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el modo en que el rey espíritu sujetaba su túnica empapada en sangre contra el pecho con el brazo izquierdo y el puño entreabierto le proporcionaba un porte majestuoso. Sulachan paseó la mirada por la sala con una gracia mesurada y regia, recibiendo la veneración de las masas que contemplaban su regreso triunfal al mundo de los vivos. Mientras los shun-tuk enloquecían salmodiando su nombre, el difunto monarca finalmente empezó a sonreír en señal de aprobación.

La mirada líquida del rey de los mediopersonas, en una ocasión emperador de todo el Viejo Mundo, paseó por la enorme muchedumbre que llenaba la caverna. Los refulgentes ojos se posaron finalmente en Richard, su donante de sangre.

Richard le devolvió una mirada feroz. Habría dado cualquier cosa por tener su espada en aquel momento.

El reanimado rey arrastró un dedo a través de un poco de la sangre todavía húmeda, la sangre de Richard, que descendía por su óseo pecho.

Richard deseó que el venenoso contacto de la muerte que él llevaba en su sangre se llevara a aquel hombre muerto de vuelta al mundo al que pertenecía. Sabía, no obstante, que era un deseo vano. Iba a hacer falta mucho más para desterrarlo del mundo de la vida.

Sulachan acercó a sus labios el dedo que había pasado por la sangre, paladeándola, luego cerró los ojos con una expresión embelesada. Volvió a abrir los ojos para contemplar con deliberación a Richard y le dedicó la sonrisa más perversa que este había visto en su vida.

Todos los shun-tuk de la sala empezaron a golpear el suelo con los pies al ritmo del nombre salmodiado: «¡Sul-a-chan! ¡Sul-a-chan! ¡Sul-a-chan!».

Sosteniendo aún la mirada de Richard, el rey muerto caminó a través de la sangre seca del suelo en dirección al hombre que por fin había rescatado su espíritu del inframundo: Richard, el elegido.

Richard no se permitió retroceder cuando el rey fue a detenerse ante él.

La sonrisa malévola permaneció en los refulgentes labios azulados del espíritu. Incluso la tirante carne de debajo se tensó más con la ufana sonrisa.

—He estado en los confines más recónditos y siniestros del inframundo —dijo el rey con una voz espectral que le puso la piel de gallina a Richard—. He sido invitado a viajar por el reino del Custodio a voluntad.

—Espero que disfrutaseis la estancia —dijo Richard con repentina malevolencia—, porque voy a enviaros de vuelta a ese lugar para siempre.

La sonrisa despreocupada del hombre se ensanchó.

—Cuando estuve en las regiones más sombrías del más sombrío de los mundos conocí a tu padre. Me cayó bastante bien.

—A mí no —replicó Richard—. Fui yo quien lo envió a esa sombría eternidad.

—Lo sé. Me lo contó.

El rey y su cortejo empezaron a seguir adelante. Mientras lo hacía, Hannis Arc, cuyos tatuajes ya no relucían, se unió al cadáver refulgente del rey resucitado.

—Ahora que he completado esta parte, emperador, tenemos cosas que hacer.

Mientras pasaban tranquilamente por delante de Richard, el rey muerto asintió, desaparecido su interés por su donante de sangre o incluso dando la impresión de que ni siquiera era consciente de que este seguía allí de pie.

—Se hará honor a nuestros acuerdos, lord Arc. Os he dado mi palabra. Empecemos, pues. —Alzó un brazo, saludando como si tal cosa a la enfervorizada multitud que lo vitoreaba y salmodiaba su nombre—. También yo estoy ansioso por empezar.

Richard sintió curiosidad sobre qué era exactamente lo que estaba a punto de empezar.

Al pasar por delante, Hannis Arc lanzó una sombría e impaciente mirada a Vika a la vez que indicaba con un ademán a Richard.

—Resérvalo por el momento. Me ocuparé de él más tarde.

Vika, con las manos entrelazadas a la espalda, inclinó la cabeza.

—Como ordenéis, lord Arc.

Sin una vacilación, la mano de la mord-sith fue a colocarse bajo el brazo de Richard para hacerle regresar por donde habían entrado. Richard vio que el rey muerto, en toda su refulgente gloria, escuchaba las palabras de Hannis Arc, conversación que Richard no podía oír porque la ahogaban los cánticos; sí pudo ver que Hannis Arc gesticulaba con las manos tatuadas mientras se inclinaba al frente y hablaba con el monarca.

De todos modos, Richard pudo leer en el lenguaje corporal del hombre cubierto de tatuajes que era él quien estaba al mando. Sulachan podía haber sido el emperador del vasto Viejo Mundo y haber dirigido ejércitos de magos e innumerables legiones de soldados, pero llevaba muerto mucho tiempo, atrapado en el mundo eterno de los muertos.

Hannis Arc era quien había utilizado los olvidados poderes arcanos para romper los hechizos que encerraban al tercer reino y para reanimar el cadáver de Sulachan. Esos poderes, junto con la sangre de Richard, también habían creado un vínculo que había sacado el espíritu del emperador de la oscura eternidad del mundo de los muertos. Hannis Arc todavía controlaba ese vínculo entre mundos y, por lo tanto, la permanencia del rey en el mundo de la vida.

A pesar de la actitud imperiosa del muerto, Hannis Arc estaba al mando y no tenía reparos en ejercer su autoridad.

Cualesquiera que pudieran ser los grandiosos planes del emperador concebidos en eras pasadas, a Richard le quedó claro que el obispo tenía planes propios y tenía la intención de hacer que el cadáver del difunto rey shun-tuk lo ayudara a ponerlos en práctica. Hannis Arc no habría traído de vuelta de entre los muertos a un mago con el poder del emperador Sulachan sin tener la certeza de poder controlarlo.

Por malo que pudiera ser el rey resucitado de los mediopersonas, Richard empezaba a comprender que Hannis Arc era aún más peligroso.

De todos modos, Richard se preguntó si aquel hombre tenía alguna idea del peligro que implicaba manejar fuerzas tan brutales.

Vika tiró de Richard para sacarlo de la hondonada de la cueva, en dirección al pasadizo que los conduciría de vuelta. Todos los shun-tuk clavaron sus miradas en Richard. Ante ellos tenían al hombre que había devuelto la vida a su rey. Habían sangrado a muchas personas sin que sirviera de nada, pero la sangre de aquel hombre lo había conseguido por fin. Lo miraban con una especie de respetuoso sobrecogimiento.

Eso, sin embargo, no hacía más que ponerle en un mayor peligro. Por lo que ellos sabían, la sangre de Richard, y posiblemente su carne, acababan de demostrar ser de un valor extraordinario. Estaba seguro de que todos querrían obtener un bocado de su carne, un trago de su sangre, con la esperanza de capturar su alma.

Unos cuantos alargaron las manos para arrastrar los dedos por la sangre de su brazo y luego acercaron esos dedos a los labios, paladeando lo que sus ojos ansiaban poseer.

Con Hannis Arc muy por delante de ellos, Vika se percató de la amenaza que los rodeaba y apremió a Richard para que pasara a toda prisa por entre la muchedumbre. Sujetándole con energía el brazo, lo condujo a través de aquella multitud, sumamente interesada en la persona a su cargo. Vika aceleró el paso, apartando a la gente a codazos, ansiosa por sacarlo del lugar y de las miradas anhelantes de los espectadores. Una vez atravesada la turba de shun-tuk, en un pasillo que retrocedía a través de la roca, pudieron ir más deprisa. Ella mantuvo el ritmo, sabiendo que él era un trofeo que Hannis Arc quería para sí.

—Mi brazo por fin ha dejado de sangrar —dijo a la mord-sith después de que hubieran avanzado en silencio un rato—. Gracias.

Ella le lanzó una mirada torva.

—Simplemente quería que todavía te quedase algo de sangre por si acaso necesitaban más, eso es todo. No intentes ver nada más en ello.

Richard estaba demasiado alterado para efectuar un comentario impertinente.

Cuando llegaron a su calabozo en el laberinto de pasadizos y cámaras, Vika volvió a meterlo dentro de un empujón.

Algunos de los shun-tuk apelotonados fuera en el corredor efectuaron unos ademanes cuando ella lo ordenó y la oscilante pared verde apareció de la nada. Él había oído que algunos poseían poderes arcanos, incluso la habilidad para reanimar cadáveres. Parecía ser cierto.

Richard volvió a encontrarse atrapado en la cueva prisión sin un modo de salir, con miles de aquellas criaturas que querían devorar su carne arrancándola directamente de los huesos y lamer su sangre, a poca distancia al otro lado del velo verdoso, el límite con el inframundo que ellos eran capaces de controlar a voluntad.

Si podían levantar aquellas paredes, no había duda de que también podían derribarlas.

Incluso si podía llevar a cabo lo imposible y escapar de los mediopersonas, sin ser capaz de sacar a Zedd y a Nicci, estaba condenado a sucumbir bajo el ponzoñoso contacto de la muerte que llevaba dentro.

Kahlan estaba igual de condenada.