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richard tuvo que bajar a Samantha de su hombro al meterse en el bosque por miedo a golpearle el rostro contra una rama y partir su delicado y menudo cuello. La sujetó contra la cadera derecha, colgada del brazo. Él mismo tuvo que agacharse mientras corría al interior del sendero abierto por ciervos para evitar golpearse contra ramas bajas y árboles jóvenes que estaban encorvados en forma de túnel. Al igual que otros que Richard había utilizado antes, el camino no tenía mucha altura, pero era bastante amplio. Mientras corría, pequeños arbolillos inclinados aquí y allá le azotaban los brazos.
Los brazos de Samantha detuvieron finalmente sus frenéticos giros y sacudidas y la muchacha se desplomó, jadeando por el esfuerzo. Richard comprendió que aquello le había arrebatado hasta el último ápice de energía.
Ahora, era cosa suya dejar atrás a la horda de mediopersonas que los había perseguido. No creía que hubieran visto la dirección en que había corrido Richard, pero imaginaba que adivinarían que se habría dirigido al bosque. Esperaba que aparecieran en cualquier momento.
Por entre la masa borrosa de ramas, maleza y vegetación que pasaba veloz ante sus ojos, Richard distinguió a uno de aquellos seres. Iba mejor vestido que el hombre que Richard había decapitado, pero no mucho. En cuanto descubrió a los dos fugitivos corrió hacia ellos desde el lado izquierdo. Cuando estuvo más cerca, abrió la boca mostrando los dientes. Richard pudo ver que le faltaban unos cuantos. Las mandíbulas del hombre empezaron a chasquear, saboreando de antemano la carne.
Sin detenerse, en cuanto el hombre estuvo a su alcance, puso la mano tras la cabeza del atacante y utilizó el propio impulso de este para propulsarlo al frente. Richard, que era más fornido que el mediopersona y ya estaba corriendo, usó la mano puesta en el cogote del hombre para dirigirlo, casi lo llevaba en volandas.
Cuando pasaron junto a un árbol, Richard estrelló el rostro del hombre con todas sus fuerzas contra el grueso tronco, justo sobre el tocón de una rama, hundiéndoselo directamente en la cara. El impacto fue tan violento que Richard sintió cómo la cabeza de su atacante se partía como un melón contra una piedra. Con un movimiento fluido, soltó al hombre cuando chocó con el árbol y siguió corriendo. Ese ya no los perseguiría.
Tras haber recorrido un corto trecho más, Richard paró para intentar escuchar si los seguían. Jadeó, recuperando el aliento mientras evaluaba con rapidez la situación. Intentó hacer el menor ruido posible para poder escuchar. Samantha le apretó el brazo, pidiendo que la bajara, así que la depositó con cuidado en el suelo.
La muchacha se dobló al frente, con la masa de negros cabellos colgando alrededor del rostro, las manos sobre las rodillas, mientras resollaba, intentando recuperar el aliento tras el esfuerzo de crear el vendaval.
—Una actuación brillante —le susurró Richard.
Ella sólo pudo asentir mientras respiraba con dificultad. Richard dejó que se recuperara en tanto que aguzaba el oído para captar sonidos de los mediopersonas.
Y entonces, a lo lejos oyó que se abrían paso ruidosamente a través del bosque, acercándose a ellos. Sonaban como cientos de personas cargando por entre los árboles. Aunque estaban aún a cierta distancia, no pasaría mucho tiempo antes de que alcanzaran a su presa.
—¿Puedes correr o debería llevarte a cuestas? —preguntó.
Ella respondió cogiéndole de la mano y echando a correr al trote. Richard empezó a correr, adelantándola rápidamente y medio arrastrándola con él a toda velocidad por la angosta senda. A medida que el miedo superaba su agotamiento, la muchacha no tuvo problemas para aumentar la velocidad y ponerse a su altura. El sendero serpenteaba caprichosamente por el bosque y se abría paso por delante de árboles y pendientes, de modo que no hallaron obstáculos en su camino.
Daba la impresión, no obstante, de que por mucho terreno que Richard recorriera, los mediopersonas seguían acortando distancias. Reparó en que si bien la mayoría venía del sendero normal, algunos venían por detrás, del campo.
Sabía que tenía que hacer algo para retrasarlos, pero era incapaz de imaginar qué podría hacer que fueran más despacio. Sabía que podía rechazarlos durante un tiempo, pero si su número era lo suficientemente grande acabaría por ser una batalla perdida.
—¿Cómo es que sabías hacer eso? —preguntó a Samantha.
—Mi madre me enseñó —respondió ella, dando boqueadas.
—¿Y el calor para secar la tierra?
—No lo sé. Imagino que fue simplemente algo que ideé por mi cuenta llevada por la desesperación.
Richard le sonrió.
—¿Inventando magia?
Ella le devolvió la sonrisa junto con un jadeante «supongo».
—¿Conoces algún truco para hacer que vayan más despacio?
—Lo siento, lord Rahl, pero no sé qué más hacer.
Richard asintió mientras seguía adelante a toda velocidad. Los árboles que los rodeaban empezaban a ser más grandes y a estar más separados, en tanto que el sotobosque empezaba a ser menos denso, al no poder crecer bajo aquella profunda sombra. Las Tierras Oscuras parecían recibir muy poca luz solar ya de por sí, pero en el silencioso suelo bajo las enormes coníferas la oscuridad era aún mayor.
Si bien eso hacía que fuera más fácil correr, a medida que el bosque se tornaba más abierto, era más fácil que los descubrieran.
No obstante, fue Richard quien los divisó primero. Vio a diez o doce criaturas cubiertas de andrajos corriendo a toda velocidad por el bosque, esquivando árboles y saltando rocas y troncos podridos mientras seguían sin pausa una ruta oblicua para interceptar a Richard y a Samantha. Cuanto más penetraban en el bosque, más despejada estaba la zona inferior. Las inmensas coníferas carecían de ramas bajas. Los enormes troncos se alzaban en medio de extensas matas de helechos, junto a arroyos y entre repisas rocosas. Cuanto más terreno cubrían Richard y Samantha, más rocoso se tornaba el suelo y más amplia era la circunferencia de los árboles.
Para avanzar, Richard tuvo que empezar a trepar por encima de alguna que otra capa de rocas e hileras de salientes que afloraban por entre la hojarasca del suelo. El problema era que mientras que a él la configuración del terreno le hacía ir más despacio, los mediopersonas podían acortar la distancia.
Más que eso, no obstante, ellos corrían temerariamente, de un modo totalmente despreocupado, impulsados por la furiosa necesidad de devorar un alma. Richard vio a un hombre chocar de pleno contra un árbol, rebotar y caer al suelo. Otro tropezó al saltar por encima de un tronco. No se levantó. A otro lo golpeó una rama en plena garganta. El golpe lo lanzó hacia atrás por los aires y cayó de espaldas sobre unas rocas con un fuerte ruido sordo. Esporádicamente, alguno de los que corrían introducía el pie en un agujero o bajo un tronco caído y se partía la pierna.
Pero por cada uno que caía, sin embargo, parecía que una docena más aparecía para unirse a la persecución.
Richard intentaba desesperadamente pensar en un modo de retrasarlos o de ganar distancia. No se le ocurría nada. El truco del viento que Samantha había usado con tanta efectividad en campo abierto no funcionaría en el bosque. Podría resultar inconveniente y molesto, pero no detendría a sus perseguidores.
De repente tuvo una idea. Miró en dirección a Samantha, que corría a su lado.
—Ese hechizo de calor, para secar la tierra y crear polvo, ¿cómo lo hiciste?
—Simplemente acumulé calor sacándolo del aire —respondió ella, sonando un tanto perpleja por la pregunta—. Fue muy sencillo.
—¿Te lo enseñó tu madre?
Samantha torció el gesto.
—No lo sé. Un poco, supongo. Me enseñó muchas cosas. No era necesariamente una lección, sólo pequeñas cosas, como sacar el calor del aire y colocarlo en otro lugar.
—¿Te enseñó a calentar rocas?
Samantha sonrió, todavía intentando recuperar el resuello.
—Sí; cuando era pequeña, colocaba las piedras calientes en mi cama. Luego más tarde me enseñó para que algún día pudiera hacer lo mismo para mis hijos.
—De modo que sabes cómo poner ese calor que recoges del aire dentro de cosas. Puedes enfocarlo hacia algo.
Ella asintió cuando él volvió la cabeza para mirarla, desconcertada respecto a qué era lo que quería decir él.
Richard corrió a ocultarse tras un largo saliente, tirando de ella para arrastrarla con él. La agarró por la cintura y la obligó a agacharse. Él se acuclilló, girándole la cara hacia él para asegurarse de que tenía toda su atención.
—¿Te enseñó alguna vez cómo hacer que estallaran los árboles?
Samantha enarcó las cejas, sorprendida.
—Sí, lo he visto hacer. En especial durante la guerra. Los magos, e incluso las hechiceras, concentran el calor que reúnen en el interior de los troncos de los árboles. Cuando enfocaban calor suficiente, y este era lo bastante intenso, la savia hervía al instante y se evaporaba. Lo hacían tan deprisa y de un modo tan repentino, que el calor hacia estallar el tronco del árbol.
Ella estaba boquiabierta.
—¿De verdad?
—De verdad. Las astillas y los pedazos de madera podían abatir a cualquiera que estuviera cerca. Los hacía trizas. Era capaz de detener una hilera de tropas, frenando en seco un ataque temerario.
—Pero, yo no sé hacerlo.
Richard atisbó por encima del saliente de piedra y luego volvió a agacharse muy pegado a ella.
—Es necesario que aprendas deprisa. Puede ser la única cosa que nos salve. —Alzó con cautela la cabeza y señaló a lo lejos—. ¿Ves ese puñado de hombres que se han detenido, tratando de ver adónde fuimos?
Ella miró a hurtadillas por el borde de la roca.
—Sí.
Richard le puso la mano sobre la cabeza y volvió a empujarla hacia abajo para que no la descubrieran.
—Intenta reunir calor y ponlo en ese tronco. Mira a ver si puedes concentrar el calor realmente deprisa. Si puedes hacerlo lo bastante rápido y con suficiente intensidad, el tronco estallará. Tienes que intentarlo.
Ella apretó los labios un momento y luego volvió a mirar a hurtadillas por encima de la roca. Inspiró con fuerza y luego posó ambos brazos sobre la parte superior de la roca, con las palmas dirigidas hacia el árbol.
Entrecerró los ojos por el esfuerzo, los dedos le temblaban.
Por fin, el aliento que había estado conteniendo abandonó sus pulmones de sopetón.
—Lo siento, lord Rahl, pero no puedo hacerlo. Simplemente no puedo.
Richard profirió un desilusionado suspiro y finalmente asintió.
—Sé que hiciste todo lo…
Un hombre saltó de improviso por encima de la roca. Richard agarró las andrajosas ropas del atacante al mismo tiempo que aterrizaba y utilizó su propio impulso para alzarlo y arrojarlo por encima del borde del saliente.
Al mismo tiempo que el hombre rodaba, otros tres atacantes se dejaron caer desde lo alto de la roca.