38
richard alzó el brazo derecho al detenerse, haciendo que Samantha parara a su vez. La muchacha alzó los ojos hacia él con expresión perpleja.
—¿Adviertes alguna cosa más adelante? —preguntó Richard en voz muy baja, indicando con un leve movimiento de cabeza.
Samantha miró en dirección a los árboles y luego volvió a mirarlo con el entrecejo fruncido.
—¿Como qué?
—Me refiero a si ves ojos vigilándonos.
La muchacha dirigió su mirada inquisitiva al oscuro bosque que se alzaba ante ellos.
—¿Ojos? —preguntó con una voz débil y aflautada por la alarma.
Se inclinó un poco a cada lado, luego al frente, atisbando las zonas oscuras entre los árboles.
Richard estudió con detenimiento y meticulosidad las oscuras sombras situadas tras los árboles. El bosque no estaba demasiado lejos. De hecho, en aquel momento, se sentían incómodamente cerca de él. Vio a unos cuantos gorriones moviéndose veloces entre las ramas de los pinos, y a una ardilla o tal vez un ratón de bosque rebuscando entre el lecho de hojas, nada de mayor tamaño.
—No, no veo nada —dijo ella finalmente—. ¿Visteis ojos vigilándonos? ¿Dónde?
—Creo que los vi ahí adelante, al fondo entre los árboles, un poco a la derecha del sendero.
La mirada de Samantha regresó veloz al bosque, comprobando el lugar donde él decía haber visto algo.
—¿Estáis seguro?
—No; sólo los vi un momento. He pasado la mayor parte de mi vida en el bosque y sé que a veces la luz al reflejarse en hojas mojadas o en unos cuantos retazos claros de musgo puede dar la impresión de que hay unos ojos. A veces realmente puede engañarte.
—A lo mejor eso es lo que visteis esta vez. —Sonó más esperanzada que segura.
—Es posible. Pero ahora no lo veo.
Richard retrocedió dos pasos, para comprobar si sólo se veía desde un cierto ángulo. No volvió a verlo, así que dudó que fuese un reflejo.
—Eso es buena señal, ¿verdad? Significa que no era nada, ¿no?
Él clavó la mirada en los oscuros recovecos del bosque, entre las bases de los descomunales árboles y los arbustos más pequeños.
—Es posible. Podría haber sido una jugarreta de la luz o un poco de agua goteando de unas hojas. Pero también podría significar que era alguien y que se ocultaron tras algo al saberse descubiertos.
Samantha escudriñó los campos que tenían a la izquierda. Volvió a mirar al bosque que les aguardaba al final del poco frecuentado sendero.
—¿Qué deberíamos hacer? —preguntó.
Richard inspeccionó la configuración del terreno. A la derecha, la montaña imposibilitaba el paso. A la izquierda, bordear el camino parecía una opción posible pero no buena.
—¿Hay otros senderos o calzadas que vayan más o menos en esta dirección?
Samantha sacudió la cabeza negativamente.
—Muy poca gente vive en esta dirección. Este es el único camino que va al norte y sólo continúa durante un trecho.
»Si no tomamos el sendero la marcha será lenta a través del bosque. Tendremos que acabar haciéndolo porque no llega a la muralla. Se desvía al oeste hacia la mitad y acaba girando al sudoeste. Al norte, una vez que el camino se desvía, todo es territorio salvaje inexplorado.
—¿Pasa mucha gente por aquí?
Ella ladeó la cabeza hacia el oeste.
—Esos pueblos están muy lejos al otro lado de esas montañas. La mayoría de los que viven allí comercian con lugares situados al sur, de modo que la gente raras veces viaja hasta aquí porque Stroyza no tan sólo está muy aislado, sino que no está de camino a ninguna parte.
Con los brazos en jarras, Richard asintió mientras estudiaba el terreno.
—Debería de haberme dado cuenta.
Ella levantó los ojos hacia él.
—¿Qué queréis decir?
—En la época de Naja Luna, intentaban salvar a todo el mundo de los mediopersonas y los muertos vivientes, ¿no es cierto?
—Cierto —respondió Samantha, sin entender adónde quería llegar.
—Si quisieras construir algo peligroso, ¿dónde lo harías?
La mirada de Samantha salió disparada al norte.
—En un lugar desierto. Un lugar al que no fuera probable que se acercara nadie.
—Correcto.
Ella alzó un poco los brazos.
—¿Y qué vamos a hacer? Tenemos que encaminarnos al norte si queremos llegar a la muralla. La abertura en las montañas no es muy ancha y no parece existir ningún otro modo de entrar. Tenemos que ir en esa dirección si queremos entrar en el tercer reino.
—Es exactamente por eso que no me gusta tener que seguir este camino que se adentra entre los árboles. Resulta un lugar perfecto para emboscar a un viajero desprevenido… —Richard bajó la mirada hacia la inquietud pintada en el rostro de la muchacha—, para poder robarle el alma.
Samantha se frotó los brazos como si sintiera un repentino escalofrío bajo el húmedo pero cálido aire.
—Tienen tantas probabilidades de conseguir eso como las tienen nuestros cerdos de convertirse en humanos comiéndose la cabeza de aquel tipo.
Richard soltó una risita ahogada dándole la razón.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? Ni siquiera hemos iniciado el viaje.
Richard indicó con un veloz ademán el campo situado a la izquierda del sendero. El terreno estaba arado en preparación para plantar una nueva cosecha.
—Vayamos a través de ese campo. A lo mejor podemos hallar una senda de animales para cruzar el bosque. Las pistas que usan los ciervos a menudo son un sendero utilizable, entonces al menos no tendríamos que abrimos paso a través de una maleza espesa.
—¿Todo el camino? —inquirió ella, incrédula—. Lord Rahl, las pistas abiertas por los ciervos no suelen ir rectas. No tienen un destino marcado. Se limitan a deambular buscando forraje.
Richard asentía mientras ella hablaba.
—Lo sé, pero lo que pienso es que si alguien nos está esperando, estará ahí, aguardando para atrapar a viajeros desprevenidos que sigan el camino para penetrar en el bosque. Creo que si podemos rodear el sendero durante un trecho, luego podemos volver a alcanzarlo más al norte, dentro de unas cuantas horas, quizá.
—Pero si alguien aguarda emboscado en el sendero, podrían estar aguardando más adelante también.
—Es posible, pero si estos mediopersonas están tan desesperados por conseguir almas como dice Naja, no querrán que otros se les adelanten. Es probable que ya sepan que aquí vive gente y es probable que hayan estado vigilando, de modo que saben que muy poca gente viaja al norte así.
—¿Entonces? ¿Qué bien nos hace eso?
Richard posó la palma de la mano izquierda sobre la empuñadura de su espada, sin dejar de inspeccionar la configuración del terreno, en busca de una oportunidad que pudieran aprovechar.
—Bueno —dijo por fin—, si hay pocas almas que capturar, entonces no querrán dejárselas a otros mediopersonas que estén al inicio de la senda. Si el primero de la fila atrapara a cualquiera que pasara por el sendero, entonces no quedaría nadie para los que estén más al norte.
Samantha asintió a la vez que reflexionaba sobre ello.
—Tiene sentido.
—Apuesto a que aquel tipo de los corrales pensó que podría elegir a gusto entre las almas que viven aquí. Por su aspecto, estaba desesperado y no era muy espabilado.
—Parece que esperáis que estén aguardando justo ahí delante.
Empezó a alzar la mano para señalar, pero Richard se la empujó hacia abajo.
—No señales. Si hay mediopersonas ahí fuera, nos estarán vigilando.
Samantha volvía a parecer asustada.
—Tal vez deberíamos esperar a que oscurezca, así no nos verán internarnos en el bosque.
—Por supuesto, preferiría esperar a que fuera de noche, pero hay dos problemas.
—¿Cuáles?
—Primero, el cielo está encapotado. Eso significa que no habrá luz de luna ni estrellas que nos ayuden a movernos por territorio desconocido. Ya es bastante peligroso cuando sabes dónde estás y sigues sendas que conoces.
»Podrías golpearte contra ramas secas que podrían cegarte un ojo o meter el pie en una hendidura en la roca y partirte un hueso o incluso podrías caer por un risco. Incluso una caída pequeña es suficiente para matarte en la oscuridad.
—Podría curaros si resultaseis herido.
—¿Y si fueses tú quien cayera y se partiera la cabeza contra una roca?
Samantha mostró un semblante adusto mientras lo meditaba durante un momento.
—¿Cuál es la segunda razón?
Richard inició la marcha a través del campo situado a la izquierda.
—La segunda razón es que no podemos permitirnos perder tiempo. Cada momento que nos demoramos podría significar que las vidas de las personas que vamos a ayudar podrían perderse.
Samantha apresuró el paso para seguirlo a través del terreno accidentado y arado, levantando bien los pies para pasar por encima de los terrones de tierra y no tropezar.
—Es cierto, sé que odiaría llegar el día después de que mataran a mi madre y que durante el resto de mi vida desearía haberme apresurado un poco más.
—Exactamente —repuso él a la vez que se encaminaba en dirección a una pequeña abertura en el bosque que había distinguido desde lejos. Parecía una pequeña pista de ciervos, pero era la mejor opción que tenían.
El único problema era que si había mediopersonas en el sendero, los estarían observando y sabrían qué dirección habían tomado. Aquello no iba a concederles demasiada ventaja.
No había otro remedio. Era el mal menor.