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todo va bien, Samantha —dijo él con dulzura a la vez que le alisaba la alborotada maraña de cabellos negros, sosteniendo con delicadeza la cabeza de la muchacha contra el hombro—. Estamos a salvo.

Ella lloraba presa de incontrolables sollozos.

La acalló con delicadeza, haciéndole saber que todo había acabado, que estaba a salvo.

—Lo siento tanto —sollozó ella.

Richard frunció el entrecejo.

—¿Por qué tendrías que sentirlo?

—Porque casi hice que nos mataran.

—¿De qué estás hablando?

—Me trajisteis con vos porque dije que podía ayudaros. Os convencí de que me necesitabais porque poseo el don.

»Entonces, cuando todo estaba en peligro, me dijisteis lo que tenía que hacer, incluso explicasteis cómo hacer estallar los árboles, y os fallé.

»Os podrían haber matado en un centenar de ocasiones cuando repelíais a esos monstruos mientras intentábamos huir, y yo no hice nada para ayudaros.

»Sois el elegido. Os reconocí desde el principio y falté a mi promesa, no hice lo que me pedíais. Vos sois el que tiene que salvarnos a todos. Habría sido culpa mía que el mundo de la vida finalizara.

Richard negó con la cabeza para tranquilizarla.

—Samantha, eso no es cierto. Estabas haciendo todo lo que podías.

—No, es mentira.

—¿Qué quieres decir?

Ella vaciló, buscando las palabras.

—Tenía miedo de hacerlo que dijisteis. Me preocupaba hacerlo mal. Así que no pude. Lo intenté, pero temía fracasar.

Él sonrió a la vez que bajaba la mirada hacia ella, acariciándole el cabello.

—No fracasaste, Samantha. —Indicó con el brazo a su alrededor—. Detuviste la amenaza.

Ella se secó los ojos y finalmente miró en torno suyo. Pestañeó, viéndolo por primera vez.

—¿Yo hice esto?

—No fui yo —respondió él.

—Es tal y como dijisteis —musitó, casi para sí.

—Pero dijiste que lo intentaste y no pudiste.

Richard estaba desconcertado. Ella lo había intentado —la había visto intentarlo—, pero no había sido capaz de hacerlo.

—¿Cómo es que finalmente funcionó?

Samantha miró al vacío un momento, tal vez contemplando sus propias visiones mientras parecía buscar las palabras para explicarlo.

—Cuando estaba en el fondo del agujero —dijo por fin—, temblando y aterrada ante la idea de que iba a morir, que esas criaturas impías iban a arrastrarme fuera de ahí, a despedazarme con sus dientes y a comerme viva, de repente pensé en mi madre.

»Ella vio a esos monstruos, como una manada de animales salvajes, utilizando los dientes para desgarrar al hombre que amaba y devorar su carne y sangre, y entonces, finalmente pude comprender lo horrorizada y asustada que debió de sentirse.

»Luego la cogieron a ella. Tras asesinar al hombre que amaba, la cogieron a ella. ¿Podéis imaginar lo horrorizada, desesperada y asustada que debía de estar?

»Si de verdad sigue viva, entonces sois su única esperanza. Soy su hija, la persona que la quiere más que a nada y ahí estaba yo, acurrucada en un agujero, temblando de pies a cabeza.

—No debería avergonzarte sentir miedo —manifestó Richard para consolarla—. Yo también estaba asustado.

Ella alzó la mirada.

—¿De verdad?

—Desde luego. No puedo imaginar no sentir miedo en una situación así. Es una reacción normal. Pero también estaba asustado porque pensaba que era yo quien había fallado a todo el mundo que dependía de mí.

Ella posó una mano sobre el pecho de Richard.

—Pero vos tuvisteis la idea de cómo sacarnos de tal aprieto y me dijisteis qué hacer. Lo sabíais porque sois el elegido. Fui yo quien fracasó.

Richard paseó la mirada por aquel panorama de destrucción.

—No creo que fracasases en absoluto, Samantha. En el último instante no te rendiste. Redoblaste tus esfuerzos y me protegiste. Detuviste la amenaza. Eso es lo que importa.

Ella sonrió con un poco de alivio, por no decir orgullo, a la vez que miraba a su alrededor.

—Cuando me hablasteis sobre hacer esto, no sabía que produciría todos estos destrozos.

Richard adquirió un semblante más serio mientras echaba una ojeada por toda la extensa destrucción.

—Bueno, tengo que decirte que jamás vi que una hechicera creara tal devastación. Pero era necesario. Cualquier otra cosa no habría sido suficiente para salvarnos.

Samantha miró en la misma dirección que él.

—Nunca imaginé que pudiera hacer algo así. No sabía que el don podía ser tan destructivo.

—La destrucción en pro del bien es algo glorioso.

Ella sonrió ante una idea tan extraña.

—Entonces —preguntó él finalmente—, ¿cómo es que de repente fuiste capaz de hacerlo?

—Me enfurecí —respondió ella en un tono muy quedo, casi como si se sintiera avergonzada de ello—. Lo que le había sucedido a mi madre me hizo sentir furiosa por fallarme a mí misma, por fallarle a ella, por fallaros a vos, por fallarle a todo el mundo. Estaba muy enfadada.

»Pero principalmente, más que estar enfurecida conmigo misma, estaba encolerizada con los mediopersonas, me enfurecía que fueran capaces de hacer daño a un hombre tan bueno como mi padre, como tantos otros, como vos. Me enfurecía lo que estaban haciendo, lo que querían hacerle a todo el mundo. Nuestras almas son nuestras. ¿Qué les da derecho a apoderarse de ellas?

—No creo que realmente puedan robar nuestras almas, Samantha. Naja lo dijo.

—Sí, pero quieren hacerlo. Es su intención. Que no puedan no significa gran cosa si estamos muertos. Asesinan a inocentes para intentar conseguir sus almas, y eso es lo que importa.

Richard sólo pudo negar con la cabeza.

—Estaba tan enfadada —siguió ella—, que fue como si mi rabia entrara en ebullición y se desbordara. Lo que más deseaba era borrarlos a todos de la faz del mundo de la vida. Entonces, me aferré a lo que me dijisteis que hiciera con los árboles.

»Dejé que esa ira creciera en dirección a los que provocaban tanto sufrimiento y muerte. Cuando hice eso, me di cuenta de que empezaba a percibir los árboles que nos rodeaban.

»Traté de llegar a ellos mentalmente, de percibir dónde estaban, y concentré toda aquella ira que hervía en mi interior en depositar un calor intenso en un punto de su interior. Supongo que no pude hacerlo al principio porque estaba asustada. No pude hacerlo hasta que me puse furiosa.

Richard estudió sus enormes ojos un momento.

—Así es como funciona mi don… a través de la ira.

—¿De veras?

Él asintió.

—A veces desearía ser capaz de controlar más mi don para poder dirigirlo a las tareas inmediatas, pero me temo que en mi calidad de mago guerrero mi don funciona de un modo distinto a como lo hace en otros. Es la cólera o una necesidad intensa lo que convoca a mi don, lo que le da poder. El tuyo parece funcionar de ambos modos: mediante la intención y a través de la ira.

Ella volvió a mirar a su alrededor.

—Nunca imaginé que podía reunir toda esta energía, causar toda esta destrucción. Resulta bastante, no sé… aterrador.

—Imagino que pusiste en ello la energía que la tarea requería, y la tarea era justa. Si quieres levantar algo ligero, es fácil. Levantar algo más pesado exige más fuerza.

»Supongo que en este caso, un hechizo menos potente no habría conseguido llevar a cabo el trabajo y el mal habría vencido. Tu mente dirigió tu don a lo que era necesario hacer. No tienes que pensar en ello, tu mente y tu cuerpo simplemente se adaptan al peso de la tarea.

Con todo, el nivel de destrucción era pasmoso y podía comprender la aprensión de la muchacha al contemplar lo que había hecho. No creía haber visto nunca nada que se asemejara a eso.

Recordó que Samantha parecía inspirarle cierto temor a Ester. La muchacha incluso había mencionado que la gente los temía a ella y a sus parientes porque poseían el don. La mayoría de las personas que no manejan la magia tienen miedo de las que sí lo hacen. Temen lo desconocido, lo que los poseedores del don podrían ser capaces de hacer.

Richard recordaba que cuando conoció a Kahlan le había dejado muy sorprendido enterarse de lo mucho que la gente la temía. Había visto a personas, reinas incluso, temblar en su presencia. Una Confesora era en muchos aspectos mucho más aterradora para la gente que una persona con el don, pues estas podían arrebatarles la vida, pero una Confesora podía arrebatarles la mente.

Supuso que, en esencia, una Confesora podía quitarte el alma.

De manera muy similar, la gente normal temía a los profetas. Temían lo que podrían ver en su futuro. Temían qué información secreta podrían ocultar sobre acontecimientos venideros. Por eso querían saber lo que presagiaba la profecía.

Justo antes de que viniera a las Tierras Oscuras para liberar a Kahlan de las garras de Jit, Richard había tenido innumerables problemas en el palacio porque algunos gobernantes que habían acudido para asistir a la boda de Cara y Benjamín querían conocer aspectos de las profecías. Pensaban que Richard les ocultaba información, que no quería confiarles lo que sabía. Por ese motivo, algunos de aquellos líderes lo habían abandonado a él y al imperio d’haraniano para unirse con todas sus tierras y súbditos a Hannis Arc, el gobernante de la provincia de Fajín, todo por la promesa de un liderazgo guiado por la profecía.

Echó una ojeada a Samantha, iluminada por el cielo encapotado que ahora quedaba al descubierto. Comenzaba a verla bajo una nueva luz.

Había creído que era una hechicera inexperta que empezaba justo ahora a usar sus poderes. Mientras paseaba la mirada por la destrucción, se preguntó si no sería algo más.

Se preguntó por el papel de Stroyza y de las gentes con el don que vivían allí. Se preguntó si la gente de Naja Luna en aquellos tiempos remotos no habría dejado a personas con el don en Stroyza para que fueran más que simples centinelas. Se preguntó si tenían un propósito de mayor envergadura.

Mientras examinaba la monumental devastación provocada por aquella jovencita menuda y de aspecto frágil, empezó a preguntarse si aquellas personas de la antigüedad habrían dado a los habitantes con el don de Stroyza alguna habilidad para combatir.

No había duda de que Samantha había demostrado más resolución y energía de la que él habría esperado.

Se preguntó si no sería un arma dejada por los antiguos.

Ese día desde luego había demostrado serlo.