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lord Rahl?

Sonó más cerca la segunda vez. Estaba seguro de que era la voz de Samantha.

Richard se puso en pie a toda prisa.

—¿Lord Rahl?

La voz estaba justo ante la puerta de su celda.

—¿Samantha? Samantha, ¿eres tú?

—¡Lord Rahl! ¡Lord Rahl! ¿Estáis bien?

—¡Sí! Estoy atrapado aquí dentro. No puedo salir. Me tienen retenido detrás de un velo que lleva al inframundo.

—Lo sé.

—¿Cómo diantre me has encontrado?

—Una mujer con un traje de cuero rojo me vio ocultándome en las rocas en el exterior de las cuevas.

—¿Cuero rojo? ¿Y no te cogió prisionera?

—Pensé que iba a entregarme a los mediopersonas. La mayoría de ellos ya habían pasado por delante de donde estaba escondida. Ella salía de las cuevas para alcanzar a los hombres que están al mando de los mediopersonas.

»Pero cuando me descubrió, me hizo una seña para que me quedara donde estaba, para que me mantuviera fuera de la vista y aguardara. Yo no podía ni imaginar el motivo. Estaba asustada y no sabía si podía confiar en ella, pero no sabía qué otra cosa hacer. Si salía al exterior, me cogerían sin lugar a dudas.

»Pero entonces, al cabo de un rato, cuando todo el mundo había pasado, ella regresó.

—¿Y no te capturó?

Samantha permaneció en silencio un momento.

—No; no sé por qué no. Me contempló fijamente un buen rato, pensando en algo, supongo. Me quedé allí quieta, temblando. Entonces, sucedió una cosa de lo más extraña. Se inclinó hacia mí y me contó dónde estabais.

—¿Está contigo, entonces? ¿Te ayudó a bajar aquí?

—No, tan sólo me contó dónde os retenían. Dio la impresión de que le costaba mucho decidirse. Después, se fue para alcanzar a los demás.

—¿Sabes adónde iban los otros?

—Parece que se dirigen al sur, hacia las puertas. Llevaban a tantos shun-tuk con ellos que parecía como si el suelo se moviera. No pude verlos a todos, ni saber si todos iban hacia el mismo sitio. Observé durante lo que pareció todo el día mientras seguían pasando por delante. Pero sí sé que algunos de esos seres se quedaron.

—¿Todavía hay criaturas de esas aquí, en las cuevas?

—Sí; gran cantidad de ellos. Tardé una barbaridad en conseguir llegar hasta aquí abajo —dijo, en un tono frenético—. Están por todas estas cuevas. En ocasiones tuve que esperar horas hasta que se fueron.

—¿Dónde están ahora?

—No lo sé con seguridad. Sé que patrullan los pasadizos. ¡Lord Rahl, tenéis que salir de aquí! Los mediopersonas no tardarán en volver. Rondan por estas cuevas igual que fantasmas. No puedo quedarme… me cogerán. ¡Tenéis que salir! ¡Tenéis que salir ya!

Richard alzó las manos al techo en un gesto de frustración.

—No puedo, Samantha. Los mediopersonas poseen la habilidad para hacer desaparecer el velo verde, pero yo no. No tengo ningún modo de salir o ya lo habría hecho.

—Lord Rahl, no puedo quedarme. Me cogerán y…

—Escúchame, Samantha, tienes que huir. Tienes razón. No puedes quedarte ahí fuera o te atraparán. Sal de aquí. Ahora mismo.

—Necesito que vengáis conmigo.

Richard se pasó los dedos hacia atrás por los cabellos a la vez que refunfuñaba enojado.

—Samantha…

—Encontré a algunos de los otros.

—¿Qué?

—Cuando os estaba buscando, encontré a algunos de los soldados. Hablé con ellos. También están atrapados por velos verdes del inframundo. —Hubo una larga pausa—. Lord Rahl —dijo, las lágrimas empezaban a ahogar su voz—, hablé con mi madre.

Richard se quedó helado.

—Queridos espíritus —musitó, sin pretender que ella lo oyera.

—Lord Rahl, por favor, necesito que me ayudéis a sacarla. Yo no puedo hacerlo. Os necesito.

Richard cerró las manos con furia a la vez que apretaba las mandíbulas. Se dijo a sí mismo que debía mantener la calma, pensar. Tenía que decirle la brutal verdad.

—Samantha, tienes que huir. Estoy atrapado. No puedo salir. Sálvate. Tu madre querría que te salvases, que vivieras.

—Lo sé. Eso es lo que me dijo. Pero no puedo rendirme sin más.

Richard apoyó las manos en la pared junto a la oscilante luz verde. Al acercarse, los espíritus de los muertos del otro lado se mostraron más nerviosos y presionaron contra la pared verde, intentando salir, intentando agarrarlo.

Richard los contempló fijamente un momento. Él era uno de ellos, en cierto modo. Llevaba la muerte en su interior. Él pertenecía al tercer reino. Él era a la vez vida y muerte juntas. Y sin embargo, estaba atrapado por la muerte en el mundo de la vida.

—Lord Rahl…

Pudo oírla llorar quedamente.

Él era su única esperanza.

—Lo siento, Samantha, pero puedo salir.

—Pero tenéis que hacerlo. Sois el elegido.

El elegido, pensó él con amargura. ¿De qué le estaba sirviendo ser «el elegido»?

Se irguió muy alto. Él pertenecía a ambos mundo. Estaba vivo, pero también llevaba a la muerte en él. Estaba ya muerto, pero tenía vida aferrada todavía a su espíritu.

Parecía tan sencillo. ¿Podría ser cierto?

Magda Searus y Merritt le habían dejado un mensaje. Habían dicho: «Debes saber que tienes en tu interior lo que necesitas para sobrevivir. Úsalo».

Úsalo.

Se preguntó si…