Un segundo mordisco a la manzana
Comenzó a llover cuando bajaba del autobús y se había dejado el paraguas en casa. Solo tenía que caminar dos manzanas, pero con una cadera enferma no podía andar muy rápido y para cuando alcanzó el ayuntamiento ya estaba empapada. Lea Finkler era una inmigrante de la ciudad de Nueva York, pero todo el mundo conocía y respetaba su dedicación a las personas de la tercera edad de Atlantic City. La edad le había encorvado la espalda, pero aun así tenía un cuerpo esbelto y casi atractivo. Era una mujer frágil con el cutis de color ceniza y el pelo corto y canoso. Llevaba gafas y tenía un aspecto descuidado. A pesar de su apariencia, los ojos de Lea la delataban: con ella no se jugaba.
Lea Finkler era una «pantera gris» mucho antes de que el término fuera acuñado o los ciudadanos de la tercera edad se hubieran organizado en asociaciones para proteger sus intereses. Su desprecio por los políticos era notorio y a los políticos locales de Atlantic City les incomodaba la mera idea de enfrentarse a ella. Había llegado para asistir a la reunión de la comisión municipal y, como siempre, exigió ruidosamente que se la incluyera en el orden del día. Había venido para quejarse de la delincuencia callejera. Dos días atrás, varios matones adolescentes habían golpeado y robado a una de sus amigas, en plena tarde, en la puerta de su apartamento. Lea estaba furiosa. «Somos prisioneros. Hace años que no podemos caminar por la calle ni pasear por el paseo marítimo de noche. Ahora ni siquiera podemos salir de nuestras casas para comprar pan y leche. ¿Qué vais a hacer vosotros, pedazo de inútiles, para solucionarlo?».
La oyeron, pero nadie estaba escuchando. Estaban acostumbrados a Lea y ponían en marcha el piloto automático en cuanto ella abría la boca. Cuando hubo terminado, uno de los miembros de la comisión le pidió paciencia y prometió que hablaría con la policía. Le dijo que no había respuestas fáciles pero que la solución a largo plazo residía en reconstruir la economía del balneario sobre el fundamento de los juegos de azar en casinos. Se estaba preparando un segundo referéndum, y cuando fuera aprobado, las calles ya serían seguras para todo el mundo. Le dijeron que antes que proferir insultos debería organizar a sus amigos para apoyar la legalización del juego. Lea no se dejó impresionar y abandonó la sala asqueada, murmurando palabras inaudibles.
A aquellas personas que se tomaban la reconstrucción de Atlantic City en serio, en ningún momento se les ocurrió abandonar la lucha por el juego en casinos. El primer referéndum podía haber sido un desastre, pero fue una experiencia valiosa de la que los defensores de la legalización aprendieron mucho. Dedicaron los meses que siguieron a la derrota de 1974 a analizar la campaña, y la mayoría de la gente no tardó en darse cuenta de los errores que se habían cometido. Joe McGahn y Steve Perskie habían malinterpretado los miedos al juego de los votantes. Estaban demasiado preocupados por la imagen pública de Atlantic City, pensando que la elección de esta como la única comunidad en la que los juegos de azar iban a estar permitidos suscitaría la envidia de los demás. Sin embargo, las encuestas realizadas poco después del referéndum revelaron que lo que los votantes temían más que otra cosa era precisamente lo contrario; es decir, la posibilidad de que los juegos de azar fueran a ser permitidos por todas partes. Los votantes se imaginaban que las farmacias y gasolineras se llenarían de máquinas tragaperras y la idea les parecía repulsiva. Querían que los juegos de azar fueran restringidos solo a Atlantic City.
Otro error de percepción versaba sobre el asunto de la propiedad privada de los casinos. Se había pensado que al abogar por casinos estatales, operados también por el Estado, los votantes tendrían más confianza en la honestidad y eficacia de su gestión. Sin embargo, los votantes tenían otra impresión. No querían burócratas al mando de los casinos y pensaban que las únicas personas que invertirían cantidades serias en Atlantic City eran promotores privados. Por eso pensaban que si reducían el enfoque solo a Atlantic City y permitían una gestión privada de los casinos, el balneario podría enfrentarse a un segundo referéndum con más garantías. Sin embargo, McGahn y Perskie sabían que estos cambios no eran suficientes.
Durante los meses previos al referéndum de 1974, los clérigos de Nueva Jersey acudieron a sus púlpitos cada domingo para predicar contra la maldad inherente de los juegos de azar. Los pastores y los curas eran adversarios duros y sus serios avisos acerca de la amenaza para la moral que suponían los juegos de azar tuvieron un gran impacto, especialmente entre los ciudadanos mayores, la mayoría de los cuales acudió a las urnas para votar en contra de los casinos.
Gracias a una genialidad, tan ingeniosa como cualquier ardid que Nucky Johnson pudiera haber maquinado, McGahn y Perskie redactaron su propuesta en términos que no solo garantizarían el apoyo de los ciudadanos más mayores, sino que también, con el tiempo, neutralizaría la oposición de las iglesias. En la propuesta para el segundo referéndum constaba que los ingresos derivados de los impuestos aplicados a la actividad de los nuevos casinos de Atlantic City serían destinados a un fondo especial. El dinero se utilizaría exclusivamente para financiar los gastos de servicios sociales y los impuestos de bienes e inmuebles de las personas de la tercera edad y de los minusválidos de Nueva Jersey. En esta segunda oportunidad, un voto contra los juegos de azar en casinos sería algo más que un voto contra las amenazas para la moral y el trato especial a Atlantic City; sería un rechazo a la ayuda a los mayores y los minusválidos. Estos se utilizarían como el grito de guerra para la campaña. Atlantic City no podría tener un apoyo más adecuado.
Un aura de urgencia rodeaba este segundo referéndum desde el principio. Era un acontecimiento único en la historia de Atlantic City. Cuando los defensores de la legalización del juego propusieron una segunda campaña dirigida a los votantes de Nueva Jersey, los residentes más veteranos lo veían como una propuesta de vida o muerte, y lo era. Esta era la única esperanza de su ciudad de escaparse del olvido. Si Atlantic City volvía a fallar, no habría una tercera oportunidad.
En la política, la imagen y las estrategias de calendario lo son todo. McGahn y Perskie decidieron que 1976 sería el año en que volverían a la carga. Tradicionalmente, las elecciones presidenciales atraen a más gente a las urnas, y los defensores de la legalización estaban convencidos de que una mayor participación les beneficiaría. Los políticos saben que hay un tipo de votante que se abstiene de acudir a las elecciones estatales y locales, y que vota solo en las presidenciales. Por lo general, este votante es ignorante en temas de política y no conoce demasiado bien los puntos de los programas políticos. Es el tipo de persona que, con toda probabilidad, ni siquiera sabía que hubo un referéndum sobre los juegos de azar en casinos en 1974. Un mensaje bien expresado, dirigido a un grupo tan poco sofisticado, podría marcar la diferencia en las siguientes elecciones. En 1976, este grupo de votantes ascendía a casi 750.000 personas. Si a ellos se añadían los 250.000 votantes de la tercera edad y minusválidos, los defensores de la legalización ya tenían una base para conseguir una mayoría en el segundo referéndum.
El único ingrediente que hacía falta para el éxito era el dinero y una campaña bien orquestada. Al haber cambiado las premisas de la gestión estatal por la privada, la financiación ya no era un problema. En la campaña de 1974, solo ocho contribuyentes habían donado 5.000 dólares o más. En 1976 fueron treinta y tres. Más importante fue la cantidad de dinero procedente de fuentes de más allá de Atlantic City. En el primer referéndum, el total de las contribuciones que venían de fuera y que superaban los 100 dólares solo ascendía a 10.150 dólares. En la campaña del segundo referéndum, esa clase de contribuyentes donó más de 518.000 dólares. Alrededor del 43 por ciento del dinero recaudado venía de empresas foráneas que especulaban con los posibles beneficios que pudieran obtener de los juegos de azar en casinos.
La fuente singular de financiación más importante era una empresa poco conocida de Bahamas, Resorts International, que donó más de 250.000 dólares. En total, los defensores de los casinos consiguieron unos fondos que superaban el doble de lo que habían recaudado la primera vez, subiendo de menos de 600.000 en 1974 a más de 1,3 millones de dólares en 1976. Con tanto dinero a su disposición, no habría dificultades en encontrar un director refinado para vender el nuevo proyecto de Atlantic City a los votantes del estado.
La búsqueda de un estratega de campañas profesional comenzó en serio una vez que la legislatura hubo aprobado las condiciones de la propuesta del referéndum, a principios de mayo. Tras asegurar la financiación necesaria, se constituyó un comité directivo. En menos de una semana se convirtió en el Comité para la Reconstrucción de Atlantic City. No había diletantes entre los miembros del CRAC, que eran las siglas con las que se dio a conocer. Era un grupo con mucho talento que no tardó en convertirse en una fuerza potente. Aparte de McGahn y Perskie, algunas de las personas que formaban parte de esta alianza bipartidaria eran James Cooper, abogado respetado y presidente del Banco Nacional Atlantic; Murray Raphel, exmiembro del Consejo del Condado y el vendedor de mercancías por excelencia; Charles Reynolds, que era el editor del Press y una persona astuta y capaz cuyo periódico era el segundo contribuyente más importante con casi 50.000 dólares; Mildred Fox, una hotelera veterana y una de las primeras impulsoras de los juegos de azar en casinos; Pat McGahn, el hermano del senador, que tenía sus propios contactos en los círculos demócratas a nivel estatal; Frank Siracusa, un vendedor de seguros capaz de coger a los contribuyentes, ponerles boca abajo y agitarles hasta que se les cayeran los últimos centavos; y, finalmente, Hap Farley, que había sido apartado de la campaña de 1974.
Hap se involucró en el CRAC de una manera poco esperada. Steve Perskie contactó con el presidente del Partido Republicano del Condado de Atlantic, Howard «Fritz» Haneman, el hijo del amigo y aliado de Farley, el retirado juez de la Corte Suprema Vincent Haneman. Fritz Haneman fijó una fecha y una hora para la reunión entre los tres políticos. En el último momento, Haneman se puso malo. Sabiendo que era importante involucrar a Farley en la campaña desde el principio, Perskie fue a ver a Hap solo. Farley recibió al sobrino de Marvin Perskie mejor de lo que Steve Perskie hubiera podido esperar. «Era muy amable y me avisó de que deberíamos dejarle trabajar donde más nos podía ayudar: entre bambalinas, trabajando sus contactos por todo el estado de manera privada». Perskie y CRAC estaban encantados de contar con la ayuda de Hap. Esta vez, Farley organizó decenas de reuniones privadas, realizó decenas de llamadas telefónicas, y montó muchas reuniones privadas con líderes políticos de los dos partidos por todo el estado, cobrando deudas que había ido acumulando durante sus treinta y cuatro años en la asamblea legislativa.
La campaña de 1976 estaría liderada por un núcleo potente. Una vez que las personas clave estuvieran amarradas, la primera tarea del CRAC fue la de realizar una búsqueda por toda la nación de alguien que pudiera dirigir la campaña. Su elección fue más que acertada.
Sanford Weiner era un moderno John «Capitán» Young. Al igual que Young, era capaz de vender cualquier cosa. Más que en el sector turístico, Weiner se ganaba la vida diseñando la imagen de candidatos y causas. Vivía en San Francisco y sabía del CRAC por Pat McGahn, que a su vez había conocido a Weiner a través de la campaña que este había organizado para el congresista Paul McCloskey de California. McGahn y McCloskey eran viejos amigos desde su época en los marines. Fue Weiner quien orquestó la sorprendente victoria de McCloskey sobre la congresista Shirley Temple Black. Ahora, en vez de destruir una fantasía, Weiner fue contratado para crear otra.
Por aquel entonces había pocas personas capaces de manipular a los votantes como lo hacía Sanford Weiner. Tras 18 años como consultor político, había montado 172 campañas, de las cuales todas menos 13 habían sido exitosas. En 54 referéndum políticos, sus estadísticas estaban inmaculadas. Era un fumador compulsivo y su dicción era rápida pero calculada. Weiner era un estratega brillante, capaz de apartar las generalidades y centrarse en lo que hiciera falta para conseguir que su mensaje llegara a las masas. Sanford Weiner era el profesional que el CRAC necesitaba para cerrar el último fleco de su proyecto. Un reportero que cubría la actuación de Weiner en la campaña de 1976 observó que:
El reto, cuando Weiner se hizo cargo de él, era importante: volver a vender una causa repetitiva e impopular —manchada más aún por su imagen como perdedora— y presentarla como algo fresco y apetecible. Pero es en este campo donde Sanford Weiner se ha ganado los galones: alterando actitudes, manipulando apariencias, remodelando realidades para reflejar lo positivo. Es un maestro de la ciencia de la persuasión colectiva. Su éxito sugiere un axioma moderno: que el público puede ser convencido de la necesidad de tomar cualquier medicina, siempre y cuando sea promocionada con habilidad.
La primera tarea de Sanford Weiner consistió en hacerse con una visión general del terreno. Dirigió un equipo de voluntarios y trabajadores políticos profesionales para recopilar una prodigiosa cantidad de conocimientos sobre el estado entero: información financiera, estadísticas demográficas o datos sobre las lealtades tradicionales de los votantes. Recogió los datos derivados de esta investigación y los metió en un ordenador para analizar las características del voto en las elecciones anteriores de Nueva Jersey; es decir, el balance y las tendencias de voto por zonas. Estos datos, junto con la información de la oficina del censo acerca de las diferentes regiones, le proporcionaron un perfil general de voto de cada condado y ciudad del estado. Finalmente, a través de sofisticadas técnicas de encuestas telefónicas, se enteró de la actitud general del público hacia la legalización del juego. Estas encuestas fueron financiadas con dinero de Resorts International y se realizaron de manera periódica a lo largo de toda la campaña hasta el día de las elecciones. Constituyeron la base para la elaboración de una serie de estrategias semanales.
Weiner tenía que conocer la opinión de los votantes antes de formular sus argumentos de venta. La persona media vota según sus prejuicios; una campaña eficaz es la que se dirige al votante en términos que refuercen sus convicciones existentes antes que tratar de cambiar su opinión con argumentos didácticos. A principios del verano, a pocas semanas de comenzar su asalto a los medios de comunicación, Weiner supo que el 34 por ciento de los votantes de Nueva Jersey apoyaba la idea de legalizar casinos en Atlantic City, mientras que el 31 por ciento se oponía a ella. El 35 por ciento restante todavía no lo tenía claro. El primer grupo votaría sí independientemente del tipo de campaña que se montara. El segundo grupo ya estaba perdido y no malgastarían el tiempo para tratar de convencerles. La campaña debía centrarse en el voto indeciso.
Generalmente, es más fácil conseguir que la gente vote en contra de alguien o algo que a favor de un candidato o un asunto particular. En el caso de las elecciones políticas, los sentimientos negativos actúan con más fuerza sobre la gente. Es más fácil que el votante que haya tomado la decisión de oponerse a una persona o un asunto acuda a las urnas que lo haga alguien que apoye una causa. La única cosa a la que los defensores de los casinos se oponían era a la pobreza de Atlantic City, lo cual no era un asunto que suscitara emociones fuertes más allá del contexto más inmediato. Weiner sabía que tenía que llegar a los votantes indecisos antes de que otra persona les diera una razón para votar no. En consecuencia, no podía pedirles que rechazasen algo. Si la campaña iba a tener éxito, debería basarse en alguna idea preconcebida del electorado que estuviera lo suficientemente arraigada como para llevar al votante indeciso a las urnas para votar sí.
Weiner encontró lo que estaba buscando en sus primeras encuestas. Al revisar los resultados de sus encuestas telefónicas, Weiner se dio cuenta de que casi ocho de cada diez votantes de Nueva Jersey pensaban que los casinos tenían el potencial de generar grandes beneficios para la administración estatal a través de los impuestos. El votante medio no tenía una idea muy clara de cuánto dinero generarían estos impuestos, pero sí sabían que tenía que ser mucho. Después de todo, ¿acaso Nevada no tenía los impuestos más bajos de toda la nación? Esta era el tipo de actitud general sobre la cual se podía construir una campaña de venta. Los votantes ya creían que los juegos de azar podrían ser algo positivo para sus bolsillos, ya que reducirían los impuestos que ellos tenían que pagar a la agencia tributaria estatal. Weiner ya tenía un objetivo configurado. Lo único que tenía que hacer era reforzar la fe de los votantes con las estadísticas adecuadas.
Una de las varias consultoras contratadas por Weiner para fortalecer su campaña era la Economic Research Associates de Washington, DC. Su estudio predijo el impacto económico que los casinos tendrían en Atlantic City. No importaba que los resultados pudieran ser diferentes: eran buenas cifras, y Weiner las utilizó. Según el estudio, si se legalizasen los juegos de azar, en los primeros cinco años habría una inversión de 844 millones de dólares en la renovación urbana y nuevas construcciones del balneario. Se crearían 21.000 nuevos empleos permanentes, 19.000 trabajos relacionados con la construcción, y se destinarían 400 millones de dólares a pagar los sueldos correspondientes. Tan importante como eso era la estimación de que, para el año 1980, los juegos de azar generarían 17,7 millones de dólares para los ciudadanos con minusvalías y de la tercera edad. Ahora que ya contaba con los números que necesitaba, Weiner creó un cuento de hadas maravilloso: con la legalización de los juegos de azar en casinos, Atlantic City experimentaría un renacimiento y las arcas estatales se colmarían de dinero para los mayores y los minusválidos. Fue el pistoletazo de salida para la campaña.
Para mediados del verano, Weiner aumentó la velocidad. El CRAC estaba en el lugar y en el momento adecuados. Cuando los partidos políticos nacionales realizaron sus convenciones para nominar a sus candidatos para las elecciones presidenciales, los políticos del balneario aprovecharon la oportunidad de cortejar a las personas más influyentes de Nueva Jersey. Se envió una delegación, supervisada y preparada por el CRAC, a cada una de las convenciones. Montaron una serie de eventos glamurosos, financiados por Resorts International, para mimar a los líderes políticos del estado. El mensaje que se envió a los demócratas y los republicanos por igual era el argumento que Hap Farley había utilizado durante años: «Necesito tu apoyo, pero si no puedes ayudarme, hagas lo que hagas, te agradecería que no me hicieras daño». Una muestra de las ventajas derivadas de este tipo de eventos fue el diálogo, oportunamente recogido por los medios de comunicación, entre Pat McGahn y la senadora del Estado Anne Martindell. McGahn: «Ella dijo que ha dejado de pronunciarse en contra de los casinos». Martindell: «No dije eso». «Entonces lo que dijiste fue que estarías demasiado ocupada con la campaña de Jimmy Carter para poder oponerte a ellos en público». «Así es».
Los líderes políticos del estado no eran los únicos que fueron cortejados por el CRAC. Una de las críticas de Weiner al fracaso de 1974 era que había sido una campaña elitista. Decidió crear una tropa de más de cien voluntarios, compuesta por ciudadanos medios de todas las capas de la sociedad, y entrenarles en el arte de la retórica. Los voluntarios fueron informados de aquellas estadísticas de la campaña que Weiner quería que usaran en sus discursos, para garantizar que el mismo mensaje llegara a todas partes. Se concertaron eventos para estas personas a lo largo y ancho del estado, para que hablaran ante gente de su propio estrato social: los trabajadores de la construcción hablaban a los trabajadores de la construcción; los profesores, a los profesores; los médicos, a los médicos; los contables, a los contables, etcétera. Aparte de transmitir el mensaje en términos sencillos por boca de gente normal, Weiner estableció una serie de sedes regionales para la campaña, con especial énfasis en las zonas urbanas del norte de Nueva Jersey. Trabajadores profesionales de la campaña, asistidos por ciudadanos de Atlantic City que viajaban en autobuses, salieron a las calles para repartir propaganda y reclutar seguidores. A menudo contaban con el apoyo de aquellas organizaciones políticas locales que habían metido el asunto de la legalización de los juegos de azar en sus programas electorales. Las tropas de Weiner estaban en marcha.
Cuando se acercaba el día de acudir a las urnas, Weiner organizó un ataque masivo a través de los medios de comunicación, con una fuerza nunca antes vista en la historia de la promoción de los referendums de Nueva Jersey. Desde mediados de octubre hasta el 2 de noviembre, el CRAC invirtió más de 750.000 dólares en publicidad. Salieron anuncios impactantes en los canales de televisión regionales, y se compró tiempo en casi todas las cadenas de radio locales. Durante las últimas dos semanas de la campaña, Weiner preparó 14 anuncios diferentes para la televisión y compró los derechos para retransmitirlos en más de 1.200 ocasiones, en las cadenas de televisión de Filadelfia y Nueva York que cubrían el área de Nueva Jersey. En cuanto a la radio, durante los últimos 14 días hubo más de 4.500 anuncios en 70 cadenas diferentes. En un anuncio típico para la radio, una voz sincera describía la difícil situación sufrida por una anciana de 72 años. «Aunque sea mayor y esté sola, con tal de votar sí a la legalización de los juegos de azar en casinos en Atlantic City, todavía hay tiempo para ayudarla». El locutor explicaba cómo el dinero generado por los casinos podría ayudar a esta pobre anciana a pagar su alquiler y sus facturas de los servicios sociales. Todo el mundo tenía una madre, abuela, tía o vecina mayor. No le costaría nada al votante echarle una mano con las facturas y las recetas médicas. Era la mejor manera de promocionar Atlantic City.
Aparte de los medios de comunicación electrónicos, miles de carteles publicitarios, pósters y pegatinas para coches saturaban las autovías y centros comerciales del estado. El argumento principal apelaba al bolsillo de los votantes: lo que los casinos de Atlantic City podrían hacer por la gente de toda Nueva Jersey. El eslogan de la campaña era «Ayúdate a ti mismo. Vota sí a los casinos». Continuaron con las encuestas telefónicas para calibrar el impacto de la campaña. En las zonas donde los resultados seguían mostrando un porcentaje alto de votantes indecisos, incrementaron los anuncios en televisión y radio hasta la extenuación y los trabajadores de la campaña fueron enviados de puerta en puerta para repartir propaganda del CRAC.
Como medida final para garantizar el éxito, se gastó 170.000 dólares en «dinero para la calle» —según los datos oficiales— el día de las elecciones. El dinero para la calle es una tradición en la política de Nueva Jersey; sin él, los votantes de algunas zonas no acuden a las urnas. En muchos barrios es necesario que trabajadores pagados vayan de puerta en puerta el día de los comicios, sacando a la gente de sus casas, llevándoles a las urnas y, cuando sea necesario, comprarles comida, pasarles una botella u obsequiarles con un par de dólares. El CRAC se aseguró de que hubiera dinero suficiente en las calles de todas las ciudades más importantes del estado para garantizar que, cuando estos votantes finalmente llegasen a las urnas, escogieran la papeleta adecuada.
Sanford Weiner no dejó nada al azar. Al final de la campaña, el electorado de Nueva Jersey ya había sido ampliamente preparado para votar a favor de los casinos. La elección fue una mera formalidad. El sí ganó por una diferencia de más de 350.000 votos. Unos días después, Weiner regresó a San Francisco. En menos de cuatro meses había desempeñado un papel fundamental en la tarea de cambiar el rumbo negativo de Atlantic City.
En los años que siguieron, los casinos produjeron muchos ganadores. A corto plazo, el que más ganó fue el que más había apostado por financiar los esfuerzos de Weiner: Resorts International.
Es muy importante ser el primero. Desde el inicio de la campaña del referéndum, nadie dudaba de que Resorts International fuera a gestionar el primer casino que abriera sus puertas. Lo que nadie pudo prever era el papel dominante que este recién llegado tendría en los primeros años de los casinos. Desde los tiempos de Jonathan Pitney, con su Compañía de Tierras Camden-Atlantic, nadie había tenido la oportunidad de cosechar beneficios tan importantes como los que Resorts International se embolsó. Irónicamente, los inicios de Resorts International estaban tan alejados de los casinos como lo estaba la profesión de Pitney de la fundación de un pueblo con playa.
La historia de Resorts International comienza con una familia llamada Crosby y una empresa con el nombre de Pinturas Mary Carter. John F. Crosby era un abogado y hombre de negocios que había ejercido como fiscal general de Connecticut y como segundo fiscal general en la administración del presidente Woodrow Wilson. Crosby tenía cuatro hijos: uno era propietario de una empresa de construcciones, otro era cirujano plástico, el tercero era un delincuente condenado y el último era corredor de bolsa. Los Crosby se metieron en el mundo de los negocios a través de la Compañía Schaefer Manufacturing, un negocio de fundición de metal de Wisconsin En 1955 los Crosby adquirieron Schaefer y cambiaron el nombre a Crosby-Miler. Varios años después, Crosby-Miler, con la ayuda financiera de un grupo inversor encabezado por el exgobernador de Nueva York Thomas E. Dewey compró la Compañía de Pinturas Mary Carter. El hijo que estaba detrás de esta maniobra era James Crosby, el corredor de bolsa.
James Crosby nació en Long Island, Nueva York, en 1928. Jim Crosby fue educado en colegios privados, se graduó en la Universidad de Georgetown y su primer trabajo fue una breve temporada como gerente de una compañía de pinturas. Después trabajó en una compañía de intermediación empresarial de la ciudad de Nueva York que compraba y vendía bonos. Ocho años más tarde, Crosby fue a trabajar con Gustave Ring, un financiero de Washington, DC. Fue mientras trabajaba con Ring cuando Crosby comenzó a interesarse por una empresa de Nueva Jersey llamada Pinturas Mary Carter. Lo que más le llamaba la atención de Mary Carter no era su pintura —que era mediocre—, sino más bien sus técnicas de marketing. La empresa promovía un programa comercial según el cual ofrecía un segundo bote de pintura por cada uno que vendía, publicitando la iniciativa con estas palabras: «Compra uno, recibe otro gratis». Desde el principio, la estrategia de venta de la empresa fue criticada por asociaciones de consumidores por ser deliberadamente engañosa. La Comisión Federal de Comercio estaba de acuerdo y en 1955 inicio un proceso contra Pinturas Mary Carter que acabó poniendo fin a su novedosa iniciativa comercial. A pesar de su mala fama, Crosby consideraba que Mary Carter era una buena inversión y animó a su familia para que se convirtiera en accionista mayoritario de la empresa.
Para el año 1960, el carácter de la corporación que terminaría convirtiéndose en Resorts International ya estaba tomando forma. Crosby reclutó al licenciado de Harvard Business School Irving «Jack» Davis para ayudarle con la gestión. Juntos encabezaron un grupo muy unido de familiares y amigos que dirigían el negocio. La firme voluntad de Crosby de mantener el carácter familiar del negocio queda reflejada por la estructura de las acciones que salían a la venta cuando decidieron empezar a cotizar en bolsa. Se crearon dos clases de acciones: las del tipo A y las del tipo B. Había muchas más A que B; sin embargo, una acción del tipo B otorgaba cien veces más poder de decisión que una del tipo A. Casi todas las acciones del tipo B estaban en manos de miembros del círculo íntimo de Crosby. Los inversores de fuera eran bienvenidos, pero el verdadero poder de la corporación se mantenía fuera de su alcance. Debido a esta estructura, a la que dieron continuidad bajo el nombre de Resorts International, se prohibieron las transacciones de compraventa de las acciones en la prestigiosa bolsa de New York Stock Exchange y solo podían venderse en la American Stock Exchange.
Con los recursos financieros que obtuvieron de los nuevos accionistas, Pinturas Mary Carter quería atrapar a más clientes. A principios de la década de 1960, ya poseía más de setenta tiendas y su red de franquicias contaba con más de doscientos puntos de venta. A pesar del éxito de la expansión de las actividades de Mary Carter, su fracción del mercado se estaba quedando cada vez más reducida. La competencia era demasiado grande y estaba demasiado bien asentada y los márgenes de beneficio eran demasiado escasos. Crosby sabía que tendría que diversificar las operaciones de Mary Carter si pretendía salvar los intereses económicos de su familia. Crosby y Davis encontraron una oportunidad en un mundo muy lejano a la industria de pinturas americana: el Caribe.
Cuando Fidel Castro derrocó al dictador cubano Fulgencio Batista, puso fin al capitalismo en cualquier forma. Con su revolución, Castro echó al amigo de Batista, Meyer Lansky de la isla. Bajo la dirección de Lansky, el crimen organizado había amasado fortunas a través de la gestión de casinos en Cuba, prestando sus servicios a turistas estadounidenses y europeos. Cuando Batista se marchó, Meyer Lansky y sus socios necesitaban una nueva isla para hacer negocios. Se fijaron en las Bahamas.
La gente de Lansky encontró un aliado en la persona de sir Stafford Sands, el hombre más poderoso de las Bahamas. A principios de los años sesenta, en muy poco tiempo se emitieron varias licencias para casinos a personas del círculo de Meyer Lansky. Una de estas personas era el condenado estafador de bolsa Wallace Groves. Cuando Groves abrió su casino en 1964, los puestos clave estaban ocupados por gente que había trabajado en los casinos de Meyer en Cuba. En la misma época que los secuaces de Lansky estaban estableciendo sus negocios, había un inversor legítimo que trataba, sin éxito, de obtener una licencia para abrir un casino. Era Huntington Hartford, el heredero del imperio de A&P[14]. Groves, Hartford y Mary Carter, sería difícil encontrar una combinación menos probable.
En 1962, un abogado de Mam, Richard Olsen, habló a Crosby de las Bahamas como un lugar adecuado para inversiones inmobiliarias. Aquel año, Pinturas Mary Carter adquirió varias propiedades en la isla de Gran Bahama. Tres años más tarde, Olsen volvió a ponerse en contacto con Crosby, esta vez en relación con la isla del Paraíso, el fracasado proyecto urbanístico de Huntington Hartford. Desde finales de los años cincuenta, Huntington Hartford había invertido casi treinta millones de su fortuna personal en la isla que antaño era conocida como la isla de los Cochinos. Hartford había hecho más que cambiar el nombre: había construido un lujoso hotel, un restaurante, un campo de golf, canchas de tenis, piscinas y exóticos jardines con terrazas. Sin embargo, sin una licencia para los juegos de azar, la inversión de Hartman estaba condenada a fracasar. Después de varias solicitudes rechazadas, el Gobierno de las Bahamas le notificó que necesitaba un socio adecuado para obtener una licencia. Hartford era amigo de Richard Olsen y le contó todo sobre sus problemas con Sands. Olsen se acordaba del interés de Crosby en las Bahamas y se puso en contacto con él de parte de Hartford.
En febrero de 1965, Crosby y el abogado de la empresa Charles Murphy se reunieron con Hartford en la ciudad de Nueva York. Debido a la personalidad de Hartford, las negociaciones fueron difíciles, pero al final llegaron a un acuerdo. Antes de que Crosby invirtiera dinero en la isla del Paraíso, necesitaba garantías de que iba a obtener una licencia de casino. Crosby acudió directamente a Stafford Sands, que le sometió al mismo tratamiento que había dado a Hartford; es decir, podría obtener una licencia siempre y cuando tuviera un socio adecuado. Esta vez Sands habló en términos más claros y dijo a Crosby que su socio tenía que ser Wallace Groves. Crosby aceptó y, después de varios meses de negociaciones, a principios de mayo de 1966 se fundó la sociedad Mary Carter-Groves-Hartford.
Era necesario crear varias empresas nuevas y pusieron a Stafford Sands al mando de los asuntos legales de la sociedad. Pinturas Mary Carter pagó 250.000 dólares a Sands por sus servicios. Según los planes perfilados por Stafford Sands, Pinturas Mary Carter compraría el 75 por ciento de las acciones de la isla del Paraíso por una cantidad de 12,5 millones de dólares. El 25 por ciento restante se quedaría en manos de Hartford. En cuanto al casino, de fundamental importancia, Groves se haría cargo de su gestión y sería propietario del 40 por ciento del negocio, mientras que la empresa de Crosby controlaría el resto. Pinturas Mary Carter había entrado en el negocio de los casinos.
Las maquinaciones de Mary Carter, Groves y Hartford no pasaron desapercibidas al Departamento de Justicia de Estados Unidos. El Gobierno federal ya había enviado a un equipo de trabajo a las Bahamas para investigar las inversiones en casinos por parte de las familias del crimen organizado de Estados Unidos. El fiscal del Departamento de Justicia Robert Peloquin —quien más tarde se unió a Intertel, una empresa de seguridad cuyo propietario era Resorts International— informó al gobierno acerca de la operación de los casinos en la que Pinturas Mary Carter estaba involucrada. En un memorándum que más tarde resultaría un tanto embarazoso, Peloquin detalló los términos de los acuerdos entre las distintas partes y concluyó que «el asunto tiene toda la pinta de estar relacionado con Lansky».
La asociación entre Pinturas Mary Carter y Wallace Groves no duró mucho tiempo. Unos artículos publicados en el Saturday Evening Post y Life Magazine a principios de 1967 revelaron la corrupción de los procedimientos de adjudicación de licencias para casinos en las Bahamas. Los artículos se concentraban en las relaciones criminales entre las personas de la industria de los casinos en las Bahamas, en particular en Wallace Groves. A Crosby le preocupaba esta mala publicidad y obtuvo inmediatamente permiso del Gobierno de las Bahamas para comprar la parte de Wallace en la empresa. Groves ya estaba fuera, pero los empleados que este había contratado para el casino, varios de los cuales estaban relacionados con Meyer Lansky, seguían manejando la situación en la empresa.
Mientras los ingresos de los negocios de la pintura disminuían, el casino de la isla del Paraíso prosperaba y al final Crosby abandonó Pinturas Mary Carter. En 1968 se vendió el negocio de pinturas al completo y nació Resorts International. Poco después, Crosby comenzó a mirar hacia fuera en busca de nuevas oportunidades de establecer hoteles en destinos turísticos, y también con el propósito de extender sus operaciones de juego. Buscó por todo el mundo sin éxito, y durante los siguientes años, Resorts International estuvo confinada a las Bahamas. Sin embargo, cuando se enteró de que el texto modificado para el segundo referéndum sobre los juegos de azar en Nueva Jersey permitía inversores privados, Crosby decidió echar un vistazo a Atlantic City.
La ciudad que Jim Crosby encontró en el invierno de 1976 era un lugar deprimente, pero la gente del lugar todavía sabía cómo dar la bienvenida a sus visitantes. Cuando Crosby y sus socios más importantes dieron una vuelta por Atlantic City por primera vez, fueron recibidos como héroes conquistadores. Se montó una caravana de limusinas, escoltada por la policía local, para la delegación de las Bahamas. Nadie sabía muy bien por qué la gente del lugar se esforzaba tanto. Lo que importaba era que el balneario contara ya con un inversor de fuera con dinero.
La sordidez y la desolación que Crosby encontró en Atlantic City le abrieron los ojos a la realidad del lugar. A pocos pasos del afamado paseo marítimo, bloques enteros de edificios habían sido derribados y no había señales de que fueran a ser reconstruidos; había hectáreas de terrenos llenos de basura y escombros. Centenares de edificios habían sido arrasados por el fuego y había decenas de destartaladas pensiones ocupadas por personas mayores pobres y asustadas. Los hoteles del paseo marítimo, que era lo que más le interesaba a Crosby, parecían grandes cavernas abandonadas. Ninguno de ellos había obtenido beneficios en los últimos años. Ni siquiera había dinero para derribar la mayor parte de ellos. Solo un visionario o un loco podía haber visto oportunidades de negocio en Atlantic City. Crosby pudo haber tenido un poco de las dos cosas. Decidió que Atlantic City sería el lugar para la primera expansión de Resorts. Pinturas Mary Carter estaba volviendo a Nueva Jersey.
Al igual que hiciera con sus operaciones del pasado, Crosby no dudó en echar raíces en Atlantic City. Entró de cabeza. En poco tiempo, Resorts International firmó un contrato de compra para adquirir el Chalfonte-Haddon Hall, un hotel viejo, pero todavía recuperable, de mil habitaciones en el paseo marítimo. La empresa de Crosby se hizo con la propiedad antes del referéndum de los casinos y pagó aproximadamente siete millones de dólares por ella. También se hizo con los derechos de compra de un terreno de veintitrés hectáreas, abandonado por la ciudad, junto al paseo marítimo. Sin embargo, el papel de Resorts International en la campaña de 1976 resultó más importante que sus inversiones; CRAC nunca habría podido despegar si no hubiera sido por los adelantos de dinero que la empresa de Crosby aportó. Nada más certificarse la victoria en el referéndum, Resorts International movió ficha para afianzar su posición en Trenton. Crosby contrató a la gente adecuada para garantizar que le enchufaran en el poder legislativo del Estado cuando este comenzara a trabajar en la asamblea legislativa para la regulación del juego. Tres de los abogados que representaban sus intereses en Trenton eran Patrick McGahn, el hermano del senador estatal Joseph McGahn; Marvin Perskie, el tío del miembro de la asamblea Steven Perskie; y Joel Sterns, el principal consejero legal del anterior gobernador, Richard Hughes, y consejero de los ««Demócratas en apoyo a Byrne» en la exitosa campaña electoral de Brendan Byrne para las elecciones a gobernador.
Cuando la asamblea legislativa finalizó su trabajo, Crosby había salido muy bien parado. Las preocupaciones que pudiera haber tenido sobre controles estrictos de concesión de créditos a los jugadores, copas gratuitas, horarios y apuestas mínimas nunca se materializaron. Cada uno de estos asuntos era importante para los dueños de los casinos. Comprendían la psicología del juego y temían que unos controles estrictos pudieran dañar los negocios de la casa.
Con la aprobación de la Ley de Control de Casinos en junio de 1977, el crédito para los jugadores ya no era un problema; se permitían las copas para los jugadores sin la necesidad de licencias, los casinos podían operar dieciocho horas al día entre semana y veinte horas al día los fines de semana, y las apuestas mínimas eran reguladas por la Comisión de Control de Casinos mediante normas que beneficiarían a la industria del juego.
En la asamblea legislativa también se debatieron propuestas contra cuya aprobación Resorts International luchó. Una de las primeras sugerencias era no permitir que ningún casino abriera sus puertas hasta que un mínimo de tres casinos estuvieran operativos. Los representantes de Crosby procuraron que este proyecto de ley nunca viera la luz del día. Por muy breve que fuera a ser el monopolio de Resorts International, ellos querían cosechar los beneficios derivados del hecho de ser el primer casino en abrir sus puertas en Atlantic City. Otra medida que se debatió, pero que quedó fuera de la Ley de Control de Casinos, proponía prevenir que un casino de Atlantic City pudiera llevar a cabo otras operaciones fuera de Nueva Jersey. Resorts pudo continuar con su casino en la isla del Paraíso, a pesar de sus cuestionables relaciones en las Bahamas.
Un último asunto de vital importancia para Resorts International era el permiso para usar las instalaciones del hotel existente, el Chalfonte-Haddon Hall, para albergar el casino, para no tener que construir un nuevo edificio. Todavía había gente que pensaba que el propósito de legalizar el juego residía en el impulso que esto suponía para la construcción de nuevos hoteles, no la renovación de los viejos. Sin embargo, al final nadie, ni la asamblea legislativa ni el gobernador, ni tampoco los detractores de los casinos, pudo obviar la voluntad de Resorts de establecerse en Atlantic City previa al referéndum de 1976. El casino de Resorts International abriría sus puertas mucho antes que cualquier otro. Sin embargo, Jim Crosby no había contado con la burocracia de Nueva Jersey. Se creó una agencia de investigación, la División de Control de los Juegos de Azar, para supervisar la selección de solicitudes de licencias de casinos e informar a la agencia regulatoria, la Comisión de Control de Casinos. Desde el primer momento, las labores de la División estuvieron obstaculizadas por disputas internas, debates acerca de la competencia de sus miembros y por las tensiones entre la División y la Comisión. La mayoría de los investigadores contratados por la División eran viejos funcionarios estatales que no contaban con la experiencia necesaria para analizar los asuntos relacionados con las prácticas financieras de Crosby y Resorts. Más que las habilidades de un agente de policía, lo que hacía falta era la experiencia de un agente del FBI o de Hacienda. Un grupo de contables, abogados y personal administrativo, que acusaba la misma falta de experiencia en los intrincados procesos de un negocio de casinos, trabajaba junto con estos agentes de policía. La División hincó el diente en la solicitud, pero los meses pasaron y el proceso de revisión no parecía acabar nunca.
A principios de 1978, un año y medio después del sí de los votantes, todavía seguía la investigación de Resorts. Jim Crosby estaba enfadado. La demora en la investigación comenzó a suscitar críticas por parte de los políticos y de los medios de comunicación. Para el público en general, el retraso de la puesta en marcha de los casinos era consecuencia de la torpeza de la burocracia. No importaba que Resorts International fuera una entidad financiera compleja con una larga historia, varios subsidiarios y un pasado manchado por algunas relaciones dudosas. La presión continuó creciendo y los abogados de Resorts convencieron a la asamblea legislativa de que tenía que tomar cartas en el asunto. El plan, que se atribuye a Joel Sterns, consistió en adjudicar una licencia temporal a Resorts para la gestión de su casino.
La empresa de Crosby obtuvo un permiso de seis meses, renovable por noventa días, hasta que terminase la investigación. Tras conseguir saltarse el proceso de revisión, el 28 de mayo de 1978 Resorts abrió sus puertas a miles de clientes que estaban, literalmente, haciendo cola para entrar. Al cabo de varios meses, Resorts International emergió como el casino más rentable del mundo. En 220 días de negocio en el año 1978, Resorts obtuvo unos beneficios brutos que superaban los 134 millones de dólares. En 1979, su primer ejercicio completo de operaciones, Resorts consiguió unos increíbles 232 millones brutos.
Durante el tiempo en que Resorts era el único casino de la ciudad, la demanda era enorme. Manadas de ansiosos clientes hacían cola durante horas, fueran cuales fuesen las condiciones meteorológicas, para disfrutar del privilegio de jugar en un casino. La estampa era memorable. Desde luego, Resorts no tenía problemas con el marketing. Las únicas preocupaciones eran de índole logística: controlar la afluencia de clientes y la seguridad, contar dinero, supervisar a los empleados y limpiar las instalaciones.
Resorts International había dado uno de los golpes de efecto más importantes en la historia del mundo de los negocios. Fue muchísimo más grande de lo que Crosby se hubiera podido imaginar.
La licencia temporal resultó ser un chollo para Resorts, pero fue una pesadilla para la División. Bajo la Ley de Control de Casinos, la tradición anglosajona de presumir la inocencia de una persona hasta que se demuestre lo contrario quedaba invertida. Para recibir el visto bueno a su solicitud, se suponía que Resorts tenía que demostrar que se merecía una licencia; es decir, que no hubiera incurrido en cualquier conducta errónea o relación que pudiera minar la confianza de los ciudadanos en su capacidad de gestionar un casino honradamente. Sin embargo, una vez otorgada la licencia temporal, el peso de la presunta culpabilidad fue efectivamente invertido. Ahora correspondía a la División demostrar que Resorts no estaba a la altura de la concesión.
El informe de la División fue remitido a la Comisión en diciembre de 1978, más de seis meses después de que el público hubiera empezado a jugar en el primer casino de Atlantic City. La recomendación de denegar una licencia permanente decepcionó a los defensores de los casinos y enfureció a Jim Crosby. En su informe, la División citó diecisiete «excepciones» —hallazgos derivados de la investigación— que constituían el argumento clave para su decisión de oponerse a la adjudicación de una licencia a Resorts International. La mayoría de las diecisiete excepciones versaba sobre las actividades de Pinturas Mary Carter y Resorts International en las Bahamas. El informe detallaba las interacciones entre Resorts y Wallace Groves y los pagos al brazo fuerte del Gobierno de las Bahamas, sir Stafford Sands. La División acusaba a la empresa de Crosby de haber conseguido financiación de personas de dudosa reputación para establecer su casino en la isla del Paraíso, entre las cuales se encontraban varios individuos cuyas licencias como corredores de bolsa habían sido revocadas por manipular las acciones de Pinturas Mary Carter. Otras personas habían sido condenadas por violar las leyes contra la banca criminal.
La División sostenía que Resorts, en sus operaciones en la isla del Paraíso, había continuado asociándose con personas relacionadas con el mundo del crimen pese a haber informado a las autoridades de Bahamas del fin de estas relaciones. El informe acusaba a Resorts de mantener un fondo no oficial del cual realizaba pagos a funcionarios del Gobierno en las Bahamas a cambio de lo que Resorts describía como un tratamiento de «buenas intenciones». Finalmente, la División criticaba los controles internos de contabilidad tanto en sus operaciones en la isla del Paraíso como en el casino «temporal» de Atlantic City.
El informe se quejaba de que los procedimientos utilizados prevenían una contabilidad rigurosa del dinero que circulaba en las operaciones del juego. La División señalaba que estas prácticas habían sido criticadas por la propia agencia de seguridad de Resorts, Intertel, entre ellas algunos procedimientos que creaban una «zona totalmente expuesta al robo» en el casino. La División argumentaba que al continuar con estas prácticas, tras los avisos de Intertel, la dirección de Resorts había demostrado que no era apta para obtener una licencia. Crosby y sus abogados respondieron a las acusaciones de la División exigiendo una oportunidad de explicarse. Sostenían que el informe no señalaba nada nuevo y que todo tenía una explicación. El presidente de la Comisión, Joseph Lordi, fijó el 8 de enero de 1979, como fecha para el inicio de la vista. Cuando esta comenzó, Resorts estaba representada por el abogado de Newark Raymond Brown.
Por aquel entonces, Ray Brown era el principal abogado penalista de Nueva Jersey. Era un hombre alto, de piel blanca, de sesenta y pico años. Llevaba bigote y tenía un aspecto modesto. Normalmente vestía trajes demasiado grandes y zapatos desgastados, pero las apariencias engañaban. Como abogado actuaba como una fiera y dominaba todas las salas de vistas en las que entraba. Nadie le superaba como estratega. Puesto que el cliente de Brown era el que tenía que demostrar que se merecía una licencia, Resorts tenía derecho a responder al informe de la División antes de que el Estado comenzara con su acusación. En vez de enfrentarse a las diecisiete excepciones desde el principio, Ray Brown comenzó su defensa apelando a una serie de testimonios que no tenían nada que ver con las acusaciones de la División. Brown preguntó a sus testigos sobre asuntos como las condiciones para celebrar banquetes, las salas de reuniones, las zonas de aparcamiento y otras cosas específicamente relacionadas con la instalación eléctrica, los desagües y el sistema de ventilación del hotel, así como numerosos detalles acerca de las obras de rehabilitación del edificio de Resorts.
La estrategia de Brown estaba calculada para adormilar a la Comisión y aburrir a los medios de comunicación para que perdieran el interés por el caso. Funcionó. Al final, G. Michael Brown, el asistente del fiscal general que encabezaba la acusación por parte del Estado, propuso que se olvidara de los testigos, ya que estaba dispuesto a reconocer formalmente que el hotel sí alcanzaba los requisitos de la Comisión, pero Ray Brown se negó a hacerlo y prosiguió con la defensa según el plan. La vista continuó y, al final, Ray Brown llamó a Jim Crosby y los otros socios clave de la corporación. Justificaron las alianzas pasadas de Resorts alegando que cada vez que la dirección había sido notificada del dudoso pasado de una persona, había terminado la relación. En cuanto a los negocios con el Gobierno de las Bahamas y el pago de los 250.000 dólares a Stafford Sands, eran, simplemente, la manera en la que se hacían negocios en las Bahamas.
La exposición de Ray Brown ante la Comisión duró casi seis semanas. La acusación de la División, realizada por Michael Brown, terminó en tres días. No era lo que se hubiera podido esperar tras leer el informe de la División, precisamente. Michael Brown trajo a varios investigadores de la División que relataban entrevistas con individuos que habían proporcionado la información inculpatoria sobre Resorts. Sus afirmaciones fueron un pobre sustituto del testimonio directo de los propios testigos. La exposición de la División en ningún momento estuvo a la altura de las diecisiete excepciones que los medios de comunicación habían adelantado antes de las vistas. Al final, la Comisión votó de manera unánime en contra de la recomendación de la División y otorgó una licencia de casino permanente a Resorts International.
La redacción de noticias de la CBS comentó la decisión de la Comisión mediante una lección satírica dirigida a futuros solicitantes de licencias de casino:
Tenéis que saber que no pasa nada por tener empleados que se han formado en casinos ilegales […] y seguir con ellos incluso después de que se haya demostrado que han mantenido relaciones sospechosas con el crimen organizado […], tampoco pasa nada por haber pagado dinero a funcionarios de un país extranjero donde tengáis otro casino y haber obviado estos pagos en los libros de contabilidad de vuestra empresa […], el truco reside en admitir estas cosas y decir: «Vale, lo hemos hecho, pero ya no lo hacemos».
Independientemente de lo que los medios de comunicación pudieran decir sobre la ética corporativa de Resorts International, Atlantic City estaba encantada con la decisión. Nucky Johnson y Jim Crosby se hubieran llevado de maravilla.