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richard oteó con detenimiento la zona situada al frente mientras descendía de las imponentes formaciones rocosas que se alzaban por todas partes alrededor de ambos. Samantha asomó la cabeza desde detrás de una columna irregular de estratos rocosos y miró en ambas direcciones antes de salir de puntillas tras de él, manteniéndose muy cerca para que no quedaran separados.
Las púas rocosas que sobresalían del agreste suelo descendían diagonalmente en dirección al suelo más bajo del valle que tenían a sus pies. El revoltijo de agujas irregulares por encima de aquel terreno se alzaba con una inclinación que dificultaba demasiado el avance, de modo que necesitaban descender a la zona más baja, por la que podrían ir más deprisa.
Richard tenía que contrarrestar en todo momento el permanecer oculto con el ser capaz de avanzar con rapidez. Ambas cosas tenían sus peligros. Si iban demasiado despacio, podían llegar demasiado tarde para salvar a nadie. Intentar ir demasiado deprisa podría permitir que los descubrieran y atraparan.
En el extremo más alejado de la amplia extensión de terreno más despejado se alzaban oscuras formaciones descomunales de roca y detrás de ellas el terreno ascendía al interior de montañas cada vez más altas donde jirones de nubes grises pasaban lentamente por delante de imponentes paredes verticales.
A su alrededor, en todas las direcciones pudo ver algún que otro parpadeo de los velos de luz verdosa. Algunos estaban muy lejos, pero otros estaban alarmantemente cerca. Por suerte, bajo la sombría luz diurna la titilante luz espectral destacaba aún más y siempre atraía la atención de ambos. Richard mantenía una cautela especial cada vez que las siniestras cortinas de reluciente luminiscencia iban hacia ellos. Cada vez que eso sucedía, Richard abandonaba con rapidez la zona.
El tercer reino era un paisaje de terreno rocoso siempre cambiante con las verdes paredes del inframundo deambulando y mezclándose con el mundo de la vida. No era un lugar donde pudiera sentirse a salvo en ningún momento.
Richard estaba agotado, por falta de sueño, por el arduo viaje y por la tensión constante que los mantenía en alerta máxima. Una vez atravesadas las puertas, habían seguido adelante casi toda la noche anterior, no queriendo detenerse, temiendo detenerse, temiendo quedarse dormidos durante mucho tiempo en un lugar como aquel.
Además de eso, sabía que estaban cada vez más cerca de la tierra de los shun-tuk, donde esperaban que estuvieran retenidos sus amigos y seres queridos, y tanto Samantha como él estaban ansiosos por avanzar deprisa. Sospechaba que estaban cerca de la tierra natal de los extraños mediopersonas, porque había divisado a varios de ellos encaminándose al sur por el amplio valle.
Ello confirmaba que el avance por abajo sería más rápido, pero Richard también reparó en que sería más fácil topar con aquellos seres.
Las personas que Richard vio caminando por el valle tenían el mismo aspecto que los cadáveres que recordaba haber visto cerca del carro. Viajaban en grupos de al menos unas cuantas docenas y llevaban todas el mismo pigmento ceniciento esparcido por todo el cuerpo, tenían las cabezas afeitadas y lucían una pintura negra alrededor de los ojos. Muchos llevaban lo que parecían ristras oscilantes de dientes y huesos. A Richard no le cupo la menor duda de que eran shun-tuk y, puesto que cuanto más al norte iban, más de ellos veían, calculó que Samantha y él debían de estarse acercando a sus dominios. Al menos sabía que iban en la dirección correcta.
Puesto que se aproximaban a su objetivo y aquel era un terreno muy peligroso, ni Richard ni Samantha habían querido parar durante mucho tiempo. La noche anterior habían encontrado una pequeña abertura en el confuso revoltijo de formaciones rocosas y se introdujeron como pudieron en ella, fuera de la vista de cualquiera que pasara por las inmediaciones. A él le recordó al lugar en el que habían capeado la tormenta de fragmentos de madera cuando Samantha había desencadenado una devastación tal que había aniquilado a los mediopersonas que querían devorarlos.
Habían disfrutado sólo de unas pocas y valiosísimas horas de sueño intermitente, pero no había otro remedio, no cuando estaban tan cerca. No cuando Richard podía imaginar a los prisioneros confiando en recibir ayuda, confiando en ser rescatados. No quería malgastar ni un momento en nada, ni siquiera en dormir. Samantha pensaba lo mismo.
Sabía que más tarde o más temprano necesitarían descansar, él aún más, pero sabía que no podía permitir que ello lo frenara. Percibía cómo el veneno que tenía dentro llevaba a cabo su función y sabía que no haría más que empeorar. Samantha lo había mencionado, de modo que cuanto más deprisa pudiera sacar a Zedd y a Nicci de su cautiverio, antes podrían ellos curarlo. Conocía las opciones y había efectuado la elección que consideraba que tenía más sentido: seguir adelante a toda prisa.
La velocidad era vida…, la suya y la de todos los demás.
No dejaba de pensar en la posibilidad de que cuando llegara hasta los cautivos los hubieran matado apenas unas horas antes. En ese caso, no se perdonaría jamás no haber ido todo lo de prisa que hubiera podido.
Suponía que no viviría el tiempo suficiente para sentir esos remordimientos si no tenía éxito, pero el temor siguió manteniéndolo en marcha.
Al cruzar la zona a campo abierto, Richard no vio a ningún shun-tuk, solamente bandadas de pájaros negros a lo lejos recortados en el cielo gris pizarra. El cielo estaba tan encapotado que casi parecía el anochecer. Se preguntó si algo de aquella negrura que veía en el día no provendría de su oscuridad interior.
Había pedazos de esquisto esparcidos por todo el suelo del valle, y en una franja de terreno a lo largo se extendía una amplia extensión de agua estancada. Daba la impresión de que podría ser un aflujo procedente del norte. El agua tenía un aspecto ligeramente calcáreo, pero era lo bastante transparente para ver que en ningún momento llegaba más arriba del tobillo. Debido a que las repisas rocosas que sobresalían oblicuamente del terreno habían acabado estando muy apelotonadas, era necesario cruzar la extensión de agua para acceder a una zona donde avanzar con más facilidad. Por desgracia, era también la zona que cualquier otro tendría que utilizar.
—¿Te parece que está terriblemente oscuro? —preguntó Richard mientras penetraban penosamente en el poco profundo lago—. ¿O soy yo quien lo ve así?
—No —respondió Samantha en voz baja, intentando caminar por el agua sin salpicarse demasiado—, no sois vos. Está más oscuro aquí. —Señaló con la mano—. Mirad ahí. Parecen nubes de tormenta.
—Hemos hecho bien en cruzar ahora, entonces. Si hay una tormenta, esta podría hacer bajar una riada y arrastrarnos.
Richard se sintió aliviado cuando por fin acabaron de cruzar aquella zona despejada de aguas someras y volvieron a estar en terreno seco. Puntas rocosas que surgían al azar del irregular suelo proporcionaban una cierta protección. Avanzaron en zigzag por el rocoso paisaje, manteniéndose más cerca del suelo del valle y lejos de las agujas más altas que se congregaban en cantidades lo bastante grandes como para entorpecer la marcha.
Púas de roca ascendían del suelo por todas partes, como si un puercoespín intentara emerger de debajo del suelo, convirtiendo el terreno en un laberinto interminable y confuso. A menudo la roca ocultaba cualquier punto de referencia. Richard intentaba mantener a la vista las montañas más altas situadas a la izquierda de modo que pudiera saber que iban hacia el norte, pero en medio de las agujas de piedra no siempre era posible.
Al menos la oscuridad hacía más fácil ver los parpadeantes velos verdes que entraban en el mundo de la vida de vez en cuando. En ocasiones se quedaban observando cómo las cortinas de luz espectral se arrastraban por el paisaje y por entre las columnas de roca igual que fantasmas buscando un lugar por el que rondar. A Richard le pasó por la cabeza que eso podría no estar demasiado lejos de la verdad. En un lugar donde el mundo de la vida y el mundo de los muertos existían en el mismo sitio, la muerte probablemente buscaba recolectar cualquier vida que pudiera atrapar.
Tras cruzar otra sección de terreno al descubierto, nada más alcanzar la seguridad que proporcionaba estar al abrigo de columnas y revoltijos de rocas, Richard se paró en seco. Bloqueando la ruta que quería seguir había una ondulante pared verde que había ascendido de improviso ante ellos entre dos colosales peñascos.
Esta vez, a través del velo verdoso pudieron ver figuras oscuras, los brazos y las piernas retorciéndose en continua agitación. Las imprecisas figuras daban la impresión de ser los muertos, perdidos al otro lado del velo, buscando un modo de salir, o tal vez buscando compañía en su sufrimiento.
Fue una visión que hizo que tanto Richard como Samantha se detuvieran llenos de inquietud. Instantáneamente asustados y al mismo tiempo cautivados, les costó mucho desviar la mirada. Era una visión contemplada por muy pocas personas en el lado vivo de la muerte.
Richard posó una mano en el hombro de Samantha y la empujó con suavidad por delante de él, a su derecha, siguiendo una ruta diferente por entre las rocas. Al mismo tiempo que giraba, la mirada de la muchacha permaneció fija en las figuras que gemían al otro lado del ondeante velo verdoso.
—Por aquí —indicó Richard—. Intenta no mirarlos.
—Es difícil no hacerlo —respondió ella por encima del hombro.
—Lo sé —dijo él en quedo tono tranquilizador.
Casi antes de que acabara de decirlo, otro oscilante velo ascendió imponente ante ellos de improviso, como si acabara de surgir del mismísimo inframundo.
Hizo aparición a tal velocidad que Richard casi penetró en él, casi lo tocó. Estaba tan cerca que pudo ver formas moviéndose al otro lado de la opaca pared, empujando contra ella en algunos lugares para hacer que se estirara y combara hacia fuera.
Richard dio un veloz paso atrás.
—¿Lord Rahl? —llamó Samantha desde el otro lado del velo.
Él había empujado a la muchacha al frente, dirigiéndola hacia una ruta distinta, y el velo había surgido entre ellos dos justo cuando ella estaba un poco por delante de él.
—No pasa nada, Samantha. Estoy bien.
—Lord Rahl, puedo oíros, pero no puedo veros.
La alarma de su voz era inconfundible.
—No pasa nada, Samantha. Estoy justo aquí. Mantente apartada de él. No te acerques a él. Yo vendré a ti.
Giró en una dirección diferente, circundándolo para llegar hasta Samantha. Rodeó unas cuantas imponentes agujas de piedra para encontrar un pasillo que le permitiera pasar al otro lado del velo verde.
Otra cortina de aquella ondulante luminiscencia hizo aparición entonces, deslizándose por entre los peñascos, como transportada por una brisa funesta. Obligó a Richard a parar en seco y le impidió ir en la dirección que había elegido.
—Lord Rahl, me estáis asustando. ¿Dónde estáis?
—Estoy aquí. Estoy bien. Sólo tengo que dar la vuelta por otra parte, eso es todo. No te muevas. Estaré ahí enseguida.
Las colosales agujas de roca que había por todas partes creaban un laberinto que resultaba mucho más difícil de recorrer al tener rutas bloqueadas por los parpadeantes velos luminosos.
Cuando giró a la izquierda para dar la vuelta por otro camino, un nuevo velo verde hizo su aparición. Esta vez, dio la sensación de ser deliberado, como si de algún modo intentara cerrarle el paso para que no siguiera adelante y sorteara el impedimento. Cuando se dio la vuelta, había otro que ya le bloqueaba el paso.
—¿Lord Rahl? —le llegó la voz de Samantha por entre las paredes rocosas al mismo tiempo que otra cortina verdosa llegaba flotando y se colocaba detrás de él, impidiendo cualquier retirada.
Sólo le quedaba un camino despejado y cuando corrió hacia él tuvo que frenar en seco cuando este, también, quedó bloqueado por el amenazador velo verde. Comprendió que estaba rodeado. Tendría que aguardar hasta que las paredes que actuaban de línea divisoria con el inframundo siguieran adelante.
—Samantha, escúchame. ¿Tienes paredes verdes impidiéndote el paso?
—No; pero no puedo encontraros. Ya no puedo veros. Puedo oíros, pero no muy bien. No puedo veros.
Richard estaba ya completamente rodeado de luz verdosa que parpadeaba y oscilaba y cubría toda rendija y ruta de escape en las rocas. Estaba atrapado.
Supo que pasaba algo. Aquello no era aleatorio.
Era deliberado.
Sabía que le quedaban solamente unos instantes antes de que las paredes se juntaran y lo envolvieran.
—Samantha, ¿me oyes?
—Apenas.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Escúchame. No hagas preguntas. No me repliques y no vaciles. Sólo haz lo que diga. ¿Comprendido?
—Sí, lord Rahl.
—Corre. Sal huyendo. Hazlo ahora.
Richard oyó el crujir de rocas pequeñas al ser pisadas por la muchacha. Estaba corriendo. Suspiró aliviado mientras el sonido de los pasos desaparecía a lo lejos.
Y entonces se quedó solo, rodeado por el mundo de los muertos. Podía verlos, retorciéndose más allá de aquel espectral velo opaco y verdoso, ansiosos por atraparlo, por arrastrarlo adentro.