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al mismo tiempo que la mujer cruzaba la habitación hacia ella, Kahlan oyó pies que corrían en el otro extremo del pasillo. Luego, a lo lejos, sonó un potente golpe sordo.

La mord-sith giró justo al mismo tiempo que la puerta se abría e irrumpían unas personas en la estancia. Kahlan quedó atónita al ver a tres hombres desnudos de cintura para arriba con las cabezas afeitadas y embadurnados con una ceniza blanquecina cruzar la entrada como una exhalación. Llevaban unos círculos negros pintados alrededor de los ojos.

Era una visión aterradora y fantasmal.

Dora empuñó el agiel. Los tres hombres saltaron sobre ella sin vacilación. El primero recibió un golpe del agiel en pleno pecho y soltó un grito entrecortado antes de caer muerto.

Los otros dos chocaron contra la mord-sith, derribándola al suelo justo delante de Kahlan. Al aterrizar violentamente de espaldas sobre el suelo de piedra, Dora lanzó un sonoro resoplido, quedando sin aliento.

A la velocidad del rayo, uno de los dos hombres, ante el horror de Kahlan, utilizó los dientes para arrancar un enorme trozo de carne de la garganta de Dora. La sangre salió a borbotones mientras el hombre la desgarraba igual que un animal. El segundo le mordió la cara, hundiendo los dientes bocado de carne que engulló al instante.

Los pies de la mord-sith asestaron débiles patadas mientras la vida se le escapaba por la enorme herida abierta. No podía respirar. Clavó la mirada en el techo en estado de shock.

Los ojos del primer hombre, cuyo rostro blanquecino estaba embadurnado de sangre, ascendieron en dirección a Kahlan, como si advirtiera su presencia por primera vez.

Alzó la cabeza a la vez que gruñía igual que un lobo viendo a su presa.

Mientras el otro hombre se daba un banquete con Dora, que seguía moviéndose, el que había desgarrado la garganta de la mord-sith saltó de improviso por encima de ella en dirección a Kahlan.

Lo había estado esperando. Al mismo tiempo que él se lanzaba sobre ella, Kahlan pasó con rapidez la cadena alrededor del cuello de su atacante, haciéndolo girar en redondo.

Con un esforzado gruñido, dando potencia a los músculos, plantó la bota entre los omóplatos del hombre y dio un fuerte tirón a la cadena. Le aplastó la tráquea y él se llevó desesperadamente las manos al cuello mientras pugnaba por conseguir aire.

El segundo hombre, al ver lo que sucedía, inmediatamente saltó por encima de Dora para atacar a Kahlan.

Mientras todo su peso volaba hacia ella, Kahlan le pateó directamente la cara, aplastándole la nariz y el pómulo izquierdo. El hombre frenó en seco, apretando ambas manos sobre la herida. La sangre que volvía a caer al interior de la garganta empezó a asfixiarlo al instante.

Cayó a ciegas, rodando sobre la espalda y retorciéndose en el suelo mientras intentaba en vano tomar aire. Sin perder un momento, Kahlan usó el tacón de la bota para golpearle la cara con toda la fuerza que pudo reunir. Le partió los dedos, pero también aplastó los huesos más frágiles del centro del rostro. Repitió el ataque dos veces más en rápida sucesión, aporreando la cara, hasta que el shun-tuk quedó inmóvil.

El primer atacante, todavía enredado en la cadena, se había asfixiado y apenas se movía ya. Kahlan jadeó, recuperando el aliento.

Podía oír gente que corría arriba y abajo del pasillo, registrando las otras habitaciones, y sabía que en cualquier momento la encontrarían encadenada a la pared. Sabía que tenía que salir de allí.

Vio la llave de las esposas colgando del cinturón de Dora. Desenrolló la cadena del hombre muerto e intentó cogerla, pero no podía alcanzarla. Cambió de posición, arrojando las piernas al frente en su lugar, ya que estas llegarían más lejos. Estiró la cadena en toda su longitud y pudo colocar la bota sobre el estómago de Dora.

Con todas sus fuerzas, presionó con el pie para mantener sujeto el cuerpo mientras pugnaba por arrastrar a la mujer más cerca de ella.

Gruñendo por el esfuerzo, empezó a dar violentos tirones y siguió hasta que hubo arrastrado a la mord-sith unos centímetros más cerca. El cuero negro del traje de Dora ayudaba a deslizarla con más facilidad sobre la sangre. Por fin consiguió acercar el peso muerto de la mujer lo suficiente como para poder arrebatarle la llave del cinturón.

Mientras oía chillidos y súplicas de ayuda o piedad a lo lejos, Kahlan manipulaba frenéticamente la llave, intentando introducirla en las esposas.

Por fin el hierro que sujetaba una de las muñecas se abrió de golpe. Kahlan se quitó el grillete de la muñeca y empezó a trabajar para abrir el otro. Con una muñeca libre, el segundo resultó más fácil. Arrojó la cadena a un lado y corrió a la puerta.

Recobrando el aliento, aplastó la espalda contra la pared detrás de la puerta justo cuando varias personas más de la misma clase entraron en tropel en la habitación.

Igual que una manada de carroñeros hambrientos, los recién llegados cayeron sobre el cuerpo de la mord-sith. Algunos empezaron a atacar la carne al descubierto del rostro y el cuello mientras otros lamían la sangre. Otros desgarraron el traje de cuero negro para llegar hasta el cuerpo.

Kahlan, con los ojos desorbitados ante la horrenda visión, se escabulló con rapidez por detrás de ellos. Una vez fuera de la estancia, corrió por el oscuro pasillo, sin saber adónde iba. Vio a Otto, o lo que quedaba de él, en un corredor lateral con al menos una docena de salvajes gruñendo y despedazándolo con los dientes. Comprendió que el golpe sordo que había oído al principio probablemente lo habían provocado los atacantes al derribar a Otto.

Cuando oyó a alguien a lo lejos y vio figuras doblando la esquina, Kahlan fue a esconderse a toda prisa en un hueco de escalera. Bajó los peldaños de tres en tres y luego corrió por el oscuro pasillo situado al pie. No sabía cuántos monstruos sedientos de sangre la perseguían o lo cerca que podrían estar. Corría por su vida sin mirar atrás.

Podía oír el ruido de otras personas aterradas que huían. Al pasar a la carrera, echó una mirada por una puerta abierta y vio a varias de las figuras blancuzcas amontonadas sobre varios criados que yacían muertos en el suelo, despedazándolos con los dientes o lamiendo la sangre. Pensó que el mismo inframundo debía de haber abierto sus puertas y que los muertos se estaban dando un banquete con los vivos.

En su carrera por el pasillo, oyó que alguien venía por el otro extremo. Cuando doblaron una esquina, vio que eran más caníbales. Cuando la vieron, iniciaron una frenética carrera hacia ella.

Kahlan se introdujo en una habitación lateral. Cerró la puerta de un portazo, pero no había pestillo.

Por suerte, no había nadie dentro. Permaneció con la espalda apoyada en la puerta, jadeando para recuperar el resuello. Ardía un pequeño fuego en la chimenea.

Chocaron cuerpos contra el otro lado de la puerta y ella usó todo su peso y energías y consiguió mantenerla cerrada. Al mirar a su alrededor, descubrió una espada sobre una mesa.

Dejó que arremetieran una vez más contra la puerta y luego la soltó para correr hacia la mesa. A su espalda, la puerta se abrió violentamente.

Kahlan desenvainó la espada a la vez que giraba, arrojando la funda a un lado. Sin un momento de vacilación, lanzó un mandoble, casi decapitando al primer hombre en abalanzarse sobre ella. Giró en redondo para apartarse del siguiente atacante y al acabar de dar la vuelta le hundió la hoja en el corazón desde atrás.

Había crecido aprendiendo a manejar una espada, pero cuando Richard le enseñó fue cuando realmente se convirtió en una experta con el arma.

En aquellos momentos, con una espada en las manos, sentía que al menos tenía una oportunidad de pelear. Utilizó toda su habilidad y conocimientos para lanzar desesperadas cuchilladas, machetazos y puñaladas a los que arremetían contra ella. No era tan duro como podría haber sido, porque los atacantes no estaban armados, y no intentaban defenderse. Sólo parecían querer morderla, de modo que la única arma que usaban eran sus dientes.

De todos modos, eran demasiados. Penetraban en tromba en la habitación. A medida que corrían al interior, algunos caían sobre los cuerpos del suelo. Kahlan les hundía la espada tan deprisa como podía.

Entre frenéticas cuchilladas y estocadas, echó una ojeada por encima del hombro a la ventana. La habitación estaba en la planta baja. Justo después de un ataque particularmente desenfrenado y violento para hacerlos retroceder, cuando tuvo un breve respiro antes de que se lanzaran a por ella otra vez, giró y corrió a través de la habitación.

Se lanzó por la ventana con los pies por delante. Por suerte, las dos hojas de la ventana se abrieron de golpe a los lados en lugar de que el cristal se hiciera añicos y la cortara. Aterrizó violentamente y rodó por el suelo.

Mientras se ponía en pie a toda prisa vio a aquellas gentes cubiertas de cenizas saliendo como una avalancha por la ventana. Otras que merodeaban por los jardines del exterior la vieron salir del edificio y se unieron a la persecución. No había modo de que pudiera con todos ellos.

Kahlan giró y huyó. Los asesinos le pisaban los talones.