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hannis Arc se dio la vuelta al vislumbrar a la alta mujer vestida de cuero rojo abriéndose paso resueltamente por entre los cuerpos pintados de blanco de los shun-tuk desplegados por el paisaje boscoso detrás de ellos. Descendiendo por la ladera, el inmenso ejército de siniestros mediopersonas parecía fluir por entre los árboles como una avalancha blanca.

Su estado de ánimo se ensombreció cuando vio que la mord-sith estaba sola.

Se había estado preguntando dónde estaba y qué la había estado reteniendo, pues llevaban varios días yendo hacia el sur tras cruzar las puertas. Viajar a través del desolado territorio del tercer reino había resultado mucho más fácil que avanzar por los bosques inexplorados de las Tierras Oscuras. No habría sido tan difícil con un pequeño ejército, pero la cantidad de personas que arrastraban tras ellos era ingente y eso hacía más lento el viaje. Eran tantos los que los seguían que hacía falta casi todo un día para que todos pasaran por un punto concreto.

La mord-sith no parecía en absoluto contenta. A él, ver que estaba sola le hizo sentir más que simplemente contrariado. Vika apartó de un codazo a una silenciosa shun-tuk que no se hizo a un lado para dejar pasar a la mord-sith. Hannis Arc pudo oír cómo el hueso de la mandíbula de la mujer se partía antes de que esta cayera bajo los pies de la horda.

—¿Dónde está Richard Rahl? —preguntó cuando ella los alcanzó por fin y empezó a andar a su lado.

Los músculos de la mandíbula de Vika se tensaron cuando apretó los dientes un momento.

—Lord Arc, me temo que da la impresión de que escapó.

Él intercambió una mirada con Sulachan.

—¿Qué quieres decir con que da la impresión de que escapó? —preguntó el espíritu del emperador Sulachan a la vez que se detenía bruscamente.

Detrás de ellos el avance de la nación shun-tuk también se detuvo bruscamente.

Vika dirigió una breve mirada al espectro de Sulachan; luego sus acerados ojos azules giraron hacia Hannis Arc al contestar.

—Da la impresión de que de algún modo consiguió escapar. Todas las salas de reclusión estaban vacías. El terreno fuera de las cuevas era un mar de shun-tuk muertos. Fue una carnicería. Jamás he visto nada parecido. El hedor era inimaginable. Los buitres oscurecen el cielo. El suelo parece moverse a medida que sus cuerpos oscuros saltan de sitio en sitio para darse un atracón con los cadáveres. Los muertos han atraído a depredadores de todas las clases: lobos, coyotes, cuervos, buitres, zorros; todo lo que podáis imaginar está allí hurgando en los restos.

La voz de Hannis Arc se elevó de un modo peligroso.

—Bien, ¿y cómo están las cosas en las cuevas? ¿Y todos los prisioneros que dejamos?

Vika tragó saliva.

—Lord Arc, todos han desaparecido. Todos ellos. Los soldados, los poseedores del don, lord Rahl; todos han desaparecido.

Hannis Arc frunció el entrecejo de un modo que hizo que ella diera un paso atrás.

—Richard Rahl. Ya no es lord Rahl. Eso le ha sido arrebatado. Yo soy lord Arc, líder del imperio d’haraniano, no Richard Rahl.

Ella volvió a tragar saliva.

—Os pido disculpas, lord Arc.

El cadáver reanimado del rey espíritu efectuó un ademán a la vez que decía:

—O lo seréis, un día.

Hannis Arc dirigió la mirada a la reluciente figura de Sulachan situada en el interior de su largo tiempo difunta forma terrenal. No le gustaba que le hablaran de ese modo.

—¿Estáis sugiriendo que podría no serlo? ¿Qué vos y vuestros ejércitos podríais fallarme?

Sulachan contempló a Hannis Arc con una mirada inescrutable antes de sonreír finalmente.

—Desde luego que no, lord Arc. En absoluto. Sólo estoy diciendo que os advertí respecto a Richard Rahl y a dejarlo con vida.

Las manos del otro se cerraron con fuerza.

—¡Yo no le dejé con vida! ¡Le dije a ella que me lo trajera para poderle cortar el cuello!

Se dio la vuelta y asestó un revés a Vika en la boca con el puño.

—¡Y ella me falló!

Vika trastabilló tres pasos atrás debido al golpe. En cuanto se recuperó, la mord-sith volvió a avanzar rápidamente y mantuvo la cabeza gacha.

—Lo siento, lord Arc. Os he fallado. Fui a buscarlo, tal y como ordenasteis, pero él y los demás habían desaparecido. Los shun-tuk que dejamos atrás deben de haber intentado detenerlos y también ellos os fallaron a ambos.

—¿Por qué no lo buscaste? —exigió Hannis Arc—. ¿Por qué no fuiste tras él, lo encontraste y me lo trajiste?

Ella mantuvo la cabeza gacha.

—Intenté encontrarlo, lord Arc, pero se habían ido. Comprobé todas las cavernas, por si acaso. Estaban vacías salvo por multitud de restos carbonizados. Fuera de las cuevas había tantas huellas de pies por todo el suelo de… —indicó con la mano a su espalda— de toda la nación shun-tuk abandonando aquel lugar, que no hubo modo de que pudiera empezar siquiera a seguirle la pista a Richard Rahl y al pequeño grupo que lo acompañaba. Lo intenté, pero no tengo ni idea de adónde fue.

—Da la impresión —dijo Sulachan— de que Richard Rahl ha conseguido escabullirse de vuestras garras. Como advertí, es un hombre peligroso.

Hannis Arc dedicó al espíritu una mirada torva, pero no respondió.

—Os he fallado, lord Arc —manifestó Vika—. Merezco y acepto con gratitud cualquier castigo que decretéis. Mi cabeza, si lo deseáis, lord Arc.

Él suspiró profundamente, mientras pensaba.

—¿Él se había ido cuando regresaste allí, entonces? ¿No viste ni hablaste con ninguno de los shun-tuk que dejamos atrás para que se comieran a los soldados? ¿No viste esa batalla?

Ella mantuvo la vista puesta en el suelo.

—Sí, lord Arc. En cuanto me dijisteis que fuera en su busca y os lo trajera, inicié de inmediato el regreso. Cuando llegué allí todo estaba como he descrito. Los únicos shun-tuk que quedaban llevaban bastante tiempo muertos. Bajé a las cuevas y descubrí que todos los prisioneros se habían ido. Pasé varios días, cada momento de luz, buscando cualquier señal de adónde podrían haber ido, pero no pude hallar nada.

Él reflexionó en silencio durante un momento. Los shun-tuk, impasibles, lo observaron. Sulachan lo observó. Habría querido matar a la mujer allí mismo por fallarle, pero le había servido bien durante muchos años.

—Bien —dijo en un tono de voz más sereno—. Imagino que mal puedo culparte por no traerlo si ya había escapado.

—¿Y todas las otras estancias donde estaban retenidos sus camaradas también estaban vacías? —preguntó el espíritu de Sulachan.

Era evidente que la mord-sith se sentía incómoda mirando al espíritu, de modo que miró en su lugar a Hannis Arc.

—Sí. No sé cómo pudieron romper los velos que los mantenían confinados, pero todos habían desaparecido. Supongo que es posible que los mediopersonas que dejasteis para que se dieran un festín con ellos sacaran a los prisioneros y que en ese momento ellos de algún modo consiguieran dominar a los shun-tuk y huir.

—Así pues, da la impresión —repuso Hannis Arc, mirando iracundo a Sulachan— de que son en realidad vuestros mediopersonas, los que dejasteis allí para hacerse cargo de la situación, quienes fallaron.

—No importa —repuso el rey espíritu, en un tono despreocupado—. Haremos que lo localicen y lo traigan de vuelta.

Hannis Arc se inclinó hacia el reluciente espíritu.

—¿Cómo? —quiso saber—. Ni siquiera sabemos adónde fueron.

El espíritu sonrió de un modo que a Hannis Arc no le gustó nada. Un brazo cadavérico ascendió, y Sulachan hizo una seña a los que tenían detrás. Varios shun-tuk avanzaron a toda prisa y se apiñaron junto a él para escuchar sus órdenes.

—Traedme a algunos de mis rastreadores de espíritus.

Con un brusco ademán los despachó a la carrera al interior de las filas de hombres para cumplir sus instrucciones.

—Creé más que un arma sin alma —respondió Sulachan en un tono condescendiente—. Algunos comen. Algunos poseen poderes. Algunos rastrean espíritus. Enviaré a algunos de estos últimos de vuelta al escenario de la huida para que encuentren la esencia de sus espíritus. Les seguirán la pista y matarán a los que acompañan a Richard Rahl. Luego os lo traerán para que podáis hacer lo que deberíais de haber hecho en un principio.

Hannis Arc contempló cómo algunos shun-tuk de aspecto siniestro, que no se diferenciaban en nada del resto, avanzaban, listos para recibir las órdenes de su rey.

—Imagino que es sólo un contratiempo temporal. —Hannis Arc cruzó la mirada con Vika—. Parece que pronto tendrás tu oportunidad de hacer sufrir a Richard Rahl. Y luego lo degollaré y haré que se desangre a mis pies.

Vika inclinó la cabeza.

—Sí, lord Arc. Espero con ansia el día en que pueda redimirme ante vuestros ojos.

Él la observó un momento, reflexionando, sopesando sus palabras, luego volvió la cabeza hacia Sulachan.

—Cuanto antes lleguemos allí, antes arrebataré la sede del poder a la Casa de Rahl y gobernaré el imperio d’haraniano.

—Estoy de acuerdo. Los rastreadores irán tras Richard Rahl para vos mientras nosotros nos ocupamos de asuntos más importantes. —Sulachan alargó un brazo en descomposición ante ellos en invitación—. ¿Nos ponemos en camino hacia el Palacio del Pueblo, lord Arc? Es un viaje largo.