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pero cuando mi padre y mi madre partieron, iban a advertir al consejo de magos. Eso es lo que dijeron. —La mirada de Samantha parecía perdida mientras iba de un lado a otro—. Eso es lo que mi madre me contó…, que tenía que ir al Alcázar para advertir a aquellos que sabrían qué hacer con respecto a la muralla.

Sólo ahora empezaba a comprender Richard hasta qué punto había estado aislado el pueblo de Stroyza del resto de D’Hara, no tan sólo en distancia, sino en información del mundo exterior. Sintió lástima por estas personas, que pensaban que desempeñaban una misión vital para magos que ya no existían.

Extendió las manos para mostrar su pesar.

—Lo siento, Samantha, pero no existe tal consejo en el Alcázar. Lo hubo, pero eso fue hace mucho.

»Las cosas ya no son como eran. Apenas quedan magos hoy en día.

»Mi abuelo es el Primer Mago y sabe muchísimo sobre la historia de los magos del Alcázar, pero ha desaparecido.

Si bien Zedd sabía mucho sobre la historia del consejo de magos, Richard no creía que conociera siquiera la existencia de una muralla en un lugar tan olvidado.

Al borde del pánico, Samantha se agarró un puñado de cabellos negros con cada mano y miró por la abertura en la roca como si buscara una respuesta. Richard podía ver que el mundo de la muchacha, su deber en la vida, se estaba viniendo abajo.

Le posó una mano sobre el hombro.

—Cálmate, Samantha. Respira profundamente y luego cuéntame qué sucedió a continuación.

Ella asintió y tragó saliva para calmar su agitada respiración.

—Encontraron los restos de mi padre no lejos de aquí. Las cosas de mi madre, su mochila y víveres para el viaje, las hallaron desperdigadas por el suelo a poca distancia. Había señales de resistencia, dijeron que daba la impresión de que se había defendido. No consiguieron encontrarla por ninguna parte. El terreno era rocoso y no pudieron seguir el rastro.

»Tras eso, supe que ahora era responsabilidad mía llevar a cabo la tarea que ellos no pudieron finalizar. —Alzó los brazos con desesperación—. Pero no sabía cómo llegar hasta el lejano Alcázar del Hechicero. Ni siquiera sé dónde está. No sabía qué hacer.

Alzó los ojos hacia él.

—Por suerte, aparecisteis vos. No sé si fue una coincidencia o el destino, o si fueron los buenos espíritus que intercedieron para enviaros aquí cuando más os necesitaba.

Richard le dirigió una mirada de soslayo.

—No creo demasiado en las coincidencias.

—Bueno, todo lo que se es que sois el que se supone que tiene que enterarse de esto… en especial puesto que me decís que ya no existe un consejo de magos. Al fin y al cabo, vos mismo dijisteis que poseéis esa clase de don.

Richard soltó un profundo suspiro.

—No estoy tan seguro.

—Yo lo estoy.

Él enarcó una ceja.

—¿No te parece que si yo fuera «el elegido» sabría algo sobre todo esto? Hace muy poco que oí hablar de las Tierras Oscuras por primera vez.

—Matasteis a Jit. Solamente vos podíais haber hecho eso.

Lleno de frustración, Richard señaló la abertura redonda.

—Sí, pero no sé nada en absoluto sobre la muralla del norte. Es la primera vez que oigo hablar de ella. Maté a Jit porque había capturado a Kahlan y nos iba a matar a los dos si no la detenía. Yo no hacía más que intentar sobrevivir.

Hizo una pausa. Le intrigaba por qué se había tomado Jit tantas molestias para atraerlos hasta ella.

Primero había atrapado a Henrik, luego lanzó alguna clase de hechizo sobre él. Lo envió en una misión para que pasara su magia arcana a Richard y Kahlan. Finalmente, la Doncella de la Hiedra consiguió atrapar a Kahlan en su guarida. Eso atrajo a Richard hasta ella.

Ahora que reflexionaba sobre ello, no era capaz de imaginar que, viviendo en las profundidades de aquella ciénaga desolada, hubiera tenido algún modo de tener conocimiento alguno sobre Richard y Kahlan. Carecía de sentido, a menos que ella hubiera estado buscando simplemente acabar con cualquier líder.

A menos que hubiera otra persona manejando los hilos.

—Eso es lo que todos hacemos —dijo Samantha—. Todos intentamos sobrevivir.

Richard apartó de su mente los perturbadores pensamientos sobre las intenciones de Jit y regresó al asunto en cuestión. Samantha seguía con la mirada alzada hacia él, aguardando.

—Comprendo —dijo—, pero eso no significa que yo sea la persona a la que tengas que contar toda esta cuestión.

—Bueno, sois el lord Rahl —repuso la muchacha con sencilla lógica—. A mi parecer, eso os hace aún más importante que un consejo de magos. Gobernáis todo el imperio d’haraniano, ¿no es cierto? Esto forma parte de vuestro imperio.

Richard tuvo que darle la razón de mala gana.

—Supongo que tienes razón, pero con ese razonamiento no es suficiente.

—Pero eso no es más que una pequeña parte. La razón principal es que sois del otro lado de la muralla del norte.

—Yo procedo de ciudad del Corzo. —Apuntó con un pulgar en dirección al oeste—. Es un lugar pequeño en la Tierra Occidental, en el lado opuesto de la Tierra Central. Eso está muy lejos de aquí. No provengo de detrás de esa muralla.

—No me refiero a eso —repuso ella en voz sosegada como si él fuera duro de entendederas y ella intentara ser paciente.

La joven mostraba aquella faceta exasperante de las hechiceras que hacía que todas tendieran a hablar en circunloquios y acertijos de un modo que jamás dejaban de hacerle sentir como un ignorante. En una ocasión había supuesto que tal comportamiento era producto de la edad y la sabiduría. Pero ahora podía ver que no era así.

—Cuando digo que sois de ese lugar, no quiero decir que crecierais ahí —dijo ella, en tono paciente, al ver que él no entendía el sentido de sus palabras—. A lo que me refiero es a que sois de allí… en vuestro interior. —Ladeó la cabeza como para preguntar si finalmente lo entendía.

No era así.

—¿De ese lugar? ¿Qué lugar?

—El tercer reino.

—¿El tercer reino?

—Sí —dijo ella—. La Gracia lo explica todo perfectamente.

—Samantha —replicó él, intentando mantener la calma—, no sé adónde quieres ir a parar.

—Hay dos reinos representados en la Gracia, ¿no es así? El de la vida, que empieza con el círculo interior, y el de los muertos, que empieza en el círculo exterior.

—¿Y qué es este tercer reino?

Ella se puso de puntillas y señaló hacia el exterior por la abertura en la piedra.

—Ese es el tercer reino, el que está al otro lado de la muralla del norte, que lo ha mantenido encerrado a cal y canto durante todo este tiempo, desde la época de la antigua guerra.

A Richard le había tocado vivir años de congoja y sufrimiento debido a aquella guerra. Era un conflicto que jamás había quedado resuelto por completo, y había vuelto a despertar para engendrar una nueva guerra que había causado un padecimiento indecible y había acabado con cientos de miles de vidas. Pero la guerra, tanto la antigua como la nueva, había finalizado al fin.

Richard echó una ojeada fuera de la abertura y luego volvió a mirar a Samantha.

—¿Qué tiene que ver ese lugar con la Gracia?

—No, no lo comprendéis. No es un lugar, como tal.

—Lo es, pero no lo es. —Hizo un esfuerzo para controlar la voz y mantenerla serena—. Samantha, si tengo que ayudar, tienes que ser más clara.

—Lo siento. El tercer reino no es ni el reino de la vida ni el de la muerte. —Alzó cada mano alternativamente como para poner de manifiesto ambos reinos en equilibrio, luego juntó las manos—. El tercer reino es ambos, unidos, en el mismo lugar, al mismo tiempo.

Richard sintió que un escalofrío le subía por los brazos, poniéndole la carne de gallina.

—Eso no es posible.

Una idea desagradable le pasó por la cabeza. En una ocasión se había aventurado al inframundo para ir al Templo de los Vientos, que había sido desterrado allí para que estuviera a salvo durante la antigua gran guerra. Él era vida y había estado en el mundo de los muertos. Así que, en cierto modo, la vida y la muerte habían estado en el mismo lugar al mismo tiempo.

La primera vez que vio a Kahlan, ella había acudido en busca de ayuda desde el otro lado de la barrera que separaba la Tierra Occidental de la Tierra Central. Aquella barrera, que dividía el mundo de ambos como una grieta, era una abertura al interior del inframundo. Él la había cruzado con Kahlan.

De modo que, en cierto modo, comprendió que tales cosas eran en algunos aspectos posibles.

Volvió a mirar por la abertura al lejano valle. Examinó los símbolos, descifrándolos mentalmente mientras estudiaba toda la franja de elementos. Fue entonces cuando, por vez primera, vio que los símbolos tenían como traducción «el tercer reino».

Estaba dando nombre a lo que la abertura mostraba.

Cuando vio por primera vez aquel emblema que la rodeaba, y reconoció la figura que había dentro del dibujo que significaba «reino», había asumido que el círculo de símbolos sería simplemente el nombre de un antiguo dominio. Al fin y al cabo, lo que en la actualidad era D’Hara había estado compuesto en el pasado por muchos feudos.

Samantha le dio golpecitos en el pecho con un dedo.

—Vos tenéis tanto la vida como la muerte en vuestro interior. No sois ni del mundo de la vida ni del mundo de los muertos. Pertenecéis a ambos sitios. Lo mismo le sucede a la Madre Confesora. Si no se elimina ese contacto de la muerte, ella os reclamará a ambos y moriréis.

Richard la miró de hito en hito.

—Es por eso que digo que sois de ese lugar. —Sin apartar los ojos de él, efectuó un veloz movimiento con un dedo en dirección a la abertura—. Sois del tercer reino que está al otro lado de la muralla del norte.