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kahlan se llevó los dedos a la frente. No estaba segura de haberlo oído correctamente. Frunció el entrecejo a la vez que se inclinaba hacia la mujer.

—¿Qué?

—Ambos tenéis el contacto de la muerte dentro debido a la Doncella de la Hiedra. Al parecer, ella liberó a la muerte misma que llevaba en su interior al chillar. Eso fue lo que la mató, según tengo entendido. Ese sonido habría matado a cualquiera que estuviera cerca. Os habría matado a vos y a lord Rahl también, pero él pudo hacer algo que os protegió de los peores efectos. Si bien eso no os mato, sí que dejó de todos modos el contacto de la muerte dentro de los dos… en vos es peor que en él.

»Ambos estabais muy mal, no tan sólo por las heridas recibidas mientras la Doncella de la Hiedra os tenía cautivos, sino también por ese contacto de la muerte. Vuestros amigos, un hombre llamado Zedd y algunos otros: una hechicera de nombre Nicci y otra mujer…

Ester posó un dedo sobre su labio y miró al techo, intentando recordar el nombre.

—¿Cara? —adivinó Kahlan.

La mujer chasqueó los dedos.

—Esa. Cara. En resumidas cuentas, vuestros amigos y una gran cantidad de soldados habían acudido en vuestra ayuda. Os sacaros a vos y a Richard de la guarida de Jit e iban a llevaros de vuelta al palacio cuando los atacaron los mediopersonas del tercer reino.

Confundida, Kahlan volvió a cubrirse la cara con los dedos. Sentía como si acabara de perder el hilo de la historia.

—¿Quién les atacó?, ¿de dónde dices que eran?

—Los mediopersonas del tercer reino —contestó Ester, a la vez que volvía a echar un vistazo en dirección a las voces, escuchando un momento.

Las voces seguían siendo un zumbido indescifrable. Cuando Kahlan volvió a empezar a poner objeciones, Ester agitó una mano pidiendo paciencia de modo que pudiera explicarlo.

—Vosotros dos, vuestros amigos y los soldados fuisteis atacados. Todo el mundo salvo vos y lord Rahl resultó muerto o capturado. Los atacantes no os vieron porque la mujer, Cara, os tapó con una lona para ocultaros en la parte trasera de un carro. Funcionó, pero al resto de ellos los mataron o los capturaron.

Kahlan se tapó la boca, anonadada. El corazón le latió desenfrenadamente ante aquella noticia. No estaba segura de no haber despertado en un mundo que había enloquecido.

—¿Sabéis si alguno de ellos está a salvo? ¿Sabéis si alguno de los que fueron capturados sigue vivo?

—Lo lamento, pero no lo sabemos. Al parecer, después de que a vos y a Richard os sacaran de la guarida de Jit, las personas que iban con vosotros estaban intentando curar vuestras heridas, pero no tuvieron tiempo de hacerlo porque los atacaron antes de que pudieran acabar. Parece que al menos a algunos de los que no mataron en el ataque se los llevaron. Lord Rahl no sabe quién está muerto y quién podría estar cautivo.

»Henrik estaba con ellos al empezar el ataque. Cuando Cara os ocultó bajo la lona, dijo a Henrik que huyera e intentara encontrar ayuda para vosotros dos. Por suerte, no tardó en llegar aquí.

»Corrimos al lugar de los hechos y cuando llegamos allí un par de hombres os estaban arrastrando a vos y a lord Rahl fuera del carro donde habíais sido escondidos.

—¿Los atacantes? —preguntó Kahlan—. ¿Seguían allí?

—No, eran hombres diferentes.

»Sé que todo suena muy enrevesado —dijo Ester, anticipándose a las preguntas de Kahlan—. Supongo que se podría decir que los atacantes se habían ido y estos hombres eran carroñeros que pasaban por allí.

—Entiendo. Tiene sentido. Luego, ¿qué?

—Estos hombres intentaban matar a lord Rahl y a vos os iban a llevar con ellos. Llegamos allí justo a tiempo. Matamos a uno de los hombres mientras lord Rahl, aun cuando tenía horribles heridas de mordeduras hechas por esos hombres, conseguía matar al otro.

—Queridos espíritus… —musitó Kahlan por entre los dedos.

—Ambos estabais en muy malas condiciones. Sammie… perdón, Samantha pudo curaros a ambos de vuestras heridas y lesiones, pero no pudo curar el contacto de la muerte. Para hacer eso, lord Rahl dice que ambos necesitáis a los otros, a Zedd y a la hechicera, y que tienen que llevaros de vuelta al palacio para poder llevar a cabo esa clase de curación especial.

—De acuerdo —dijo Kahlan, tratando de no impacientarse demasiado y de no perder de vista los detalles mientras seguía el hilo de la historia—. Supongo que tiene sentido.

Ester posó una mano sobre el antebrazo de Kahlan en un gesto compasivo.

—Lamento tener que deciros esto, Madre Confesora, pero si este mago, Zedd, y la hechicera, Nicci, no pueden llevaros de vuelta a un lugar especial en el Palacio del Pueblo…

—¿Qué quieres decir con lugar especial?

La mujer efectuó una leve mueca a la vez que sacudía la cabeza.

—Lo siento, pero no estoy familiarizada con tales cosas. Era un campo de alguna clase. Creo que es eso, un campo.

—¿Un campo de contención? —sugirió Kahlan.

Ester sonrió de repente al reconocer el nombre.

—Eso es. Un campo de contención. —La sonrisa desapareció—. Si no pueden llevaros de vuelta a ese campo, entonces la siniestra enfermedad que lleváis dentro os matará a los dos. Jit habrá conseguido por fin hacerse con vosotros. Vuestra única esperanza para ser salvados del contacto de la muerte es que vuestros amigos hagan lo que sólo ellos pueden hacer para curaros a los dos, y deben hacerlo allí, en esa cosa de contención.

A Kahlan no le costó demasiado creer en la gravedad de su enfermedad. Podía percibir la oscura sombra de algo maléfico en su interior, minando su vida. Instintivamente captó la veracidad de lo que Ester decía, y su nivel de alarma aumentó al comprender entonces por qué la había dejado allí Richard.

Efectuó un movimiento de rotación con la mano para que Ester prosiguiera con el relato.

—Entonces lord Rahl y Samantha marcharon a intentar rescatar a vuestros amigos. Tienen la esperanza de encontrar a la madre de Sammie con ellos y rescatarla también.

—Entiendo —repuso Kahlan, intentando asimilarlo todo; seguía desorientada y tenía problemas para conciliarlo todo en su cabeza y encajar las distintas piezas.

En un principio había estado confusa, luego aliviada por estar despierta, luego aún más aliviada al saber que Richard estaba vivo y que habían escapado de la guarida de la Doncella de la Hiedra. Pero ahora sentía que el terror volvía a filtrarse a su interior.

Puesto que podía ver la creciente angustia de Kahlan, Ester volvió a colocar la mano en su antebrazo.

—Madre Confesora, lord Rahl quería…

La puerta se abrió de golpe. Ester se encogió, asustada, profiriendo un gritito.

Un hombre alto penetró en la habitación con paso decidido, con un aire de autoridad. Una mujer lo seguía, pero no había velas en aquel lado de la habitación y a la sombra que proyectaba el hombre Kahlan no pudo ver gran cosa de ella.

El hombre de aspecto severo llevaba puesto un sencillo abrigo negro con un cuello recto vuelto hacia arriba que le rodeaba todo el cuello. El abrigo negro estaba abotonado hasta arriba, manteniendo el cuello cerrado alrededor de la garganta. Un sombrero de contorno cuadrado que parecía confeccionado de un material negro parecido al del abrigo cubría una cabeza de cabellos rubios y muy recortados a los lados.

Kahlan pestañeó sorprendida.

—¿Abad Dreier?

Él pareció tan sorprendido de verla como ella de verlo a él, pero se recuperó con rapidez.

—Madre Confesora. —Una sonrisa taimada que a Kahlan no le gustó ni un ápice apareció lentamente en su rostro—. Vaya, esta sí que es una sorpresa de lo más agradable.

Al mismo tiempo que Ester se alzaba del lado de Kahlan, él se quitó el sombrero en un acto de formalidad. Dirigió la sonrisa a Ester. La mujer retrocedió un paso en actitud deferente.

—Abad Ludwig Dreier —dijo él en sonriente presentación.

—Ester —repuso ella a la vez que efectuaba una reverencia—. Bienvenido a Stroyza, abad Dreier. Nuestro humilde pueblo se siente honrado al teneros aquí.

—Sí —replicó él, arrastrando la palabra y sin que la sonrisa abandonara sus labios.

Tras hacer un alarde de mirar a su alrededor, el hombre volvió a dirigir una mirada maliciosa a Kahlan.

—¿Y está lord Rahl con vos, Madre Confesora? ¿Los dos estáis de visita en las Tierras Oscuras y en el remoto pueblecito de Stroyza?

Kahlan frunció levemente el entrecejo.

—¿Dónde decís?

Él alzó una mano y señaló a un lado y a otro.

—Stroyza. ¿No sabéis dónde estáis?

—¿Puedo seros de ayuda, abad Dreier? —preguntó Ester, atrayendo su atención, al parecer en un intento de rescatar a la confusa Kahlan del interrogatorio.

Él le lanzó una veloz sonrisa vacua.

—Estamos aquí para ver si habría algunos voluntarios dispuestos a venir con nosotros para ayudarnos en la abadía.

Volvió a mirar a Kahlan, a todas luces más interesado en la inesperada huésped del pueblo. Al mismo tiempo que lo hacía, la mujer que había entrado con él salió de su sombra.

Kahlan se quedó atónita al ver que era una mord-sith.

Pero lo más sorprendente fue que Kahlan no la reconoció.