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lo siento —fue todo lo que él pudo musitarle por encima del hombro—. Lo siento tanto, Samantha.

Se sintió avergonzado por haberse dejado convencer con tanta facilidad y haber permitido que ella lo acompañara, por el modo tan lamentable en que había fracasado en su misión de protegerla, por cómo había fallado a Kahlan, a los esfuerzos llevados a cabo por Naja, Magda y Merritt, a todos los demás que dependían de él en su calidad de lord Rahl para que fuera su protector.

Jamás debería de haber aceptado llevar a Samantha con él. Ella era una centinela. Se suponía que debía advertir a otros, y lo había hecho. No estaba destinada a combatir. Se suponía que era él quien tenía que poner fin a la profecía y a la amenaza. Era su responsabilidad.

Zedd siempre le había dicho que pensara en la solución, no en el problema. Lo intentó, pero no pudo. Había fracasado. Quiso pensar que a veces sencillamente no existe una solución, pero eso sería eximirse de la responsabilidad. Pensar que no había solución era rendirse.

Iba a quedar en nada, de todos modos. No podía rechazar a una masa tan abrumadora de criaturas que querían despedazarlos y robarles sus almas. Ni siquiera Zedd, Nicci, Cara y Ben habían sido capaces de contener a una cantidad tan abrumadora de gente.

Con todo, eso no era excusa. Él era el lord Rahl. Sólo importaba si él fracasaba.

Vigiló el exterior a través de la abertura en la roca y pudo ver las manos que se alargaban en la oscuridad para atraparlo. Los dedos arañaban el aire, tratando de asir sus ropas. Algunos de ellos tocaron la espada y perdieron los dedos.

Pudo ver las formas de las furiosas bocas gruñendo con enfermiza necesidad y cómo mostraban los dientes para saborear carne humana.

Todo iba a finalizar antes de que el viaje hubiera empezado. No habían podido siquiera llegar a las afueras de Stroyza. Apenas habían conseguido cruzar los campos de cultivo y penetrar en el bosque sin contratiempos.

—No lo sintáis, lord Rahl —respondió Samantha en un susurro—. No es culpa vuestra. Es mía.

—¿Qué?

Samantha puso su mano encima de la cabeza de Richard y la empujó hacia abajo.

—Mantened la cabeza agachada —musitó, como si hablara desde algún lugar distante e irreal.

Los menudos dedos de la joven apretaron con más fuerza la cabeza de Richard manteniéndola gacha.

Y entonces el suelo tembló con un estallido atronador.

Al cabo de un instante, una furiosa onda expansiva le golpeó el pecho como un martillo. No consiguió localizar su procedencia.

Tres ensordecedoras explosiones más llegaron en rápida sucesión, casi al unísono. Los atronadores estallidos eran como rayos que alcanzaban un árbol justo a su lado. Cada estampido le hacía estremecer. Los oídos le zumbaban por la cercanía de las explosiones.

Hubo un breve instante de silencio antes de que sonara otra serie de explosiones, sólo que fueron más en esta ocasión. Por todas partes los impactos sacudían el suelo. Las pasmosas vibraciones enviaban ondas expansivas que desgarraban el aire. Estremecían el suelo con tal fuerza que la cabeza le dolía. Llovía tierra y pequeñas piedras.

Tras una nueva pausa brevísima, empezó otra serie de explosiones, los resonantes retumbos rugiendo a un ritmo acompasado, uno tras el otro, como el martillo de algún herrero celestial descargando potentes golpes sobre el yunque del mundo. El aire mismo se estremecía.

A continuación, Richard oyó un repiqueteo contra la roca sobre su cabeza y empezó a caer una lluvia de detritos. Algunos golpearon la roca con una violencia sorprendente. Otros impactos violentos sonaron como el restallar de un látigo. Otros dieron la impresión de ser capaces de quebrar la roca sobre su cabeza.

Y entonces fueron trozos de madera los que empezaron a caer en cascada. Astillas, algunas no más grandes que agujas de coser, lo acribillaron en tanto que otros pedazos grandes como remos se estrellaban contra la roca, rebotando luego en el aire para acabar cayendo como un diluvio por todas partes. Richard vio que muchos estaban cubiertos de sangre. Algunos incluso tenían ensartados trozos de carne despedazada.

Pudo oír ramas que se partían en veloz sucesión bajo un gran peso, luego el sonido de troncos enormes quebrándose a medida que los árboles se desplomaban a través del follaje y hacían temblar el suelo al chocar contra él. El estruendo retumbaba por todas partes a su alrededor.

Uno de los enormes troncos se vino abajo asestando un golpe estremecedor a la roca bajo la que estaban cobijados. Richard pensó que la piedra podría hacerse añicos por el choque, pero el impacto del enorme peso partió el tronco por la mitad.

Mientras las tumultuosas explosiones proseguían a un ritmo imperturbable, las detonaciones fueron desplazándose hacia fuera, cada vez más lejos, hasta que formaron un todo que se asemejaba a un terremoto. Parecía lo bastante potente como para hacer caer montañas.

Dio la impresión de durar una eternidad, pero Richard sabía que todo había sucedido en un atronador instante mortífero que había arrasado el bosque con increíble fuerza y una violencia despiadada.

Las explosiones cesaron bruscamente.

No obstante, los árboles siguieron cayendo, cada gigantesco monarca del bosque partiendo ramas de otros en su trayecto hasta el suelo, incluso astillando los troncos de vecinos que a su vez eran derribados. Richard podía oír el sonido amortiguado de raíces reventando bajo la tremenda presión. El suelo se estremecía con el impacto.

Astillas gigantes siguieron lloviendo durante otro largo rato. Poco a poco, los sonidos de toda aquella destrucción finalizaron al mismo tiempo que un último árbol se desplomaba no muy lejos, haciendo retumbar el suelo.

Cuando por fin el mundo volvió a quedar en silencio, Richard siguió sin moverse. No estaba seguro de que debiera, no estaba seguro de que hubiera finalizado realmente. Samantha todavía tenía la mano colocada sobre su cabeza en gesto protector, manteniéndola agachada.

La muchacha retiró lentamente la mano.

—¿Lord Rahl? —preguntó en una voz queda ahogada por las lágrimas—. ¿Todavía estáis vivo? Queridos espíritus, por favor que lo esté.

Richard pestañeó a la vez que alzaba la cabeza. Tuvo que quitarse de encima montones de ensangrentada madera astillada. Había tantos escombros amontonados en la estrecha abertura en la roca en la que estaban escondidos Samantha y él que casi estaban enterrados.

—Estoy vivo. —Giró el cuerpo y dobló los brazos—. Creo que estoy bien. ¿Y tú?

Balanceó los hombros adelante y atrás para conseguir salir de la abertura lo suficiente para darse la vuelta y mirar atrás. Las lágrimas corrían por el rostro de Samantha, quien parecía más que desdichada, más que simplemente agotada.

—Eso creo —contestó ella, asintiendo con un esfuerzo.

Richard agitó la espada, despojándola de todos los escombros que la cubrían, y a continuación se desenroscó lo suficiente para levantarse y echar una veloz mirada a su alrededor en busca de alguna amenaza por parte de los mediopersonas, aunque la verdad era que no esperaba ver a nadie en pie. Y así fue.

Parecía como si el mundo de la vida hubiera volado por los aires y dejado de existir.

El espeso bosque que los había encerrado con un espeso follaje que dejaba fuera la luz del día había sido totalmente desgarrado. Sobre sus cabezas había un enorme retazo de cielo al descubierto, repleto de espesas nubes plomizas. Pudo oler a madera fresca y mojada, como de troncos serrados, mezclado con el hedor nauseabundo de la sangre.

No había un solo árbol en pie. Estaban todos caídos.

Aquí y allí sobresalían unos cuantos troncos grotescamente astillados. En otros lugares, los árboles desplomados habían levantado trozos de suelo del bosque junto con sus raíces destrozadas.

Era una escena de tal destrucción masiva que a Richard le costaba creer lo que veía. Había madera por todas partes, como si un gigante hubiera estado arrojando al suelo cientos de palitos rotos. Los pedazos de suelo del bosque estaban cubiertos de una gruesa capa de madera destrozada y astillada que sobresalía por todas partes en forma de escombros troceados y llenos de puntas afiladas.

Por todas partes, bajo troncos de árboles, ramas y astillas, yacía una alfombra de cuerpos ensangrentados y hechos jirones. Nadie podía haber sobrevivido a una tormenta tan virulenta de madera fragmentada impulsada por tantísimas explosiones violentas.

Al contemplar toda aquella destrucción, Richard no vio ni un solo movimiento.

Los mediopersonas habían quedado despedazados. Los trozos de carne ensangrentada que podía ver eran irreconocibles. Parecía picadillo.

Richard se volvió hacia Samantha. Ella lo contemplaba desde la oscuridad de la rendija en la roca, como si no estuviera segura de si quería salir o no.

Richard le tendió los brazos a modo de invitación. Cuando lo hizo, ella salió disparada de la estrecha hendidura y corrió a sus brazos, dando por fin rienda suelta a los sollozos.