Una nueva oportunidad
Ni siquiera los chistes más verdes de Don Rickles pudieron captar la atención del público. Más de 700 personas habían acudido a la cena en honor al ejecutivo Tony Torcasio, pero casi nadie hacía caso al monólogo del comediante. El alcalde de Atlantic City, Michael Matthews, era el principal tema de conversación en todas las mesas, y los chistes de Rickles se echaron a perder.
Durante el cóctel se había extendido el rumor de que esa misma tarde agentes del FBI habían llegado al ayuntamiento con una orden de registro de las oficinas del alcalde. El viejo enemigo de Matthews, Patrick McGahn, repitió a toda la gente con la que habló: «Por fin ese pequeño hijo de puta tendrá lo que se merece». La gente a su alrededor supo inmediatamente que aquello era algo más que un rumor. Muchos invitados se fueron a casa pronto para enterarse de las últimas noticias de los problemas del alcalde en la cadena de televisión local. Teniendo en cuenta la reputación de Matthews, todo el mundo esperaba lo peor y muchos estaban ansiosos por escuchar las noticias.
En cada mesa había al menos una persona con una anécdota sobre Mike Matthews; fuera de sus frecuentes relaciones con bailarinas (Joey Heatherton era una de las favoritas), la traición de un aliado o alguna borrachera escandalosa, había tantas historias que una sola noche no bastaría para contarlas todas. Las únicas personas que no entraban al trapo eran las que más habían contribuido a la campaña de Matthews. Aquellos que quedaban estaban callados y apenas tocaban la comida, paralizados por la idea de que sus contribuciones al alcalde Mike hubieran sido en balde. Uno de ellos murmuró en bajo, con disgusto: «Joder, a ver si ahora voy a tener que hacer negocios con el negrata», refiriéndose a James Usry, el sucesor más probable de Matthews.
Mike Matthews era como dos personas diferentes, y nunca podías saber de antemano con cuál de ellas te encontrarías. Era un hombre esbelto, de estatura media, que vestía con elegancia y llevaba muy bien sus cincuenta y dos años. Se parecía a su madre italiana, y muchas mujeres le consideraban un guaperas, cuyas canas cada vez más extendidas no hacían más que mejorar su aspecto. A Matthews le gustaban las fiestas y los días posteriores podían ser duros. En sus mejores días se le podía tomar por un jefe de comedor en un buen restaurante o el director de un hotel, pero después de una larga noche por ahí, a menudo se parecía más a un empleado de un lavadero de coches o un pinche de cocina en una hamburguesería. Matthews tenía formación de contable, y como funcionario aprovechaba sus habilidades para erradicar las manchas de las cuentas municipales. Tenía potencial para llegar a ser un serio reformador y mientras ejercía en la administración municipal luchó contra la corrupción y sacó adelante cambios muy necesarios. Sin embargo, también podía ser basto y rudo, y enfrentarse a sus adversarios políticos con un lenguaje y un comportamiento sumamente ofensivos. Después nunca se arrepentía y su conducta no le avergonzaba en absoluto.
La carrera política de Matthews había sido rápida. En doce años trepó desde el ayuntamiento del municipio vecino de Linwood, pasando por el Consejo del Condado hasta llegar a la asamblea de Nueva Jersey y el concejo municipal de Atlantic City, ocupando estos dos últimos cargos simultáneamente. Su elección al concejo municipal se produjo tras varias duras batallas legales acerca de su residencia. Había nacido en el balneario, pero Matthews había abandonado la ciudad junto con otros miles de personas durante el declive económico de Atlantic City. Tras la legalización del juego comenzó a interesarse de nuevo por la ciudad. Sus enemigos políticos se opusieron a su regreso, pero Matthews salió de los juicios como candidato elegible. Finalmente, en junio de 1982, tras la adopción de un nuevo sistema administrativo que también tuvo que pasar por los tribunales, Mike Matthews fue elegido alcalde con una diferencia de menos de doscientos votos en la segunda vuelta de las elecciones.
Poco después de sus elección, el ego político de Matthews explosionó. Se comportaba como si su poder no tuviera límites. Matthews nunca había sido conocido por sus buenos modales y rechazó una oferta de su adversario, James Usry, de apoyarle públicamente en la ceremonia inaugural de la nueva administración. Matthews se negaba a compartir los focos. El resultado fue otra dura batalla legal en la que era acusado de fraude electoral.
Matthews ganó de nuevo, pero el largo juicio dividió a la comunidad todavía más. Generó portadas a diario, pero el fallo le permitió trabajar en el concejo municipal, cuya mayoría estaba compuesta por afroamericanos.
Matthews disfrutaba de las portadas generadas por las disputas políticas domésticas, y cultivaba su imagen de inconformista: un portavoz de los pisoteados hecho a sí mismo. Pero por debajo de esta máscara se escondía una persona demasiado inmadura para ceder y tan paranoica que era incapaz de crear alianzas duraderas. No había un «círculo íntimo» o personas en las que confiara que permanecieran a su lado más de una campaña. Mantenía las distancias con las personas que le apoyaban. Para cuando fue elegido alcalde, Matthews ya había usado y tirado varios consejeros valiosos que hubieran podido mantenerle lejos de los problemas. Una vez elegido, siguió sus instintos, lo cual le llevó a la ruina. Tal y como señaló un exaliado: «Mike Matthews era un cabrón. En realidad, su independencia no era más que paranoia. En la política nunca confió en nadie y tarde o temprano acabó jodiendo a casi todos los que confiaban en él». Matthews era un defensor de los programas sociales dirigidos a la gente mayor y había encandilado a miles de votantes ancianos. Estos constituían su núcleo de apoyo unas elecciones tras otras, y muchos de ellos incluso se ofrecían para trabajar en la sede de su campaña electoral. Mientras los ciudadanos ancianos pegaban sellos y realizaban llamadas telefónicas, él podía estar en una oficina a oscuras recibiendo sexo oral de alguna fan política lo suficientemente joven como para poder ser su hija.
Como alcalde, Matthews se vendía como una especie de gigante social en el país de los casinos. Se identificaba con las celebridades que venían a los casinos y les convencía para que posaran junto a él en fotografías que después colgaría en su despacho, o en las raras ocasiones en que lo aceptaban, para que cenaran o jugaran al golf con él. Quería ser la persona que todo el mundo querría tener en su fiesta. Si hubiera sido honesto y se hubiera esforzado en cumplir con sus responsabilidades, Matthews tenía las habilidades necesarias para ser un alcalde capaz. En vez de esto, el asunto prioritario de su agenda era su deseo de convertirse en una celebridad. La gente que le conocía piensa que esa era la motivación principal por la que luchó tanto por ser alcalde. «A Michael le encantaba el glamour de los casinos y cuando el juego fue legalizado, quería ser el mandamás en la ciudad del juego. Era como el mosquito que no puede resistir la llama».
La cena en honor a Tony Torcasio era justo el tipo de evento al que Matthews no faltaría. Era un evento del tipo que le encantaba a Matthews; habría estado sentado en la mesa principal junto con gente como Joe DiMaggo, Mickey Mantle y Joe Theisman gritando obscenidades a Don Rickles en respuesta a sus chistes. Sin embargo, aquella noche el FBI estropeó los planes del alcalde. Antes de que la cena de Torcasio hubiera terminado, la carrera política de Mike Matthews había acabado y toda la gente del público lo sabía. En las semanas que siguieron, la notoriedad del alcalde llegó a ser tan grande como su ego.
Un agente del FBI que ni siquiera parecía italiano había llegado a la ciudad fingiendo ser un mafioso y había realizado grabaciones secretas. En unas pocas semanas consiguió ganarse la confianza de Matthews y grabó horas de conversaciones inculpatorias. La transcripción parece un texto sacado de una novela negra de quiosco. El alcalde nunca se reprimía hablando y se le fue la lengua en un restaurante chino local, el Peking Duck, dando a los federales todo lo que necesitaban. Se enterró a sí mismo al aceptar un soborno de 10.000 dólares en billetes no marcados del agente secreto. Cuando fue imputado, una foto que mostraba al alcalde con esposas y cadenas atadas a los pies fue publicada en los periódicos de todo el país. Al final, Mike Matthews consiguió alcanzar el grado de fama que tanto había ansiado.
El informe presentado ante el tribunal revelaba a un político sin escrúpulos que había hecho de todo salvo colocar el cartel de «Se vende» en la puerta de su despacho. Tal y como afirmó el juez Harold Ackerman en su sentencia a Matthews en diciembre de 1984: «Te dejabas untar. Cualquiera que tenga el graduado escolar podía llegar a esa conclusión». En lugar de dimitir de su cargo con dignidad, fue apartado de su puesto. Poco más de dos años después de tomar posesión de su cargo, Michael Matthews estaba de camino a la prisión federal. Según la ética de Atlantic City, el pecado principal de Michael Matthews no era que hubiera robado, sino que hubiera sido demasiado torpe a la hora de hacerlo. Matthews era algo peor que un corrupto: era un corrupto inepto.
No todo el mundo era tan inepto como Mike Matthews. Tras la legalización de los juegos de azar, los verdaderos mafiosos llegaron a la ciudad, no solo agentes que fingían serlo.
Teniendo en cuenta la historia del juego de la ciudad y cómo se habían manejado las cosas en el pasado, no era de extrañar que la nueva industria de los casinos atrajera a la mafia y sus aliados. Esta vez, la bienvenida no fue tan calurosa. Brendan Byrne y los líderes de la asamblea legislativa estatal habían hablado en serio durante la campaña de 1976: la mafia no era bienvenida. Resorts International fue perdonada, pero los demás aspirantes a dirigir casinos serían escrutados con mucho más rigor. Un ejemplo son los Perlman Clifford y Stuart Perlman ya conocían Atlantic City. Habían nacido en Filadelfia y sabían que el balneario no era «el patio recreativo del mundo», sino el lugar adonde iba la gente de Filadelfia para darse un capricho o dos. Los Perlman se estrenaron en el mundo de los negocios del paseo marítimo vendiendo cachivaches a los visitantes. Un par de décadas más tarde regresaron, atraídos por los casinos. En este intervalo de tiempo habían hecho una fortuna en Las Vegas, y cuando regresaron a Atlantic City venían con la fama de ser unos genios del marketing. Ellos marcaban las pautas en una ciudad del juego de primera fila, y su Caesar's Palace era el casino más conocido del mundo. Eran líderes en la industria de los casinos y se les consideraba un elemento natural en la nueva Atlantic City.
Poco después de la victoria en el referéndum de 1976, los Perlman comenzaron a contemplar Atlantic City como una opción seria. Antes de que Resorts International abriera sus puertas, Caesar's firmó un contrato para alquilar el Howard Johnson's Regency, uno de los hoteles más importantes de la ciudad. Que un establecimiento renovado de una cadena de moteles fuera uno de los mejores hoteles de la ciudad es una prueba más de lo mucho que se necesitaban los casinos en la ciudad. Los Perlman publicitaron el Boardwalk Regency como el inicio de algo más grande: un proyecto que les permitiría abrir un casino cuanto antes. Después de que el Boardwalk Regency comenzara a generar pasta gansa, los Perlman tenían pensado reproducir su magia de Las Vegas y construir un Caesar's Palace en Atlantic City. Caesar's y los Perlman eran el tipo de operadores de casinos que Atlantic City necesitaba. Pero también tenían otro lado, marcado por la presencia de la mafia desde hacía años. Todo había comenzado con perritos calientes.
En 1966, Clifford convenció a Stuart de que invirtieran casi todo su dinero en un restaurante de Las Vegas llamado Lum's. Stuart esperaba que fuera un lugar elegante, pero descubrió que se trataba de un garito insignificante. A diferencia del restaurante cercano Forge, que era uno de los lugares favoritos de Meyer Lansky, Lum's era un establecimiento pequeño especializado en perritos calientes. Sin embargo, no eran unos perritos calientes cualesquiera. Se hervían en cerveza y se servían con chucrut aliñado con jerez. Pero Stuart no compartía el gusto de su hermano. «Fuimos a comprar un par de perritos y después salimos porque no me apetecía comer ahí dentro». Más tarde, los Perlman afirmarían que no sabían nada de la dudosa reputación del restaurante Forge ni de su notorio cliente, que lo usaba para manejar sus negocios, pero los acontecimientos posteriores convencieron a la gente de lo contrario.
En 1969, Clifford metió a su hermano en otro negocio, algo más grande que el de los perritos calientes. Aquello supuso un antes y un después en su carrera juntos. Los Perlman, a través de Lum's, presentaron una oferta de compra del Caesar's Palace, que era uno de los casinos más sofisticados de Las Vegas, pero también era ampliamente conocido por haber sido construido y dirigido por la mafia. Cuando los Perlman se hicieron cargo de él, lo único que cambiaron fueron las cerraduras, y dejaron que la mayor parte del equipo directivo continuara en sus puestos. Los ejecutivos del Caesar's tenían una sólida reputación en la ciudad, y los Perlman no consideraban que fuera necesario investigar su pasado. En el equipo directivo del Caesar's, Jerome Zarowitz era el director de las operaciones de juego. Los Perlman sabían que Zarowitz era un criminal condenado y en algún momento se enteraron de que en 1965 había participado en una reunión de personalidades de la mafia conocida como Little Appalachia, en Palm Springs. Los funcionarios que supervisaban el negocio del juego en Nevada cuestionaron la idoneidad de Zarowitz para gestionar un casino, pero nunca exigieron que se hiciera con una licencia. Los Perlman mantuvieron a Zarowitz al frente del casino desde septiembre de 1969 hasta el mes de abril del año siguiente. El nombre de Zarowitz no constaba como propietario, pero cuando los Perlman compraron Caesar's Palace, tres millones y medio de los sesenta millones de dólares que costaba el hotel fueron a parar a sus manos.
Poco después de la adquisición del Caesar's Palace, Alvin Malnik que estaba relacionado con la mafia, contactó con Melvin Chasens —el entonces presidente del Caesar's World, Inc., antes conocido como Lum's— y le presentó una oferta de venta de Sky Lake North, un club de campo con una urbanización en el Condado de Dade, en Florida. La oferta fue rechazada, pero Malnik volvió menos de un año después. Esta vez la oferta había mejorado tanto que resultaba irresistible; no tendrían que adelantar dinero, podrían pagar todo con la venta de las viviendas, no haría falta pagar nada de una segunda hipoteca durante tres años y solo pagarían los intereses de una primera hipoteca durante dos. Durante las negociaciones, Clifford Perlman y los otros ejecutivos del Caesar's se enteraron de más detalles sobre Malnik y su socio, Samuel Cohen Un libro sobre el financiero de la mafia Meyer Lansky identificaba a Malnik como uno de sus socios más cercanos. En cuanto a Cohen, había sido condenado por violar la ley del Comercio de Bienes Tangibles. Pero aquello no impidió que Caesar's hiciera negocios con Malnik. Los Perlman querían comprar Sky Lake y estaban dispuestos a seguir con las negociaciones a pesar de la reputación de Malnik y Cohen.
Por iniciativa de Perlman, los directivos del Caesar's aprobaron la compra de Sky Lake en julio de 1971 sin haber sido informados de que Cohen había sido imputado cuatro meses antes en una operación masiva contra el fraude en el casino Flamingo. El Flamingo se encontraba justo enfrente del Caesar's Palace y el asunto tuvo un gran impacto en los medios de comunicación. Los Perlman sabían que Cohen estaba imputado, pero nunca informaron a los directivos del Caesar's, ni comentaron que otra persona acusada por el mismo delito era nada menos que Meyer Lansky. «Si hubiesen revelado este dato en la reunión, la conexión con Lansky hubiera podido recibir más atención. Puede que las alegaciones de los medios de comunicación acerca de los señores Malnik y Cohen, que por aquel entonces se consideraban infundadas, no hubiesen sido descartadas con tanta facilidad». Las sugerencias de los abogados del Caesar's de consultar al Departamento de Justicia de Estados Unidos antes de entablar relaciones con Malnik y Cohen también fueron rechazadas. Con la adquisición de Sky Lake, se intensificaron las relaciones de Clifford y Stuart con la mafia. Ya estaban en deuda con el Fondo de Pensiones Teamsters —conocido por ser corrupto y estar controlado por la mafia— desde la compra del Caesar's por parte de Lum's. Cuando compraron Sky Lake, se endeudaron todavía más con el mismo fondo de pensiones que había proporcionado la hipoteca a Malnik y Cohen.
En 1972, las autoridades de Nevada avisaron a los Perlman acerca de los riesgos de hacer negocios con Malnik y Cohen, después de enterarse de un acuerdo entre Malnik y dos de los hijos de Cohen en relación a una urbanización. En 1975 llegó un segundo aviso, antes de que se cerrase un acuerdo con los hijos de estos dos hombres. Esta vez, para reunir dinero, los Perlman vendieron sus propiedades de destinos turísticos para novios en las montañas Pocono de Pensilvania a los hijos de Malnik y Samuel Cohen, y después se las volvieron a alquilar a la pareja. Aparte de los avisos de las autoridades de Nevada, el jefe de seguridad de la empresa dijo a los Perlman que Malnik estaba relacionado con la mafia. También expresó su preocupación por el hecho de que algunos directivos de Teamsters Union relacionados con la mafia hubieran recibido una afiliación gratuita al Club de Campo de Sky Lake.
Este fue el curriculum vítae que los Perlman trajeron a Atlantic City. Resultó ser letal. Cuando el Caesar's recibió su licencia temporal, la División de los Juegos de Azar obligó a los Perlman a darse de baja en la dirección de la empresa hasta que la Comisión de Control de Casinos no se pronunciara al respecto. En un informe a la comisión, la División concluyó: «Hasta que Caesar's World no dé por concluidas sus relaciones con Alvin Malnik y Samuel Cohen, en nuestra opinión no es apto para recibir una licencia». Cuando el Boardwalk Regency abrió sus puertas en junio de 1979, Caesar's afirmó que «se esforzaría en terminar todas sus relaciones existentes con Alvin I. Malnik, Samuel E. Cohen y otros miembros de sus familias». Pero no fue hasta dieciséis meses después, en octubre de 1980, cuando la comisión hubo completado su escrutinio de la solicitud de la empresa, cuando Caesar's finalmente se distanció de Malnik y Cohen.
Ya que no eran capaces de liberar el capital que estaba en manos de Malnik y Cohen, Caesar's aceptó la creación de unos fondos fiduciarios para hacerse con las propiedades alquiladas por la empresa en los destinos turísticos de las montañas Pocono y su club de campo de Florida. Con los fondos compraron bonos que generaban dinero para pagar estos alquileres. De esta manera no habría una vinculación directa entre Caesar's, por un lado, y Malnik y los Cohen, por el otro. La empresa también aceptó liquidar el balance de una hipoteca de 4,8 millones de dólares que debía a Malnik y Cohen. Pero era demasiado poco y demasiado tarde. Menos de una semana después, la comisión decidió que los hermanos Perlman no eran aptos para obtener una licencia. Los miembros de la comisión dijeron que las repetidas relaciones con Malnik y Cohen les hacían temer que «estos vínculos no fueran transacciones aisladas». La comisión consideraba que «puede ser cierto que los señores Malnik y Cohen no estuvieran literalmente al mando del casino, pero su apoyo financiero les proporcionaba una oportunidad evidente de ejercer influencia económica sobre Caesar's World […]. Así, en un sentido muy literal, el señor [Clifford] Perlman entregó su empresa en manos del señor Malnik, Samuel Cohen y los hijos del señor Cohen».
Las solicitudes de los dos Perlman fueron denegadas y tuvieron que abandonar la empresa. Su recurso ante la Corte Suprema estatal fue infructuoso, a pesar de la labor de Irving Younger, uno de los abogados más brillantes de Estados Unidos. Obtuvieron una nueva licencia en Nevada y otra licencia federal para operar una aerolínea, pero Clifford y Stuart tuvieron que lamentar su regreso a Atlantic City, porque después de toda la publicidad negativa que había rodeado la denegación de su licencia, nunca pudieron deshacerse del estigma derivado de sus negocios con la mafia. Y no eran los únicos. William T. O'Donnell, presidente y consejero de Baly Manufacturing Corporation, sufrió el mismo destino.
La División de los Juegos de Azar pensaba que O'Donnell, al igual que los Perlman, estaba demasiado relacionado con la mafia. Sin embargo, esta vez las conexiones llevaban a Nueva Jersey.
Baly Manufacturing Corporation era un gigante del negocio de las máquinas tragaperras, pinball y jukebox. Dominaba el mercado de las máquinas tragaperras, con acuerdos muy ventajosos con algunos casinos en Nevada. El negocio de las máquinas tragaperras era lucrativo, pero O'Donnell estaba cansado de hacer máquinas para otros. Quería operar sus propias máquinas y decidió que Atlantic City era el lugar óptimo para hacerlo. Entró en el mercado mediante un contrato de alquiler de larga duración de un viejo hotel del paseo marítimo.
El Marlborough-Blenheim era uno de los pocos hoteles-palacio que quedaban en el paseo marítimo. La unión de dos antiguos edificios emblemáticos —el curioso Marlborough, un hotel con estructura de madera, una fachada de tablas de madera de color rojo oscuro y un tejado de pizarra, construido en el estilo de la reina Ana de Gran Bretaña, junto con el estilo árabe del Blenheim, un castillo de arena hecho de cemento—, el Marlborough-Blenheim, era una joya arquitectónica. Desafortunadamente, el viejo hotel no podía ser adaptado para albergar un casino y tuvo que ser demolido.
Poco después, O'Donnell y Baly compraron el cercano hotel Dennis y combinaron ambas propiedades. El Dennis fue destripado y rehabilitado para dar cobijo a las quinientas habitaciones requeridas, mientras que la nueva construcción en el solar del Marlborough-Blenheim albergaba el casino, los restaurantes y espacios para convenciones. Cuando las obras concluyeron, se convirtió en el Baly's Park Place Casino Hotel. La sede principal de las operaciones de Baly estaba en Chicago, pero O'Donnell ya tenía lazos comerciales con Nueva Jersey. La distribuidora más grande de máquinas tragaperras y juegos de entretenimiento tenía su sede en Nueva Jersey. Y una parte de aquella distribuidora era propiedad de Gerardo Catena, uno de los gánsteres más conocidos del estado. Catena era un mafioso y un miembro muy conocido de la familia Genovese, del mundo del crimen, y se convirtió en el encargado de los negocios familiares cuando Genovese ingresó en la cárcel por una condena federal relacionada con las drogas. La División de los Juegos de Azar halló pruebas de que, en los años sesenta, algunos de los fondos fraudulentos derivados de casinos de Las Vegas «fueron finalmente traspasados de Las Vegas a Nueva Jersey, donde fueron repartidos a personas como Gerardo Catena, entre otros».
Runyon Sales, una empresa que fabricaba máquinas de vending en Springfield, Nueva Jersey, era el escaparate de Catena. Runyon era la distribuidora más grande de Bally's, con derechos en exclusiva para Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut. A través de Runyon, Bill O'Donnell estaba en contacto frecuente con la gente de Catena, especialmente con Abe Green. O'Donnell había conocido a Catena durante una visita a Runyon Sales y había oído rumores acerca de su vinculación con la mafia. Al preguntar a Green sobre los papeles de Catena y de Joseph ««Doc» Stacher en Runyon, le contestaron que todavía eran socios. Cuando tuvo lugar la conversación entre O'Donnell y Green, Catena estaba en la cárcel por desacato al tribunal. Le habían llamado para testificar ante un jurado de acusación de Nueva Jersey acerca del crimen organizado. A pesar de una oferta de inmunidad, Catena se negó a contestar las preguntas del jurado y pasó cinco años en la cárcel. Las acciones de Catena en Runyon suponían un vínculo entre Bally's y la mafia, pero había conexiones todavía más fuertes. El predecesor corporativo de Bally's era Lion Manufacturing Corporation. Cuando falleció el fundador de Lion, el banco que gestionaba el patrimonio decidió liquidar la compañía, lo cual fue una oportunidad para O'Donnell de comprar la empresa. No consiguió reunir el dinero necesario y contactó con Green para que le ayudase. Junto con otros cinco inversores, montaron una corporación conocida como KOS Enterprises, que compró Lion por 1,2 millones de dólares. Gerardo Catena se hizo con una parte de la empresa a través de Abe Green y Barnet Sugarman. Cuando Sugarman murió, en 1964, Green y Catena adquirieron sus acciones. El nombre de Catena nunca figuró oficialmente como accionista, pero era propietario de un 12,5 por ciento de la empresa. En julio de 1965, O'Donnell compró las acciones de Catena por 175.000 dólares, en una transacción camuflada por Green. En abril de 1968, KOS se convirtió en Baly Manufacturing Corporation. O'Donnell y Green tenían un 22,2 por ciento de la empresa cada uno. Sam Klein e Irving Kaye controlaban el balance de las acciones. Tanto Klein como Kaye tenían vínculos con Catena a través de una empresa de mesas de billar con sede en Brooklyn. Estos contactos constituían un lastre pesado para Bill O'Donnell.
Para que Bally's pudiera obtener una licencia para vender máquinas tragaperras en Las Vegas, las autoridades de Nevada exigieron que O'Donnell y Baly cortaran sus relaciones con Catena, Green y Kaye. Más adelante, Nevada obligó a Sam Klein a dejar la empresa, después de que le hubieran visto jugar al golf con Catena en Florida. Se suponía que Bally's no tenía ningún tipo de vínculo laboral con Klein, pero fue él quien contactó con el presidente de Caesar's Palace, William Weinberger, para ver si le podría interesar gestionar el nuevo casino de Bally's en Atlantic City. Klein también intentó cerrar un acuerdo para que Bally's pudiera comprar el hotel Regency de Howard Johnson. El acuerdo nunca prosperó —la propiedad fue comprada por los Perlman— pero O'Donnell había prometido a Klein una «comisión por la gestión» en el caso de que llegara a buen puerto. Abe Green también continuó haciendo negocios con Bally's a pesar de los requisitos de la Comisión del Juego de Nevada.
El hijo de Green, Irving montó una empresa llamada Coin-Op, separada de Runyon, en la que su padre no tenía acciones. La comisión de Nueva Jersey afirmó que Green hijo dijo a O'Donnell que la nueva empresa no era más que un nuevo nombre para Runyon. Esto era verdad. Bally's seguía recibiendo pedidos de Runyon y los registraba como pedidos de servicios, aunque las facturas eran enviadas a Coin-Op, cuyas oficinas estaban al lado de las de Runyon. Desde finales de 1977 hasta 1978, al mismo tiempo que Bally's estaba empezando a construir su nuevo casino, Coin-Op se separó físicamente de Runyon, pero esta siguió siendo su único cliente. Y como si las conexiones con Coin-Op-Runyon fueran poco, también estaba Dino Cellini O'Donnell lo había contratado como comercial para vender máquinas tragaperras, a pesar de que Cellini había gestionado un casino en Cuba para Meyer Lansky, lo cual le supondría más lastre. O'Donnell tenía que haber sabido que tendría grandes dificultades en obtener una licencia.
A pesar de sus numerosos vínculos con personas de dudoso carácter, Bill O'Donnell se negó a abandonar sus intentos de forma discreta. Durante la vista de su solicitud, trajo una impresionante cantidad de testigos para que testificaran sobre su buen carácter y así convencer a la comisión de que deberían otorgarle una licencia.
Entre los testigos estaba el exjefe de las Fuerzas de Asalto de Chicago; un agente retirado que había estado a cargo de las oficinas del FBI de Chicago; y un exfiscal de Estados Unidos que había dedicado su carrera a perseguir el crimen organizado. O'Donnell quería cubrir todas las facetas y trajo a un juez federal, dos curas jesuitas y media docena de banqueros que trataron de convencer a la comisión de que deberían otorgarle una licencia. Los miembros de la comisión quedaron impresionados. Constataron que «evidentemente, es un hombre con muchas cualidades buenas, como la amabilidad, la generosidad, la lealtad, la inteligencia y la capacidad de liderazgo». Pero no fue suficiente. La mancha producida por sus relaciones con la mafia era demasiado. Al igual que los Perlman, O'Donnell tenía que abandonar Bally's para que el casino pudiera obtener una licencia permanente. Los contratiempos de los casos Perlman y O'Donnell no desanimaron a la mafia. Intentaron infiltrarse en casinos que ya habían obtenido sus licencias. Golden Nugget, Inc., fue un ejemplo.
Stephen Wynn, el presidente de Golden Nugget, representaba la renovación de Las Vegas, libre de la presencia de la mafia, y cuando decidió ampliar su negocio con un casino en Atlantic City, consiguió una licencia sin el menor problema. Wynn había visitado el balneario poco después del referéndum de 1976. Era uno de los muchos inversores que vinieron de fuera para hacer un reconocimiento del terreno, pero la mayoría de ellos no fueron capaces de ver más allá de los edificios quemados y la sordidez. Se marcharon —también lo hizo Wynn— pensando que todo era un chiste, contentos después de comprobar que Atlantic City jamás iba a poder competir con Las Vegas.
Poco después de que Crosby y compañía abrieran Resorts International, Wynn regresó a la ciudad. Estaba alucinado por las miles de personas que estaban haciendo cola durante horas para poder pisar el casino. La cola atravesaba el vestíbulo del hotel, salía por la puerta y continuaba por el paseo marítimo, donde hacía falta presencia policial para controlar a las masas. Una vez dentro, la gente se abría paso a empujones y codazos por conseguir un asiento en las mesas del blackjack. Wynn estaba sumamente impresionado por el éxito del Resorts. «Nunca había visto nada igual. Hacía que el Caesar's Palace en Nochevieja pareciera un casino cerrado por vacaciones».
El inesperado éxito del primer casino de Atlantic City fue como una explosión. Envió ondas expansivas que despertaron interés en toda la nación. El valor de las propiedades de la isla Absecon no había crecido tanto desde la llegada del ferrocarril. En menos de un suspiro, docenas de empresas habían llegado al balneario, invirtiendo fortunas y consumiendo grandes bocados del mercado inmobiliario.
Steve Wynn es un ejemplo típico de los inversores que acudieron a Atlantic City atraídos por las noticias sobre los beneficios de Resorts International. Apuesto, encantador, elocuente y elegante, Wynn es un prodigio de los juegos de azar. Su vida entera ha estado asociada al juego. «Desde el día que nací, he sido un tío cuya comida, educación y la ropa que llevaba puesta provenían enteramente del juego». Wynn era el hijo del gerente de un bingo y creció en los suburbios de Maryland. Viendo cómo su padre siempre despilfarraba el sueldo en las mesas de juego, Wynn aprendió una importante lección cuando todavía era un niño: «Una cosa que la ludopatía de mi padre me enseñó a una edad muy temprana fue que, si querías ganar dinero en un casino, tenías que ser el dueño de uno».
Después de licenciarse en la Universidad de Pensilvania en 1963, con especialización en inglés, Wynn volvió a su casa de Maryland para gestionar los negocios familiares del bingo. Le fue bien, pero Wynn se sentía frustrado; el bingo era un asunto menor que solo consiguió aumentar su hambre por el verdadero negocio, y se marchó a Las Vegas. Wynn no llevaba mucho tiempo en la ciudad cuando conoció a un banquero que se llamaba Parry Thomas, que por aquel entonces era una figura importante en Las Vegas. Cuando Howard Hughes compró el hotel Frontier en 1967, Wynn consiguió su primera oportunidad gracias a Thomas. A la edad de veinticinco años fue nombrado vicepresidente, a cargo de las operaciones de las máquinas tragaperras. Al año siguiente compró los derechos de distribución de alcohol, que mantuvo hasta 1972, el año en que lo vendió todo para realizar su primera gran apuesta. Utilizó el millón de dólares que había ahorrado para adquirir un local adecuado para poner un casino de la organización de Hughes al lado del Caesar's Palace. Wynn sabía que el Caesar's no quería un competidor como vecino y esperó a que el Caesar's le hiciera una oferta; al final lo hicieron y lo compraron por 2,5 millones de dólares.
Con los beneficios de la venta, Wynn compró más de 100.000 acciones del Golden Nugget. Parry Thomas opinaba que las acciones estaban infravaloradas y le dijo a Wynn que si quería controlar un casino, esta era su oportunidad. El Nugget contaba con una ubicación de primera y era popular, pero la gestión era pobre y no tenía habitaciones de hotel. La compra de acciones de Wynn fue lo suficientemente voluminosa como para colocarle en el consejo directivo y fue nombrado vicepresidente ejecutivo. Sin embargo, Wynn no se contentaba con eso; quería ser jefe y a la edad de treinta y un años dio un golpe atrevido para conseguir el poder. Acusó al presidente del Golden Nugget, Buck Blaine, aportando pruebas de su defectuosa gestión y de robos perpetrados por los empleados del casino. Wynn, en nombre de la empresa, amenazó a Blaine con emprender acciones legales contra él, que sacarían a la luz su incompetencia, si no dimitía de su cargo inmediatamente. Blaine no soportó la presión y accedió a abandonar la dirección con un contrato de consultor.
En agosto de 1973, menos de un año después de su compra inicial de acciones, Steve Wynn ya era el jefe del casino. En menos de un año, los beneficios se dispararon, elevándose desde 1,1 hasta los 4,2 millones de dólares. Para el año 1977 ya había completado la construcción de una torre de hotel de 579 habitaciones, y los beneficios del casino alcanzaban los 12 millones. Atrás quedaron los tiempos en los que Steve Wynn había trabajado en bingos.
Cuando Wynn se enteró de los beneficios cosechados por Resorts International, decidió volar al este otra vez. Un vistazo a las colas de la gente que esperaba para entrar fue suficiente para convencerlo. No perdió el tiempo buscando lugares para su casino. Para cuando salió de Atlantic City rumbo a Las Vegas, Wynn ya había firmado un acuerdo para comprar una propiedad selecta. El lugar elegido era el Strand Motel del paseo marítimo. El Strand era uno de los moteles construidos durante los años cincuenta, cuando Atlantic City estaba intentando captar una parte del mercado de turismo que se desplazaba en coches. Después de unas buenas temporadas, la novedad dejó de serlo y en ese momento la mayoría de las habitaciones del Strand estaban vacías. Si Wynn hubiese querido comprarlo antes del referéndum de 1976, probablemente lo habría podido adquirir con solo hacerse cargo de la hipoteca; sin embargo, en el verano de 1978, el mercado inmobiliario de Atlantic City estaba por las nubes y el precio de venta ya ascendía a 8,5 millones de dólares.
En unos meses, Wynn demolió el Strand y comenzó la construcción de un palacio de oropel que no tardó en convertirse en un imán. Golden Nugget invirtió casi 200 millones de dólares en la creación de un centelleante casino-hotel victoriano. Con grandes murales que mostraban escenas de playa de principios del siglo XX, techos y paredes cubiertos de espejos empotrados, candelabros de cristal, vidrio pintado, columnas de mármol y máquinas tragaperras doradas, el Golden Nugget era una obra de arquitectura espectacular e intencionadamente ostentosa (más tarde fue vendida a Bally's y ahora es el Hilton de Atlantic City). Fue diseñado para satisfacer los deseos de nostalgia de la clase media y consolidó a Wynn como un hombre de referencia en Atlantic City.
Steve Wynn pensaba que había encontrado un nuevo ejecutivo de marketing en la persona de Mel Harris. Era el hombre que Wynn necesitaba en Atlantic City. Se habían conocido en la universidad y Elaine, la mujer de Wynn, iba con Harris al instituto. Los tres renovaron su amistad a principios de los años ochenta, y Wynn se quedó tan impresionado que contrató a Harris en el verano de 1984 como vicepresidente de marketing, con un sueldo de 400.000 dólares anuales. Wynn admitió que su opinión de Mel Harris era tan alta que creía que Harris no tardaría en ocupar el puesto de jefe de operaciones, solo un peldaño por debajo del propio Wynn.
La decisión de contratar a Harris se tomó a sabiendas de que había gato encerrado. Harris admitió que tenía relaciones «sociales» con algunos personajes de la mafia. Después de todo, su padre, «Big Alie» Harris, había sido uno de los corredores de apuestas más importantes de la zona de Miami Además, la primera mujer de Harris era la hija de Louis Chessler, otro socio de Lansky que había trabajado para introducir la mafia en los casinos de las Bahamas. Los responsables de la seguridad de la empresa de Wynn eran conscientes de estos vínculos, pero Wynn concluyó que las relaciones sociales de Harris no constituían una razón con peso suficiente para evitar su contratación. Lo que Wynn no sabía era que, unos meses antes de contratarlo, Harris se había reunido con Anthony «Fat Tony» Salerno. Fat Tony era el cabeza de la rama de Nueva York de la familia Genovese, del mundo del crimen organizado. En diciembre de 1984, un mes después de que Mel Harris entrase a formar parte del consejo directivo de Golden Nugget, la División de los Juegos de Azar se enteró de sus reuniones con Salerno. Harris, que insistía en que él no tenía nada que ver con la mafia, fue grabado en vídeo durante una operación del FBI contra Salerno. En al menos dos ocasiones le vieron entrar en el Club Social Palma Boys en Manhattan, desde donde Salerno dirigía sus operaciones. Harris alegó que solo había pasado por allí para hablar con Salerno sobre la muerte de su padre. Al FBI la explicación no le convenció, porque había tenido dos reuniones con Fat Tony, una de las cuales había durado una hora. Al enterarse de las reuniones entre Harris y Salerno, la División de los Juegos de Azar le convocó para declarar. Cuando terminó la sesión, informó a los directivos de Golden Nugget de que la División le había hecho un montón de preguntas sobre sus contactos con Salerno. Aquello fue suficiente para Steve Wynn. Unos pocos días después, Harris tuvo que marcharse.
El episodio de Harris causó unos momentos incómodos para Wynn, pero sobrevivió. Cuando tocaba renovar la licencia del Golden Nugget, el presidente de la comisión fue muy crítico:
Quiero que quede claro que la idea de tener a una persona con vínculos demostrables con Anthony Salerno como directivo y director de operaciones de un casino inspira, por decirlo de una manera suave, miedo […]. Es, simplemente, inaceptable que una compañía que desempeña sus actividades en esta industria tan regulada coloque a una persona como Harris, con un dudoso pasado conocido, al mando de las decisiones operacionales y de las estrategias del más alto nivel, tras una investigación poco rigurosa y un proceso de información al presidente parcial y erróneo.
Wynn reconoció públicamente que su empresa había cometido un serio error y admitió que la contratación de Harris había sido algo bochornoso para Golden Nugget. Varios años más tarde, después de que se hubiera terminado el juicio contra Fat Tony, el Gobierno reveló lo cerca que la mafia había estado de infiltrarse en Golden Nugget. El FBI había conseguido colocar micrófonos ocultos en el Club Social Palma Boys y habían grabado ciertas conversaciones entre Salerno y sus colegas. Aquellas discusiones dejaron claro que la mafia tenía la intención de utilizar a Harris como puerta de entrada a la industria de los casinos de Atlantic City.
Harris, O'Donnell y los Perlman: sus historias no constituyen más que el primer capítulo de una larga historia de personajes sin escrúpulos que pensaban que podían lucrarse a través de la legalización de los juegos de azar. Hubo otros muchos ejemplos menos importantes de cómo el crimen organizado intentaba infiltrarse en la industria de los casinos como vendedores de cualquier cosa, desde viajes organizados para jugadores profesionales hasta el suministro de partidas de comida y bebidas. Teniendo en cuenta el pasado de Atlantic City y la reputación de Nueva Jersey de ser presa de la corrupción, muchos personajes criminales dieron por hecho que el único requisito para acceder era tener dinero. Nunca tuvieron opción. No habían contado con que el proceso de escrutinio de las solicitudes para las licencias fuera algo parecido a un examen de proctología. El procedimiento en cuestión fue establecido por la Ley de Control de Casinos y el minucioso examen era capaz de detectar las verrugas más pequeñas.
No hay nada parecido a la Ley de Control de Casinos en ningún otro sitio. El primer obstáculo reside en el hecho de que cada solicitante debe demostrar su inocencia a partir de la presunción de culpabilidad; que él o ella no son corruptos, o que no están vinculados a individuos corruptos. Tal y como aprendieron William O'Donnell y los Perlman, una persona puede ser culpable por asociación. Un solicitante puede estar tan manchado por sus vínculos y relaciones que jamás recibirá una licencia, aunque nunca haya sido imputado por algún delito y sea un ejemplo para su comunidad. Cada solicitante, sea un individuo o una empresa, debe dar su consentimiento a un proceso de investigación de su pasado que cualquier persona normal consideraría sumamente incómodo. Para empezar, un solicitante renuncia a sus derechos descritos en la Cuarta Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que prohíbe cualquier registro no autorizado. Cuando solicitas una licencia en la industria de los casinos de Atlantic City, autorizas a los investigadores a inspeccionar y solicitar la presentación de cualquier documento o justificante relacionados con cualquier aspecto de tu pasado y, si fuera necesario, apoderarse de los mismos. Son medidas que pueden parecer abusivas, pero han sido justificadas por los tribunales. La razón es que una licencia es un privilegio, no un derecho.
Si quieres tener el privilegio de ser propietario de un casino, o trabajar en uno, tienes que estar dispuesto a someterte a un escrutinio que los tribunales han descrito como «extraordinario, extendido e intensivo».
El cerebro detrás de la Ley de Control de Casinos fue Steven Perskie. Perskie había sido elegido a la asamblea estatal como miembro del equipo del senador Joe McGahn, que quitó el puesto a Hap Farley en 1971. La adopción del referéndum de 1976 había aumentado la competición política en Atlantic City. Para el año 1977, Perskie estaba cansado de bailar al son de Joe McGahn. Le molestaba especialmente tener que competir con Pat, el hermano de Joe, que era el alter ego del senador. El prolongado mandato de Farley como senador del Estado lo había convertido en el puesto más codiciado en la política municipal y del condado. Su carrera proyectaba una sombra alargada sobre la política local y constituía el modelo de liderazgo. Según la apreciación tanto del pueblo como de los políticos, el poder estaba concentrado en el puesto de senador del Estado. Perskie lo quería para él.
Algunos que estuvieron allí piensan que el enfrentamiento entre Perskie y McGahn era innecesario. Con un aliado como Brendan Byrne en el puesto de gobernador, Perskie tenía todo el apoyo necesario en Trenton para ejercer su influencia sobre cualquier ley relativa a los casinos. Pero Steve Perskie quería hacerlo como senador, no como miembro de la asamblea, y los McGahn suponían un obstáculo. Con la ayuda de demócratas que temían que Pat McGahn quisiera convertirse en un nuevo jefe, Perskie consiguió que Joe McGahn no fuera nominado por el partido para las elecciones. Perskie terminó por ganar unas elecciones generales muy disputadas en las que participaron tres candidatos (McGahn se presentó como independiente) tras una campaña que, en aquel momento, era la más cara de la historia de las elecciones a la asamblea legislativa de Nueva Jersey. Afortunadamente para Atlantic City y su nueva industria de casinos, los talentos legislativos de Perskie estaban a la altura de sus ambiciones políticas. En colaboración con la administración del gobernador, Steve Perskie diseñó un estatuto que garantizaba que la mafia jamás podría llegar a controlar un casino.
Los personajes del crimen organizado podrían infiltrarse ocasionalmente en negocios y sindicatos relacionados con los casinos, pero nunca tendrían la más mínima oportunidad de dominar Atlantic City como lo habían hecho con Kuehnle, Johnson y Farley. El riguroso protocolo de admisión a la industria de los casinos de Atlantic City reducía notablemente el número de candidatos elegibles y, en el mismo proceso, forjó un nuevo tipo de gestión de los casinos. Además, los requisitos de que los solicitantes abonaran una tarifa de solicitud de 200.000 dólares y que sufragasen los gastos del proceso de investigación y de la expedición de la licencia (lo cual, a menudo, se traducía en unos gastos totales superiores a un millón de dólares), además de tener que garantizar la construcción de un hotel de quinientas habitaciones, creó una situación en la que solo las grandes corporaciones de Estados Unidos podrían abrir casinos en Atlantic City. Las exigencias de la Ley de Control de Casinos hacían prácticamente imposible que cualquier entidad que no fuera una corporación que cotizaba en bolsa pudiera convertirse en propietaria y dirigir un casino.
Steven Perskie había elevado el listón de admisión más allá del alcance de la mafia. Los requisitos creados por él garantizaban que los líderes de la nueva industria de Atlantic City fueran todos empresarios experimentados y con una sólida formación. Tendrían prestigiosos títulos de universidades y otros centros de formación especializados en la administración del sector hotelero. Muchos tendrían másteres en Empresariales o titulaciones de Derecho, gestión de hoteles o contabilidad. Ahora, los centros donde tenías que formarte para llegar a ser un ejecutivo en Atlantic City eran sitios como el Centro de Gestión de Hoteles de la Universidad de Cornell y el Centro Wharton de Empresariales de la Universidad de Pensilvania. Poco después, uno de los que se licenciaron en el prestigioso Centro Wharton se convirtió en una de las potencias más importantes de la nueva Atlantic City.