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richard miró con ferocidad los rostros sombríos que lo observaban seguir a Vika fuera de su prisión. Las zonas oscuras pintadas alrededor de sus ojos, con la ceniza gredosa y blanquecina embadurnando por completo sus cabezas afeitadas, les daban el aspecto de calaveras con las cuencas de los ojos vacías. Desde aquella oscuridad interior, lo miraban fijamente como un depredador contempla el paso de una presa. Y, de habérseles dado luz verde, estos depredadores lo habrían despedazado en un abrir y cerrar de ojos.
A Richard le pareció poder ver en sus ojos vacuos que les faltaba una chispa interior, una conexión con la Gracia y por lo tanto con la humanidad. Estaban vivos, pero estaban vacíos, eran recipientes vivos que carecían de alma.
Aun así, había visto la clase de emoción que aquellos seres podían exhibir cuando atacaban. Entonces podían ser asesinos frenéticos, enloquecidos y maníacos, obsesionados con devorar carne humana.
Con una escolta de lo que parecían ser cientos de shun-tuk siguiéndolos igual que animales hambrientos a la espera de conseguir comida, Vika condujo a Richard por un laberinto de estancias y pasadizos abiertos a través de la roca repleta de cráteres y hoyos. Detrás de ellos, iban los silenciosos y omnipresentes muertos reanimados, avanzando pesadamente con movimientos rígidos, listos para pelear si les ordenaban detener cualquier amenaza.
En algunos lugares los túneles y pasadizos que atravesaban la escarpada roca los condujeron más abajo, descendiendo al interior de una serie de cavernas naturales que aumentaron en complejidad y tamaño. Pasillos y entradas parecían ir en todas las direcciones. Algunos de los pasadizos más lisos daban la impresión de haber sido esculpidos por corrientes de agua. Parecía haber aún más silenciosos y espectrales espectadores en cada agujero o cavidad de la roca.
Tras franquear una entrada donde tuvieron que agachar la cabeza para pasar bajo un bloque de roca que al parecer había caído y quedado encajado en las paredes, entraron por fin en una vasta estancia que parecía ser su punto de destino. Los lados en arco y el techo abovedado eran de distintos tonos canela, marrones y blancos recorridos por manchas de color óxido. Más allá, en los laterales cerca de conjuntos de agujeros y grietas que acribillaban las paredes más alejadas, inmensas columnas ahusadas colgaban del techo sobre bosques de sus gemelas que apuntaban hacia arriba.
La enorme y silenciosa estancia estaba abarrotada de lo que debían de ser miles de callados mediopersonas. Aquella infinidad de shun-tuk pintarrajeados de blanco estaban por todas partes —sobre rocas, repisas y salientes, cubriendo cada centímetro de espacio disponible—. Aún más ojos oscuros atisbaban desde pasillos situados alrededor de la caverna o desde aberturas y fisuras irregulares de las paredes. Observaban desde detrás de las columnas afiladas de lo que parecía piedra fundida. Más arriba, Richard pudo verlos mirando desde agujeros enormes que conducían a otras estancias. A la luz de cientos de antorchas, algunas de las paredes centelleaban como si estuvieran adornadas con joyas relucientes.
El suelo de la inmensa sala descendía hacia la parte central, de modo que todas aquellas criaturas allí apelotonadas creaban lo que parecía un inmenso cuenco blanco.
Richard distinguió a Hannis Arc, que destacaba del conjunto con sus ropajes oscuros en el centro de la lechosa jofaina.
Incluso desde lejos, Richard vio los ojos rojos del hombre observando cómo Vika, vestida con su traje de cuero rojo, lo conducía al interior de la cueva. Los shun-tuk retrocedieron arrastrando los pies para dejar paso a la mord-sith, que avanzaba impávida, contando con que ellos se apartarían, mientras llevaba a Richard hacia el lugar donde aguardaba su amo.
En el centro de la sala, detrás de Hannis Arc, se alzaba una plataforma que le llegaba a la altura de las caderas. Tenía el aspecto de un altar de piedra que se hubiera fundido en suaves formas amarillas y color canela, casi como el gotear de velas de cera que hubiera acabado formando un montículo con el paso del tiempo.
Cuando estuvo lo bastante cerca, Richard advirtió que había un pequeño cadáver marchito tendido sobre la plataforma de roca.
Antorchas dispuestas por todas partes, que chisporroteaban y siseaban, despidiendo nubes de humo acre, iluminaban el cadáver reseco. Al aproximarse más, Richard vio que el cuerpo estaba momificado y parecía muy antiguo. La piel oscura y endurecida se tensaba sobre la nariz y el rostro de modo que había una topografía ósea claramente discernible bajo la piel curtida.
El esqueleto parecía haberse osificado a lo largo de milenios. Era difícil saber por aquel cascarón consumido qué aspecto había tenido la persona cuando estaba viva.
Distinguió vestigios de un residuo blanquecino sobre la piel curtida.
Parecía como si hubieran frotado el cuerpo con cenizas o alguna clase de pigmento blanco en algún momento, posiblemente cuando lo prepararon para su conservación tras la muerte. Unos labios finos, tensados hacia atrás, dejaban al descubierto los dientes, confiriendo una mueca burlona a la calavera. Las cuencas hundidas mostraban indicios de que en una ocasión habían frotado con aceites oscuros la zona de alrededor de los ojos, de modo que en la actualidad eran aún más oscuras.
Los shun-tuk, con sus cuerpos cubiertos de ceniza, los ojos circundados de negro y muecas dentudas pintadas, daban la impresión de estar rindiendo un espectral homenaje al intentar imitar el aspecto del cadáver apergaminado.
Cuando estuvo más cerca aún, Richard pudo advertir que el cuerpo estaba parcialmente envuelto en lo que parecía haber sido en el pasado un muy elaborado traje ceremonial y que en aquellos momentos era poco más que oscuros restos descoloridos de tela decorados con medallones de oro y plata ensartados entre sí con piedras preciosas. La túnica estaba abierta desde el cuello hasta la cintura, dejando al descubierto una esquelética caja torácica.
Al mirar con más detenimiento, Richard reparó en que las manchas oscuras de los ropajes eran de sangre seca.
Sangre relativamente fresca.
Cuando echó una ojeada hacia abajo, vio que también había sangre cubriendo el suelo alrededor de la plataforma del centro de la caverna. Parecía como si hubieran celebrado un sacrificio.
—Bienvenido a la trascendental ceremonia —saludó Hannis Arc.
Cuando Richard no contestó, Hannis Arc alzó una mano tatuada y describió un círculo con ella para señalar a la multitud que observaba.
—Estas personas llevan mucho tiempo aguardando la llegada de fuer grissa ost drauka, ya que la profecía ha prometido que será quien resucitará a su rey.
A la mención del rey, todos los shun-tuk de la enorme estancia cayeron de rodillas. El sonido susurrante resonó por la habitación, apagándose poco a poco en un quedo susurro de rodillas golpeando piedra.
—¿Y qué hacéis vos en su tierra? —preguntó Richard.
—Con mi ayuda, las antiguas puertas que durante tanto tiempo los mantuvieron cautivos en este lugar han sido por fin forzadas, permitiéndoles finalmente traer al interior a los vivos, a aquellos con alma, para ayudar a devolver la vida a su amado rey, el rey del tercer reino que se convertirá en el rey del mundo de la vida y de la muerte unidos en un único propósito.
—Por decirlo de otro modo —dijo Richard—, están intentando utilizar la sangre de personas para devolver la vida a un cadáver y no está funcionando del modo que habían esperado.
Hannis Arc sonrió de un modo que distorsionó los símbolos tatuados en su cara.
—No es un modo muy magnánimo de expresarlo, pero es esencialmente correcto. En su ignorancia, creían que la sangre de los que tienen alma, soldados robustos, por ejemplo, volvería a dar energías a su rey y que la sangre de los que poseen el don le devolvería sus poderes en el mundo de la vida. Es su simplista comprensión de la antigua tradición popular.
—¿Eso es todo? —Richard pensó que tenía que haber algo más—. ¿Estáis diciendo que creían que simplemente vertiendo sangre sobre un cadáver este volvería a la vida?
—Bueno —admitió el otro con un ademán—, había más cosas en el procedimiento. Aunque no comprendían del todo el proceso, no eran tan ignorantes como hacéis que suene.
»Tenían que añadir el componente vital de conjuros arcanos que a los suyos les habían enseñado desde tiempos remotos antes de ser desterrados. Tales hechizos y ensalmos cayeron en desuso hace mucho tiempo y han sido olvidados en gran medida por el mundo exterior, pero no aquí. Todo lo que les faltaba era la sangre y ahora la tienen.
—No sé —comentó Richard—, a mí me sigue pareciendo muerto.
Sólo los ojos rojos de Hannis Arc delataron su irritación. La sonrisa, falsa como era, permaneció allí. Pero aunque era difícil saberlo, era inconfundible la silenciosa desaprobación pintada en los rostros de todos los shun-tuk que observaban.
—Estaban más cerca de la verdad de lo que podríais imaginar. Por desgracia —dijo Hannis Arc a la vez que señalaba con un ademán a la muchedumbre—, carecían de acceso a la profecía.
»Habían perdido el vínculo vivo con aquellos que conocían las antiguas costumbres y podían aportarles los conocimientos proféticos necesarios para ayudar en su antiquísima tarea. Los que los desterraron a esta tierra desierta los despojaron de cualquiera que pudiera poseer conocimientos de profecía. Los abandonaron como a niños, sedientos de conocimientos que estaban fuera de su alcance.
Alzó un brazo e hizo una seña a alguien para que avanzara. Una de las mujeres shun-tuk de pecho desnudo llegó corriendo con un cacharro pequeño, un poco parecido a una tetera, suspendido de una cadena adornada con lo que parecían ser dientes humanos recubiertos de oro. Vertió líquido del pote dentro de media docena de cuencos llanos dispuestos alrededor del cadáver. Otra mujer llegó detrás de ella con una astilla de madera encendida, prendiendo el líquido. Aparecieron unas llamas azules que oscilaban lentamente y despedían un humo amarillento y acre. Ambas mujeres dedicaron una reverencia al cadáver del rey antes de alejarse a toda prisa.
—Así pues —dijo Richard—, debo entender que les ha faltado vuestro liderazgo durante todo este tiempo. —Trabó la mirada con Hannis Arc—. Y, apostaría, algún otro elemento importante.
Su interlocutor volvió a sonreír, pero no fue lo que podría describirse en ningún modo como una sonrisa agradable.
—¡Oh, sí! Han esperado todo este tiempo a alguien que comprenda cómo deberían haberse practicado tales procedimientos arcanos en el pasado.
—Tales como todos esos hechizos e instrucciones tatuados por todo vuestro cuerpo en el Idioma de la Creación.
El hombre sonrió a la vez que enarcaba una ceja.
—Así que conocéis algo de estos escritos sagrados.
—Me he tropezado con ellos antes —respondió él sin dar demasiadas explicaciones—. Así pues, sin vos, estos «niños» habrían estado vertiendo constantemente una gran cantidad de sangre sobre un cadáver para nada.
—Eso me temo.
—Pero vos sabéis lo que podría haberles faltado.
—Precisamente lo que les ha faltado —repuso Hannis Arc con una leve inclinación de cabeza—. La profecía dicta que para que esto funcione adecuadamente, se requiere algo extraordinario.
—Y vos estáis aquí para proporcionar ese extraordinario ingrediente final.
—Para ser exactos —dijo el otro a la vez que su sonrisita volvía a aparecer—, sois vos quien está aquí para proporcionar el extraordinario ingrediente final.
—Con vuestra guía, por supuesto.
Hannis Arc encogió los hombros.
—Únicamente yo, un hombre que vive según las antiguas costumbres, que practica las artes arcanas y hace caso de los crípticos susurros de la profecía, sería capaz de comprender el contexto más amplio de lo que implica todo esto, lo que se pretendía cuando esto se puso en marcha, y por lo tanto podría proporcionar lo que necesitan. Tan sólo yo sería capaz de traer el elemento de la profecía a tal tarea y de ese modo ser capaz de completar lo que nadie más podía.
—Entiendo lo de la magia negra, en un extraño y enfermizo sentido ritualista, e incluso la sangre. Pero ¿qué tiene que ver la profecía con esto?
Hannis Arc arqueó una ceja.
—La profecía revela el extraordinario ingrediente final que hace falta.
Richard suspiró, cansado del juego.
—¿Y cuál sería ese extraordinario ingrediente final?
—Para traer a su rey de vuelta a la vida se requiere vida y muerte mezcladas. Se requiere al fuer grissa ost drauka, al portador de muerte.
En esta ocasión, Richard no dijo nada.
—¡Ah! —dijo Hannis Arc, complacido por lo que significaba el silencio—. Veo que finalmente estáis empezando a comprender vuestro papel en todo esto. Estas personas no comprendieron que esto no requiere simplemente la sangre de los vivos que tienen alma.
»Más bien, requiere la sangre correcta, sangre de uno de ellos, uno que es del tercer reino, uno que lleva la muerte dentro de él y, sin embargo, tiene alma.
»Sólo existe una persona así, un portador de muerte. Vos, Richard Rahl, sois el elegido.
—Eso se me ha dicho.
—Desdeñasteis mi fe en la profecía, pero es mi estudio de ella lo que una vez más me mostró el camino. Fuisteis un estúpido al dar la espalda tan alegremente a la profecía y ahora os va a costar todo, Richard Rahl.
Richard lanzó un grito cuando Vika, desde atrás, le hundió el agiel en la base del cráneo.