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el dolor del agiel, aun cuando ya no la tocaba, había sido tan abrumador que oleadas de sacudidas estremecedoras ocupaban todavía su mente, impidiéndole formar ningún pensamiento o recuperar siquiera el resuello.
Confundida, desorientada, temblando de pies a cabeza, Kahlan rodó sobre la espalda, con las rodillas dobladas hacia arriba, los brazos apretados sobre la descarga de dolor que le acuchillaba el abdomen. Por entre lágrimas de agonía, alzó la mirada hacia la mujer vestida de cuero negro que permanecía muy erguida y quieta junto a ella, observándola.
—¿Decías? —inquirió esta, enarcando una ceja.
—¿Cómo…? —fue todo lo que Kahlan consiguió articular por entre el dolor todavía estremecedor que palpitaba a través de cada nervio de su cuerpo.
Erika encogió un hombro.
—Bueno, Madre Confesora, como es probable que te hayas figurado ya, tu poder no funciona. Para que seas una amenaza para mí… como has descrito tan gráficamente y tenías un deseo tan ferviente de ser… tu poder tiene que funcionar. —La cruel sonrisa regresó—. ¿No lo crees?
Kahlan era incapaz de comprender qué sucedía. Le costaba formar el más simple de los pensamientos. Un torrente de preguntas y confusión aplastaba su capacidad de pensar con claridad.
—Pero incluso aunque no te responda, ese poder sigue residiendo en tu interior y tenías toda la intención de usarlo sobre mí, ¿no es cierto? Lo intentaste. Te encomendaste a él. —Meneó un dedo—. Eso fue suficiente.
Kahlan no comprendía nada. En aquel momento, sólo podía pensar que tenía problemas y que no había nadie que pudiera ayudarla.
La mord-sith plantó una bota sobre el estómago de Kahlan, sobre el lugar donde había utilizado el agiel, y se inclinó al frente lo bastante como para apoyar un codo sobre la rodilla.
—Y ahora eres mía.
Kahlan seguía sin poder hablar y con la bota presionando sobre ella, no podía tomar una bocanada completa de aire. La mord-sith retiró la bota del estómago e irguió el cuerpo, dando vueltas al agiel con los dedos en una actitud amenazadora.
—Bien, te he formulado una pregunta, Madre Confesora. Cuando hago una pregunta, espero una respuesta. —Se inclinó hacia ella, rechinando los dientes, y apuntó con el agiel al rostro de Kahlan—. ¿Queda claro?
Kahlan era incapaz de dejar de temblar debido al todavía persistente dolor. Supuso que si no estuviera tan débil, podría ser capaz de tolerar mejor ese ataque. Pero, teniendo en cuenta lo que un agiel era capaz de hacer, probablemente no mucho mejor. Si una mord-sith lo deseaba, el contacto de su arma podía ser fatal.
Lo que Kahlan no conseguía reconciliar en su mente era cómo esta mujer podía ser realmente una mord-sith.
Durante un momento Erika contempló el padecimiento de la Madre Confesora con torva satisfacción. Finalmente, alargó el brazo, agarró los cabellos de Kahlan, tiró de ella para ponerla en pie y la empujó hacia la puerta.
Kahlan consiguió por fin tomar una bocanada de aire. Su cólera estalló. Giró en redondo hacia la mujer, decidida a poner fin a la situación.
El agiel volvió a estrellarse contra la cintura de Kahlan.
No supo cuánto tiempo pasó hecha un ovillo en el suelo la segunda vez. No creía que hubiera perdido el conocimiento, pero el dolor había sido tan abrumador, tan devorador, que era difícil decir si había permanecido despierta del todo o no. El concepto de tiempo parecía haber perdido todo sentido y el mundo resultaba incongruente.
Sólo existía el dolor. Apenas podía pensar en otra cosa que no fuera desear que cesara. Furiosa como estaba, no obstante lo mucho que deseaba estrangular a Erika, quería que el sufrimiento desapareciera.
Erika se inclinó al frente, volvió a agarrar a Kahlan por el pelo, y la puso en pie con un violento tirón.
—Ya es suficiente. El abad espera.
Esta vez, cuando la mord-sith la empujó hacia la puerta, Kahlan no intentó ofrecer resistencia.
—Vaya, vaya, aprendes deprisa.
Kahlan hizo una pausa en la puerta.
—¿Cómo? —Fue la única palabra que pudo pronunciar.
—¿Cómo qué?
—¿Cómo… no eres leal a Richard?
La mujer torció el gesto.
—Querido Creador, no. ¿De dónde sacarías una idea tan grotesca? No, mi querida Madre Confesora, no soy leal al lord Rahl.
—Pero, esa lealtad, ese vínculo con el lord Rahl, es lo que proporciona poder al agiel de una mord-sith.
Erika sonrió ante la oportunidad de revelar la exquisita verdad.
—Lord Arc da poder a mi agiel.
—¿Lord Arc…?
—Así es. Lord Arc es mi señor. Lord Arc será el señor de todo el mundo, tan pronto como acabe de deshacerse de tu queridísimo esposo.
La mord-sith abrió la puerta y empujó a Kahlan al pasillo. Kahlan trastabilló, pero consiguió alzar una mano y apoyarse en la pared opuesta para recuperar el equilibrio y evitar que su cara golpeara contra la roca. El vestíbulo estaba tenuemente alumbrado por unas pocas velas y lámparas. El corredor, como la habitación, parecía haber sido tallado totalmente en la piedra, pero era mucho menos refinado.
Caminó encorvada por el dolor, aferrándose el estómago y sin dejar de jadear mientras aguardaba a que el persistente aguijonazo del dolor aflojara. No desaparecía del modo en que lo haría un dolor normal.
Pero más que el dolor del agiel, mucho peor que el dolor producido por el agiel, era la zozobra de lo mucho que echaba en falta a Richard. Parecía que hubiera transcurrido una eternidad. La última vez que recordaba haberlo visto fue en el palacio, no mucho después de la boda de Cara y Ben. Nada deseaba más en aquellos momentos que estar en los brazos de su esposo.
Le pareció recordar que mientras estaba sumida en sus sueños él la había besado. No sabía si había sido parte de su fantasía o si había sido real. Sólo sabía que lo echaba en falta más que a nada en el mundo.
Erika empujó a Kahlan al frente a través de vestíbulos y corredores. Cada vez que llegaban a una intersección, la mord-sith apremiaba a su cautiva a seguir adelante, empujándola en una dirección u otra. Kahlan no sabía dónde estaba o adónde iba. Estaba inconsciente cuando la habían llevado allí y le resultaba un laberinto confuso.
Pensó que acabaría vomitando. Pensó que iba a desmayarse. No hizo ninguna de esas cosas. Todavía presa de un dolor persistente, se limitó a seguir avanzando a trompicones por delante de la mujer vestida de cuero negro.
Cuando llegó a zonas iluminadas con lámparas colgadas en las paredes de piedra a intervalos regulares, áreas que se ensanchaban con alguna especie de entradas situadas a cada lado que parecían una colmena de hogares abiertos en la roca, vio a personas alineadas a ambos lados del pasillo. Todas ellas permanecieron de pie a un lado con aspecto sombrío, las cabezas gachas, contemplándola pasar. Kahlan imaginó que la mord-sith estaba disfrutando con el espectáculo.
Al doblar una esquina, más personas se hicieron a un lado en silencio en el amplio corredor. Cuando pasó ante ellas, sus ojos se alzaron para mirar a hurtadillas, incapaces de resistirse a la contemplación de la deprimente visión de Kahlan pasando ante ellos dando traspiés y gimiendo de dolor.
La cueva se ensanchó, iluminándose con luz diurna que penetraba a raudales por una amplia abertura que era la entrada de la cueva. Erika agarró los cabellos de Kahlan y la detuvo con un brusco tirón. Había personas por toda la caverna, que se mantenían apartadas a los lados.
Ni una de ellas alzó un dedo para intentar detener a la mord-sith o se atrevió a expresar una protesta. Kahlan sabía que no habría servido de nada. Peor aún, probablemente sólo habría conseguido que resultaran heridas.
Pudo ver por la abertura de la cueva que estaba muy nublado en el exterior. Ante su sorpresa, vio copas de árboles muy por debajo de ella y comprendió que estaban a bastante altura en la ladera de una montaña.
El abad Dreier aguardaba cerca del borde del precipicio, observando con evidente satisfacción el estado en que se hallaba Kahlan, así como su humillación.
Erika arrastró a la Madre Confesora por los cabellos cerca del borde de la abertura en el risco, junto al abad.
—Aquí estáis, por fin —dijo él, en tono animado—. Veo que vos y Erika os lleváis estupendamente.
Kahlan echó una ojeada por la abertura, a la ladera de la montaña. Vio algo parecido a un sendero que conducía risco abajo, pero no pudo imaginarse usando aquella senda tan estrecha que descendía por la ladera de la montaña, en especial bajo la llovizna.
—Bueno, hay que ponerse en marcha ya —dijo Dreier.
Kahlan miró en su dirección.
—Sabéis, claro, que voy a mataros.
La mano del hombre se alzó al instante, deteniendo a la mord-sith para que no estrellara su agiel contra la parte baja de la espalda de la Madre Confesora.
—Habrá tiempo suficiente para eso —dijo a la mujer.
Erika inclinó la cabeza.
—Como deseéis, abad.
—Ahora —dijo él a Kahlan a la vez que indicaba el borde del precipicio en la entrada de la cueva—, realmente tenemos que irnos. Poneos en marcha. —Señaló el borde de la abertura—. Se baja por ahí.
Kahlan retrocedió tres pasos. Sabía que tambaleándose como se tambaleaba no sería capaz de descender por un camino tan traicionero sin caer. Apenas si podía caminar sobre terreno llano.
Dreier lanzó un suspiro de impaciencia.
—Bien, Erika, parece que la Madre Confesora prefiere el modo rápido de bajar.
Sin hacer preguntas ni perder un instante, Erika dio dos veloces y amplias zancadas hacia el borde, al mismo tiempo que agarraba a Kahlan por los cabellos para alzarla del suelo.
La forzuda mord-sith frenó bruscamente en el borde y con un potente esfuerzo giró sobre la cintura y arrojó a Kahlan por la abertura de la cueva, a la fría luz gris.
Soltó los cabellos de la Madre Confesora cuando esta salió volando por los aires.
Kahlan lanzó una exclamación ahogada de sorpresa mientras salía disparada por la entrada de la cueva.
Sus dedos intentaron agarrarse, y atraparon sólo aire.
No vio nada abajo que no fuera el suelo…
Mientras aquel suelo corría hacia ella a un ritmo alarmante y las ráfagas de aire le succionaban el aliento, lo último que pensó fue en lo mucho que amaba a Richard.