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richard, sintiéndose desnudo sin la espada, miró a su alrededor en su repentina soledad, con el velo verdoso proporcionando luz suficiente para poder ver. Paseó de un lado a otro durante un rato, frustrado, enojado y sintiéndose acorralado no tan sólo por la luminiscencia verde que lo confinaba en un cuarto abierto en la roca, sino por toda la situación.

Había esperado que esto lo condujera al lugar donde tenían cautivos a Zedd, Nicci, Cara y los demás. Sospechaba que tenía que estar cerca de ellos, pero encerrado en un lugar como aquel no sabía cómo conseguiría llegar hasta sus amigos.

Era evidente que Hannis Arc llevaba tiempo tramando algo y Richard no se había percatado en absoluto de las traicioneras maquinaciones de aquel hombre. No sabía con seguridad qué había planeado o cuál era su objetivo final, pero tenía algunas ideas y ninguna de ellas era buena.

Odiaba la sensación de estar muy por detrás del flujo de los acontecimientos, de sentir que lo habían atrapado antes de que comprendiera siquiera que algo sucedía. No tan sólo la barrera que encerraba al tercer reino, construida en tiempos de Naja Luna durante la antigua guerra, había dejado de funcionar, sino que al mismo tiempo Hannis Arc planeaba algo que no presagiaba nada bueno. Parecía más que evidente que los dos acontecimientos estaban conectados.

Se reprendió por concentrar tanto esfuerzo mental en el problema en lugar de tratar de pensar en un modo de salir de la situación. No podía conocer el alcance de la amenaza y era inútil hacer conjeturas.

Al menos Samantha había conseguido huir. Eso significaba que la situación no era irremediable. O bien a Hannis Arc ella no le importaba o bien todavía no había conseguido atraparla. Lo más probable era que no la considerara una amenaza seria. Era lo que Richard quería.

Era necesario que abordara los obstáculos de uno en uno. La solución inmediata que necesitaba era ver si había un modo de salir de la prisión en la que estaba. Tenía que concentrarse en eso.

Dejando de lado el torbellino de preocupaciones y preguntas, empezó a explorar la irregular zona en la que estaba confinado.

Había un cubo de madera con agua cerca de una pared, pero nada de comida. No tardó en descubrir que había aberturas por todas partes a través de la roca, pero la mayoría eran pequeños agujeros oscuros en los que no podía meter más que un dedo o una mano. Había unas cuantas aberturas más, apenas lo bastante grandes para que pudiera introducirse en ellas, pero oscuras como bocas de lobo. Richard sospechó que no conducían a ninguna parte, de modo que podía dejarlas de momento para probar suerte con ellas como último recurso. No le serviría de nada intentar escurrirse a través de ellas y quedar atorado. Había aberturas más grandes, como la que había usado para entrar, pero también estaban bloqueadas con las refulgentes paredes verdes.

Richard tuvo buen cuidado de mantenerse apartado del velo. Había estado alarmantemente cerca de tales límites con el inframundo con anterioridad, pero no estaba seguro de las propiedades exactas de los que había en ese lugar. Hannis Arc los había hecho aparecer, y era imposible saber si el límite entre mundos actuaba de un modo diferente en el tercer reino, donde vida y muerte coexistían. Además, no quería estar demasiado cerca y que uno de estos lo engullera sin previo aviso.

Mientras echaba una ojeada a su alrededor, se le ocurrió que los velos del límite que lo mantenían encerrado en la prisión podrían empezar a venírsele encima para arrastrarlo al interior del inframundo. Parecía improbable, de todos modos. Hannis Arc podría haberse limitado a entregarlo a los shun-tuk de haber querido ver muerto a Richard.

No, Hannis Arc lo quería vivo por alguna razón. Tal vez la misma razón por la que había hecho prisioneros a los demás en lugar de matarlos. Richard deseó saber cuál podría ser esa razón.

Entre suspiros de contrariedad, introdujo las manos en los bolsillos posteriores del pantalón mientras daba vueltas, inspeccionando cada centímetro de su prisión. No vio nada útil y ningún modo de salir. Parecía una mazmorra muy segura.

Esperó que a Samantha no la hubieran capturado los shun-tuk. En el fondo de su mente existía una preocupación constante por ella. Consideró el modo en que había sido capaz de hablarle desde el otro lado del velo verdoso que lo tenía atrapado, y recordó que ella pudo oír su voz, pero no verlo.

Ese pensamiento le dio una idea.

Fue hasta uno de los pasadizos cubiertos con una trémula cortina de luz verde.

—¿Hay alguien ahí? —llamó a gritos.

Cuando volvió a llamar y siguió sin recibir respuesta aparte del eco de su propia voz, siguió adelante hasta el siguiente velo, y luego otro, gritando en cada uno.

—¿Puede oírme alguien? ¿Hay alguien ahí?

—¿Richard? —le llegó el débil eco de una voz que conocía.

Richard giró en redondo hacia el lugar del que había salido la voz en el otro extremo de la irregular estancia. Corrió al otro lado de su prisión, al velo verde que flotaba en la abertura situada en aquel lado.

—¿Zedd? ¿Zedd, eres tú?

—¡Queridos espíritus… Richard! —resonó la voz.

Sonaba lejana, como si estuviera a varias habitaciones de distancia, y no era muy fuerte, pero sí lo suficiente para oírla y era inconfundible. La voz de Zedd sonaba abogada por las lágrimas. Aquel sonido atormentado en la voz de su abuelo aterró a Richard.

—Zedd, sí, soy yo. ¿Estás bien?

—Sí, muchacho. Estoy vivo.

Esa no era la respuesta que él había estado esperando.

—¿Zedd, estás bien? ¿Qué te están haciendo?

Aguardó un momento hasta que la respuesta llegó por fin.

—Nos están sangrando.

—¿Sangrando? ¿Os están sacando la sangre?

—Sí.

Richard asestó un puñetazo a la pared de piedra junto a la abertura bloqueada por la luminiscencia verde.

—¿Por qué?

—Es una larga historia. He visto a unos cuantos de los otros. Y a algunas personas que no conozco. También los sangran, tanto a los que tienen el don como a los que no.

Richard recordó el modo en que Jit había estado bebiendo la sangre de Kahlan y tuvo que recordarse que debía respirar más despacio y mantener la calma. Tenía que mantener alerta los cinco sentidos si quería que se le ocurriera algo.

Tuvo que hacer un supremo esfuerzo para no intentar zambullirse a través del límite del inframundo para llegar hasta su abuelo.

—Lamento que también te hayan cogido, muchacho. Pero es reconfortante oír tu voz.

La angustia en la voz de Zedd era inconfundible. Raras veces sonaba tan desconsolado.

—Zedd, aguanta. Se me ocurrirá algo.

Pudo oír una risita ahogada.

—Ese es el Richard al que he echado tanto en falta.

Richard tragó saliva.

—Zedd, ¿para qué quieren vuestra sangre?

—La están usando para intentar reanimar a los muertos.

Richard pestañeó.

—¿Qué?

—No hablan mucho, pero por lo que puedo colegir, creen que la sangre de los que poseen el don puede devolver la vida a los muertos de algún modo.

—Eso es de locos, pero no es ni con mucho lo más absurdo que he oído recientemente.

El silencio se alargó un momento antes de que Zedd volviera a hablar.

—Estoy tan cansado… Richard, tengo que descansar. Tan cansado…

Richard asentía.

—No pasa nada, Zedd. Descansa. Se me ocurrirá algo. Conseguiré que salgamos todos de aquí, juro que lo haré. Aguanta. Ahorra energías.

—Chist. Vienen a por mí otra vez. Te quiero, muchacho…

La voz de Zedd se apagó.

Richard volvió a golpear el puño contra la pared al oír cómo su abuelo lanzaba un grito a lo lejos mientras se lo llevaban.

Tenía que hacer algo.