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el descenso por la ladera de la montaña bajo la llovizna fue más duro de lo que había sido la ascensión. Mientras encabezaba la marcha, Richard se preguntó distraídamente cuántas personas del pueblo de Stroyza habrían resbalado en el húmedo y estrecho sendero y perdido la vida en la caída.
Al alzar la mirada en un momento dado, Richard vio a una multitud de personas alineadas a lo largo del borde de la caverna, contemplándolos a Samantha y a él mientras efectuaban el traicionero descenso de camino a una tierra desconocida y aún más traicionera situada al otro lado de la misteriosa barrera que ellos conocían como la muralla del norte. Probablemente se preguntaban si volverían a verlos alguna vez.
Richard no se atrevía a albergar tales dudas. Kahlan estaba allí arriba y él necesitaba regresar con ayuda para ella. Si fracasaba, su esposa moriría.
Mientras Samantha y él reunían con rapidez las cosas que necesitaban, Richard había explicado brevemente los peligros producto del deterioramiento de la barrera a los congregados a su alrededor para ayudarlos. Sin tiempo para explicárselo a todos los habitantes de Stroyza, Richard encomendó a Ester y a los que estaban a su alrededor que difundieran la palabra.
Las Tierras Oscuras eran ya un lugar peligroso, pero con las nuevas amenazas acechando, los habitantes de Stroyza estaban ya en alerta máxima. Richard no tuvo la menor duda de que se tomarían las advertencias muy en serio.
Richard había recalcado a los reunidos a su alrededor la clase de amenaza, desconocida anteriormente, que representaba el tercer reino. Al igual que él, ninguno de ellos había imaginado nunca que hubiera personas, o mediopersonas, que creyeran que podían robarle el alma a otro comiéndoselo vivo.
Aconsejó a los que lo escuchaban que sólo descendieran de la montaña para cosas esenciales, y en ese caso únicamente en grupos preparados para repeler un ataque. Le alegró oír que ya habían evitado descender desde el ataque de los muertos vivientes. Temían que más monstruos estuvieran acechando allí abajo. Richard les había dicho que podrían estar en lo cierto. Por suerte, de momento, no habían tropezado con más muertos reanimados.
Le satisfacía que el camino de acceso fuera tan extenuante. Era probablemente la mejor defensa que tenían aquellas personas, ahora que estaban adecuadamente alerta. Habían sido descuidados en sus guardias antes, pero dudaba que volvieran a ser tan negligentes.
Mientras paseaba la mirada por el sombrío territorio salvaje, se le ocurrió que era posible, por no decir probable, que los contemporáneos de Naja Luna fueran quienes construyeron las cuevas allá en lo alto precisamente para cubrir esta eventualidad. Cuanto más lo pensaba, más lógico parecía.
De todas formas, tanto si era por una intención inicial o si el pueblo había llegado a ser como era con el paso del tiempo, sus habitantes no eran duchos en el arte de la guerra. Después de todo, habían repelido a sus atacantes con una piedra, a pesar de llevar encima cuchillos. Tenía que admitir, no obstante, que en aquella ocasión había resultado de lo más efectivo. Les había explicado que no debían depender de tales métodos en el futuro y que cuando bajaran a atender a los animales fueran siempre armados. Una roca estaba muy bien, pero una hoja afilada les haría un mejor servicio.
Estas personas, sin embargo, tenían como misión aguardar y vigilar. Eran centinelas, observadores. Richard tenía muy claro que jamás existió la intención de que fueran los que actuaran como primera línea de defensa y libraran la guerra sobre la que debían alertar. Ahora que la antigua guerra había estallado de nuevo, iban a tener que defenderse lo mejor que supieran.
Henrik había visto todos los apresurados preparativos y había querido acompañar a Richard y Samantha, pero Richard le pidió que ayudara a cuidar de Kahlan. Cuando ella despertara, Henrik podría facilitarle gran cantidad de información sobre lo que había sucedido después de que Richard hubiera matado a Jit. Ester podía poner a Kahlan al corriente de lo que Richard había averiguado sobre el deterioro de la barrera, y lo que él y Samantha habían ido a hacer.
Kahlan había rescatado a Henrik de las garras de la Doncella de la Hiedra y debido a eso sentía una lealtad y un apego especiales hacia ella, de modo que no había hecho falta mucha persuasión para que el muchacho permaneciera al lado de la Confesora.
Richard se subió más el arco al hombro antes de plantearse una curva particularmente traicionera del pendiente sendero. Entre sus frecuentes miradas al suelo para vigilar dónde pisaba y las miradas al frente en busca de asideros, escudriñaba el bosque extendido a lo lejos a sus pies, atento a cualquier señal que revelara la presencia de mediopersonas al acecho allí. No veía nada fuera de lo corriente, pero eso no disipaba su inquietud. Las amenazas invisibles eran las que más le preocupaban.
Samantha parecía totalmente a gusto con el sendero. Descendía detrás de él dando saltitos como una cabra montesa y efectuando pausas para esperar a que su acompañante franqueara puntos más difíciles en los que se mostraba más cauteloso.
Cuando por fin llegaron al campo de peñascos al pie de la montaña, Richard volvió a escrutar el sombrío paisaje más allá de los pequeños corrales, construcciones y cobertizos que alojaban los animales y herramientas del pueblo. Los despejados terrenos de cultivo situados más allá le permitieron ver hasta una distancia considerable, hasta la oscura faja de bosque empapado situado a lo lejos. Lo que pudo ver parecía desierto.
Las gallinas y los gansos armaban mucho jaleo, pero habían estado callados hasta que Richard y Samantha descendieron cerca de sus corrales y eso era probablemente lo que los alteraba, así que no se sintió alarmado.
Al salir de entre los peñascos, advirtió que el resto de los animales parecían estar curiosamente callados. Las ovejas estaban apelotonadas bajo un techado, bien porque se mantenían a resguardo de la llovizna, bien porque algo las asustaba. Los cerdos estaban igualmente callados y apelotonados.
Richard comprobó el suelo húmedo. Había huellas por todas partes dejadas por los ganaderos.
Pero entonces descubrió una huella que lo hizo detenerse. Todos los habitantes de Stroyza calzaban zapatos o botas, pero esta marca era la de un pie descalzo. Lo que resultaba inquietante, sin embargo, era que la huella del derecho era una marca borrosa e irregular. Parecía como si la persona llevara el pie envuelto en una tela.
Richard alzó la mirada y se encontró con un hombre de ojos oscuros y hundidos que salía de detrás del gallinero.