65
richard estaba sentado en el suelo de piedra de la caverna, con la espalda apoyada contra la pared, medio dormitando, agotado por la enfermedad que lo abrumaba. Alzó la vista al oír voces amortiguadas. No era la voz de Zedd, sino otras fuera de la barrera, al otro lado de la entrada principal de su prisión. Alguien decía algo que no pudo entender del todo.
Vio movimiento en el otro lado del ondulante velo verde y luego varias figuras se detuvieron. No era la clase de movimiento que estaba acostumbrado a ver por parte de los espíritus que serpenteaban dentro del mundo de los muertos que lo habían estado hostigando durante días, prometiéndole la paz de la eterna nada, susurrándole que cruzara y se reuniera con ellos.
Estas otras figuras permanecían de pie ante la puerta verde de su prisión.
Habían transcurrido varios días desde la última vez que había visto u oído a nadie. Al menos pensaba que habían sido varios días. No podía estar seguro. Era difícil calcular el tiempo en la penumbra eterna de la caverna en la que estaba prisionero.
Había dormido poco y paseado una barbaridad mientras el tiempo transcurría lentamente. No le habían traído comida. Había encontrado un hueco desgastado en la roca misma por el continuo gotear de agua. Con el paso del tiempo aquel gotear lento y constante había excavado una depresión en forma de cuenco. Eso al menos le proporcionó una fuente de agua, ya que en el cubo no quedaba nada.
Pero al no proporcionarle comida, empezaba a pensar que a lo mejor se habían limitado a dejarlo allí para que muriera. Con el contacto de la muerte siempre en un segundo plano en su interior, se preguntó si el veneno dejado por la Doncella de la Hiedra no podría ganarles la partida.
Richard había regresado varias veces al lugar donde había hablado con Zedd, pero su abuelo nunca contestaba. En su deambular, había comprobado con frecuencia las otras entradas bloqueadas por el velo del inframundo. No le llegó ninguna palabra del otro lado de ninguna de ellas y se preguntó si los guardas habrían trasladado a la gente que estaba en celdas próximas a la suya para que nadie pudiera hablar con él o contarle lo que sucedía. Parecería lógico que quisieran aislarlo.
Se dijo que o bien era eso o Zedd no había regresado porque lo más probable era que a los prisioneros los metieran en cualquier agujero que estuviera a mano, en lugar de molestarse en devolverlos a un lugar concreto. Al fin y al cabo, aquella roca era un laberinto de cavernas. Hizo un gran esfuerzo por convencerse de eso. Se negó a permitirse considerar la posibilidad de que después de la última vez que Richard había hablado con él, hubieran vuelto a sangrar a su abuelo y este hubiera muerto finalmente. Richard se recordó que Zedd era más fuerte de lo que parecía y que resistiría ahora que Richard estaba allí.
Pero ¿qué esperanza podía existir simplemente porque Richard fuera también ahora un prisionero? Ahora era más probable que muriera junto con el resto de ellos.
La luz verdosa se desvaneció bruscamente, girando sobre sí misma igual que humo.
Había varios shun-tuk en el laberinto de pasadizos, así como unos cuantos muertos vivientes colocados un poco más atrás en oscuras entradas, observando con refulgentes ojos rojos. Los mediopersonas lo miraron fijamente como si trataran de ver su alma.
La mord-sith estaba de pie en la entrada. Era su figura la que había visto más allá del velo.
Richard permaneció sentado donde estaba.
En el fondo de la estancia donde lo habían metido, no había ninguna abertura al mundo exterior, no llegaba luz diurna, de modo que le era imposible decir con precisión cuántos días habían transcurrido desde la última vez que había visto a alguien, ni tampoco si era de día o de noche. Desde que lo habían dejado en su prisión privada, ni siquiera la mord-sith había ido a atormentarlo, como tenían estas por costumbre.
Mientras que él se sentía débil por la falta de comida, Vika parecía descansada y fresca. Eso era por lo general una mala señal.
Richard, sin embargo, no estaba de humor para ninguna de sus tonterías o juegos. Se le acababa el tiempo y su paciencia hacía mucho que se había agotado.
Vika entró en la habitación con una actitud autoritaria que trajo de vuelta una gran cantidad de recuerdos desagradables. Intentó recordarse que no debía imponer situaciones pasadas a esa. Esa era diferente. Él era diferente. Tenía que pensar en la amenaza presente, no en las pasadas.
El pelo rubio de la mord-sith tenía un aspecto limpio y recién trenzado. El traje de cuero rojo estaba impoluto y cortado para ajustarse perfectamente a su figura musculosa.
—Es la hora —anunció ella en una voz aterciopelada y fría.
—¿La hora de qué?
Richard, con los antebrazos apoyados en las rodillas, no efectuó ningún movimiento para levantarse.
—La hora de que me acompañes —respondió ella, con una estudiada falta de emoción.
Richard suspiró y se puso en pie antes de que la mujer fuera a buscarlo. Se sacudió el polvo de piedra de las manos, a la vez que se preparaba mentalmente para el baile que estaba a punto de dar comienzo. Respiró hondo para mantener la calma. No estaba dispuesto a dejar que ella llevara la iniciativa.
—Mira, Vika, sé mucho más sobre las mord-sith de lo que puedes imaginar y creo que tú sabes mucho menos sobre el mundo exterior de lo que piensas. Te han mantenido encerrada en las Tierras Oscuras en una total ignorancia.
»Es necesario que me escuches. Rahl el Oscuro era un hombre malvado. No me adjudiques a mí sus crímenes o pecados.
»El mundo más allá de la provincia de Fajín, más allá de estas subdesarrolladas Tierras Oscuras, ha cambiado para mejor. Sé el modo en que Rahl el Oscuro coleccionaba muchachas muy jóvenes para convertirlas en mord-sith, cómo eran adiestradas. Puedo comprender por qué cualquier mord-sith lo habría abandonado… pero no soy él.
»No soy como él. No permito la captura de muchachas para convertirlas en mord-sith y no trato a las mujeres que ya son mord-sith del modo en que él las trataba. Las mord-sith son mis amigas.
Ella enarcó una ceja.
—¿Como Cara?
—¿Está Cara aquí? —Richard dio un paso al frente—. ¿Está bien? ¿Está a salvo?
—Está débil.
—¿Por estar siendo sangrada?
Vika frunció levemente el entrecejo.
—No. Por haber sido tu mord-sith. Es débil porque tú eres débil y le permitiste volverse débil.
—Cara es mucho más fuerte de lo que podrías ser tú jamás porque la dejé crecer —replicó él apretando los dientes—. Tuvo la fuerza necesaria para convertirse en la persona que quería ser. Tú jamás podrías ser tan fuerte como ella.
—Por favor —se mofó Vika, poniendo los ojos en blanco un instante—. Su agiel ni siquiera funciona. Ya no es nada. —Sonrió—. Así es como lord Arc supo que tu don realmente había dejado de funcionar. El agiel de tu mord-sith no funciona porque tu don, tu vínculo, les ha fallado. Tú les has fallado. Están indefensos. Tú estás indefenso.
A Richard le había intrigado cómo había sabido Hannis Arc que su don no funcionaba. La respuesta era más sencilla de lo que había pensado.
—¿Hablaste con Cara? ¿Trataste de averiguar alguna cosa sobre cómo son las cosas ahora con…?
—Yo hablé. Ella escuchó.
A Richard no le gustó lo que la mujer daba a entender.
—Puedes elegir cambiar, Vika.
—¿Cambiar? ¿Como ella? ¿Volverme débil? Estuve en el Palacio del Pueblo con el abad Dreier. Estuve allí bajo tus narices, invisible, ayudándole a poner las cosas en marcha. Cuando estaba allí oí rumores y el abad lo confirmó. Dijo que Cara, una mord-sith, se había casado.
—Lo sé —dijo Richard en voz queda—; fui yo quien los casó.
Vika, con semblante sorprendido, estudió su rostro un buen rato.
—¿Por qué tendría que hacer ella tal cosa? ¡Es una mord-sith!
—También es una mujer, Vika, igual que tú. Se enamoró y quiso compartir su vida con el hombre que amaba.
La mujer volvió a fruncir el entrecejo. Parecía sinceramente perpleja.
—¿Y permitisteis esto? ¿Por qué los casasteis?
—Por el cariño que le tengo, a ella y a todas las mord-sith. Quería que fuera feliz. Después de todo por lo que ha pasado en su vida, igual que todas vosotras, merecía que hubiera un poco de felicidad en ella. Las otras mord-sith lloraron de alegría en su boda. —Richard se dio un golpecito en el pecho—. Yo lloré de alegría por ella.
Mientras Vika lo estudiaba en silencio durante un rato, él siguió diciendo:
—Ella cambió… por propia elección; cambió para tener la vida que quería. También tú posees la capacidad de usar tu mente, de cambiar, pero el tiempo que tienes para efectuar esa elección se agota por momentos. Todavía tienes la opción de arreglar las cosas.
»No dejes que la oportunidad pase de largo, Vika. Una vez que se te escape, habrá desaparecido para siempre.
Ella lo miró con escepticismo.
—¿Oportunidad para qué?
—Oportunidad para no ser propiedad de un hombre malvado.
—Él es el lord Arc, mi amo.
—Tú eres tu propia ama. Simplemente no lo sabes.
Agotada su paciencia, con la cólera aflorando furiosa a la superficie, Vika alargó bruscamente el agiel hacia la cintura de Richard.
Richard atrapó el arma en el puño antes de que ella pudiera empujarla contra su abdomen. Vika sujetaba un extremo; él, el otro, soportando el terrible suplicio tal y como le habían enseñado en lecciones horribles que pensó que jamás necesitaría.
Ahora necesitaba aquellas lecciones.
Ahora daba gracias por aquellas lecciones.
Ahora aquellas lecciones eran lo único que lo mantenía en pie.
Estaba a centímetros de distancia del rostro de Vika, mirando fijamente sus ojos azules y ella los suyos, compartiendo el dolor del agiel que ella experimentaba, soportándolo igual que ella lo soportaba.
Los shun-tuk observaban sin reaccionar desde el otro lado de la entrada, sin comprender el alcance total de lo que sucedía, lo que los dos sentían o lo que compartían. Las blancuzcas figuras de ojos ennegrecidos no efectuaron el menor movimiento para intervenir mientras ellos dos permanecían inmóviles, cara a cara, compartiendo el atroz suplicio que proporcionaba el agiel de la mujer.
Mirándola a los ojos, Richard vio por fin la sombra del miedo.
Una vez que divisó aquel espectro del miedo en sus ojos, una vez que hubo transcurrido tiempo suficiente para estar seguro de que ella comprendía que él lo veía y lo reconocía, la empujó hacia atrás a la vez que soltaba el agiel.
Mientras la mujer lo observaba, jadeando para recuperar el resuello, la tersa frente se crispó en un gesto impresionado.
—Eres una persona poco común, Richard Rahl, al ser capaz de hacer eso.
—Soy el lord Rahl —contestó él con tranquila autoridad—. A pesar de lo que puedas creer, yo tengo el control, no tú. No olvides nunca eso o te costará la vida cuando menos lo esperes.
—Espero morir en combate…
—No anciana y desdentada en la cama —finalizó él.
Ella frunció el entrecejo.
—Sabes más de las mord-sith de lo que había pensado.
—Vika, sé más de las mord-sith de lo que puedes imaginar. Sé que pueden volver a escoger la vida. Sé que no es demasiado tarde. He llevado colgado al cuello el agiel de mord-sith que murieron. Algunas de ellas murieron peleando contra mí; otras, conmigo. Todas ellas poseían la capacidad de elegir ser más que únicamente mord-sith. Algunas eligieron sabiamente, otras no.
Vika le miró profundamente a los ojos a la vez que sopesaba sus palabras. Por fin, alzó su agiel, apuntándole al rostro con él al mismo tiempo que la férrea expresión regresaba a su cara.
—Soy mord-sith. Harás lo que yo diga, cuando lo diga.
Richard sonrió con suavidad.
—Desde luego, ama Vika. —Alargó un brazo—. Ahora, ponte en marcha. Se supone que viniste a buscarme para algo. Esa cosa patética a la que sigues se enojará contigo si te demoras más. Es así como trata a las mord-sith… no muy distinto a como Rahl el Oscuro las manejaba.
»Tu elección de irte con Hannis Arc en lugar de permanecer junto a Rahl el Oscuro no fue ninguna mejoría. Cambiaste un tirano por otro. Pero al menos debería mostrarte que tienes el poder de elegir. Tomaste esa elección. Espero que aprendas de ella y acabes efectuando una mejor la próxima vez.
Ella no pareció complacida.
—Espero que lord Arc me permita matarte.
—Esa es una falsa esperanza. Simplemente no va a suceder.
El rostro de la mujer enrojeció de rabia.
—¿Y qué te hace pensar eso?
—¿Realmente piensas que Hannis Arc se tomaría todas las molestias que se ha tomado para capturarme simplemente para dejar que me mates? Me cuesta mucho creerlo.
»Tiene planes mucho más importantes que tu diversión. Me quiere por alguna razón. No va a dejar que me mates e imagino que te ha dado órdenes explícitas a tal efecto. ¿No es verdad?
—Tienes razón —dijo ella en una voz más calmada—, tienes una función más importante que la de morir por mi mano. —Alzó la barbilla—. Pero eso no significa que no vaya a disfrutar con tu destino final.
—Estupendo, déjate de esas amenazas sin sentido. Ahora, pongámonos en marcha.
Richard empezó a caminar cuando ella no lo hizo, luego se hizo a un lado para dejar que encabezara la marcha cuando ella lo interceptó para colocarse delante. Ya la había presionado suficiente. Si continuaba no haría más que endurecerla.
Richard sabía que podía haber matado a la mujer. Sabía cómo matar a las mord-sith. Era algo que no todo el mundo podía hacer, pero, por desgracia, él sí.
Necesitaba salir de allí y habría estado dispuesto a matarla para conseguirlo, pero lo que en última instancia le había impedido actuar fue la presencia de los shun-tuk abarrotando los pasillos fuera de su calabozo, todos observándolo, junto con una docena de cadáveres detrás de ellos.
Sabía que ella era lo único que lo mantenía con vida en aquellos momentos. De haberla eliminado, ellos habrían irrumpido en la celda y lo habrían devorado.