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lord Arc —dijo Richard en un tono de voz sin inflexión—. Se me dijo que era obispo Hannis Arc.
El hombre sonrió hipócritamente.
—Mi título anterior. —Lo desechó con un fastidioso floreo de una mano tatuada—. Ahora soy lord Arc, que pronto será… bueno, eso carece de importancia por el momento. Tenemos asuntos más importantes que nos aguardan.
La sombra tras el hombre finalmente avanzó para colocarse junto a él.
Richard quedó estupefacto al ver que era una mord-sith vestida de cuero rojo; una mord-sith alta, atractiva y con un aspecto muy peligroso.
Lo dejó aún más estupefacto ver que la rubia mujer no era una mord-sith que reconociera… y las conocía a todas. Al menos, pensaba que así era. Esta, pensó, debía de haber estado escondida bajo una roca. Una roca en las Tierras Oscuras.
Hannis Arc alargó una mano para presentarla a la vez que sonreía satisfecho ante la sorpresa que veía en Richard.
—Esta es el ama Vika.
No tan sólo no la reconocía, sino que Richard había oído a ninguna mord-sith mencionar el nombre de Vika.
Hannis Arc volvió la cabeza hacia la mujer.
—¿Lo ves, Vika? Te preocupas por nada. Es como dije. Yo dejo las miguitas de pan y lord Rahl las sigue.
Ella sonrió, pero sostuvo la mirada de Richard con sus acerados ojos azules.
—Sí, lord Arc.
Hannis Arc volvió a girar la cabeza, mirando también a Richard a los ojos al hablar.
—Él no es más que un cachorrito, que piensa que se pone en marcha cuando lo decide, cuando quiere y adonde quiere, cuando en realidad es otro quien sujeta su traílla.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Richard con toda la calma que fue capaz de reunir, recordándose que no debía perder los estribos.
Necesitaba pensar, dilucidar qué estaba sucediendo, y sabía que no podría hacerlo si se dejaba llevar por un arranque de furia, aunque resultara muy satisfactorio. Era mejor ganar tiempo y averiguar exactamente con qué clase de peligro se enfrentaba en realidad. Sabía que cuantas más preguntas pudiera hacer, y cuanto más dejara hablar a aquellos dos, más tiempo podría obtener para intentar pensar en un modo de salir de la trampa en la que había caído.
—Veréis, lord Rahl, todo iba como yo quería, pero entonces la Doncella de la Hiedra casi estropeó mis planes. Daba la impresión de que estaba obsesionada con esa ansia de sangre que tanto subyuga a los de su clase. Pero imagino que ya habéis averiguado más que suficiente al respecto.
»Debido a su incapacidad para llevar a buen término mis peticiones perfectamente razonables y cuidadosamente planeadas, fue necesario cambiar mis planes. Al final, no obstante, me ocupé de que funcionara en mi propio provecho, como todas las cosas acaban por hacer.
»Veréis, siempre tomo en consideración las sendas alternativas que otros pueden elegir debido a su naturaleza más limitada de modo que, de ser necesario, pueda alterar mis propios planes. Debido a eso, estaba preparado y fui capaz de aprovechar la situación cuando se presentó. Resultasteis ser de lo más servicial y por consiguiente funcionó en mi beneficio aún mejor de lo que habría podido soñar en un principio.
»Veréis, al principio, me preguntaba cómo me ocuparía de vuestras bien conocidas y bastante peligrosas habilidades, pero ahora, gracias a la obstinada naturaleza de esa mugrienta Doncella de la Hiedra, esa contingencia ha quedado resuelta.
Richard no estaba del todo seguro de qué era de lo que hablaba aquel hombre. Cuando no respondió, Hannis Arc, como Richard ya esperaba, se inclinó un poco al frente para entrar en detalles.
—Me refiero al contacto de la muerte que ella plantó en vuestro interior que impide que vuestro don funcione. Su presencia dentro de vos interfiere con las funciones de la Gracia. —La sonrisa maliciosa reapareció—. Sí, estoy enterado de eso. Parece que me hizo un favor al dejaros sin colmillos. Puesto que conocía su naturaleza le permití saciar sus propias necesidades para que sirvieran a las mías. Sabía lo que intentaría hacer y sabía que tendríais que detenerla.
Richard se preguntó qué función había tenido la profecía en eso.
Hannis Arc se irguió, complacido consigo mismo.
—¿Veis? Mi paciencia me resulta muy útil y todo redunda en mi beneficio al final.
Richard vio que atrás en las sombras empezaban a aparecer figuras como si se materializasen de la roca misma. Al principio sólo vio unas pocas, pero en unos instantes eran cientos. Todas tenían el mismo aspecto.
Shun-tuk.
—Así pues, ¿cuál es ese grandioso plan vuestro? —preguntó Richard con toda la naturalidad de la que fue capaz, intentando todavía ganar tiempo—. ¿De qué va esa pequeña conspiración vuestra?
—Todo a su debido tiempo. —Pareció incapaz de evitar añadir—: Y no es tan pequeña.
—¿De verdad? ¿Esperáis que crea que desde los oscuros confines de la provincia de Fajín, en vuestros pequeños y recónditos dominios, habéis tramado algún magnífico y minucioso plan que al mundo le va a importar?
La provincia de Fajín había contribuido con soldados a la campaña para detener a la Orden Imperial y algunos de aquellos hombres servían incluso en la Primera Fila. Resultaba descorazonador darse cuenta de que este lugar que había combatido a su lado nunca había estado realmente de su parte. O, al menos, su líder no lo estaba. Sólo había fingido lealtad.
Richard se preguntó cuántos líderes de otros territorios que le sonreían con tanta afabilidad a la cara en realidad querían apuñalarlo por la espalda.
Habían ganado la guerra, declarado la paz. Richard encontró tal traición no tan sólo exasperante, sino también desalentadora. Había creído que iba a haber paz. Zedd le había advertido que no había nada tan peligroso como la paz, y Richard debería de haberse tomado más en serio las palabras de su abuelo.
Hannis Arc sonrió, como si tratara de decidir si quería matar a Richard allí mismo por menospreciar su revelación de un magnífico plan cuidadosamente elaborado o continuar atormentándolo con algún propósito. Al final, giró y se inclinó un poco a la vez que extendía un brazo a un lado en una fingida invitación cortés.
—Venid con nosotros, por favor, lord Rahl, y os mostraremos un poco de mis magníficos planes. Luego podéis decidir por vos mismo si creéis que al mundo le importarán.
Las verdes paredes de la muerte todavía permanecían a los lados y detrás, impidiendo cualquier huida.
—¿Tengo elección? —preguntó Richard.
Hannis Arc sonrió de un modo que le heló la sangre a Richard.
—No.
—Bueno, aun así, lo siento —dijo Richard—. Me temo que tengo otros planes y no os incluyen.
La sombra de una mirada siniestra cruzó por el rostro tatuado del hombre, quien alzó un dedo en dirección a Richard.
Un dolor repentino que le acuchilló el cráneo lo hizo caer a de rodillas en un santiamén. Sus ojos parecieron querer saltar de las órbitas mientras sus manos oprimían los costados de la cabeza. Parecía como si restallaran rayos en su interior a través de los oídos. El sonido dentro de su cabeza era ensordecedor, el dolor, avasallador.
Hannis Arc retiró el dedo que le apuntaba y el dolor desapareció con él. Richard cayó al frente sobre las manos a la vez que daba una boqueada.
—Yo puedo hacer esto todo el día —dijo el hombre—. ¿Podéis vos?
Richard pugnó por volver a ponerse en pie, jadeando aún para recuperar el aliento.
—Creo que puedo, obispo —respondió, utilizando deliberadamente el título de menor categoría de su adversario—. Por favor, continuad.
—Dejadme pasar unos cuantos minutos con él, lord Arc —dijo Vika con amenazadora impaciencia—. Le enseñaré a ser más respetuoso.
Él desechó la sugerencia con un ademán.
—Más tarde.
Ella inclinó la cabeza.
—Como deseéis, lord Arc.
Richard deseó poder saber de dónde diablos había salido la mujer y por qué no sabía nada sobre ella.
—Ya es suficiente —indicó Hannis Arc, prescindiendo del tono educado para volver a mostrar su auténtico carácter—. Si queréis volver a ver a vuestros amigos —dijo a Richard—, vendréis conmigo.
Empezó a alejarse, pero luego volvió a girar.
—Por cierto, creo que comprendéis cómo funciona el poder de una mord-sith. Desenvainad vuestra espada y perteneceréis a Vika.
—Vika —dijo Richard, dirigiéndose directamente a ella y haciendo caso omiso de su amo—. ¿Qué estás haciendo aquí, con él? Las mord-sith sirven al lord Rahl.
—No todas —respondió ella con aquella inimitable y escalofriante sonrisa de mord-sith—. Ya no.
—¿Qué quieres decir con «ya no»?
—Servíamos a la Casa de Rahl, como había sido siempre nuestra tradición, pero cuando Rahl el Oscuro nos envió en misiones a la provincia de Fajín en su nombre, algunas de nosotras aceptamos la invitación de lord Arc de unirnos a él.
Richard asintió.
—Comprendo, Vika. Rahl el Oscuro era un hombre malvado. Sé cómo trataba a las mord-sith. Créeme, también me hizo daño a mí. Al final, lo maté.
Ella volvió a sonreír.
—Me alegro por ti. —La sonrisa desapareció e hizo girar el agiel hacia arriba, empuñándolo—. Ahora haz lo que te dicen y acompáñanos, o haré que desees no haber vacilado.
Richard sabía que existía un tiempo y un lugar para cada cosa, incluido el tiempo para plantar cara y pelear. Existía incluso un tiempo para intentar explicar las cosas. Ese no era ninguno de ellos. En especial no delante de Hannis Arc.
También sabía de qué pasta estaban hechas las mord-sith. Eran mundialmente temidas por un buen motivo y él no estaba buscando pelea. Contempló la determinación de sus inflexibles ojos azules y más allá a los cientos de shun-tuk que habían aparecido de la nada.
Ese no era el momento ni el lugar para plantar cara y pelear.
Más que eso, sin embargo, sabía que esas personas probablemente eran responsables de haber capturado a sus amigos. Acompañarlos sería sin duda alguna el modo más rápido y fácil de averiguar dónde estaban retenidos.
Una vez que supiera eso, entonces tal vez sería el momento de plantar cara y pelear.
Richard inclinó la cabeza.
—Por favor, obispo, ama Vika, os sigo.