76

76

sin perder un momento, toda la compañía empezó a correr por el oscuro túnel, siguiendo a Samantha. Sujetando la mano de su madre, la muchacha corría como si su vestido estuviera en llamas.

Los túneles no eran en realidad pasillos, sino más bien una variedad de aberturas naturales en la roca. Aquello era en parte un sistema de cuevas creado a partir de cavidades huecas, en parte cauces naturales creados por avenidas de agua a través de las zonas de roca más blanda y en parte fisuras en la piedra más escarpada.

En algunos lugares el pasadizo que tenían por delante los condujo a través de largas hendiduras, en las que la roca se había combado y partido. En otros puntos, tuvieron que cruzar corredores de poca altura bajo repisas rocosas que estaban tan bajas que todos ellos, con excepción de Samantha, tuvieron que encorvarse a la altura de la cintura para que las cabezas no golpearan contra el techo mientras seguían la empinada cornisa hacia arriba. En algunos sitios tuvieron que trepar a grupos de agujeros llenos de perforaciones.

Tras pasar bajo una serie de repisas planas de piedra, las aberturas volvieron a unirse al sistema de cuevas, que se dividía en un confuso laberinto de túneles irregulares y fisuras en las capas de lo que parecía piedra fundida. En algunas zonas la piedra era afilada e irregular, en tanto que a otras el paso de agua a lo largo de prolongados períodos de tiempo las había redondeado y alisado. Muchos de los pasadizos tenían pequeños arroyos discurriendo por ellos y en algunos lugares tuvieron que bordear estanques de aguas profundas totalmente transparentes. Otros túneles eran pasadizos sinuosos, grandes y tenebrosos con innumerables aberturas que se bifurcaban a lo largo de ellos.

Todo aquel mundo subterráneo estaba tan plagado de agujeros, aberturas y hendiduras que a Richard le parecía que podría conducir al mismísimo inframundo. Los velos de luminiscencia verdosa que flotaban esporádicamente por las cuevas no hacían más que aumentar aquella impresión.

—Samantha, ¿estás segura de que sabes adónde vamos? —preguntó Richard en voz queda mientras la seguía muy pegado a ella.

—Me crie en cuevas —contestó ella—. Recuerdo particularidades sobre las rocas y las aberturas que hay en ellas.

Pareció considerar que esa era explicación suficiente, y Richard supuso que tal vez lo era. Como guía de bosque él hacía algo muy parecido cuando viajaba. Tomaba nota mentalmente de lugares concretos a lo largo del trayecto para poder hallar el camino de vuelta. Ella estaba más cómoda que él bajo tierra, así que tenía que confiar en que este era su mundo y ella era su guía.

Con todo, él recordaba ciertos puntos de referencia y no los veía.

—No es por aquí por donde entramos —musitó en tono urgente a la muchacha mientras zigzagueaban por lo que parecían torres de roca fundida.

—Lo sé —musitó ella a su vez—. Tuve que sortear a los impíos medio muertos.

A Richard le complació que hubiera usado la cabeza para encontrar un camino seguro. La senda por la que los conducía era una ruta hasta el momento libre de shun-tuk. Pero sabía que estaban patrullando los túneles y podían aparecer en cualquier momento. En cuanto descubrieran que los prisioneros habían escapado, todas aquellas criaturas saldrían a darles caza.

No sabía cuánto camino les quedaba aún, pero sabía que se sentiría aliviado cuando por fin alcanzaran la superficie. No tenía ni idea de si resultaría más seguro estar arriba, pero desde luego no estaban a salvo bajo tierra. Si eran atacados en las cuevas resultaría mucho más difícil pelear. Podían quedar atrapados por masas de shun-tuk cerrándoles el paso desde cada extremo de un túnel y a continuación ser eliminados de uno en uno.

Se recordó que ahora tenían a personas con el don con ellos, y eso sin lugar a dudas equilibraría las posibilidades. Pero también sabía por haber peleado contra los mediopersonas que estos no temían por sus vidas y eran implacables en la persecución de sus víctimas.

Si tenían que repeler a aquellos seres, Richard podía abatirlos con su espada, pero más tarde o más temprano su gran número resultaría demasiado para él. Acabaría cansándose y entonces lo atraparían. Lo más preocupante, sin embargo, era que él sólo podía defender un punto, y ellos podían atacar desde todas las direcciones.

Con el don sucedía algo muy parecido si todo a lo que se enfrentaran fueran los mediopersonas y no los muertos reanimados. También los poseedores del don podían matar una gran cantidad de enemigos, y Richard desde luego había visto a Zedd usar fuego de mago para abatir a hordas de tropas enemigas del Viejo Mundo, pero tenía sus límites. Tenía que ser conjurado y lanzado. Hacerlo significaba muchísimo esfuerzo y resultaba agotador. Si el enemigo seguía lanzándose sobre ellos en gran número, acercándose cada vez más, entonces incluso un mago podía ser avasallado.

Al fin y al cabo, habían sido avasallados y capturados ya en una ocasión.

Y luego estaban los muertos vivientes. El don tenía una utilidad limitada contra ellos. Era por ese motivo, imaginaba Richard, que los mediopersonas, al igual que los que vivieron en los tiempos de Sulachan durante la antigua guerra, usaban a los muertos. No sólo eran muy efectivos en primera línea, también eran prescindibles y existía una provisión virtualmente inagotable de ellos, de modo que, cuando menos, podían acabar con cualquier resistencia.

Richard seguía a Samantha mientras esta doblaba una curva cerrada tras otra, siguiendo una intrincada ruta que sólo ella conocía a través de la roca plagada de pasadizos, hendiduras y un laberinto de intersecciones. La muchacha corría como una rata de las cavernas, sin soltar en ningún momento la mano de su madre, sin aminorar en ningún momento el paso para considerar por dónde ir.

Cuando llegaron a un conjunto de pasadizos especialmente complejo, Samantha se estiró mientras corría, mirando atrás por encima de las cabezas de algunos de los hombres para ver a Richard. Señaló y efectuó un movimiento sinuoso con la mano, indicando los giros que tenían que hacer. Richard asintió cuando vio a qué se refería y dónde tendrían que ir.

Agarró el brazo de Nicci y tiró de ella al frente.

—Ayuda a protegerla. Quiero asegurarme de que todos los demás consiguen cruzar esta parte y nadie se pierde. No quiero tener que regresar aquí en busca de rezagados.

Nicci le tocó el hombro en silenciosa confirmación de las órdenes antes de correr con rapidez al frente para alcanzar a Samantha y a su madre.

Richard aminoró el paso, permitiéndose quedar rezagado mientras los hombres de la Primera Fila pasaban corriendo por su lado para mantenerse a la altura del resto. Empezaban a quedar demasiado desplegados en aquella serie de complejos giros, ascensiones y descensos a través de la maraña de pasadizos. Richard empujaba a cada hombre en dirección al túnel correcto cuando pasaba junto a él, no fueran a pasar por alto el giro. Los instó a apresurar la marcha, señalando para estar seguro de que veían los giros correctos que debían efectuar más adelante. Era difícil ver en la casi total oscuridad. Únicamente alguna que otra centelleante cortina del inframundo que flotaba por pasadizos colindantes les proporcionaba algo de luz con la que ver. Esperó que no fuera a aparecer una ante ellos cerrándoles el paso, o peor, surgir desde un lado y separarlos.

Divisó a Zedd, cerca de la retaguardia de la fila de hombres. Este conseguía mantener el ritmo perfectamente. Puede que fuera un anciano, pero era más fuerte de lo que parecía y estaba resuelto a escapar del destino que les aguardaba en la cueva prisión. Richard sabía que su abuelo permanecía cerca de la retaguardia porque quería cubrirles las espaldas en caso de cualquier señal de problemas.

Cara, por delante de su esposo, venía a continuación por detrás de Zedd. Vio a Richard aminorando el paso para empujar a los hombres hacia el giro correcto.

—Marchad —rezongó esta al frente en su dirección, haciéndole furiosas señas por encima de las cabezas de un congestionado grupo de soldados—. No nos esperéis. Marchad.

Él sabía que la mord-sith quería que permaneciera entre la protección de los hombres de la Primera Fila, pero Richard estaba decidido a asegurarse de que en la oscura cueva ninguno de ellos pasaba por alto los lugares por los que tenían que girar. No quería perder a nadie en los túneles.

Por fin, los últimos dos hombres pasaron como una exhalación. Justo detrás, mientras Cara giraba en la intersección por delante de su esposo, una avalancha de shun-tuk brotó de varias entradas situadas a un lado.

Sólo quedaba una persona en la fila: Ben.

Espada en mano, giró para impedir el acceso al túnel.

Las figuras blancuzcas de los shun-tuk lo arrollaron en una oleada masiva de cuerpos, derribándolo.

Richard y Cara frenaron en seco.

—¡No! —chilló Cara mientras los medio muertos desgarraban a su esposo con los dientes.

El tiempo pareció detenerse.

Pareció como si Ben tuviera a un centenar de figuras blancuzcas cayendo sobre él igual que una manada de lobos hambrientos.

Richard empuñaba ya la espada mientras retrocedía a la carrera por el túnel. Tenía que llegar a tiempo. Jamás en su vida había corrido tan deprisa.

Los salvajes rostros blancos se tiñeron de rojo cuando desgarraron brutalmente la garganta de Ben. Otras bocas se abrieron para intentar capturar los chorros de sangre, con la esperanza de obtener con ella el alma que escapaba.

Richard chillaba enfurecido mientras corría hacia la terrible escena.

Cara dobló las rodillas y lanzó el hombro contra el pecho de Richard cuando este pasó como una exhalación, arrojándolo contra la pared e impidiendo que se lanzara al interior del montón de shun-tuk que aullaban, gruñían y se retorcían en un festín frenético.

—¡Es demasiado tarde! —gritó la mord-sith a la vez que lo empujaba violentamente en la dirección opuesta—. ¡Marchad! ¡Marchad! No permitáis que su sacrificio sea baldío. ¡Corred!

Conmocionado por lo que acababa de ver, Richard chilló:

—¡Zedd!

Su abuelo regresaba ya, con los brazos alargados hacia los shun-tuk mientras estos desgarraban al caído general con sus dientes.

Lo último que Richard vio antes de que un infierno de fuego amarillo saliera disparado hacia el fondo del túnel fue que era demasiado tarde para salvar al esposo de Cara. Este ni siquiera tuvo tiempo de chillar.

Jadeó conmocionado y furioso. Había sucedido demasiado deprisa.

El gemido de la masa de fuego líquido que Zedd había enviado atrás a través del túnel sonó ensordecedor en los confines del pasadizo. La rodante bola de fuego estalló sobre el suelo, ascendiendo por las paredes, e inundó la terrible escena, engulléndolo todo en una conflagración terrible y cegadora.

Al menos al general caído no se lo comerían aquellas bestias. Había dado la vida para retrasar al enemigo con la esperanza de salvar al resto de ellos.

Las lágrimas corrían a borbotones por el rostro de Cara mientras empujaba a Richard.

—¡Marchad! ¡Deprisa! ¡Marchad!

Y a continuación Richard corría ya.

La mano de Cara sobre su espalda confirmaba a la mord-sith que mantenía el contacto con él mientras lo empujaba por delante de ella sin dejar de protegerle las espaldas al mismo tiempo. Detrás de ellos, Zedd era una silueta oscura y delgadísima recortada contra la brutal intensidad de la amarilla llamarada. En el rugiente núcleo de aquella luz cegadora, los cuerpos oscuros de los shun-tuk quedaron reducidos a esqueletos y luego a cenizas en apenas un instante.

El letal fuego siguió rugiendo a través del túnel, engullendo a la vanguardia de la horda que iba a por ellos. Los alaridos de aquellas criaturas helaban la sangre.

Aquellos alaridos no eran suficiente para Richard.