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richard tenía razón. Al poco encontraron de nuevo el remoto sendero forestal. Era una oscura madriguera de rocas al descubierto y raíces abriéndose paso a través de una vegetación espesa. A lo largo de los siglos había visto sólo a viajeros fortuitos y esporádicos, pero últimamente estaba al servicio de hordas de mediopersonas que descendían por él a la caza de almas. En aquellos momentos estaba envuelto en un silencio amenazador.

Richard permaneció parado un buen rato, aguzando el oído, observando con atención, en un intento de captar cualquier señal que indicara problemas. Samantha permaneció en silencio junto a él, esperando a que se pronunciara.

—Antes dijisteis que los poseedores del don pueden percibir la presencia de otras personas —musitó, y cuando él asintió, ella siguió diciendo—: ¿Creéis que podríais explicármelo, como explicasteis el modo de hacer estallar árboles, para que pudiera ayudaros percibiendo si hay alguien ahí fuera? Al menos podría intentarlo con todas mis fuerzas.

Richard apretó los labios en un gesto de contrariedad.

—Ojalá pudiera, pero me temo que no tengo la menor idea de cómo lo hacen. Sólo sé que pueden. Nadie me lo ha explicado nunca, como hicieron con los árboles.

La muchacha mostró un semblante desconsolado ante la noticia de que no podría aprender aquel truco para poder ser de ayuda a ambos.

Richard le posó una mano en el hombro.

—Vamos. Lo que tenemos que hacer es encontrar a tu madre y liberarla de quienquiera que la tenga cautiva, y entonces ella podrá enseñarte cómo hacerlo.

Samantha devolvió la sonrisa.

—Parecéis tener un modo de hacerme sentir mejor, incluso justo en mitad de una situación terrible.

—Mientras tengamos elecciones en la vida y usemos la cabeza, siempre existe la posibilidad de darle la vuelta a la peor de las situaciones.

La sonrisa de la joven se ensanchó un poco. Mientras le devolvía la sonrisa, Richard se sintió preocupado porque podía ver el agotamiento en sus ojos. Era evidente que ella no quería admitir la gran cantidad de energía que le había arrebatado la magia que había tenido que utilizar para hacer estallar los árboles.

—Estoy muerto de cansancio de tanto repeler a los mediopersonas con mi espada. ¿Y tú? Debes de estar agotada por el esfuerzo de usar tu magia. Yo sé que, en mi caso, utilizar cualquier clase de magia resulta agotador, incluso la de mi espada.

—Bueno —admitió ella—, supongo que un poco. Pero no os retrasaré. Lo prometo.

Richard se quitó la mochila del hombro y echó hacia atrás la solapa. Revolvió en ella un momento hasta que encontró un poco de cecina. Sacó dos trozos y entregó uno a Samantha.

—Toma, mastica esto mientras caminas. Te ayudará a recuperar energías.

Arrancó un pedazo con los dientes. Ella dio un mordisco al suyo antes de seguirlo cuando inició la marcha por el sendero.

Richard odiaba tener que usar el sendero porque era un lugar demasiado evidente para una emboscada. Cuando existía esta clase de peligro manifiesto, prefería de largo abrirse paso por entre el bosque antes que seguir el cuello de botella que era un camino. El problema era que atajar por su cuenta a través del bosque más de lo que era necesario los retrasaría considerablemente. Tenían un largo trecho que recorrer para alcanzar lo que el pueblo de Samantha conocía como la muralla del norte, y el sendero sólo discurría en aquella dirección una parte del camino. Siendo cada momento que transcurría una amenaza para las vidas de aquellos a los que iban a rescatar, Richard sabía que no tenía tiempo que perder.

La elección era difícil, sin embargo. No podrían rescatar a nadie si acababan asesinados por mediopersonas emboscados. Pero por otra parte, a Richard le aterraba llegar demasiado tarde. Llegar un instante demasiado tarde significaba que Kahlan moriría, reclamada por el contacto de la muerte que acechaba en su interior, y él no tardaría en seguirla a la oscura eternidad. Ello probablemente significaría que un número incalculable de personas, por no decir el mundo de la vida mismo, desaparecería.

Magda Searus y Merritt le habían dicho que tenía el poder de salvar el mundo de la vida o de destruirlo. Si efectuaba la elección equivocada y lo mataban en una emboscada en el sendero, entonces eso podría ser la causa del fin de la vida del que la Confesora hablaba. Si no tomaba el sendero, la demora podría significar que perderían su oportunidad, y eso también podía significar el fin de toda vida.

Al final, razonó que los mediopersonas que los habían estado persiguiendo probablemente estaban todos juntos. No parecía probable que algunos de ellos se hubieran rezagado. Los impulsaba el ansia de conseguir un alma, de modo que era razonable pensar que estaban todos muertos en el bosque arrasado.

En vista de todo eso, Richard escogió usar el sendero para poder llegar lo antes posible. Su sensación de urgencia estaba demasiado bien fundada para hacer caso omiso de ella. Desde luego, era muy consciente de que otros mediopersonas, clases distintas de mediopersonas procedentes de otras partes del tercer reino, podrían descender por el camino o estar aguardándolos. Motivo más que suficiente para mantenerse alerta.

Tomada la decisión, avanzó con ímpetu y firmeza, decidido a aprovechar al máximo el tiempo que el sendero les ahorraba. El camino a través del bosque era similar a sendas secundarias que Richard conocía allá en ciudad del Corzo. No era un sendero muy bien cuidado que ayudara a viajar deprisa, pero seguía siendo mucho más fácil que abrirse paso a la fuerza por una selva virgen. Tampoco era lo bastante ancho para que caminaran el uno junto al otro, de modo que él encabezaba la marcha y Samantha iba detrás, a veces teniendo que trotar para mantener el ritmo de su compañero. Richard escrutaba constantemente el terreno al frente y a los lados mientras avanzaba tan en silencio como era posible.

Había algún que otro árbol derribado por el viento atravesado en el sendero sobre el que tenían que trepar; también crecían arbolillos jóvenes muy pegados a los lados del camino en algunos lugares, convirtiéndolo en un angosto túnel de vegetación con hojas y ramas azotándoles continuamente brazos y piernas.

El plomizo cielo, unido al grueso dosel de hojas, conspiraba para convertir el sendero en forma de túnel en un lugar oscuro y deprimente. Más allá, a lo lejos, oía de vez en cuando los reclamos de pájaros o el castañeteo de ardillas, pero en su mayor parte en el bosque reinaba un silencio sepulcral. La neblina y la fina llovizna se acumulaban en las agujas de los pinos hasta que las gotas eran lo bastante pesadas para caer sobre los dos viajeros.

A la hora del almuerzo, Richard paró sólo un breve instante para tomar un bocado. Samantha tenía bastante mejor aspecto tras haber comido la cecina horas antes, de modo que él no quiso dedicar más tiempo del necesario a recuperar el aliento un momento mientras sacaban comida y agua de sus mochilas.

Tras la breve parada, volvieron a ponerse rápidamente en marcha y caminaron el resto de la tarde sin ver a nadie ni oír nada fuera de lo corriente. El viaje por el bosque era en cierto modo reconfortante. Recordó a Richard su vida cuando crecía en los bosques del Corzo, y la época pasada siendo un guía de bosque. Había sido una época de paz y contento, antes de que tuviera conocimiento de todos los problemas del mundo.

Se descubrió mirando a los distintos musgos que crecían en las rocas, dándoles el aspecto de almohadones verdes, y los lugares donde reptaba por el suelo y se desarrollaba en las bases de los troncos. En algunos lugares vio diminutas flores blancas, hermosas y delicadas. En cierto modo, las flores parecían fuera de lugar porque el viaje estaba cargado de tales peligros y ansiedad que no parecía que la belleza encajase allí. Supuso que era el equilibrio a la falta de paz que sentía en su interior.

Samantha mantuvo la capucha subida para impedir que sus cabellos se empaparan con la llovizna y las gotas fortuitas que caían de los árboles sobre sus cabezas. Mantenía la cabeza gacha mientras apresuraba el paso para no quedar rezagada. Él podía ver en su postura lo cansada que estaba, pero la muchacha no se quejaba. A Richard le dolía tener que marcar un ritmo de marcha tan rápido, pero no podía evitarse. Sospechaba que ella pensaba en su madre, y no le importaba la velocidad.

Cuando empezó a oscurecer, Richard abandonó el sendero en busca de un sitio en el que dormir. No quería estar en ningún lugar donde la gente —o los mediopersonas— tuviera la posibilidad de topar con ellos. Se alejó del sendero un buen trecho, eligiendo deliberadamente el terreno más accidentado y los lugares con el sotobosque más espeso. Las personas que no seguían las sendas para cruzar los bosques casi siempre elegían los lugares por los que era más fácil caminar, de modo que él quería ir donde fuera menos probable que alguien explorara fuera del camino.

Por fin encontró un sitio apartado que le gustó en el recodo de una hendidura rocosa que se alzaba unos diez o doce metros. Inspeccionó la zona en busca de cualquier señal de animales peligrosos, incluidos humanos, pero no vio ningún indicio de que nadie hubiera estado nunca allí. Era probable que Richard y Samantha fueran las primeras personas que habían visto aquel sitio. No encontró cuevas donde pudieran morar osos o lobos y tampoco vio serpientes.

Con la luz apagándose y la neblina cada vez más espesa, cortó a toda prisa algunos arbolillos y los apoyó verticalmente contra la roca. Una vez construida una estructura, apiló encima ramas de pino y de balsamina, y encima de eso, broza para tapar cualquier indicio de construcción humana. Para entonces era casi de noche.

—Yo no me percataría de la existencia de esta construcción ni aunque pasara justo por su lado —dijo Samantha.

—Esa es la idea —le explicó Richard—. Por lo general, en un lugar como este me gustaría que nos turnásemos para montar guardia, pero creo que está suficientemente bien escondido. No hay indicios de que nadie pase nunca por aquí, de modo que creo que es más importante que los dos disfrutemos de un sueño reparador. Vamos a necesitarlo mañana.

Ella asintió.

—Estoy realmente cansada. Lo de dormir suena fantástico.

Él indicó el lateral de aquella especie de cobertizo.

—Adelante, pues, da la vuelta por ahí y entra.

Ella pareció perpleja.

—¿No vamos a hacer un fuego para mantenernos calientes?

—El fuego atrae gente. Aun cuando no lo veas, puedes oler el humo de una hoguera desde muy lejos. Tal y como está construido, alguien tendría casi que caer encima de este refugio para detectarlo. Pero una hoguera difundiría nuestra posición y haría saber a otras personas, en especial a mediopersonas, que estamos aquí.

Ella paseó la mirada por los árboles que los rodeaban.

—Ya. Supongo que tiene sentido. —Volvió a echar una ojeada—. ¿Qué pasa con los animales salvajes?

—No me preocupan. Me acompaña una hechicera.

—Imagino que tenéis razón —respondió ella con una sonrisa.

—No estará tan mal, ya lo verás. Vamos, entra.

Tuvo que gatear para pasar bajo el tejado inclinado del refugio. Richard la siguió al interior, tapando con una gruesa estera de ramas de pino la abertura. El interior resultaba confortable, relativamente seco y oscuro, casi como boca de lobo. Él rebuscó a ciegas en su mochila hasta que encontró el pequeño farolillo de viaje de hojalata con una vela dentro.

Lo alargó al frente y colocó la mano de la joven sobre él.

—Aquí tienes, ¿puedes usar tu don para encender esto?

Vio brillar una pequeña chispa en la oscuridad y una llama saltó a la mecha de la vela.

Richard colgó la vela frente a ellos.

—Puedes poner las manos sobre ella para calentarlas si tienes frío. Es probable que haga fresco esta noche.

Ella le dedicó una mirada adusta.

—¿Por qué no me limito a meter algo de calor en un par de piedras? Entonces podríamos sostenerlas en el regazo para mantenernos calientes.

—¡Ah! —exclamó Richard, a quien no se le había ocurrido hacer eso—. Bueno, eso también funciona.

Extrajo una roca del tamaño de una hogaza de pan del suelo y se la entregó. Samantha colocó las manos a cada lado de ella un momento y él vio cómo cerraba brevemente los ojos concentrándose; luego la joven le entregó la piedra. Esta estaba caliente como una tostada.

—Supongo que estás resultando útil para algunas cosas —comentó él mientras extraía otra roca para que la calentara para sí misma.

Ella soltó una risita queda.

Sacaron unas cuantas galletas de viaje y pescado seco de las mochilas, junto con algunas nueces, y disfrutaron de una comida sencilla que era mejor de lo que él esperaba, probablemente debido a que estaba tan hambriento que habría comido casi cualquier cosa.

Cuando acabaron de comer, Richard se quitó la capa y la extendió sobre ambos a modo de manta.

—Esto ayudará a mantenernos calientes. Lo siento, pero los bosques no son el más cómodo de los lugares para dormir, en especial en condiciones como estas.

—No me importa —repuso ella en voz baja—. Sólo me importa llegar allí a tiempo. Puedo dormir el resto de mi vida, una vez que saque a mi madre de las manos de esos monstruos mediopersonas impíos y sin alma.

Richard estuvo de acuerdo con su parecer.

Tiró de la capa hacia arriba hasta la altura de sus barbillas y Samantha se recostó contra él para conseguir calor, rodeando sus bíceps con las diminutas manos y entrelazando los delgados dedos. Luego posó la cabeza sobre su hombro.

Richard depositó el brazo derecho sobre el regazo de modo que pudiera mantener la mano sobre la empuñadura de la espada. Eso facilitaría muchísimo la tarea de responder a toda prisa si tenía que hacerlo.

Podía oír la suave respiración acompasada de Samantha, junto con el susurro de la lluvia tamborileando sobre hojas. Estaba tan exhausto que empezó a dormirse casi de inmediato.

En lo último que pensó fue en Kahlan.