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afinales del día siguiente llegaron al lugar donde el sendero empezaba a torcer a la izquierda, hacia el oeste. El sendero los había conducido todo lo lejos que podía. Era frustrante, porque habían estado viajando a muy buen ritmo, pero la senda ya no iba al norte, de modo que tendrían que empezar a avanzar por bosque inexplorado en dirección al tercer reino.
Richard escudriñaba la linde del bosque a lo largo del sendero, en busca de la mejor zona para atravesarlo, cuando distinguió un lugar que casi parecía un sendero. Un sendero reciente.
—Este parece un buen lugar —dijo Samantha—. El camino al norte parece más despejado a través de aquí.
—Existe un buen motivo para eso. —Richard indicó con un ademán las matas pisoteadas y las ramitas rotas, la tierra removida y el musgo arrancado del suelo—. ¿Sabes qué es esto?
Samantha mostró un semblante desconcertado.
—No.
—A mí me da la impresión de ser el lugar que utilizan todos esos mediopersonas que descienden aquí desde el tercer reino. Mira ahí dentro el modo en que alguien arrastró los pies por el suelo. —Señaló otro punto—. Parece que alguien tropezó ahí y rompió esa rama. Caminaban sin prestar la menor atención a qué pisaban. Ahí, pisotearon esos hongos. Ahí atrás gran cantidad de los helechos están rotos.
»Este no es el modo en el que camina un viajero corriente. Este es el modo en que personas poco cuidadosas que saben muy poco sobre viajar, o sobre el bosque, caminarían.
—¿De veras? —preguntó ella y alzó los ojos hacia él—. Entonces todo lo que tenemos que hacer es seguir esto y nos conducirá directo a donde queremos ir. Directamente a la barrera, a esas puertas abiertas en la muralla del norte.
—No —dijo él—, si seguimos este sendero nuevo estamos expuestos a topar con más mediopersonas. Esos muertos de ahí atrás no son los únicos. Los otros es probable que sean distintos, como los hombres que me atacaron o los shun-tuk. Son más listos. No queremos toparnos con los de ese tipo si no es necesario.
Ella retrocedió un paso, como si el lugar resultara repentinamente amenazador.
—Imagino que no es tan buena idea, entonces.
Con una mano sobre el hombro de la muchacha, Richard la hizo girar hacia la izquierda.
—Seguiremos adelante un poco más por el camino y luego giraremos al norte a través del bosque para caminar en paralelo con esta ruta utilizada por los mediopersonas. Quiero permanecer lo bastante lejos de ella para que si hay más de esas gentes bajando al sur por esta misma ruta no puedan oírnos.
»Al mismo tiempo, permaneciendo lo bastante cerca, puedo de vez en cuando comprobar por dónde va este sendero que abrieron para así asegurarme de que vamos al lugar del que ellos venían. De ese modo nos guiará hacia el tercer reino, pero no tendremos tantas posibilidades de tropezar con problemas.
»No debería de resultar demasiado difícil seguirle la pista a esta ruta que han creado al avanzar por el bosque. Por lo que parece se limitaban a tomar el camino más fácil de seguir debido a la configuración del terreno. Yo puedo hacer lo mismo.
Ella hizo una mueca.
—¿Cómo es que sabéis todas estas cosas?
Richard se encogió de hombros.
—He estado haciendo esto toda mi vida, desde que era más joven que tú.
Tras seguir el sendero oficial durante un buen trecho, Richard finalmente juzgó que este estaba ya lo bastante alejado de la senda abierta por los mediopersonas como para considerarse a salvo, así que giró al norte al interior de los árboles. Lamentaba tener que abandonar el camino, incluso a pesar de lo agreste que había sido, y tener que abrir su propia senda por terreno forestal inexplorado, pero era algo en lo que tenía experiencia. Gracias a ella, sabía cómo escoger la mejor ruta a través del espeso bosque.
Durante un rato pudieron seguir una pista abierta por ciervos, pero esta acabó por desviarse y tuvieron que volver a sumergirse en la espesura del bosque. En varios lugares fue necesario escalar crestas rocosas para evitar dedicar tiempo y esfuerzo a encontrar un modo de rodearlas. En una ocasión, tuvieron que dar marcha atrás cuando Richard topó súbitamente con el borde de un precipicio por el que habría sido demasiado peligroso descender.
Cuando anocheció, Richard volvió a hallar un lugar bien escondido donde construyó otro pequeño refugio en el que pasar la noche. La llovizna había repuntado a medida que oscurecía, pero habían conseguido finalizar el refugio lo bastante rápido como para permanecer prácticamente secos. A él le dolía todo el cuerpo de haber dormido sentado la noche anterior, pero estaba cansado y sentía un dolor agudo en las articulaciones de las caderas debido al largo día de marcha por el bosque, de modo que agradecía cualquier momento de descanso que pudiera conseguir. Al igual que la noche anterior, Samantha y él se acurrucaron bien juntos para darse calor y se durmieron con rapidez.
La mañana siguiente amaneció fresca y húmeda, pero al menos la llovizna había cesado. Eso no significaba gran cosa, no obstante, porque tanto la humedad como la llovizna de la noche anterior y la niebla habían dejado todo su refugio húmedo o chorreando. Gotitas de agua salpicaban su capa y se escurrieron en diminutos riachuelos cuando él la retiró de encima de los dos y le dio una breve sacudida.
Resultó aún más incómodo cuando emergieron del calor del pequeño refugio. No fue una sensación nada agradable ver que era otro día encapotado. Richard empezaba a estar más que harto de los interminables días oscuros bajo una constante capa de nubes bajas. Deseaba ver llegar un día soleado que lo secara todo; empezaba a entender por qué lo llamaban las Tierras Oscuras. Era una tierra salvaje sombría y deprimente.
Efectuaron una comida rápida a base de embutido y galletas de viaje junto con unas cuantas tajadas de manzanas secas. Tras empaquetarlo todo, se pusieron en camino a toda prisa. No tardaron mucho en llegar a un arroyo pequeño que hizo mucho más fácil el viajar a través del espeso sotobosque. Mientras andaban, Richard comprobaba las aguas claras y borboteantes en busca de cualquier señal de peces, pero no vio ninguno.
Tras una hora de caminata por el margen pedregoso del arroyo, Richard decidió ir a reconocer el terreno para asegurarse de que no estaban demasiado cerca del sendero de los mediopersonas. Hizo que Samantha se acurrucara entre una roca y varias píceas pequeñas, donde quedaba bien oculta y podía esperar mientras él marchaba a explorar. La senda que aquellas criaturas habían abierto serpenteaba sin rumbo fijo en ocasiones, de modo que quería estar seguro de que seguían estando lo bastante alejados de él.
El sendero resultó estar a una distancia considerable. Richard efectuó comprobaciones, pero no vio ninguna señal de que hubiera habido nadie en el sendero durante la noche. Feliz después de ver que no estaban demasiado cerca de él, los dos pudieron seguir adelante, usando el arroyo como senda a través del bosque.
Eran principalmente cedros los árboles que crecían a lo largo de los márgenes del arroyo, con una exquisita alfombra de musgo cubriendo las orillas en algunos lugares. El arroyo creaba una pequeña brecha a través del bosque, de modo que consiguieron avanzar más deprisa. El musgo que crecía en gruesos arriates permitía caminar sobre un terreno blando, pero lo que a Richard le gustaba más de él era que hacía que su avance resultara casi silencioso, en tanto que el agua que corría por el arroyo también ayudaba a ocultar cualquier sonido que ellos pudieran hacer. El silencio proporcionaba seguridad porque incluso aunque hubiera mediopersonas por los alrededores, si no podían oír a Richard y a Samantha no irían tras ellos.
Al doblar un recodo donde el arroyo rodeaba un afloramiento de rocas, toparon de improviso con un hombre arrodillado junto al cauce, recogiendo agua con las manos para beber. No los había oído y alzó la mirada de las manos ahuecadas, con el agua escurriéndose por entre los dedos, sorprendido al ver a Richard y a Samantha salir de detrás de la roca. Iba mejor vestido que los mediopersonas que Samantha había matado y tenía una figura más fornida, como los hombres que habían atacado a Richard en el carro.
Richard no se sorprendió tanto como el hombre, porque ya había tenido siempre presente esta posibilidad. Sabía que siendo la nueva senda tan utilizada por aquellas gentes, era posible que algunos pudieran alejarse de aquel camino, de modo que había estado ojo avizor. Con todo, fue un sobresalto desagradable topar de repente con alguien tras haber tenido el bosque sólo para ellos durante tanto tiempo.
El hombre, en un principio paralizado por la sorpresa, se recuperó rápidamente del sobresalto y sus ojos se llenaron de la clase de ansia salvaje que mostraba cualquier depredador al ver que una presa aparecía inesperadamente a su alcance.
El desconocido se irguió de un salto y arremetió contra ellos, mostrando los dientes con un gruñido a la vez que caía sobre Richard. En su carrera, el hombre alargó los brazos para placar a su presa.
Richard estaba preparado y, más que hacer frente directamente a la amenaza, se echó a un lado en el último instante para a continuación rodear con un brazo el cuello del atacante cuando este pasó por delante y cayó, efectuando una llave de estrangulamiento para impedirle gritar.
El hombre forcejeó, alargando las manos atrás para arañar a Richard, intentando alcanzarle la cara, arrancarle los ojos. Mostraba los dientes, pero no conseguía dar ningún mordisco. Richard alzó al musculoso adversario a la vez que aplicaba presión en los lados del cuello para cortar el riego sanguíneo.
Los forcejeos del hombre perdieron fuerza con rapidez a medida que este perdía energías.
—¿Quién eres? —preguntó Richard.
El hombre se limitó a gruñir, aun cuando hizo todo lo posible por mantener los ojos abiertos.
—¿A qué distancia está la muralla del norte? —preguntó Richard.
De las comisuras de la boca del hombre goteó baba mientras este boqueaba, mientras pugnaba por mantener la consciencia y defenderse al mismo tiempo.
—¿A qué distancia? —volvió a preguntar Richard por entre los apretados dientes.
—Un día de distancia, tal vez.
—¿Y los shun-tuk? ¿A qué distancia está su territorio una vez atravesada la muralla del norte?
Cuando el hombre no respondió, Richard aumentó la presión. Los ojos del hombre parecieron a punto de saltar de las órbitas. La lengua asomó fuera de la boca y el rostro enrojeció.
—¿A qué distancia está el reino de los shun-tuk? —preguntó otra vez Richard en un tono de voz peligrosamente calmado.
—No lo sé… nunca llegué tan lejos. No soy tan estúpido.
—¿A qué distancia?
—Días. Unos cuantos días más. Pero os cogerán, devorarán vuestra carne y beberán vuestra sangre. Obtendrán vuestra alma.
—No existe ningún modo de obtener el alma de otra persona. No es posible.
El hombre forcejeó con más energía aún, intentando con renovada furia alargar las manos atrás y agarrarse a algo. No pudo. Richard no quería correr riesgos y aplicó más fuerza para dejarlo claro.
—¡Mentira! —jadeó el otro, con el rostro enrojecido por la falta de aire—. Quieres conservarla para ti. Todos los que tenéis almas sois codiciosos. Ensuciáis la tierra con vuestra naturaleza. Tendremos vuestras almas. Nos las merecemos. Tendremos todas vuestras almas.
Samantha avanzó hasta colocarse ante el rostro del hombre, contemplándolo con calma.
—¿Cómo os figuráis que os merecéis nuestras almas? ¿Qué os da ese derecho?
Richard lo tenía fuertemente sujeto por el cuello, pero la mirada furibunda de su prisionero se alzó hacia Samantha, a la que dedicó una sonrisa maligna y lujuriosa.
—Nos comeremos vuestra carne y beberemos vuestra sangre caliente y tendremos vuestras almas. Gobernaremos el mundo de la vida.
Richard le torció el cuello hasta que el hombre chilló.
—¿Estás con alguien más?
—¡No!
—Estupendo —respondió él por lo bajo a la vez que le partía el cuello.
Mientras dejaba que aquel peso muerto resbalara al suelo, Richard hizo una seña a Samantha.
—Pongámonos en marcha. Es mejor que nos alejemos de aquí por si acaso otros de su clase lo encuentran.