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mientras daban la vuelta a la puerta, penetrando en la amplia entrada, Richard miró arriba y vio el enorme arco de piedra que se extendía sobre el portón. Recordaba haberlo visto desde la portilla allá en Stroyza, pero así de cerca, en todo su detalle, resultaba más impresionante, más aterrador de lo que recordaba.
El arco formaba una cabeza de ojos feroces hecha de alguna clase de mármol rojo. Dos enormes colmillos afilados descendían hacia el suelo, como si estuvieran listos para atacar a cualquiera que intentara entrar. Estaba pensada como una advertencia de que cruzar las puertas sería como entrar en las fauces de alguna criatura monstruosa. Era una declaración muy clara de lo letal que era el lugar.
Su amenaza era tan obvia que era casi una amonestación a no ser tan estúpido como para entrar en aquel lugar.
Una vez cruzadas las puertas, Samantha señaló con un dedo.
—Lord Rahl, mirad —musitó.
Richard miró hacia arriba. La parte interior de las puertas tenía símbolos grabados en relieve en la superficie de las placas de metal. Cuando las puertas estaban abiertas, el enorme emblema central quedaba partido por la mitad, pero cuando las puertas estaban cerradas el símbolo aparecía completo y de una sola pieza. El elemento estaba en el Idioma de la Creación, como lo que Richard había visto en la máquina de los presagios, como el relato de Naja Luna.
Richard no comprendía todas las piezas del símbolo, pero pudo ver con claridad que eran elementos de un hechizo muy potente. Estos símbolos estaban pensados para conjurar poderes que Richard jamás había visto descritos con anterioridad y que no comprendía del todo.
Lo que sí comprendió fue que se trataba de hechizos barrera. Lo escrito estaba más pensado para invocar la unión de fuerzas que para transmitir información.
Con las puertas abiertas, aquel enorme hechizo barrera, aquel candado central que había abarcado ambas puertas, estaba ahora roto.
Con un escalofrío, Richard reparó en que el candado había desaparecido de las puertas que daban acceso al mismísimo inframundo.
No quiso dedicar más tiempo a estudiar todos los símbolos de la parte interior de las puertas. Puesto que los símbolos y los hechizos que representaban estaban ahora rotos, lo que habían significado en una ocasión ya no era importante. En aquellos momentos, preparado o no, era cosa de Richard ocuparse de los resultados.
Encabezó la marcha a toda prisa más allá de la amplia entrada, en dirección a afloramientos rocosos situados a su derecha que proporcionaban protección. Siguieron adentrándose más, dejando atrás las puertas y la muralla, sin dejar de utilizar las rocas como escondite para permanecer fuera de la vista todo lo posible por si acaso había algunos mediopersonas descendiendo hacia las puertas para salir del tercer reino.
En ciertos lugares, moviéndose entre las rocas, cortinas de la luminiscencia verdosa fluctuaban en el aire. Richard se detuvo, contemplando cómo velos de la sobrenatural luz flotaban perezosamente por el paisaje, arrastrando un repulgo de luminiscencia que titilaba allí donde tocaba el suelo. Mantuvo la vista fija en ellos, asegurándose de que ninguno estaba cerca, antes de volver a moverse.
Al dar la vuelta a una formación en columna de capas apiladas de roca de colores ligeramente distintos, Richard divisó súbitamente a un hombre a poca distancia, avanzando en su dirección.
En aquel momento de parálisis, comprendió que era demasiado tarde para esconderse. Cuando el hombre alzó los ojos y vio a Richard y a Samantha, la expresión de su semblante indicó a Richard que era un depredador, uno de los impíos medio muertos, que estaba listo para sacar provecho de cualquier oportunidad que se presentara.
En un abrir y cerrar de ojos, Richard ya había retirado el arco del hombro. Lo colocó rápidamente en posición y agarró una flecha de la aljaba amarrada al lateral de la mochila que llevaba a la espalda. En otro abrir y cerrar de ojos ya tenía la flecha empulgada.
El tiempo pareció ir a cámara lenta en la visión de Richard mientras los labios del hombre se tensaban hacia atrás y este echaba a correr como una exhalación hacia ellos.
Richard estaba en aquel lugar en el que controlaba el mundo que rodeaba la punta afilada de su flecha. Ajustó bien la flecha y, en un abrir y cerrar de ojos más, esta volaba ya por el aire.
En su impetuosa carrera para acortar la distancia, la flecha penetró en la cuenca del ojo izquierdo del atacante, justo donde Richard quería, allí donde el hueso no sería tan denso y existiría una menor posibilidad de que desviara el vuelo del proyectil antes de que pudiera hacer su trabajo. La flecha todavía tuvo potencia suficiente tras ella para salir a medias por la parte posterior del cráneo.
Todavía corriendo como una exhalación, el hombre se desplomó y chocó de bruces contra el pedregoso suelo, muerto ya antes de alcanzarlo.
Richard miró en ambas direcciones en busca de cualquier otra señal de amenaza antes de salir a la carrera de la protección de las rocas. Agarró la camisa del hombre por el hombro y lo arrastró de vuelta entre las rocas.
—¿Qué hacéis? —preguntó Samantha, con los brazos extendidos en un gesto asustado—. ¿Por qué lo traéis de vuelta con vos?
—Tenemos que ocultarlo. Si alguien más lo ve eso les alertara de la presencia de alguien con alma en este lado de las puertas, en su territorio. No quiero darles motivos para sospechar tal cosa, o para empezar a darnos caza.
—El terreno está demasiado despejado —indicó ella a la vez que miraba a su alrededor—. ¿Cómo diantre creéis que vais a poder ocultarlo?
—Es fácil —repuso Richard a la vez que agarraba la sencilla camisa del hombre con ambas manos y alzaba su peso muerto.
Al hacer girar el cuerpo sobre la espalda, Richard lamentó ver que la flecha se había roto al caer el hombre de bruces, pues de lo contrario la habría recuperado. Nunca le había gustado malgastar flechas.
Hizo un gran esfuerzo para sostener el cadáver en alto fuera del suelo y agarrarlo mejor mientras aguardaba el momento correcto.
Y entonces, con un gruñido debido al violento esfuerzo, Richard alzó en el aire al hombre y lo lanzó al interior de una pared de titilante luminiscencia verde que flotaba hacia ellos.
La luz parpadeó ante el contacto y la cortina verdosa osciló ligeramente cuando el hombre cayó a través de ella.
El hombre desapareció.
—Vaya —dijo Samantha—, qué bárbaro. Queda muy claro lo que queréis decir sobre no atravesar la luz verde.
—Sería el último paso que dieras, eso es seguro.
—No lo entiendo, de todos modos —dijo ella—. Lo de muerto lo capto, pero ¿adónde fue su cuerpo? Cuando la gente muere, su cuerpo no desaparece, tan sólo su consciencia, su espíritu. ¿Adónde fue?
—No lo sé, Samantha —contestó Richard en un tono ausente, pues tenía problemas más importantes de los que preocuparse—. No conozco las respuestas ara cómo funciona todo, en especial en el tercer reino.
Miró con detenimiento en torno a si a la vez que no perdía de vista la cortina de luz verdosa, la pared situada ante el mismo inframundo. El espectral resplandor opaco de luz titilante pasó flotando junto a ellos antes de empezar a desvanecerse como si jamás hubiera estado allí. Richard siguió oteando la zona en busca de cualquier otra amenaza, pero no vio a nadie más. El hombre aparentemente estaba solo.
—Pongámonos en marcha. Mantente cerca de mí.
—De acuerdo —dijo Samantha, levantándose a toda prisa para permanecer pegada a él—. Lo que pasa es que me pareció extraño el modo en que el cuerpo desapareció, eso es todo.
—El concepto mismo de este lugar es extraño —repuso él mientras los dos se internaban más en el tercer reino.