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richard empezó a ver otra forma imprecisa a través de la cortina de trémula luminiscencia verdosa que se hinchaba, mecía y ondulaba lentamente.

Esa forma, sin embargo, era diferente de todas las demás.

Esa estaba inmóvil.

El velo verde en aquel lado delante de él empezó a perder intensidad para a continuación desvanecerse. Fue desapareciendo poco a poco en el aire ante él hasta que Richard pudo volver a ver el pedregoso mundo situado al otro lado. Las paredes verdes del inframundo situadas a los lados y detrás permanecieron donde estaban, impidiendo cualquier retirada, pero el camino al frente volvía a estar despejado.

Miró a los lados todo lo que pudo para mirar más allá de las agujas de piedra y de lo que todavía permanecía allí de la verde prisión, en busca de cualquier señal de Samantha. No la vio por ninguna parte. Fue un alivio para él que la muchacha le hubiera obedecido.

Algo sucedía y daba gracias de que ella no hubiera quedado atrapada junto con él. Mientras siguiera libre, la muchacha todavía podría ser capaz de hacer algo para ayudar a los otros a escapar. Aunque todavía era muy joven, Richard no menospreciaba su habilidad o determinación.

En las profundas sombras entre las agujas de piedra no muy lejos de allí un hombre vestido con ropajes oscuros permanecía en pie observando en silencio. Era la misma figura que Richard había visto, inmóvil, al otro lado del velo del inframundo. Ahora que el verde sudario ya no estaba, la figura imprecisa permanecía, confirmando que no se trataba de uno de los muertos de más allá del velo de la vida. Detrás del hombre, un poco alejada a la izquierda, había otra figura en las sombras más espesas que no consiguió distinguir del todo.

El hombre que había estado aguardando tras aquella abertura al interior del inframundo empezó a avanzar abandonando las sombras.

Cuando quedó bajo la luz amortiguada de la nubosa tarde, Richard se quedó mudo de asombro.

El blanco de los ojos del hombre era de color rojo sangre.

Parecía como si sus ojos hubieran sido tatuados deliberadamente con un brillante color rojo, haciendo que el oscuro iris y la pupila parecieran mirar desde un mundo ardiente… o puede que desde el inframundo mismo. Era la mirada más desconcertante que Richard había visto nunca.

A pesar de lo fantasmales que parecían sus ojos, estaba claro que este hombre no era una aparición del mundo de los muertos. Richard podía ver que era muy real, que era de carne y hueso.

Aunque era esa carne lo que resultaba el aspecto más perturbador. Era la cosa más espantosa que Richard había visto nunca en este lado del velo.

Cada pedacito del hombre que no quedaba oculto por los oscuros ropajes estaba cubierto de símbolos tatuados.

Símbolos que Richard reconoció.

La carne no estaba simplemente cubierta con los dibujos, sino que más bien los tatuajes estaban colocados en capas uno sobre otro innumerables veces de modo que la piel parecía cualquier cosa menos humana. Eran dibujos circulares, cada uno colocado al azar sobre otros que descansaban sobre otros más, una capa sobre otra de modo que no había ni un punto de piel sin tocar visible en ninguna parte.

Las capas superiores parecían ser las más oscuras, los dibujos situados debajo eran más claros y los que se encontraban bajo estos, aún más claros. Era como si estuvieran siendo absorbidos continuamente por la carne y hubiera que añadirlos de nuevo constantemente encima de los que ya estaban desapareciendo dentro del cuerpo. Aquello les proporcionaba un aspecto infinito, una enmarañada complejidad que aturdía, como si los símbolos borbotaran continuamente desde debajo en un mar oscuro y atroz.

Los niveles cada vez más profundos de los dibujos proporcionaban a la piel del hombre un aspecto tridimensional. Las infinitas capas hacían difícil poder saber exactamente dónde estaba de verdad la superficie de la piel en todos aquellos elementos flotantes, lo que prestaba a la carne una apariencia imprecisa, un tanto nebulosa y espectral.

El modo en que las capas inferiores eran más claras que las situadas encima hacía que cada símbolo resultara nítido y reconocible, sin importar a cuántas capas por debajo en el diseño se encontraba o lo apiñados que estaban todos. Todos los símbolos, dibujos conectados y elementos complejos variaban en tamaño. Parecía existir una variedad infinita en los motivos dentro de los diseños, pero cada uno de aquellos símbolos aportaba significado a los elementos circulares de mayor tamaño.

Las manos y muñecas del hombre, por lo que Richard pudo ver de ellas donde emergían del negro abrigo, estaban completamente cubiertas con las mismas clases de diseños. Incluso las más bien largas uñas parecían estar tatuadas por debajo, con los dibujos visibles a través de ellas.

Su piel por encima del apretado cuello del abrigo, como todos los demás sitios, estaba cubierta de diseños que circundaban su garganta. El rostro —cada parte de su cara— estaba cubierto con la misma clase de emblemas. Había cientos, por no decir miles, sólo en la cara. Cuando pestañeó con aquellos terribles ojos rojos, Richard vio que también los párpados estaban tatuados. Incluso las orejas, cada pliegue y tan al interior como Richard fue capaz de ver, estaban cubiertas por completo con símbolos encima de símbolos circulares que estaban encima de aún más símbolos. Debía de haber tantos que en cierto modo, casi parecía que más que simples tatuajes fueran una manifestación de pensamientos siniestros borbotando a la superficie desde el interior.

Si bien la cabeza calva del hombre estaba toda cubierta con las mismas clases de dibujos, uno de ellos, de mayor tamaño que el resto, predominaba sobre todos ellos. El borde inferior de aquel círculo grande cruzaba por encima de su nariz, seguía por las mejillas, pasando por debajo de los ojos, y luego ascendía y daba la vuelta justo por encima de las orejas para cubrir el resto de la coronilla. Dentro del círculo había otro, y entre ellos un anillo de runas.

Un triángulo situado dentro del círculo interior cruzaba horizontalmente justo por encima de la frente del hombre. Símbolos circulares secundarios más pequeños que flotaban por fuera de los vértices del triángulo que atravesaba los círculos cubrían cada sien con el tercer vértice del triángulo en la parte posterior de la cabeza. El modo en que estaba dispuesto hacía que pareciera como si el desconocido mirara con ferocidad con aquellos inquietantes ojos rojos desde el interior del símbolo circular, como si mirara desde el inframundo.

En el centro del triángulo, en dirección a la parte delantera del cráneo, había un número nueve invertido.

Richard reconoció todos los diseños, y ese en particular.

Aquel familiar tatuaje que cubría la parte superior de la calva cabeza era más oscuro que todos los demás, no tan sólo porque pareciera ser el añadido más recientemente, sino porque las líneas que lo componían eran más gruesas. Aun así, al estar colocado sobre capas de cientos de otros emblemas al azar, quedaba claro que era simplemente una parte de una finalidad de mayor importancia.

Todos los tatuajes, en todos sus innumerables diseños distintos, eran sin embargo variaciones de los mismos temas básicos, de un modo muy parecido a letras en un alfabeto, todos pertenecían a un conjunto. Había símbolos dispuestos en círculos de todos los tamaños, incluso círculos dentro de círculos dentro de círculos, con algunos de los símbolos contenidos dentro de ellos compuestos por otros diseños y elementos más pequeños que Richard reconoció a su vez. Era una visión perturbadora ver a un hombre tan entregado a un propósito tan esotérico.

Todo ello lo convertía en una fluida ilustración siniestra, viva y en movimiento con cada diseño colocado en las innumerables capas superpuestas claramente discernible, y a todas luces con un propósito.

A Richard lo conturbó en especial el dibujo central que cubría la parte superior de la cara y el cráneo del hombre, el que tenía el número nueve invertido. Como el resto de los símbolos que cubrían al hombre por todas partes, también este estaba en el Idioma de la Creación.

Richard también fue muy consciente de que mirando hacia fuera desde el símbolo tal y como estaba posicionado el hombre, el nueve que había en el centro no estaría invertido para él.

Aquel símbolo concreto era el mismo que había en la máquina de los presagios y en la tapa del libro, Regula, que acompañaba a la máquina. Era un símbolo que lo conectaba todo a Richard.

Los ojos rojos del hombre se dirigieron a la mano de Richard que aferraba la empuñadura de su espada todavía guardada en su vaina, antes de regresar para mirar al interior de los ojos de Richard, como si mirara dentro de su alma.

—Lord Rahl —dijo en una voz que era tan perturbadora como su carne—, qué amable por vuestra parte visitar mis dominios de la provincia de Fajín.

La frente de Richard se arrugó.

—¿Obispo Hannis Arc?

El hombre inclinó la cabeza.

—En realidad, es lord Arc.