Una plantación a orillas del mar
«Elegante» era un adjetivo empleado con frecuencia para describir el hotel Windsor. A finales del siglo XIX, era uno de los establecimientos de Atlantic City de los que más se hablaba. Había sido construido en 1884 como una pequeña pensión llamada La Mineola, pero se unió al hotel Berkely varios años después bajo el nombre de Windsor. El Windsor era un lugar fino. Era un hotel pequeño, conocido por su servicio de primera; contaba con el primer patio de estilo francés de la ciudad y era el centro de la vida social durante todo el año.
Hasta el verano de 1893, toda la gente del Windsor conocía su lugar en la sociedad del balneario. En el mes de junio de aquel año se realizó el primer intento, por parte de los trabajadores de la hostelería, de organizar una huelga. Falló estrepitosamente.
Un camarero negro del comedor del Windsor, molesto con la comida que se le había dado a la hora del almuerzo, hizo un pedido a la cocina para sí mismo. Cuando el jefe del comedor, que era blanco, se enteró de que la comida era para uno de sus empleados negros, canceló el pedido. A los trabajadores se les comunicó que si querían comer, podían hacerlo en el comedor para los empleados negros, que estaba ubicado en un rincón de la cocina. Durante la hora de la cena, esta estaba tan mala que no se podía comer. Los camareros se negaron a comer y comunicaron educadamente al jefe de comedor que irían a la huelga si no se les daba mejor comida. El jefe de comedor no se dejó afectar por la amenaza. Les dijo:
[…] con frialdad que podían marcharse a buscar otro trabajo y llamó a todas las mujeres de la limpieza, con sus blancos delantales y gorras de punto, para que atendieran las mesas durante la cena, y a la mañana siguiente ya tenía otra plantilla de camareros negros a su servicio.
Debido a la época que era, se sigue sin conocer el nombre del camarero que encabezó la huelga. Para la sociedad de los blancos, los afroamericanos, por lo general, eran anónimos. En cuanto a la comida que incitó una huelga por parte de trabajadores que estaban acostumbrados a un tratamiento de tercera clase, uno solo puede imaginarse el estado de putrefacción en el que debía de encontrarse. Los hoteleros blancos consideraban a los negros poco más que animales de carga. Se les traía a la ciudad de una manera parecida a la empleada por los granjeros del norte para reclutar a labradores itinerantes. Cualquier trabajador que cuestionara las normas de un hotel era reemplazado.
Tal y como sucediera en Cape May años atrás, los hoteles de Atlantic City miraban hacia el sur en busca de sirvientes domésticos. En poco tiempo, el balneario se convirtió en un punto de atracción para hombres y mujeres negros que querían trabajar en el sector hotelero. Entre los años 1870 y 1915, miles de negros dejaban sus casas en Maryland, Virginia y Carolina del Norte para acudir a Atlantic City en busca de una oportunidad. Para el año 1915, los afroamericanos constituían el 27 por ciento de la población del balneario, un porcentaje cinco veces superior al de cualquier otra ciudad del norte. Al mismo tiempo, suponían el 95 por ciento del colectivo de trabajadores en el sector hotelero. Por el tratamiento que recibían, la industria hotelera de Atlantic City era parecida a una plantación.
La transformación de Atlantic City en una plantación a orillas del mar fue el resultado de su estatus único en la época en la que dejó de ser un pueblo con playa para convertirse en un balneario importante. Durante casi tres generaciones a partir de la guerra civil, mientras Estados Unidos estaba reemplazando una economía basada en la agricultura por una economía industrial, los prejuicios raciales excluyeron a los negros de los empleos industriales. En los años entre la guerra civil de Estados Unidos y la Segunda Guerra Mundial, la única ocupación plausible para los afroamericanos, desde un punto de vista realista, era bien la de empleado agrícola, bien la de trabajador doméstico. En particular, el trabajo doméstico se consideraba un «trabajo de negros» y la opinión de la mayoría de los blancos era que «los negros son sirvientes; los sirvientes son negros».
La historia afroamericana está llena de muchas crueles ironías. Tras la guerra civil de Estados Unidos, miles de habilidosos artesanos negros fueron obligados a dejar a un lado sus destrezas largamente pulidas para convertirse en sirvientes. Durante la época de la esclavitud, muchos negros trabajaban como artesanos y llegaron a dominar sus disciplinas con maestría. Familias enteras de esclavos estaban involucradas en labores que requerían mucha técnica, una generación tras otra. Más allá de la labranza del campo, los hombres negros recibían formación como herreros, carpinteros, fabricantes de ruedas, toneleros, curtidores, zapateros y panaderos. En cuanto a las mujeres esclavas, eran capaces de realizar mucho más que solo tareas domésticas. Muchas de ellas se dedicaban a la costura, la alfarería, la enfermería y a asistir en partos, y también sabían hilar y diseñar ropa. Al emanciparse, los artesanos negros se convirtieron en una amenaza para los trabajadores blancos.
Cuando los artesanos negros fueron liberados comenzaron a competir con trabajadores blancos, lo cual a menudo se tradujo en conflictos sociales abiertos. Los trabajadores blancos, tanto los del sur como los del norte, reaccionaron con violencia. No estaban dispuestos a permitir que uno de los suyos fuera reemplazado por un trabajador negro, por muy habilidoso que fuese. A pesar de la nueva libertad concedida, pocos patrones se atrevían a contratar los servicios de negros, aun cuando estuvieran dispuestos a ganar muy poco, por miedo a las represalias de parte de los trabajadores blancos. El historiador afroamericano E. F. Frazier descubrió que al final de la guerra civil de Estados Unidos había aproximadamente cien mil negros con formación profesional en el sur, frente a veinte mil blancos. Entre 1865 y 1890, el número de artesanos negros fue rebajado a un puñado. El hecho de que se permitiera que semejante cantera de talento desapareciera confirma la ignorancia y la poca utilidad de los prejuicios raciales.
Los negros que habían ido al norte llevaban una vida precaria. Una cantidad desmesurada de negros se hundió en la pobreza, ya que no contaban con los recursos necesarios para afrontar la realidad económica y social de los Estados Unidos de la posguerra.
En Filadelfia, entre 1891 y 1896 aproximadamente, un 9 por ciento de los residentes de las casas de acogida de pobres eran negros, a pesar de que solo constituían el 4 por ciento de la población de esa ciudad.
Los negros liberados y sus hijos eran incapaces de meter un pie en las crecientes industrias de la región y, debido a sus limitadas oportunidades de trabajar el campo, no tenían más remedio que aceptar los trabajos domésticos. Ya que no les estaba permitido ocupar puestos de trabajo para profesionales cualificados con salarios altos, la elección estaba entre el trabajo doméstico o la casa de acogida.
La situación en Nueva Jersey era típica. En 1903, de los 475 consorcios industriales registrados por la Agencia de Estadísticas de Nueva Jersey, solo 83 daban empleo a un número razonable de negros, y de estos la mayoría trabajaban como conserjes. Paterson, que era un centro industrial de primer orden no solo en el estado sino a nivel nacional, es un ejemplo ilustrativo. Hacia 1915, cincuenta años después de la guerra civil, el porcentaje de hombres trabajadores negros en cualquier tipo de puesto en las fábricas de Paterson era menor del 5 por ciento.
La distribución de los negros en la economía estadounidense es reveladora de los prejuicios raciales más habituales del momento. Antes de 1890, el censo de Estados Unidos no categorizaba las clases de ocupación laboral por raza, pero a partir de entonces comenzó a hacerlo. En los censos realizados en 1890 y 1900, más del 87 por ciento de todos los trabajadores negros trabajaba en tareas relacionadas con la agricultura o en el sector de servicios domésticos o personales. El 13 por ciento restante se dividía de la siguiente manera: 6 por ciento en ocupaciones relacionadas con la fabricación y la mecánica, 6 por ciento en el sector comercial y de transporte, y uno por ciento en profesiones liberales.
En la región del Atlántico del norte, más de dos tercios de todos los afroamericanos se ganaban la vida en el sector del trabajo doméstico. La mayoría de los negros contratados por una familia de blancos eran sirvientes que se ocupaban de cualquier tarea. Normalmente, una familia contrataría a un único sirviente doméstico que se hacía cargo de preparar la comida, servirla y limpiar la casa. El trabajo de un sirviente doméstico era duro y los días eran largos. Un sirviente típico trabajaba doce horas al día y se responsabilizaba del mantenimiento de la casa los siete días de la semana. Si tenían o no días libres dependía de la generosidad del patrón. El servicio doméstico era un ámbito de trabajo en el que uno se metía por necesidad más que por vocación. Para la mayoría de los negros, el trabajo como sirviente doméstico suponía solo una leve mejora con respecto a la esclavitud. Ningún otro grupo de la población estadounidense —incluidos los nuevos inmigrantes que venían de Europa— contaba con unos porcentajes tan altos de sus miembros dedicados a oficios de tan baja categoría.
Pero el empleo de esta categoría en Atlantic City era diferente. El trabajo en el sector hotelero era una alternativa atractiva. Había una diferencia fundamental entre la experiencia laboral de los negros que trabajaban en Atlantic City y la de aquellos que trabajaban en otras ciudades en la misma época. Las oportunidades de trabajo eran más variadas y estimulantes. El negocio hotelero y recreativo ofrecía muchos tipos de ocupaciones en las que hacían falta brazos fuertes y manos y pies ágiles. Gerentes de hoteles, hosteleros, comerciantes del paseo marítimo y dueños de negocios recreativos dependían en gran medida de la mano de obra barata proporcionada por los negros para que el funcionamiento general del balneario no perdiera el ritmo en la temporada alta. A menudo el trabajo era duro, pero un empleado formaba parte de algo más grande y más dinámico que los negros contratados para realizar trabajos domésticos en casas privadas.
Aquellos negros que venían a Atlantic City en busca de trabajo descubrieron que podían ganar unos sueldos cuatro o cinco veces más altos que en el sur. La guerra civil había dejado el sur en un estado de devastación y abandono. El ejército de la Unión había reventado el paisaje sureño, dejando su economía en ruinas. Ya no existía la esclavitud en los viejos Estados Confederados, pero la libertad no había hecho más que elevar al hombre negro de la categoría de esclavo a la de aparcero. Tanto los negros como los blancos desconocían el concepto de una economía basada en el mercado de trabajo libre, y más del 90 por ciento de la población negra fue engullida por el sistema de aparcería y crédito anticipado. La aparcería provocaba una injusta economía, parecida al sistema feudal, en la que el hombre negro salía perdiendo. Los negros que eran aparceros estaban atados a la tierra con la esperanza de que sus esfuerzos fueran a producir lo suficiente para poder sobrevivir. Los «sueldos» propiamente dichos no existían. Para muchos esclavos liberados, cualquier trabajo en el norte era mejor que ser aparcero. El sector del servicio doméstico y el trabajo en los hoteles eran alternativas interesantes.
En la mayoría de las ciudades del norte, el sueldo de un sirviente doméstico era comparable con el de un empleado en el sector hotelero, pero el trabajo en un hotel no era tan duro como el servicio doméstico y, además de resultar más emocionante, se trabajaba menos horas y el horario era más regular. Finalmente, los negros que venían a Atlantic City descubrieron que el trabajo en un hotel no estaba tan socialmente estigmatizado como el trabajo doméstico. El trabajo de un sirviente que se hacía cargo de las tareas domésticas generales implicaba inferioridad social. A diferencia de otras ocupaciones, se contrataba al individuo, no su labor. El uso de la palabra «sirviente» era una marca de degradación social.
En Atlantic City, los negros no eran sirvientes, sino, en vez de esto, empleados en una industria hotelera y recreativa que dependía en gran medida de ellos para tener éxito. El historiador Herbert J. Foster, basándose en datos disponibles de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, concluyó que en esta época los sueldos semanales de los empleados de hotel de Atlantic City eran superiores a los de otras ciudades y podrían haber sido los más altos que se pagaban por aquel entonces. La dependencia del balneario de los trabajadores negros creció rápidamente tras la rápida expansión económica, fruto del segundo ferrocarril de Samuel Richards. Entre 1854 y 1870, la población negra de Atlantic City no superaba las doscientas personas. Sin embargo, tras el ferrocarril de vía estrecha inaugurado en 1877, los turistas acudieron en masa a la ciudad y la industria hotelera floreció. Los dueños de hoteles reclutaban a trabajadores negros de Delaware, Maryland y Virginia para la temporada de verano. A estos trabajadores de los hoteles y las pensiones se les daba comida, alojamiento y unos sueldos muy superiores a los que recibían en sus ciudades de origen.
A partir de la década de 1880, los negros venían a Atlantic City sobre todo para trabajar en los meses de verano y después regresaban a sus casas. Cuando creció la popularidad del balneario y el número de hoteles que mantenían sus puertas abiertas todo el año aumentó, los negros comenzaron a encontrar trabajos que duraban más que solo los meses de verano y muchos de ellos fijaron su residencia en el balneario. Atlantic City se convirtió en la ciudad más «negra» del norte. Para el año 1905, la población negra casi alcanzaba los nueve mil. En 1915 ya superaba los once mil, más de una cuarta parte de los residentes permanentes.
Durante el verano, la población negra creció casi el 40 por ciento. Entre las ciudades del norte con más de 10.000 residentes negros, Atlantic City no tenía rival en cuanto al porcentaje de la población total. Estas cifras son importantes para comprender el particular estatus de los afroamericanos de Atlantic City en la historia de Estados Unidos. Tras la guerra civil, entre el 75 y el 90 por ciento de los afroamericanos que viajaban al norte acababan en las ciudades, la mayoría en las más grandes, urbes como Nueva York, Filadelfa y Chicago. Aquellos que se asentaron en ciudades más pequeñas y pueblos eran marginados de manera implacable.
Ya que no contaban con una población lo suficientemente grande como para establecer una comunidad propia, la vida de muchos afroamericanos se reducía al trabajo. Esto era algo especialmente frecuente en las comunidades más pequeñas de Nueva Jersey, que habían apoyado la causa de los Estados Confederados. Tras la elección de Lincoln en 1860, en Nueva Jersey se habló entre otras cosas de la secesión como una posibilidad real. Cuando estalló la guerra, el exgobernador Rodman Price y otros demócratas expresaron abiertamente sus deseos de que el Estado se uniera al sur. Los sentimientos localistas no cambiaron durante la guerra. Aparte de ser el único Estado del norte en el que Lincoln no consiguió la mayoría de votos, en 1863 Nueva Jersey eligió a James Wall, un demócrata con afinidades sureñas, como representante en el Senado de Estados Unidos. En el mismo año, el gobernador demócrata Joel Parker denunció la Proclamación de emancipación de Lincoln como un atentado contra los derechos estatales, y la asamblea legislativa de Nueva Jersey adoptó una ley para expulsar a los negros del estado. Finalmente, la asamblea legislativa elegida en 1864 rechazó la ratificación de la Decimotercera enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que ponía fin a la esclavitud.
Durante muchos años tras la guerra civil hubo un profundo cisma entre blancos y negros. La gran mayoría de la población afroamericana era relegada a lugares poco atractivos, ubicados «al otro lado de las vías», «en la orilla de enfrente», «junto al basurero» o «tras la colina». Casi todos estaban realizando labores no cualificadas y trabajos domésticos.
Las estadísticas del censo estadounidense muestran que, a principios del siglo XX, la inmensa mayoría de los negros en Atlantic City eran «trabajadores del sector del servicio doméstico y personal». Pero la orientación de la economía de Atlantic City hacia la industria recreativa hace que estos datos sean engañosos. La variedad de los puestos en el servicio doméstico, los salarios y, en consecuencia, la estructura social de la comunidad negra se desmarcaban de otras ciudades norteñas, tanto grandes como pequeñas. El trabajo hotelero-recreativo en Atlantic City se pagaba mejor que el servicio doméstico en otras ciudades, no solo debido a los sueldos sino también porque los trabajadores negros de los hoteles estaban en contacto con los turistas y recibían propinas. Además, la mayoría de los empleados podía comer gratuitamente en los hoteles todos los días. Otra cosa igualmente importante era que existía una jerarquía laboral en la industria hotelera y recreativa. En consecuencia, el sector turístico de Atlantic City proporcionaba a los trabajadores negros la posibilidad de alternar entre diferentes tipos de puestos. Semejante movilidad en el mismo lugar de trabajo no estaba disponible para los negros en otras ciudades. Como resultado de este fenómeno, la evolución de la estructura social de la comunidad negra en Atlantic City fue más compleja que en otras ciudades del norte. En virtud de unos ingresos superiores, la posesión de propiedades inmobiliarias y mayores responsabilidades en sus puestos de trabajo en los hoteles, una parte importante de los residentes negros de Atlantic City pertenecía, en comparación con el resto de la comunidad negra a nivel nacional, a la clase media-alta.
La estructura social dentro de los mismos trabajadores afroamericanos de Atlantic City podía dividirse más o menos en la siguiente clasificación. Alta: gerentes de hoteles, gerentes de pensiones (y dueños), jefes de camareros, mayordomos, cocineros, jefes de botones y operadores de butacas con ruedas; Media: camareros, camareras, personal de limpieza, ascensoristas, guardaespaldas, actores, músicos, cómicos y artistas de espectáculos; Baja: botones, ayudantes de autobuses, porteros, friegaplatos, ayudantes de cocina y empujadores de butacas con ruedas. La inteligencia, la experiencia y la iniciativa personal valían mucho en la industria hotelera y recreativa. A diferencia de muchas otras ciudades donde los negros no eran más que sirvientes, la población afroamericana de Atlantic City tenía una oportunidad real de prosperar en el sector turístico.
Sin embargo, la movilidad que era posible en el puesto de trabajo no daba lugar a una movilidad social. Conforme los negros crecían en número, el racismo de los blancos de Atlantic City se volvía más pronunciado. El racismo por parte de los blancos ha sido un factor constante a lo largo de toda la historia estadounidense, pero los historiadores han señalado que, a finales del siglo XIX, las relaciones entre razas comenzaron a tomar formas más definidas.
La historia raras veces progresa en línea recta. Las generaciones que toman el relevo de las anteriores tienden a reagruparse, rechazando parte de los cambios sociales que se habían realizado previamente. Una y otra vez, los avances sociales afianzados se ven sometidos a reacciones hostiles. Debido a que la sociedad estaba harta del papel del gobierno federal en el sur, y de las actuaciones políticas en general, los presidentes Rutherford B. Hayes y James Garfeld no tomaron medidas contra el desmantelamiento de los esfuerzos por conseguir una democracia interracial. Hayes y Garfield eran republicanos del norte, y su actitud reflejaba las opiniones de su partido.
Como parte de un acuerdo para mantener el control de la Casa Blanca tras las disputadas batallas electorales entre Hayes y Tilden, en las que el primero, de hecho, perdió el apoyo popular, el presidente Hayes retiró las últimas tropas federales del sur y restableció el gobierno autónomo. Hayes y los republicanos querían calma y fomentaron una alianza entre «hombres acaudalados», tanto del sur como del norte. Al expresar sus opiniones en cartas a amigos, Hayes declaraba que «en cuanto al sur, parece que el liberalismo político es ahora lo más sensato». En otra carta aconsejaba: «El tiempo, y nada más que el tiempo, es la cura de todos los males». James Garfield, el sucesor de Hayes, tampoco se mostraba muy deseoso de enfrentarse al sur. En 1881, poco después de tomar posesión de su cargo, escribió a un amigo: «El tiempo es lo único que puede ayudar a salvar al sur de sus dificultades. Bajo qué aspecto se presentará esta salvación, si es que va a llegar, nadie lo sabe».
Tras la retirada del gobierno federal del sur, se desataron las fuerzas de la supremacía blanca. Después de la caída de los gobiernos de la reconstrucción en el sur, las leyes de Jim Crow[2] se hicieron populares en todo el territorio de la vieja Confederación. En la década de 1890, una oleada de leyes que regulaban la segregación fue adoptada por los poderes legislativos de los Estados del sur. Estas leyes recordaban constantemente a los negros que no tenían derecho a asociarse con los blancos en términos de igualdad. Las leyes de Jim Crow impulsaron la migración de los negros hacia el norte. Aunque los blancos del norte no adoptaran un sistema legal basado en la segregación y la privación de derechos civiles, sí desarrollaron una serie de comportamientos, sutiles pero identificables, que discriminaban a los negros en los ámbitos del empleo y la vivienda. Esta discriminación desembocó en una polarización racial y el crecimiento de guetos negros en la mayoría de las ciudades del norte. Los negros se vieron obligados a abandonar los barrios de los blancos para acudir a zonas segregadas debido a las asociaciones supuestamente dedicadas a «mejoras urbanas», los boicoteos, los elevados alquileres, los actos anónimos de violencia e intimidación y, finalmente, debido a los abogados e inversores del negocio inmobiliario que adoptaron una política restrictiva en cuanto a la vivienda.
Los negros acudían en número cada vez más grande a Atlantic City en busca de trabajo, pero no se tomaron muchas medidas para alojarlos. Hasta que los recién llegados no conseguían ahorrar el dinero necesario para pagarse una vivienda propia, se les reunía como a ganado en los patios traseros de los grandes hoteles, donde dormían en cobertizos con suelos de tierra, sin luz natural y carentes de ventilación, a los que se accedía por un sistema laberíntico de callejones. Eran obligados a alojarse en granjas destartaladas y abandonadas, y en casas mal hechas sin baños ni luz eléctrica, la mayoría de las cuales no contaba ni con saneamiento ni con tejados impermeables. Las viviendas de los ayudantes de los pescadores eran las peores. Estos se alojaban en casas flotantes, sacadas del agua y colocadas en las pantanosas islas que estaban cerca de la bahía. Casi todas eran tan bajas que resultaba imposible ponerse de pie, y eran tan pequeñas que los padres y los hijos se veían obligados a dormir juntos en una sola cama.
Los resultados de semejantes condiciones de vida eran dramáticos. La mortalidad infantil entre la población negra doblaba a la de los niños blancos, y el número de muertes causadas por la tuberculosis era cuatro veces superior al de los blancos. La cantidad de gente, especialmente en los meses de verano, saturaba el mercado de las viviendas que eran asequibles para los afroamericanos. Pocos negros podían permitirse comprar una casa. En 1905, el porcentaje de familias negras que residían en sus propias casas no llegaba al 2 por ciento. Una vivienda de alquiler decente, y que estuviera disponible para los negros, era tan cara que las familias tenían que doblar sus esfuerzos. Muchos de los inquilinos negros de Atlantic City hacían frente a los elevados alquileres mediante la aceptación de inquilinos «con derecho a cocina» durante la temporada veraniega. Conforme crecía la población negra, el porcentaje de las familias que aceptaban inquilinos se incrementaba desde el 14,4 por ciento en 1880 hasta el 57,3 por ciento en 1915. Con la creciente llegada de negros, la discriminación racial creó un problema crónico de viviendas superpobladas de baja categoría.
La cantidad de mano de obra negra se convirtió en una preocupación seria para la comunidad local blanca. Muchos de los textos de la época, representativos de la actitud de los blancos, tienen un tono irreal. Era casi como si la sociedad blanca quisiera que los negros desaparecieran al final de la jornada laboral. Los negros eran aceptables como trabajadores en los hoteles, pero su presencia en el paseo marítimo y en otros lugares públicos no estaba bien vista. La mera idea de mezclarse con ellos socialmente era insoportable. Esto suponía una cruel ironía para los negros: ganaban unos sueldos respetables, tenían derecho a votar y a adquirir su propia vivienda; realizaban el servicio más personal y se les otorgaban responsabilidades importantes, pero no podían entrar en determinados restaurantes, muelles de recreo y salas de entretenimiento; la mayoría de las tiendas se negaba a atenderles; solo podían entrar en los hoteles para trabajar; recibían un trato de segregación en enfermerías y hospitales; y solo tenían permiso para bañarse en una zona de la playa, y eso que incluso allí tenían que esperar hasta la llegada de la noche para hacerlo. Un artículo publicado en el Philadelphia Inquirer en 1893 expresaba la repulsa que sentían los blancos:
¿Qué vamos a hacer con nuestra gente de color? Esa es la pregunta. Las calles de Atlantic City nunca habían estado tan saturadas de la raza de piel negra como esta temporada […], tanto el paseo marítimo como la avenida Atlantic están prácticamente infestados durante las horas del baño, como bayas en una tarta de arándanos […]. De los cientos de hoteles y pensiones [.] resulta imposible encontrar una docena que emplee a blancos para el mantenimiento. Y cuando a los miles de camareros, cocineros y porteros añadimos las enfermeras, las chicas de limpieza, los barberos, los limpiabotas, los conductores y demás gente de color en todas las capas de la sociedad, no resulta difícil percatarse del mal que planea sobre Atlantic City.
El «mal» que planeaba sobre el balneario era una necesidad. Si se hubieran eliminado todos los camareros, cocineros, porteros y personal de limpieza de raza negra de los que se quejaba el Inquirer, nadie hubiera atendido en la cafetería la mesa del periodista que escribió el artículo. Si no hubiese sido por los trabajadores negros, Atlantic City habría sido un lugar muy diferente.
Sin la mano de obra barata proporcionada por los negros, la industria turística nunca se habría desarrollado y el pueblo con playa de Jonathan Pitney se habría quedado en nada más que eso. Entre la guerra civil y la Primera Guerra Mundial, la economía de Estados Unidos estaba llena de oportunidades laborales para blancos, tanto de oficios cualificados como de no cualificados. Con la situación económica de finales del siglo XIX, Atlantic City no podía competir por los trabajadores blancos. El núcleo urbano más cercano que era lo suficientemente grande como para generar las cantidades de trabajadores no cualificados que hacían falta era Filadelfa. La expansión industrial de aquella ciudad absorbió a todas las personas que estuvieran en condiciones de trabajar, ofreciendo unos sueldos superiores a los que los hoteles podían permitirse pagar. No había manera de que los hoteles de Atlantic City pudieran atraer la cantidad de trabajadores blancos que necesitaban para oficios de tan baja categoría.
El balneario no tenía más remedio que contratar a trabajadores negros. Sin embargo, cuando comenzaban a reclutar a los negros, ninguno de los hoteleros blancos fue capaz de prever el grado de dependencia que iban a tener de ellos. Los empresarios tampoco fueron capaces de imaginarse la futura magnitud de su presencia en la ciudad. Y, finalmente, lo último en que los dueños de los negocios estaban pensando era en cómo se llevaría a cabo la integración social.
Durante los primeros años, los negros fueron integrados en toda la ciudad. Sin embargo, conforme crecía su número se veían obligados a abandonar los barrios de los blancos para meterse en un gueto conocido como Northside, una zona literalmente ubicada al otro lado de las vías de tren que atravesaban aquella parte de la ciudad. Northside constituía el espacio entre el bulevar Absecon al norte, la avenida Connecticut al este, la avenida Atlantic al sur y la avenida Arkansas al este. Entre 1880 y 1915, la distribución residencial sufrió un cambio radical. En 1880, más del 70 por ciento de los hogares negros tenía vecinos blancos, mientras que en 1915 ese porcentaje se había reducido al 20 por ciento. En una sola generación, la población se había dividido, con los negros en Northside y los blancos en Southside y en otras zonas. Para 1915, los negros solo acudían a Southside para trabajar, pasear por el paseo marítimo y bañarse en la zona de la playa de uso restringido para ellos.
Northside se convirtió en una ciudad dentro de otra ciudad. Los negros, al toparse con los prejuicios raciales, miraron hacia dentro para construir una vida social e institucional propia.
El racismo blanco había creado el espacio físico del gueto, pero fueron individuos negros con iniciativa social de la clase media y alta los que trajeron a su comunidad la creación de un gueto institucionalizado que pudiera proporcionarles aquellos servicios que los blancos les habían denegado. La primera institución importante establecida por los negros en Atlantic City fue la Iglesia.
Según W. E. B. Du Bois, historiador y destacado líder afroamericano de principios del siglo XIX, «la Iglesia negra es la única institución social de los negros que se originó en la selva africana y sobrevivió a la esclavitud». Para justificar su afirmación, Du Bois argumentaba que el sacerdote africano trasplantado «se convirtió, desde el principio, en una figura importante de la plantación, asumiendo las funciones de intérprete del mundo sobrenatural y consolador de los que estaban de luto, y era el que expresaba, de manera ruda pero gráfica, el anhelo, la decepción y el resentimiento de la gente robada». Historiadores negros como Du Bois han señalado que las primeras iglesias establecidas por negros solo mostraban «leves rastros del cristianismo». A lo largo de los años, los negros encontraron en las sectas evangelistas, como la baptista o la metodista, una serie de creencias y una oportunidad de expresar sus emociones, que reflejaban adecuadamente sus experiencias cotidianas de la esclavitud. Desde los inicios del tráfico de esclavos, los negros eran bautizados como cristianos. Al principio había un fuerte rechazo al bautizo de esclavos. La oposición se desvaneció cuando las leyes dejaron claro que los esclavos no se convertían en personas libres por aceptar la fe cristiana. Siempre y cuando continuaran siendo propiedad de los blancos, los negros eran libres de rendir culto en el marco de sus propias religiones. Tomarían de las iglesias blancas aquellas prácticas y normas que encontraran relevantes para su propia condición.
Los historiadores afroamericanos han definido su iglesia bajo la esclavitud como la «institución invisible». El caos que siguió a la guerra civil de Estados Unidos causó una importante ruptura en aquella institución. A pesar de la emancipación, el mundo de los afroamericanos había sufrido un vuelco radical. La falta de organización en todos los territorios del sur era enorme. El desmantelamiento de la reconstrucción también hizo daño a los negros. Saliendo de este caos, la «institución invisible» se hizo visible. Comenzó este proceso afiliándose con iglesias negras independientes del norte; al principio, las más comunes eran las organizaciones baptistas y metodistas negras. Estas denominaciones, junto con otras, crecieron rápidamente y la iglesia se convirtió en el centro de la sociedad negra. La iglesia era la única fuente de ayuda eficaz para los negros en su lucha contra los prejuicios raciales. Su crecimiento fue producto de la necesidad. A lo largo de su desarrollo, entre la guerra civil y la Primera Guerra Mundial, la iglesia fue modelada no solo por las enseñanzas bíblicas de las denominaciones blancas, sino también, y de manera más importante, por las fuerzas culturales y las experiencias colectivas de su marginación social, tanto las de la esclavitud como las de los negros liberados.
Los negros que decidieron irse a vivir a Atlantic City sufrieron un aislamiento social, y no por voluntad propia. Por necesidad, estos nuevos residentes se agarraron a sus iglesias, que se convirtieron en el eje de la vida social en la comunidad negra. Fue aquí donde los negros pudieron expresarse libremente mediante el culto, adquiriendo estatus y reconocimiento social a través de su participación en la jerarquía y en las organizaciones sociales de sus iglesias. Era habitual que los negros, en la temporada baja, combinaran la religión con actividades de ocio los domingos. Las familias y los amigos quedaban a menudo en la iglesia y llevaban cestas de picnic o comida sin preparar. Después del servicio religioso caminaban hasta la playa, recogiendo leña para hacer fuego en el camino. Una vez allí, acampaban sobre la arena hasta la noche, comían lo que preparaban sobre las brasas de las hogueras y pasaban la tarde hablando, cantando y celebrando competiciones.
Los investigadores afroamericanos que han estudiado el desarrollo de sus iglesias en las ciudades del norte señalan que había una relación entre las clases sociales negras y la afiliación a la iglesia. La clase alta normalmente constituía el grueso de las relativamente pequeñas iglesias episcopales, presbiterianas y congregacionales; la clase media era mayoría en las iglesias baptistas y metodistas, que eran más grandes; mientras que la clase baja tendía a unirse a las iglesias Holiness y Spiritualist, pequeña y grande, respectivamente.
La primera iglesia negra tradicional de Atlantic City fue la Africana Metodista Episcopal (AME) Bethel, cuya fundación data de 1875. En 1884 fue rebautizada con el nombre de Iglesia Saint James AME. La siguiente iglesia tradicional negra llegó un año más tarde, en 1876. Aquel año, la Price Memorial Metodista Episcopal Africana Zion fue fundada por un grupo de residentes liderados por Clinton Edwards, el doctor George Fletcher y Cora Flipping.
Clinton Edwards era el primer negro que había nacido en Atlantic City. El doctor Fletcher era el primer médico negro de la ciudad. Cora Flipping y su hijo John fundaron uno de los primeros tanatorios de Atlantic City. Estas personas no solo eran líderes de una nueva iglesia, sino que también eran líderes de su comunidad. Su estatura social atrajo a muchos miembros. Saint James y Price Memorial son solo dos ejemplos. Hasta el día de hoy, las dos iglesias siguen representando una fuerza vital en la comunidad negra de Atlantic City.
En los cincuenta años que transcurrieron entre 1880 y 1930, muchas de las organizaciones religiosas se arraigaron en la comunidad negra. Para el año 1930, la comunidad negra de Atlantic City contaba con un total de quince organizaciones religiosas tradicionales. Además, había muchas iglesias improvisadas a pie de calle que atendían a las necesidades de los negros recién llegados del sur.
La migración de los negros del sur hacia el norte urbano resultó traumática para muchos de ellos. En efecto, al verse desprovistos de las costumbres y las estructuras sociales que habían creado para hacer frente a su bajo estatus social en la sociedad del sur, se sentían perdidos en un país extraño. Sin las costumbres de la iglesia invisible, a estos nuevos inmigrantes les costaba adaptarse a la intensa vida urbana. La pérdida de sus prácticas religiosas habituales, que habían sido su único refugio durante la esclavitud, causaba una crisis perpetua en la vida del inmigrante negro medio. Para que la iglesia invisible negra pudiera volver a asumir el papel que sus seguidores necesitaban, tenía que ser transformada.
La transformación de la iglesia afroamericana comenzó con una secularización. Las iglesias negras empezaron a despojarse de su carácter sobrenatural y a concentrar sus energías en las condiciones terrenales de los miembros de su congregación. Las iglesias se involucraron cada vez más en los asuntos de la comunidad y en el impacto de estos en sus miembros. Otra transformación del comportamiento religioso de los negros fue la irrupción de las iglesias Holiness y Spiritualist. Estas iglesias habían surgido en torno a unos predicadores concretos, y sus líderes tenían un mensaje para los negros que trataban de adaptarse a un mundo sin esclavitud. En Atlantic City, la mayoría de estas iglesias se establecían en edificios comerciales, conviviendo con casas adosadas y negocios. Normalmente, estas iglesias improvisadas estaban ubicadas en los barrios más pobres y prestaban sus servicios a la clase baja, especialmente a los inmigrantes recién llegados del sur. Tal y como sucediera en otras ciudades del norte, las iglesias así constituidas prosperaron porque emulaban la experiencia de la iglesia rural en la vida urbana mediante el contacto directo entre los feligreses de una parroquia pequeña. Su existencia se debía en parte a la pobreza de sus miembros y en parte al hecho de que los feligreses podían participar de manera más libre en el servicio durante las oraciones mediante «gritos».
La incapacidad de las denominaciones más tradicionales para adaptarse a las necesidades de los inmigrantes negros impulsó el crecimiento de las iglesias improvisadas. Gracias a estas iglesias, los negros podían rendir culto de una manera parecida a como lo habían hecho en el sur. Sus ritos religiosos tenían una alta carga emocional y fomentaban una forma personal de rezar en la que todos los miembros de la congregación estaban involucrados. Sus pastores predicaban acerca de un cielo y un infierno muy tangibles. Los servicios religiosos gustaban a aquellos negros que estuvieran buscando refugio de la inseguridad de este mundo a través de la salvación en el mundo venidero.
La primera iglesia Spiritualist de Atlantic City fue fundada en 1911 por Levi y Franklin Alen. A partir de esa iglesia surgieron otras diez de manera casi inmediata. Los sermones de los pastores tenían un carácter etéreo, pero estas pequeñas sectas nunca perdieron de vista las dificultades que sus miembros debían superar en este mundo. La iglesia Spiritualist proporcionaba apoyo tanto material como espiritual a los inmigrantes sureños para ayudarles a adaptarse a la vida urbana. Una de las enseñanzas fundamentales de la doctrina Spiritualist era la de servir a la comunidad mediante iniciativas para proporcionar comida y ropa a los pobres. Al igual que sucediera con las iglesias Spiritualist, las iglesias Holiness de Atlantic City también fueron populares entre la gente de la clase baja, que era tan devota a la comunidad como a Dios. Uno de los principios básicos de su doctrina consistía en no dejar nunca que a un miembro le faltasen las necesidades básicas de comida, alojamiento y ropa.
Con el tiempo, las iglesias negras de Atlantic City se convirtieron en un seguro de vida para los miembros más necesitados. Sin embargo, el domingo solo era uno de los días de la semana. Para edificar las estructuras necesarias para luchar contra el racismo blanco, es decir, crear una ciudad dentro de otra ciudad, los negros necesitaban más cosas aparte de su iglesia. Ante la discriminación y una segregación forzosa, los líderes negros comenzaron a establecer agencias sociales en Northside a principios del siglo XX. La primera agencia social establecida por los negros fue una residencia para ancianos. El Hogar y Sanatorio de los Mayores abrió sus puertas a poco de empezar el año 1900. Su razón de ser era proporcionar ayuda a los convalecientes negros mayores de 65 años sin recursos, independientemente de su religión. La dirección del Hogar estaba compuesta por una junta administrativa de quince personas que evaluaban y aprobaban las solicitudes y establecían las tarifas en función de las necesidades de cada caso. El Hogar, que estaba situado en el número 416 de la avenida North Indiana, era gestionado con habilidad y el 14 de julio de 1922 la junta administrativa organizó una ceremonia formal en la iglesia Price Memorial en la que quemaron la hipoteca para celebrar su expiración.
Los residentes negros no tenían acceso a la Asociación de Jóvenes Hombres Cristianos (YMCA) de la ciudad. El prominente empresario George Walls formó una organización para diseñar un plan de establecimiento de una YMCA de Northside. Walls era el exitoso dueño de una piscina cubierta y un líder dinámico de Northside que encabezaba numerosas iniciativas y prestaba ayuda a muchos negros. La «Y de Northside» era solo uno de sus logros.
La YMCA de Northside tuvo su sede en una pequeña cabaña de la avenida North New York durante más de 30 años. En 1930 se trasladó a un nuevo edificio de la avenida Arctic, en el que había un gimnasio, una sala de recreo, duchas y facilidades de dormitorios. Los gastos de construcción de la YMCA de Northside, financiados en su totalidad a través de donaciones privadas, ascendieron a unos 250.000 dólares, aproximadamente. Se la conocía por el nombre de la «rama de la YMCA de la avenida Arctic» y era dirigida por C. M. Cain. En 1930, una plantilla de siete secretarios organizó un programa de edificación personal de la YMCA que contaba con la asistencia de más de 250 jóvenes hombres. La YMCA de la avenida Arctic se convirtió en la sede de muchas organizaciones y clubes de la comunidad negra. Entre ellos estaban la Cámara de Comercio de Northside, el Club de Mujeres de Negocios y Trabajadoras, la Asociación de Alumnos de la Universidad de Lincoln, el Club Progresista de Hombres Jóvenes, la Gran Asociación de Construcciones y Créditos, el Club Social de los Leones, dos de las cuatro asociaciones de boy scouts negros y la Sociedad de las Mujeres Misioneras de Casa.
En 1916, Maggie Ridley fundó la Asociación de Jóvenes Mujeres Cristianas (YWCA) de Northside. Maggie era una líder civil muy activa que además era copropietaria del popular hotel Ridley y uno de los miembros fundadores de la Iglesia Memorial Presbiteriana Jethro. La YWCA de Northside gestionaba una oficina de empleo y ayudaba a jóvenes mujeres. Las instalaciones eran demasiado pequeñas para albergar los programas recreativos, de modo que las jóvenes utilizaban las instalaciones del gimnasio de la rama de la YMCA de la avenida Arctic.
Conforme crecía la población negra, se establecieron numerosas organizaciones sociales. Estas agrupaciones a menudo constituían «sociedades secretas», parecidas a las órdenes masonas. Estas sociedades secretas fueron uno de los vehículos usados por los negros para hacer frente a su condición de grupo minoritario. Incluso en una época tan remota como el período revolucionario, a los negros libres les gustaba reunirse para prosperar en lo social y lo cultural, buscar oportunidades de autoayuda económica y desahogarse mutuamente. Lo hacían a través de sociedades secretas. Estas sociedades ofrecían a sus miembros una de las pocas oportunidades de las que disponían para expresarse y cooperar colectivamente fuera del ámbito de la iglesia. Para el año 1900, Atlantic City contaba con más de una docena de sociedades secretas, entre las que figuraban los Masones de Prince Hall, la Orden Independiente de los Buenos Samaritanos, la Gran Orden Unida de la Verdadera Reforma y los Alces. Sociedades como las de los Masones y los Alces pretendían fomentar el progreso moral y social de su raza a través del ejemplo de los miembros individuales, y realizaban obras benéficas para los menos afortunados. Los Buenos Samaritanos y la Verdadera Reforma encabezaban iniciativas para proporcionar seguros y créditos comerciales a sus miembros. Todas estas sociedades se reunían en la Sala de los Masones en las avenidas North Michigan y Arctic.
Lugares de encuentro como la Sala de los Masones y la YMCA de Northside fueron fundamentales para la estructura social negra. Sin embargo, también eran necesarias las oportunidades de reunirse en contextos informales. Puesto que no les estaba permitida la entrada a los hoteles, los restaurantes y las instalaciones recreativas del Southside, los negros emprendedores crearon sus propios lugares de ocio. La primera sala de recreo donde los negros podían reunirse para beber y hacer vida social fue establecida por M. E. Coats en 1879. Otra iniciativa temprana con servicios de cafetería y pista de baile fue el Auditorio Fitzgerald's en la avenida North Kentucky. El Fitzgerald's fue construido en 1890 y se hizo popular rápidamente, convirtiéndose en bar, restaurante, club nocturno y sala de juegos. Durante la Gran Depresión, el nombre de Fitzgerald's cambió por el de Club Harlem y llegó a ser uno de los clubes nocturnos más chic y famosos del noreste, frecuentado por sofisticados negros y blancos. En 1919, una mujer blanca de Filadelfia que se llamaba señora Thomas fundó el Waltz Dream, un gran centro recreativo con pista de baile de la avenida North Ohio. Allí organizaba competiciones de boxeo y lucha semanales así como partidos de baloncesto para un público que siempre llenaba las gradas. El Waltz Dream fue el escenario de muchos eventos benéficos afroamericanos y cuando se organizaban bailes tocaban las orquestas negras para un público de más de dos mil personas, compuesto por jóvenes y mayores.
Con el tiempo, Northside se convirtió en una comunidad independiente y vibrante con una gran cantidad de negocios con propietarios negros. La calle principal de la comunidad negra era la avenida Kentucky. Aparte de los establecimientos nocturnos como el Club Harlem, Northside tenía sus propias tiendas de venta al por menor, pensiones, restaurantes, tanatorios y teatros, que proporcionaban una vida satisfactoria y daban respuesta a las necesidades de la mayoría de los negros. En cuanto a la necesidad de seguridad contra incendios del superpoblado barrio de Northside, había un escuadrón de bomberos cuyos integrantes eran todos negros. La Compañía de Coches número 9, con dos pelotones, y la Compañía de Camiones número 6, con otros dos, disponían de su propia estación de bomberos segregada en la intersección de las avenidas de Indiana y Grant. La Compañía de Coches número 9 se ganó una reputación de excelencia a nivel nacional. Tuvo un papel importante en la extinción de todos los incendios de la ciudad y ostentó el récord de eficiencia de la ciudad durante seis años seguidos.
Los negros habían desarrollado su propia ciudad para hacer frente al racismo de la población blanca de Atlantic City. Sin embargo, quedaban dos ámbitos en los que los negros no habían sido capaces de crear sus propias instituciones y donde continuaban siendo víctimas de los prejuicios raciales: la educación y la sanidad.
En la primera época del balneario, no hubo discriminación en el sistema escolar. Mientras el número de afroamericanos se mantuviera bajo, estos no suponían ninguna amenaza. Sin embargo, el número de negros no hacía más que aumentar y la comunidad blanca iba endureciendo su postura frente a los barrios integrados. Al final comenzó a rechazar la idea de los colegios integrados.
Antes del año 1900, el balneario tenía un sistema escolar único en el que los niños negros y blancos eran educados juntos por un profesorado exclusivamente blanco. En 1881, el líder comunitario George Walls fundó una Sociedad de Literatura como vehículo de apoyo en la mejora de la educación para los niños negros. Walls presentó la resolución de su grupo ante el consejo del colegio local y exigió la contratación de un profesor negro. El consejo respondió adoptando una resolución propia que apoyaba la idea, pero tardó 15 años en aprobar la medida y contratar a un profesor negro.
El largo tiempo que transcurrió entre la resolución y la contratación se debía en gran medida a la controversia que la propuesta de Walls había causado en la comunidad negra. Walls quería profesores negros para niños negros. De hecho, estaba promocionando una temprana política identitaria negra de separación de razas, algo que fue rechazado por muchos líderes negros. Aquellos negros que abogaban por la integración opinaban que si el precio por asegurar la presencia de profesores negros en los colegios era la pérdida de integración, no merecía la pena. Walls tuvo sus adversarios. M. E. Coats, el dueño de una sala recreativa popular de Northside, y C. Williams, el secretario de la Sociedad Literaria de la Iglesia Price Memorial AME Zon, se opusieron frontalmente a la idea de Walls. Temían que la propuesta de este fuera a tener efectos más dañinos que benignos.
En plena controversia, Coats y Williams organizaron un mitin multitudinario para todos los negros. Según el historiador Herbert J.
Foster, Walls podría haber sido atacado físicamente de no haber sido por varios artículos en su apoyo que fueron publicados en el Atlantic City Review. Uno de estos artículos decía lo siguiente:
Este joven hombre tiene razón. Una profesora blanca supone una desventaja para el niño, porque ella no conoce su pasado y entorno. Carece de paciencia y comprensión.
Cuando la madre de un niño sale de su casa a las seis de la mañana, su hijo todavía no se ha levantado y cuando llega la hora de ir al colegio, sale corriendo a la calle sin lavarse la cara ni peinarse. Una profesora blanca no se lleva a este niño para que se lave la cara, sino que continúa con la clase sin más, ignorando al niño, ya que no sabe que él no puede recibir las atenciones debidas en su casa. Si los niños negros dan clase con profesores negros, tendrán un modelo de inspiración para aprender unos ideales encarnados por miembros de su propia raza, no los ideales blancos que son transmitidos de manera tan escueta en los colegios.
Con el tiempo, la propuesta de Walls fue ganando votos y el consejo escolar contrató a Hattie Merritt. Esta había nacido en Jersey y se había graduado en la Escuela de Magisterio de esta misma ciudad. Le fue encomendada la tarea de impartir docencia a una clase integrada del instituto de la avenida Indiana. Las cosas no salieron bien. La señorita Merritt no era capaz de manejar todos los aspectos de la enseñanza en un sistema integrado. Su problema no fueron los niños, sino los padres. Los padres blancos le hacían la vida imposible. Venían al colegio y se colocaban tras la puerta del aula para mirarla y mofarse de ella mientras intentaba dar sus clases. Muchos de estos padres exigieron que el consejo escolar retirase a sus hijos de la clase. Merritt se quejó ante Walls y él, a su vez, protestó ante el consejo escolar. La consecuencia final de la controversia llegó en el año 1900, cuando el consejo decidió adoptar una política de educación separada para niños negros, empleando a profesores negros adicionales para darles clase.
Tras la toma de esta decisión por parte del consejo escolar, los niños negros fueron retirados del sistema escolar de la ciudad. Se les mandó al sótano de la iglesia baptista Shilo, pero esto no funcionó y al año siguiente los estudiantes negros fueron reinsertados en el instituto de la avenida Indiana, que era uno de los edificios más antiguos del sistema y que se convirtió en un instituto solo para negros. Con el crecimiento demográfico del balneario, el edificio se quedó demasiado pequeño para hacer frente a la demanda de todos los niños negros en edad escolar. La siguiente medida que se tomó fue la de dividir el instituto de la avenida New Jersey en dos: una parte para los blancos y otra para los negros. Había una puerta para «blancos» y otra para «gente de color», y el patio también estaba separado en dos para que los niños no se mezclaran.
En 1901, W. M. Pollard, el superintendente del instituto de Atlantic City, afirmó con orgullo que la medida de separar a los negros de los blancos era acertada. En su informe decía:
La contratación de profesores de color para las clases separadas de color ha funcionado muy bien en nuestra ciudad. Damos empleo a diez profesores de color. Estos profesores utilizan aulas en el mismo edificio al que acuden los niños blancos. La separación se mantiene hasta séptimo, y después los alumnos de color se unen a las clases de los niños blancos. Este método ha beneficiado a la raza desde muchos puntos de vista.
Los hechos hacen que sea difícil determinar quién fue el ganador, Walls o sus detractores. Pero el resultado fue una segregación que duró todo el tiempo que pudo mantenerse con vida.
Desafortunadamente, no había nadie de la talla de Walls que pudiera liderar la batalla de la comunidad negra por mejorar el sistema de sanidad. Los servicios sanitarios para los negros eran tan escasos y estaban tan segregados como pudieron conseguir los blancos. A los negros no les estaba permitido acudir a las consultas médicas de los blancos y solo se les dispensaba servicios médicos en una clínica solo para negros en la parte trasera del ayuntamiento hasta 1899. Ese año se inauguró el primer hospital público, pero solo se trataba a los negros en unas enfermerías separadas de las de los blancos. El hospital contrataba a negros para servicios de cocina y de limpieza, pero no había ningún médico negro para tratar a los pacientes. Todavía en 1931 casi 100 negros estaban empleados como camilleros, cocineros, bedeles, camareros y chicas de limpieza, pero ni uno estaba contratado como enfermero o médico. Los pocos médicos negros del lugar no podían atender a sus pacientes en el hospital y las solicitudes de personas cualificadas para recibir formación de enfermería eran denegadas por la administración del hospital, lo cual les obligó a acudir a otras ciudades para estudiar. El mensaje era claro: los afroamericanos eran sirvientes y eso era todo lo que podían aspirar a ser en Atlantic City.
Los negros de la clase media y alta de Northside prosperaban, pero el empleo estacional, las viviendas de mala calidad y los pobres servicios de salud para la mayoría de los negros hacían estragos en su calidad de vida. Sin comida, ropa, alojamiento ni servicio médico decentes, muchos niños negros no sobrevivían a los meses de invierno. Muchos de sus padres contraían la tuberculosis en porcentajes cuatro veces superiores a los de los blancos.
Una ciudad capaz de recibir a millones de turistas se negaba a proporcionar los recursos necesarios para luchar contra la tuberculosis entre la población negra. Reconocer semejante problema habría sido una mala publicidad para el sector turístico, y eso no le interesaba a Atlantic City.