic City. El Comodoro había conocido a Nucky como el hijo de Smith Johnson, y tras la muerte del padre ellos dos se habían hecho muy amigos. Kuehnle confiaba en él tanto como había confiado en su padre. Muchos consideraban que Nucky era el protegido del Comodoro y, con su absolución en el juicio del fraude electoral, él era el heredero más evidente cuando Kuehnle fue a la cárcel.

Tras la vuelta del Comodoro, este y Nucky tuvieron varios encontronazos, pero no había duda de quién estaba al mando. Al final llegaron a un acuerdo en el que Johnson apoyaba la elección del Comodoro como comisionado municipal. Kuehnle fue elegido en 1920 y reelegido cada vez que expiraba su mandato de cuatro años, hasta su muerte en 1934. Un tributo a su popularidad fue el bautizo de una calle de la ciudad en su honor. Kuehnle contaba con el cariño eterno de la gente, pero Nucky Johnson tenía el poder y lo utilizó de una manera tan astuta que, en comparación, el Comodoro parecería un monaguillo.