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richard, sentado a solas a cierta distancia, recostó la espalda contra la rugosa pared de un pequeño afloramiento en forma de saliente de granito, contemplando la pequeña fogata a lo lejos. Podía distinguir las formas de los hombres que dormían. La luz del fuego se reflejaba sobre una baja pared rocosa protectora situada a poca distancia y en la parte inferior de las anchas ramas de pinos que se alzaban imponentes alrededor de ellos. El olor del humo de la fogata y el chasquido de la madera al arder eran reconfortantemente familiares, incluso aunque esos bosques y esa tierra siniestra no lo fueran.

La luna estaba oculta tras espesas nubes, pero al menos había dejado de llover. La capa de nubes, no obstante, la convertía en la más oscura de las noches, y estas siempre resultaban inquietantes. Siempre lo hacían sentir como si lo vigilaran desde la oscuridad.

Richard montaba guardia. Todo el mundo, por supuesto, había puesto objeciones.

Él las había rechazado. Quería estar solo.

Le producía un gran alivio estar regresando al fin al Palacio del Pueblo, por no mencionar el hecho de tener a Kahlan y a la mayoría de sus amigos a salvo. No sabía qué iban a hacer con respecto al rey espíritu que Hannis Arc había hecho regresar del mundo de los muertos. Tampoco con respecto a la caída de la barrera que confinaba al tercer reino y todos los mediopersonas y muertos vivientes que andaban sueltos. Tampoco sabía qué tramaba Hannis Arc, pero sabía que no podía ser nada bueno.

Y por supuesto no sabía cómo se suponía que debía poner fin a la profecía.

A lo mejor la máquina de los presagios, enterrada durante milenios bajo el Jardín de la Vida, tendría una respuesta a esa pregunta. Una máquina consagrada a la profecía que tal vez sería capaz de decirle cómo poner fin al propósito de su existencia.

Supuso que una vez que estuvieran de vuelta, y Nicci y Zedd pudieran por fin curarlos a Kahlan y a él, tendría una oportunidad de dilucidar todo aquello. Sabía que para poder hacerlo necesitaría encontrar el resto del libro Regula, escondido en el Templo de los Vientos en la época de la gran guerra, en tiempos de Magda Searus y el mago Merritt.

«Los problemas de uno en uno —se dijo mentalmente con un suspiro—, de uno en uno».

«No pienses en el problema, piensa en la solución», diría Zedd.

Se recordó que debía pensar en los puntos positivos, en todo lo que había conseguido.

Tenían a Kahlan de vuelta y a salvo. Había conseguido sacar a Zedd y a Nicci y a la mayoría de los soldados de una prisión custodiada por el inframundo mismo. Supuso que ya había ido más lejos y hecho más de lo que jamás habría pensado que sería capaz.

Sencillamente tendría que afrontar el resto de los problemas a su debido tiempo. Ahora que volvían a estar juntos, tendría a Zedd y a Nicci para ayudar, y en el palacio habría otros con vasta experiencia, como Nathan, el profeta.

Richard divisó a Cara, que iba hacia él en la casi total oscuridad. Permaneció donde estaba recostado en la roca, observando cómo se acercaba.

La mord-sith finalmente se detuvo delante de él.

—Lord Rahl, ¿puedo hablar con vos?

—Desde luego que puedes, Cara. Ya lo sabes.

Ella asintió, sin querer cruzar la mirada con la suya.

—Lord Rahl, he venido para pediros algo.

—¿Qué quieres?

La cabeza de la mujer ascendió finalmente.

—Quisiera mi libertad.

—¿Tu libertad?

—Así es. Os he servido honrosamente. Ahora, a cambio de mis servicios, pido que me concedáis mi libertad.

—Cara, no puedo hacer eso.

Ella alzó el mentón.

—¿Puedo preguntar por qué no?

—Porque no soy tu dueño. Ya eres libre. Siempre te he dicho que tú y el resto de las mord-sith permanecéis conmigo por vuestra libre elección. Todas sois libres de iros en cualquier momento. Es por eso por lo que libramos la guerra. Yo no tengo otro dominio sobre ti que no sea tu deseo de quedarte.

Ella asintió con una mirada llena de gallardía.

—Lo sé. Pero sigo siendo mord-sith. Como mord-sith, pido ser liberada. Os pido que me concedáis mi petición, concededme mi libertad.

Richard contempló sus ojos durante un largo rato. Tuvo que esperar hasta estar seguro de que la voz no le fallaría.

—Concedido.

Ella asintió con tristeza y giró para irse, pero se detuvo y se dio la vuelta.

—¿Y puedo quedarme mi agiel? Me gustaría tenerlo de modo que pueda saber cuándo habéis sido curado y vuestro don ha regresado. Si tengo el agiel conmigo, sabré que volvéis a estar bien.

—Por supuesto. —Efectuó un vago gesto, la pena que sentía en su corazón hacía que le costase hablar—. Cara, siento tanto lo de Ben…

Ella asintió para mostrar que se lo agradecía.

—Puede que estuvieran intentando coger su alma, pero robaron la mía.

Richard deseó poder ser capaz de enmendarlo. Nada podía entristecerlo más que saber que no había modo de cambiar la situación.

—Desearía que permanecieras con Kahlan y conmigo. Te queremos.

Ella pensó durante un momento.

—Sé que es así. Os echaré en falta a ambos.

—¿Adónde vas?

—Necesito matar a unos cuantos.

Richard tenía un millar de argumentos, pero mostró su profundo respeto hacia ella al no expresar en palabras ninguno de ellos.

—Comprendo.

La mord-sith tragó saliva.

—Gracias, lord Rahl.

De nuevo, cuando ella se dio la vuelta para partir, él la llamó.

—Cara, por favor, ¿me permitirías que te abrazara durante sólo un momento antes de que te deje partir?

La mord-sith sonrió al mismo tiempo que regresaba y lo rodeaba con sus brazos, y él a ella con los suyos, mientras ella apoyaba la cabeza en su pecho. Richard posó una mano con ternura detrás de su cabeza y la mantuvo apretada contra él, deseando que existieran palabras, pero no había ninguna.

Cuando por fin ella se apartó de él, Kahlan estaba allí de pie. Sin decir nada, Kahlan abrazó a Cara, apretándola contra si en silencio durante un largo rato.

—Era un hombre encantador, encantador, Cara, y se le echará muchísimo en falta —musitó Kahlan en una voz quebrada cuando se separaron.

—Gracias, Madre Confesora. —Le cogió una mano a cada uno—. Los dos habéis sido lo mejor que me ha pasado en mi vida, aparte de mi botones de latón… mi Ben. Os quiero a los dos.

Soltó sus manos y se secó las lágrimas de los ojos, luego secó las palmas en sus caderas.

—Pronto será de día. Poneos en marcha temprano. Quiero que los dos regreséis al palacio para que os puedan curar. —Sonrió—. A lo mejor volveré a veros. Nunca se sabe.

—Tu hogar está con nosotros —dijo Richard—. Siempre te estará esperando.

—Gracias —contestó a la vez que asentía, y se dio la vuelta.

Kahlan se recostó contra Richard mientras contemplaban cómo se alejaba.

—La quiero demasiado para impedirle marchar —musitó Richard, medio para Kahlan y medio para si mismo, partiéndosele el corazón mientras la veía desaparecer en la noche.

—Lo sé —repuso Kahlan, con la voz abogada por las lágrimas—. Yo también. ¿Crees que regresará?

—Cualquier cosa es posible —dijo él mientras pasaba un brazo alrededor de los hombros de su esposa.

—¿Crees que estará a salvo?

Richard había visto que Cara llevaba un cuchillo de acero en una cadera y el cuchillo de piedra shun-tuk en la otra.

—¡Oh! No creo que sea Cara quien deba preocuparse.

Suspiró y bajó la mirada hacia Kahlan.

—Bueno, no tardará en haber luz. Creo que deberíamos recoger todo nuestro equipo, ensillar los caballos y ponernos en camino. Cuanto antes lleguemos al palacio, antes acabarán Zedd y Nicci de incordiarnos.

Vio que una sonrisa asomaba a su rostro muy a su pesar.

—Voy a tener que daros la razón, lord Rahl. —Lo abrazó—. Será estupendo llegar a casa.

—Cara también vendrá a casa. Sé que lo hará.

Los hermosos ojos verdes de su esposa lo miraron con intensidad.

—¿Lo prometes?

Richard sólo pudo sonreír como respuesta.