21
richard siguió a la menuda jovencita, envuelto en el refulgente capullo de luz de la esfera de cristal que ella sostenía. La piedra de las paredes del pasadizo había sido pulida laboriosamente y acodada con precisión al suelo y al techo, de un modo muy parecido al resto de la vivienda. No había ninguna clase de decoración en las paredes, aparte de variaciones naturales muy tenues en la consistencia de la roca.
El corredor le transmitía una sensación curiosa, una atmósfera deliberada de esterilidad, como si lo hubieran construido con la intención de que no hubiese distracciones de ningún tipo. La habilidad y el tiempo invertido en crear la plana precisión eran en si mismos la decoración.
De un modo curioso, le recordó a algunos de los corredores privados del Palacio del Pueblo. Estos estaban cubiertos de bellas pinturas y estatuas que tenían como fin ser un sutil recordatorio para el lord Rahl de su deber de proteger la santidad de la vida. Este corredor parecía pensado para recordar lo terriblemente serio que era el propósito de los que lo utilizaban.
Se preguntó cuál podría ser tal propósito.
Por el modo en que el corredor discurría sinuosamente a través de la montaña, Richard tuvo la impresión que la serpenteante ruta no lo era por razones estéticas. Las curvas parecían otro aspecto del principio rector de minimizar las distracciones.
Al cabo de un rato, llegaron ante otra puerta. Sin dilación, Samantha presionó la palma de su pequeña mano sobre la placa de metal.
Richard advirtió que cuando lo hizo, la esfera de luz brilló con más intensidad al reconocerla como alguien a quien estaba permitido cruzar la protegida entrada. Aquello le indicó que ese escudo era más potente que el primero. Además, la piedra parecía de mayor tamaño y más pesada que la anterior.
La montaña retumbó cuando el enorme disco empezó a rodar hacia la derecha, su tremendo peso trituraba pedacitos de tierra y reventaba escamas de roca, aplastándolo todo bajo su peso. La piedra retrocedió al interior de una ranura. Una vez que cruzaron, puesto que había cerrado la primera, la muchacha dejó abierta la segunda puerta.
Richard reparó en que el corredor volvía a ensancharse. Las paredes también habían sido alisadas, pero mucho más cuidadosamente, de modo que había un lustre en ellas. Pasó los dedos por la superficie fría y cremosa de la piedra, maravillándose ante el esfuerzo que habría significado conseguir tal efecto.
Cuando doblaron una curva y tropezaron de repente con símbolos en las paredes de la izquierda, Richard paró en seco.
Los dibujos habían sido burilados en las anodinas paredes de roca. Quienquiera que hubiera hecho esto quería que aquellos símbolos permanecieran tanto tiempo como siguiera en pie la montaña. Pudo ver que más adelante en el pasillo los símbolos y dibujos proliferaban hasta cubrir la mayor parte de la pared.
Reconoció los símbolos.
Samantha se dio la vuelta.
—Vamos. Por aquí.
A Richard le costó apartar la mirada de los fluidos dibujos. Reanudó la marcha, apresurando el paso para seguir a Samantha.
Mientras recorría a toda prisa el pasillo, Richard vio que los dibujos aumentaban en número y en complejidad. Eso transmitía una sensación de urgencia a los mensajes contenidos en los símbolos.
Al doblar otra curva del pasillo, le sorprendió ver un tenue arrebol de luz más adelante. Era la luz del día, y parecía provenir de alguna clase de ventana o abertura en la pared de la izquierda.
—Aquí —dijo Samantha, colocando la refulgente esfera en un soporte de hierro situado entre los símbolos antes de seguir adelante para ir a detenerse bajo el resplandor de luz natural. Indicó con la mano la abertura redonda de la pared.
Richard miró a través de ella. Vio que habían perforado un orificio hasta la parte exterior de la montaña. Introdujo la cabeza en el portal circular para echar una mirada fuera. Había sido tallado con sumo cuidado y era perfectamente redondo. Empezaba teniendo más o menos un metro veinte de anchura, pero se estrechaba ligeramente a medida que penetraba en la piedra. Parecía tener una longitud de unos dos metros y medio o tres. Cuando por fin alcanzaba el extremo donde emergía al exterior, el agujero se había estrechado hasta tener menos de un metro de diámetro.
Este agujero daba al norte.
Richard miró a Samantha con el entrecejo fruncido.
—¿Qué es esto?
Ella indicó a través de la abertura.
—Mirad.
Richard puso las manos en el borde y se inclinó un poco al interior, mirando a través de la abertura cilíndrica a un amanecer nebuloso. Bajo la lóbrega luz vio extenderse un valle ante ellos, aunque no gran cosa del espeso bosque resultaba visible. La longitud y forma de la abertura cilíndrica restringía la visión a un lugar específico a lo lejos.
La abertura encuadraba una brecha en una cordillera altísima situada a muchos kilómetros de distancia. Se inclinó para intentar mirar arriba, pero las montañas eran descomunales y la forma de la ventana no le permitió ver las cimas.
Un profundo cañón entre las paredes de roca parecía ser el único camino para cruzar la barrera que creaba la cordillera. Puesto que había sido guía de bosque, Richard comprendía lo difícil que era encontrar rutas transitables a través de territorio salvaje. A menudo sólo existía un paso que se abría entre superficies montañosas. Le dio la impresión de que el valle era el único camino viable.
Retrocedió.
—¿Qué es lo que se supone que debo ver?
—Bueno —repuso ella, indicando con la mano dos pequeñas placas de metal en la pared alrededor de la abertura—, necesitáis utilizar estas cosas.
Enmarcando la abertura había un dibujo con una variedad de diseños muy nítidos. Richard reconoció los símbolos que conformaban los diseños. A cada lado, dentro de elementos del dibujo, había pequeñas placas de metal, del tamaño de las palmas de sus manos. El metal estaba en mejores condiciones que las primeras que había visto y parecía haber sido pulido por el contacto de innumerables manos.
—Dejadme, permitid que os lo muestre.
Pasó por debajo de su brazo y fue a colocarse delante de él para poder colocar las manos en ambas placas por él. La parte superior de su mata de pelo negro llegaba sólo hasta la mitad del pecho de Richard.
—Inclinaos por encima de mí y mirad —dijo.
Ante su sorpresa, el aire osciló, de un modo parecido a como lo hace sobre una hoguera, salvo que lo hizo siguiendo un esquema circular, de un modo más parecido a las ondulaciones de un estanque. Era una visión mareante que le revolvió ligeramente el estómago.
Pero entonces las ondulaciones en el aire desaparecieron, de modo que la lejana vista que ofrecía el agujero de la roca apareció de repente mucho más cerca. Fue como si a Richard lo hubieran desplazado mucho más cerca de las montañas.
A medida que sus ojos se adaptaban a la claridad cada vez mayor de la escena, advirtió que había una construcción a través del valle. Encuadrada en el centro entre las dos montañas, al pie del cañón, una muralla se extendía entre las paredes de los riscos.
Richard entornó los ojos mientras estudiaba el detalle de la muralla. La majestuosa pared ascendía imponente por encima del bosque que crecía junto a su base.
En el centro de la pared, construido también de piedra y alzándose a mayor altura aún, había una especie de monstruo, con mandíbulas abiertas de par en par y colmillos que descendían sobre un portal enorme, como si cruzarlo supusiera penetrar en las fauces de una grotesca bestia de piedra. Las puertas eran casi tan colosales como la muralla que las sostenía.
Las cancelas estaban abiertas.
Richard retrocedió. Samantha retiró las manos de las placas metálicas y la vista a través del portal regresó a su estado anterior.
—La muralla del norte —dijo Samantha.
—La muralla del norte —repitió él, y con el tono de su voz le dio a entender que no comprendía el significado.
—Toda mi vida —explicó ella— estas puertas han estado cerradas. Toda la vida de mi madre, estuvieron cerradas. Durante todo el tiempo que mi gente ha vivido en este lugar, esas puertas han permanecido cerradas.
—¿Sabes cuánto tiempo ha vivido tu gente aquí?
—No estoy segura. Oí decir que miles de años. Pero mi madre apenas había empezado a instruirme sobre mi deber, sobre nuestra misión de vigilar la muralla del norte. Tales lecciones quedaron interrumpidas de golpe cuando en mitad de una de ellas mi madre vio que las puertas estaban abiertas.
»Nunca había visto a mi madre tan alterada. No dejaba de mascullar entre dientes que jamás había esperado que fuera a suceder. Estaba furiosa consigo misma.
—¿Por qué tendría que enfadarse?
—Le oí decir que la presencia de Jit debería de haberle hecho sospechar que algo no iba bien. Dijo que la llegada de un ser así a las Tierras Oscuras sólo podía deberse a que la muralla del norte se estaba debilitando y algunos de los que estaban al otro lado empezaban a escabullirse a través de ella. La Doncella de la Hiedra tenía que ser una de aquellas criaturas. Mi madre dijo que sabía que algo no iba bien, pero jamás había sospechado que tuviera relación con la muralla.
»Cuando le pregunté de qué hablaba, dijo que la vida tal y como la conocíamos jamás sería la misma. Que el mundo iba a cambiar.
»Dijo que el mundo de la vida podría no sobrevivir a lo que se avecinaba.
»Yo estaba aterrada y quise que me lo explicara, pero dijo que no había tiempo. Abandonó este lugar a toda prisa y dijo que tenía que marchar antes de que fuera demasiado tarde.
—¿Marchar? —Richard echó un vistazo a la abertura, y luego volvió a mirar a Samantha—. ¿Marchar adónde?
—A advertir a la gente. —La mirada de la muchacha se clavó en el suelo—. Mis padres murieron… mi padre, quiero decir… cuando partieron en dirección al Alcázar para cumplir con nuestra antigua misión: advertir a los magos rectores de que había una brecha abierta en la muralla del norte.
Richard contempló atónito a la muchacha.
—¿El consejo de magos? No hay ningún consejo de magos en el Alcázar.
Samantha alzó los ojos hacia él, conmocionada.
—¿No lo hay?
—No. No ha habido un consejo de magos en el Alcázar desde hace muchísimo tiempo. Hasta que mi abuelo se trasladó hace poco allí, el Alcázar llevaba mucho tiempo desierto.