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samantha se mostró perpleja.

—¿Sabéis dónde está quién?

—Los amigos que vinieron a las Tierras Oscuras a rescatarnos a Kahlan y a mí —respondió él, aturullado mientras su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de encajar las piezas del rompecabezas—. A mis amigos los atacaron de un modo muy parecido a como atacaron a tus padres.

—¿De qué estáis hablando? ¿Cómo están ellos conectados con esto? —preguntó a la vez que indicaba con un veloz ademán toda la vasta extensión de símbolos.

—Hechizos barrera —dijo Richard, volviendo a girar hacia la descripción de la pared—. Cuando desperté la primera vez, había un par de hombres contemplándonos con atención. Yo apenas empezaba a recuperar el conocimiento, pero recuerdo algo de lo que decían. Hacían conjeturas sobre quién podría haber atacado a los soldados y a mis amigos.

»Uno de los hombres dijo que pensaba que habían sido unas gentes llamadas los shun-tuk

—¿Shun-tuk? Jamás he oído hablar de la existencia de nadie con ese nombre en las Tierras Oscuras.

Richard miró en dirección a la abertura en la pared.

—No creo que los shun-tuk procedan de las Tierras Oscuras. El otro hombre se mostró escéptico. El primero dijo: «Ahora que se ha abierto una brecha en el muro que impedía el paso, ¿qué mejor lugar hay para cazar a las personas con alma? Los shun-tuk irían a cualquier parte, harían cualquier cosa, para encontrar a gente así».

Samantha se mostró horrorizada.

—¿Creéis que estos shun-tuk vinieron de detrás de esta barrera?

—Eso parece. El segundo hombre dijo que tenían unos dominios inmensos. Quería saber por qué tendrían que venir tan lejos. El primer hombre dijo: «Lo mismo que nosotros. Para cazar a los que tienen alma».

—¿Cazar almas?

—Eso fue lo que dijo. Creo que sus dominios están en el otro lado de la barrera.

Richard regresó a la pared, examinando con atención la progresión de símbolos y dibujos para buscar algo sobre almas. Mientras leía en silencio, Samantha echó a andar por delante de él, sus pisadas resonaban en el pasillo mientras arrastraba una mano sobre la piedra, contemplando los símbolos que no podía comprender, pero que ahora empezaba a ver bajo una nueva luz.

—Lord Rahl —llamó por encima del hombro.

Richard, que estaba concentrado en los símbolos, echó un vistazo hacia el lugar donde ella tenía un dedo presionado contra la pared.

—¿Qué sucede?

—Creo que hay un nombre aquí. Bueno, no lo sé, pero no es un símbolo. Creo que debe de ser un nombre grabado en la piedra. Pone «Naja».

—¿Naja? —A Richard le sorprendió que ella pudiera leer algo en la pared.

—Sí, justo aquí. No puedo creer que no lo hubiera visto nunca antes. Supongo que no advertí su presencia porque es muy pequeño y está casi perdido en este remolino de dibujos.

Richard examinó con atención el trozo de pared situado a la derecha de Samantha. La zona era ligeramente distinta del resto de los grabados de las paredes del corredor. La sección creaba un núcleo en medio de la extensión de símbolos que fluían hacia el exterior a su alrededor.

Richard miró por encima del dedo de Samantha que descansaba sobre la pared. Tras el nombre vio una media luna con tres rayos bajo ella; el símbolo para la palabra «luna».

—¿Qué suponéis que significa?

Richard tradujo rápidamente algunos de los otros símbolos.

—Tienes razón. Es un nombre. La primera parte no puede escribirse en el Idioma de la Creación, sólo la segunda.

—¿Y cuál es el nombre, entonces?

—Naja Luna.

—Es un nombre muy bonito —comentó Samantha—, pero ¿qué suponéis que hace aquí?

Él escuchaba sólo a medias, pues buscaba ya la respuesta a aquella pregunta. Escrutó los símbolos para confirmar su impresión inicial.

—Esto es un relato personal —dijo medio para sí, medio para Samantha.

Contemplando con atención todos los símbolos, Samantha sacudió la cabeza despacio, maravillada. Señaló, entonces, un poco más al interior del laberinto de símbolos.

—Mirad, hay otro nombre. Magda Searus.

Richard sintió que se le doblaban las rodillas bajo el peso del significado que había tras aquel nombre. Se le puso la carne de gallina al verlo escrito allí en la piedra, en una tierra tan lejana, solitaria y olvidada.

—Lord Rahl, ¿qué sucede? ¿Significa algo para vos ese nombre?

—Magda Searus fue la primera Confesora.

—¿Una Confesora como vuestra esposa?

—Así es —contestó por fin—. Magda Searus fue la primera de las de su clase. Todo empezó con ella. —Richard señaló tras aquel nombre otro: Merritt—. Merritt era su mago, su protector, de la misma manera que yo soy el protector de Kahlan.

Samantha volvió a mirar los nombres y meneó la cabeza con expresión asombrada.

—¿Qué dice sobre ellos?

Los dedos de Richard rozaron con reverencia los nombres y luego los emblemas burilados en la piedra que los seguían.

—Dice que esto es el relato de primera mano de Naja Luna, anotado aquí a instancias de Magda Searus y del mago Merritt de modo que todos los que vengan después no lo olviden jamás.

—Me avergüenza decir que nuestra gente lo ha olvidado. —Alzó los ojos hacia el expectante—. ¿Podéis leerlo?

Richard se aclaró la garganta mientras localizaba el principio y empezó a llevar a cabo la traducción. Justo en el inicio del relato, encontró otro nombre —Sulachan— enredado entre los símbolos.

—Cuenta que los hacedores del emperador Sulachan…

—¿Quién es ese? ¿Y qué es un hacedor?

Richard sacudió negativamente la cabeza.

—No lo dice, pero por lo que viene a continuación parece que eran alguna especie de magos. —Dio un golpecito con un dedo al siguiente conjunto de dibujos—. Dice aquí que Sulachan, emperador del Viejo Mundo, ordenó a sus hacedores que desarrollaran armas nuevas y poderosas para utilizarlas en su guerra contra el Nuevo Mundo. Dice que al cumplir sus órdenes crearon espantosos hechizos nuevos.

Sintió un gélido escalofrío al comprender que la guerra que él había librado contra el emperador Jagang y el Viejo Mundo había estallado en un principio entonces, en tiempos de Naja Luna, en tiempos de Magda Searus y Merritt. Fue una época que vio la creación de algunos de los hechizos más espantosos jamás concebidos y también los que crearon a la primera Confesora.

Ese fue el equilibrio que la magia necesitaba para paliar el terror liberado sobre el mundo.

Richard estaba leyendo un relato del nacimiento de una guerra que había causado padecimiento y muertes inimaginables, y que fue el inicio de una lucha por el dominio que se había prolongado encarnizadamente durante milenios. Las llamas de aquella guerra jamás se habían extinguido por completo, sino que en su lugar habían ardido a fuego lento durante miles de años para reavivarse en tiempos de Richard.