56

56

la mord-sith sonrió de ese modo característico de ellas que podía hacer que uno olvidara respirar.

—No nos han presentado. Soy Erika. Ama Erika para ti.

Kahlan le dirigió una mirada iracunda.

Erika lanzó un suspiro de impaciencia.

—De modo que va a ser así, ¿no es eso?

—Sal —dijo Kahlan.

Erika extendió las manos con fingido decoro.

—Me temo que el abad te ha invitado a venir con nosotros. Me pidió que te ayudara. Se sentiría muy decepcionado conmigo si no hiciera lo que pidió. Créeme, no tengo el menor deseo de decepcionar al abad.

—Es inevitable que todos decepcionemos a alguien de vez en cuando —repuso Kahlan.

La mord-sith prescindió de la sonrisa y movió los dedos en un ademán autoritario.

—Levántate.

—No puedo. Estoy bastante débil debido a mis recientes heridas, que justo acaban de ser curadas.

—Tal vez me has malinterpretado. Debes de haber pensado que te lo pedía. —La sonrisa reapareció—. No era una sugerencia. Te lo estaba ordenando. Ahora, levántate.

Kahlan pensó que todo aquel intercambio de sutilezas era infantil. No estaba dispuesta a dejarse intimidar, y menos por una mord-sith. Esta, en justicia, no debería ni existir. Si es que era una mord-sith auténtica.

Parecía disfrutar fingiendo ser importante y poderosa para intimidar a la gente y contemplar cómo se acobardaban.

Kahlan no estaba dispuesta a acobardarse delante de esta mujer.

Se columpió al frente lo suficiente para conseguir apoyar los pies bajo el cuerpo. Tras permanecer inconsciente tanto tiempo, descubrió que el esfuerzo le provocaba fuertes palpitaciones. No había estado de pie durante un largo periodo y se sentía terriblemente débil.

Permaneció agachada un momento, para recuperar el equilibrio, intentando hacer acopio de fuerzas suficientes para no mostrar ninguna debilidad a aquella mujer altanera. Kahlan era, al fin y al cabo, la Madre Confesora.

Se alzó, con esfuerzo, si bien no del todo, al menos casi por completo. No consiguió estirar el último tramo a la altura de la cintura. Era como si sus músculos abdominales hubieran encogido, impidiéndole erguirse en toda su estatura, que probablemente habría superado en más de tres centímetros la de la mord-sith.

—Ahora —dijo Kahlan por entre los apretados dientes mientras miraba a la mujer a los ojos—, sal. No te lo volveré a pedir.

Una ceja se enarcó sobre un frío ojo azul.

—¿O qué?

—No sé de dónde has salido, pero pareces no saber gran cosa sobre la vida.

Erika encogió los hombros.

—Sé que el abad Dreier me pidió que te llevara conmigo. Eso es suficiente. ¿Qué más debo saber, Madre Confesora?

—«Confesora» es la palabra pertinente.

La mord-sith frunció levemente el entrecejo.

—¿De verdad? ¿En qué modo?

—Al parecer no estás al tanto del peligro que una Confesora representa para una mord-sith… o una mujer haciéndose pasar por una mord-sith.

—¿Peligro? ¿De vos? —Volvió a sonreír, esta vez con lo que parecía auténtica diversión—. No lo creo.

—¿Tienes alguna idea del error que es para una mord-sith intentar usar su agiel en una Confesora? Los resultados son más que horripilantes y todas las mord-sith lo saben. Es una muerte que temen muchísimo.

—¿De veras? —Erika ladeó la cabeza frunciendo el entrecejo con semblante grave—. Qué interesante. No obstante, no tengo que usar un agiel contigo. Pareces estar muy débil. —Una mirada peligrosa apareció en los ojos de la mujer—. Incluso aunque gozaras de una salud excelente, no creo que fuera a necesitar usar mi agiel para manejarte.

Kahlan no sabía qué estaba sucediendo, cómo se había llegado a esto, pero supo en ese momento que iba a tener que liberar su poder sobre la mujer y que no iba a resultar nada bonito.

—Estás a punto de cruzar una línea de la que jamás conseguirás dar marcha atrás —advirtió Kahlan en un tono mortífero—. Sugiero que lo dejes estar ya, Erika, mientras estás a tiempo.

—Me parece que no, Madre Confesora. Lo que es más importante: es ama Erika.

La mord-sith empuñó el agiel.

Era una amenaza patente, un acto hostil que había ido demasiado lejos. Cualquiera que fuera el demencial motivo que la impulsaba, la mujer no iba a parar hasta que Kahlan la detuviera.

En la mente de la Madre Confesora, la acción ya estaba hecha. Esta mujer había cruzado la línea de la que no había vuelta atrás. Kahlan dejaba ya que el control sobre su poder empezara a aflojarse en preparación para la liberación de su habilidad intrínseca.

La mord-sith apretó los dientes.

—Pero en este caso prefiero usar mi agiel.

Dicho eso, la mujer descargó el arma contra la cintura de Kahlan.

La Madre Confesora esperó la ignición de poder que detendría en seco el ataque antes de que pudiera completarse siquiera. Esperó sentir el martilleo del silencioso retumbo que zarandearía las paredes y cambiaría para siempre quién era la mujer.

En su lugar, la boca de Kahlan se abrió al recibir una descarga de dolor como no lo había sentido más que unas pocas veces en toda su vida.

La devastadora conmoción la aturdió, la dejó sin resuello. Se dobló al frente por encima del agiel. Lo sintió como un rayo que amenazaba con partirla por la mitad. La mente se le quedó en blanco salvo la completa y total comprensión de aquella terrible agonía devastadora.

Se oyó chillar.

Sintió cómo chocaba contra el suelo.