REGRESO A LA TIERRA
Gelle-Klara Moynlin, mi amor, mi amor perdido. Allí estaba, mirándome al otro lado de la pantalla de la PV, mostrando un aspecto en modo alguno mayor que el de la última vez que la había visto, tantas y tantas décadas atrás… pero sin que tampoco esta vez su aspecto fuera mejor, ya que en ambas ocasiones había sido tan duramente zarandeada por los acontecimientos como pueda serlo una persona. Sin mencionar el hecho de que la última paliza se la había propinado yo.
Pero a pesar de haberlas pasado muy negras y de evidenciarlo, a mi Klara le quedaban aún muchas reservas. Le dio la espalda a la pantalla desde la que había transmitido su mensaje a la raza humana y asintió a lo que el Capitán le preguntó.
—¿Se lo has dicho ya? —le preguntó con ansiedad—. ¿Les has dado las instrucciones tal y como te dije?
—Exactamente igual —le contestó Klara, y añadió—: Tu inglés es mucho mejor, ¿por qué no lo has transmitido tú mismo?
—Es un asunto demasiado importante como para correr riesgos —dijo el Capitán apresuradamente mientras daba media vuelta.
La mitad de los tendones de su cuerpo estaban ahora crispados y serpenteaban, y no era el único. El resto de su leal tripulación estaba tan agitada como él mismo, y en las pantallas de comunicación que mantenían su nave en contacto con las demás de la gran flota podía ver los rostros de los otros capitanes. Era una gran flota, pensó el Capitán, observándola en las imágenes que la mostraban en orgullosa formación; pero, ¿por qué era aquélla su flota? No necesitaba preguntárselo. Conocía la respuesta. Los refuerzos que le habían sido enviados desde el corazón del agujero negro sumaban más de cien Heechees, y al menos una docena de entre ellos estaban en posición de darse a sí mismos el título de superiores suyos si así lo deseaban. Fácilmente habrían podido afirmarse en el control de la flota. Pero no lo habían hecho. Habían permitido que aquélla fuera su flota porque de ese modo era también suya la responsabilidad, y suya sería también la esencia que iría a reunirse con las mentes de sus antepasados si las cosas iban mal.
—Qué insensatos son —masculló, y los músculos de su comunicador se crisparon al asentir.
—Voy a ordenarles que mantengan el orden más cuidadosamente —dijo—, si es a eso a lo que te refieres.
—Desde luego, Zapato.
El Capitán suspiró mientras observaba como su comunicador disparaba las instrucciones a los demás capitanes y comunicadores. La silueta de la armada volvió a reorganizarse lentamente mientras los grandes cargueros, capaces de dar cabida a mil metros cúbicos de carcasa metálica en forma de esfera y de llevarlos a cualquier lugar, retrocedían hasta situarse detrás de los transportes y de las naves más pequeñas.
—Hembra humana Klara —la llamó—, ¿por qué no contestan?
Ella se encogió de hombros con rebeldía.
—Lo estarán discutiendo.
—¡Discutiendo!
—Traté de advertírselo —le dijo ella con resentimiento—. Hay más de una docena de estados mayores que deben ponerse de acuerdo, sin contar los centenares de estados más pequeños.
—Centenares de estados más pequeños —gruñó el Capitán, intentando imaginarse semejante cosa. No pudo…
Bien. Todo eso sucedió hace mucho tiempo, sobre todo si lo medimos en femtosegundos. ¡Han sucedido tantas cosas desde entonces! Tanto que, a pesar de estar ampliado, me resulta difícil abarcarlo todo a la vez. Es incluso más difícil (tanto si es con mi propia memoria como si es con la de algún otro) recordar cada detalle de cada uno de los sucesos que tuvieron lugar, aunque, como puede verse, puedo recordar bastantes cuando me pongo a ello. Pero aquella imagen no me ha abandonado. Allí estaba Klara, con sus espesas cejas negras fijas en los Heechees que temblaban de miedo y de angustia; también estaba allí Wan, al borde del coma, olvidado por todos en un rincón de la cabina. Allí estaba la tripulación Heechee, temblorosa y murmurándose cosas los unos a los otros; y allí estaba el Capitán, contemplando con orgullo y temor la armada que había resucitado al convocarla él para su misión. Se lo estaba jugando todo a una sola carta. Ignoraba qué podía ser lo que ocurriera a continuación; se esperaba cualquier cosa y se temía todo, pero creía que nada de lo que pudiera ocurrir podría sorprenderle… hasta que sucedió algo que le sorprendió muchísimo.
—¡Capitán! —gritó Mestiza, la integradora—. ¡Hay más naves!
El Capitán se animó.
—¡Ah! —aplaudió—. ¡Por fin responden! —Era curioso que los humanos lo hicieran físicamente en lugar de por radio, pero ya de entrada, los humanos eran bien extraños—. ¿Intentan comunicarse con nosotros, Zapato? —preguntó, y el comunicador retorció sus tendones dando a entender que no. El Capitán suspiró—: Hay que tener paciencia —dijo mientras estudiaba las imágenes. Desde luego, las naves humanas se estaban acercando sin orden ni concierto. De hecho, daba la impresión de que las hubieran apartado de lo que quiera que fuese que estaban haciendo y las hubieran precipitado al encuentro de los Heechees, a toda prisa, sin el menor cuidado… casi frenéticamente. Una de ellas estaba a distancia lo suficientemente breve como para comunicar por radio; había otras dos un poco más lejos, y una de esas dos iba a una velocidad desenfrenada en la dirección equivocada.
El Capitán siseó sorprendido.
—¡Hembra humana! —ordenó—. ¡Ven aquí y dales la orden de que tengan más cuidado! ¡Mira lo que están haciendo!
De la nave más cercana había salido un objeto, un artefacto primitivo a propulsión química, demasiado pequeño como para dar cabida ni tan siquiera a una sola persona. Iba acelerándose a medida que se acercaba al corazón de la formación Heechee, y el Capitán hizo un gesto de asentimiento a Narizblanca, quien rápidamente ordenó un movimiento brusco que apartó a los cargueros más cercanos del peligro.
—¡Han de tener más cuidado! —gritó con severidad—. ¡Podrían colisionar con nosotros!
—No por casualidad —le contestó ella en tono grave.
—¿Cómo? Creo que no te entiendo.
—Eso de ahí son misiles —dijo Klara—, y llevan cabezas nucleares con fines bélicos. Ésa es su respuesta. ¡No esperan a que tú les ataques, te están atacando ellos primero!
¿Lo ven ahora? ¿Son capaces de ver al Capitán allí de pie con los tendones enloquecidos y la boca abierta, mirando incrédulamente a Klara? Se mordió su labio inferior duro y delgado y le echó rápidas ojeadas a la pantalla. Allí estaba su flota, la enorme caravana de cargueros y transportes, despertada tras medio millón de años de estar oculta para que él —con serias dudas, con grave riesgo para su persona— pudiera ofrecer a la raza humana, en turnos de dos millones, una manera generosa de alejarse de los Asesinos y un refugio seguro en el que esconderse de éstos en el mismo lugar en que se escondían los propios Heechees.
—¿Que nos están disparando? —repitió sin darle crédito—. ¿Para hacemos daño? ¿Para matarnos si les es posible?
—Exactamente —respondió Klara con ferocidad—. ¿Qué esperabas? Si quieres guerra, ahí la tienes.
El Capitán cerró los ojos, escuchando a medias el horrorizado siseo y el zumbido que producía su tripulación a medida que Narizblanca les iba traduciendo.
—Guerra —musitó sin poder creérselo, y por primera vez en su vida deseó unirse a las mentes de sus antepasados sin miedo y casi con alivio, ya que, por malo que fuese, ¿cómo iba a ser peor que aquello?
Y mientras tanto…
Y mientras tanto todo ocurrió demasiado deprisa, o casi, pero por suerte para todos, no del todo. El misil de la nave brasileña era demasiado lento para acertarle a la nave Heechee, que esquivó el tiro. Cuando estuvieron en disposición de volver a abrir fuego —mucho antes de que cualquier otra nave humana estuviera lo bastante cerca— el Capitán había conseguido que Klara le comprendiera, y ésta estaba de nuevo frente a la radio, y el nuevo mensaje salió. No se trataba de una flota; invasora. Ni siquiera un comando de castigo. Se trataba de una misión de rescate… y de una advertencia de lo que había hecho que los Heechees corrieran a esconderse y que era ahora, también, nuestra preocupación.