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richard no deseaba poner en un peligro tan terrible la joven e inexperta vida de Samantha, pero sabía que la joven tenía razón sobre su valor potencial para él. Si no tenía éxito, entonces todo el mundo quedaría a merced de lo que fuera que podía escapar ahora del tercer reino.

Podía percibir ya el lastre del contacto de la muerte haciéndolo sentir insólitamente agotado y apático. Se sentía arrastrado inexorablemente hacia la oscuridad de su interior. La certeza de la muerte siempre había existido en el fondo de su mente, pero era una realidad distante que la mayor parte del tiempo pasaba inadvertida. Ahora la sentía cerca y gélidamente real.

En cierto modo, la oscuridad que intentaba atraerlo empezaba a resultar atractiva, invitándolo a cruzar el velo de la vida para pasar a la insensible eternidad de la nada. Ofrecía la reconfortante liberación de todo esfuerzo, de toda preocupación, de todo miedo.

Recordaba a su abuelo contándole en una ocasión que los magos tenían que utilizar a las personas. No le gustaba la sensación de estar usando a Samantha; aun cuando sabía que ella se prestaba gustosa, la muchacha podría perder la vida en un viaje tan peligroso.

—Yo también necesitaré una mochila —dijo a Samantha—. Lo único que tengo es mi espada y un pedernal y un trozo de acero para encender un fuego.

Samantha asintió.

—En ese caso, diré a los hombres que necesitamos más o menos de todo.

—Necesitamos comida para el viaje para no tener que cazar, pero deberíamos llevar algunos utensilios por si acaso no nos queda más remedio. Un poco de sedal y unos anzuelos, cosas así. Si alguien tiene un arco, eso también sería de gran ayuda.

—Estoy segura de que uno de los hombres se sentirá honrado de poder proporcionar un arco y flechas para ayudar en la campaña para detener la amenaza. Tenemos víveres que soportan bien los viajes. Aunque no saben demasiado bien.

Richard sonrió.

—Los que tenían el don mantenían una reserva de provisiones de viaje: cecina, pescado seco, galletas y cosas así… por si acaso tenían que ir a advertir al consejo de magos. —Indicó con un ademán el pasillo—. Las provisiones de viaje están guardadas en la segunda habitación a la derecha, en un armarito. Coged lo que creáis que necesitaremos. Regresaré en cuanto encuentre a Ester y haya reunido algunas de las otras cosas que necesitaremos.

Cuando Richard asintió, Samantha salió por la puerta a toda velocidad. Una vez que ella hubo abandonado la habitación, él volvió a arrodillarse junto a Kahlan, alzando su mano inerte para sostenerla un momento. Deseó que despertara para poder contarle adónde iba y hablarle de la amenaza que constituía el tercer reino.

Contempló su respiración, su semblante sereno. En la silenciosa calma que precedía a la tormenta que sabía estaba a punto de estallar, se inclinó sobre ella y besó con delicadeza sus suaves labios, con la esperanza de que el beso permaneciera en ellos y que no fuera la última vez que la besaba. Sabía que si ella estuviera despierta, le diría que no se preocupara, que fuera a hacer lo que debía.

Sabiendo que el tiempo era escaso, corrió a la segunda habitación y encontró los víveres para el viaje. Hizo acopio de lo que pensó que podían transportar sin que les obligara a ir más despacio, apilándolo con pulcritud en la habitación delantera. Al poco, Samantha, llevando consigo una segunda mochila para él y con dos capas de viaje con capucha echadas sobre el brazo, hacía entrar a toda prisa a Ester en la habitación donde estaba Kahlan.

—Lord Rahl, ¿qué sucede? —preguntó Ester, paseando la mirada entre ellos dos mientras se retorcía las manos—. Sammie dijo que era importante, pero no quiso decir de qué se trataba. ¿Está la Madre Confesora…?

—Ella está bien por el momento —contestó Richard—. Pero necesitamos tu ayuda. Samantha y yo tenemos que ir…

—¿Samantha? —inquirió la mujer con expresión perpleja.

—Tú la llamas Sammie —dijo él—. Yo la llamo Samantha porque creo que se está convirtiendo en toda una mujer. Parece un nombre más apropiado. Como decía, tengo que irme y Samantha viene conmigo.

—¿Va con vos? ¿Adónde?

La mujer parecía más desconcertada que nunca. Richard no quería aumentar su confusión, pero necesitaba que fuera consciente de lo que sucedía. Era necesario que fuese capaz de informar a los demás de la amenaza.

—Hay problemas —contó a Ester—. Los hombres que nos atacaron en el carro eran caníbales.

—¿Caníbales?

—No tengo tiempo para explicarlo todo. La parte importante que tienes que comprender es que este pueblo fue colocado aquí hace mucho tiempo, en épocas remotas, para vigilar la barrera…

—La muralla del norte —dijo Samantha a Ester, y dirigió la mirada a Richard—. Todo el mundo en las Tierras Oscuras la conoce como la muralla del norte.

Richard asintió.

—El problema al que nos enfrentamos es que la muralla del norte mantenía encerradas a algunas amenazas muy peligrosas. Ha mantenido a todo el mundo a salvo desde la antigua guerra, hace miles de años.

Ester asintió con semblante inquieto.

—Conozco esa historia. He oído relatos sobre peligros sobrenaturales que acechaban tras la muralla del norte. Nadie supo nunca qué había al otro lado, pero todos interpretábamos que era malvado.

—Esos relatos probablemente se quedaban muy cortos con respecto a la realidad. Al fallar ahora la barrera, lo que hay al otro lado está empezando a salir.

Ester se inclinó un poco al frente.

—¿Qué es lo que hay al otro lado?

—Las personas que hay tras la muralla no son como nosotros —siguió Richard—. Son una especie de caníbales.

Ella frunció el entrecejo, confundida.

—Se comen a personas vivas, las devoran para intentar robarles el alma —dijo Samantha.

Ester lanzó un gritito ahogado, pero no dijo nada.

—Esas gentes —contó Richard— atacaron a mis amigos. También fueron los que mataron al padre de Samantha y posiblemente se llevaron a su madre. Vamos a pasar al otro lado de la muralla del norte para intentar sacarlos.

Ester miró a Samantha antes de volver a mirar a Richard.

—¿Tan pronto olvidáis lo que contó Henrik? Atacaron a toda una columna de vuestras tropas de élite, a vuestra guardia personal, y pudieron con ellos, ¿y creéis que podéis entrar solos y no ser masacrados en cuanto crucéis la puerta?

La misma idea se le había pasado a Richard por la cabeza.

—En ocasiones es más seguro ser pocos —indicó Richard—. No advertirán nuestra presencia.

—Lord Rahl, ni se me ocurriría deciros cómo debéis hacer las cosas, pero estabais solo cuando esos dos hombres os atacaron, y de no haber llegado nosotros cuando lo hicimos, ahora estaríais muertos.

Richard suspiró a la vez que se alzaba del lado de Kahlan.

—Lo sé. Pero no hay elección. Es algo que tengo que hacer. Soy el lord Rahl. Tengo que hacer lo que sea necesario para proteger a todos los habitantes del Nuevo Mundo.

Ester agachó la cabeza.

—No puedo discutir la decisión del lord Rahl. —Señaló a Samantha—. Pero ¿por qué va ella?

—Porque es testaruda —respondió Richard.

Por vez primera, una pequeña sonrisa asomó a los labios de Ester.

—Ya veo que la conocéis bien.

—Tengo el don —manifestó Samantha en su propia defensa—. La magia de lord Rahl no funciona. Al menos de ese modo puedo ayudarle. Y si liberamos a mi madre, entonces ella también puede unirse a nosotros.

Ester lo consideró brevemente.

—Entiendo. Eso es muy valeroso por tu parte… Samantha. Bien, ¿qué puedo hacer yo para ayudar, lord Rahl?

—Puedes cuidar de Kahlan por mí y cuando despierte contarle lo que está sucediendo. Regresaré en cuanto consiga sacar a mis amigos. Entonces deberemos ir a toda prisa al Palacio del Pueblo para curarnos del contacto letal de la Doncella de la Hiedra. Tras eso, me ocuparé de la amenaza procedente del otro lado de la muralla del norte.

»Cuando despierte, cuéntale a Kahlan lo que te acabo de explicar y dile que es importante que me espere aquí. Regresaré a buscarla. Traeré ayuda conmigo.

»Es necesario que los habitantes de Stroyza permanezcan aquí arriba todo el tiempo que sea posible. No deberían salir solos, únicamente en grupos numerosos. Mantened una vigilancia continua. Las criaturas impías pueden intentar subir para atacaros.

—¿Para comemos vivos?

Richard respiró hondo.

—Eso me temo. Desde aquí arriba tenéis más posibilidades de mantenerlos alejados. Con un poco de suerte, estaré de regreso antes de que tengáis problemas.

»Es necesario que partamos de inmediato —añadió—. Todavía quedan muchas horas de luz. Tenemos que llegar tan lejos como podamos antes de que anochezca.

—Hay un trecho muy largo hasta la muralla del norte —dijo Ester—. Tardaréis días en llegar allí.

—Lo sé. Razón de más para que me apresure.