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los relucientes ojos rojos de los muertos vivientes resaltaban en la luz lóbrega del agonizante día. Eran más lentos que los shun-tuk; ese era el motivo de que los shun-tuk hubieran emergido primero.

Richard se abrió paso con furiosos machetazos por entre los mediopersonas mientras cruzaba el ensangrentado terreno para interceptar las figuras oscuras de los muertos reanimados. Su carne reseca era tan oscura como las ropas cubiertas de mugre que llevaban, de modo que todos tenían el aspecto de inmundicia que hubiera tomado forma de hombres.

A Richard no le importó lo viscosos y sucios que fueran. Era necesario que los detuviera antes de que pudieran llegar hasta los demás. Sabía lo peligrosos que estos muertos propulsados por magia negra podían ser. A los soldados no les sería nada fácil ocuparse de una amenaza así. Incluso los poderes de los que tenían el don no eran rival para la magia arcana con la que habían investido a estos monstruos.

Richard se percató vagamente de la presencia de una figura de rojo —Cara— muy cerca detrás de él, yendo a tomar parte en el ataque, protegiendo su flanco de los shun-tuk.

Richard redirigió su ataque, abandonando a los shun-tuk, y fue a por los muertos. Con sus relucientes ojos rojos eran bastante fáciles de localizar. Incluso los shun-tuk se mantenían apartados de ellos ahora que les habían asignado la tarea de matar.

Richard apretó los dientes a la vez que blandía su espada con todas sus fuerzas, despedazando a machetazos a las densas formas oscuras. Brazos y piernas cayeron, desparramándose por el suelo. Las piernas siguieron dando sacudidas. Los dedos continuaron intentando agarrar. Cabezas y partes de cabezas dieron vueltas por los aires y se hicieron pedazos al rebotar en paredes de roca.

Entretanto, el fuego caía y rodaba por el terreno, tragándose las extremidades seccionadas, pero todavía en movimiento, que había detrás de Richard, mientras este seguía avanzando sin pausa por entre los muertos que iban a atacarle y los shun-tuk que mostraban los dientes con la esperanza de conseguir un bocado de su carne. Lo único que probaron fue acero. Por todas partes, el aire estaba inundado no tan sólo del humo que producía todo aquel fuego, sino del hedor a carne quemada. Columnas de polvo ascendían en remolinos a medida que agujas de piedra se desmoronaban y caían entre los shun-tuk. El aire nocturno estaba inundado por los alaridos de los mortalmente heridos y de los que estaban atrapados bajo el aplastante peso.

Por todas partes había infinidad de cuerpos casi totalmente desnudos despatarrados en el suelo, cuyas formas blanquecinas sólo servían para exhibir la sangre con cruda nitidez. Cada cuchillada que los hendía sólo resultaba más espantosa aún debido al modo en que sus cuerpos embadurnados con cenizas hacían que las terribles heridas resultaran todavía más horripilantemente obvias.

Richard oyó su nombre. Era Zedd.

—¡Richard! —volvió a llamar.

En su furibunda ansia de sangre, Richard alzó la espada ante él, buscando cualquier amenaza. Aun cuando todavía daba la impresión de que cientos de mediopersonas enfurecidos estaban abalanzándose sobre él, se dio cuenta de que no había ninguno.

Eran tan sólo sus terribles imágenes que todavía veía pasando como una exhalación por su mente las que le hacían pensar que aún podrían estar atacando. Pero no era así.

Pestañeó. Ya no había más shun-tuk arremetiendo contra él. Todos habían caído. Ya no había más muertos vivientes. También ellos habían desaparecido.

En la quietud de la creciente oscuridad, Richard pudo oír a los hombres jadeando por el esfuerzo del combate. Algunos heridos gemían. Algunos paseaban por entre los shun-tuk, acuchillando a cualquiera que siguiera vivo.

Todas las hachas y espadas que los hombres empuñaban goteaban sangre y todos los hombres estaban cubiertos de vísceras. Richard estaba bañado de rojo.

Richard giró hacia Cara, que sujetaba un cuchillo en cada uno de sus puños ensangrentados. Uno era un cuchillo con la hoja de acero, el otro la tenía de piedra; un arma shun-tuk. La mord-sith había estado utilizando aquella arma para abatir a los muertos resucitados.

Cara le devolvió la mirada. La furia que había en sus ojos era una visión aterradora.

A Richard le partió el corazón.

Con la espada todavía empuñada y la cólera de la magia recorriendo todavía cada fibra de su ser, Richard la abrazó.

Los brazos de Cara cayeron inertes a los costados mientras él la abrazaba con fuerza, y entonces ella echó la cabeza atrás y lanzó un único y largo lamento.

Richard la apretó con fuerza contra él mientras la mord-sith enterraba el rostro en su pecho con un sollozo impotente. La mantuvo así para reconfortarla durante un buen rato, pero finalmente la soltó y la miró a los azules ojos repletos de lágrimas.

No hubo palabras mientras se miraban. No podía haberlas.

Cuando Richard giró por fin hacia Zedd y Nicci, que permanecían a poca distancia, el aplastante peso del mundo pareció descender sobre él.

Hincó una rodilla en tierra, repentinamente incapaz de mantenerse en pie. Cara ayudó a sostenerlo mientras descendía para que no cayera de bruces.

Nicci y Zedd estuvieron a su lado al instante, ambos ayudando a mantenerlo erguido sobre las rodillas y dejando que se recostara en los talones.

Por entre un torrente de toda clase de dolor imaginable, el poder de la espada que todavía empuñaba sustentó y sostuvo a Richard, quien estaba demasiado cansado para respirar y tenía que obligarse a tomar cada bocanada de aire.

Tanto Nicci como Zedd presionaron los dedos contra su frente y Richard pudo notar el delator hormigueo del don rastreando el veneno que había en lo más profundo de su ser.

Nicci alzó bruscamente la mirada hacia Zedd.

—¿Lo percibes?

Zedd le devolvió la sombría mirada y asintió.

—Tenemos que llegar a ese campo de contención. No tenemos mucho tiempo.

—¿Dónde está Kahlan? —preguntó Nicci mientras miraba a su alrededor para ver si alguien lo sabía—. Es necesario que la llevemos allí también. Estará peor que Richard a estas alturas. Tenemos que ocupamos de ella tan pronto como sea posible. ¿Dónde está?

—Tuvimos que dejarla atrás —respondió Samantha desde bastante por detrás de Zedd—. Curé algunas de sus heridas y no había despertado todavía. Tuvimos que dejarla para que descansase y recuperase algo de sus energías. Ya debería estar despierta y esperándonos en Stroyza.

—Al sur a través de las puertas —consiguió decir Richard.

—Entonces vamos allí primero y recogemos a la Madre Confesora —declaró Cara con sorprendente energía, coraje y determinación mientras permanecía junto al hombro de Richard observándolo con atención—. No podemos volver al palacio hasta que la recojamos.

—No está tan lejos —indicó Samantha—. Está tan sólo a unos pocos días si nos damos prisa.

—Una vez que la tengamos a ella tenemos que llevaros a los dos de vuelta al palacio para curaros —dijo Nicci a Richard en un tono confidencial y preocupado.

Richard asintió. Se obligó a ponerse en pie.

—Kahlan está en Stroyza. Como dice Samantha, no está tan lejos. Está cerca de donde os atacaron y capturaron, después de que acudieseis a rescatarnos de la Doncella de la Hiedra.

Contempló todos los rostros que lo observaban antes de girar la mirada al sur.

—Pongámonos en marcha. Todavía hay algo de luz.

Con la espada aún en la mano, sin estar dispuesto todavía a guardar el poder de su cólera, Richard empezó a caminar por el accidentado terreno, pasando por encima de cientos y cientos de shun-tuk muertos. Cara iba medio paso por detrás de su hombro derecho. El resto formó una fila en silencio para seguirlos.