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qué quieres decir con eso? —preguntó Richard.
Ella inspiró profundamente mientras ordenaba sus ideas.
—Antes en nuestro pueblo había otras personas con el don, pero todas han desaparecido, así que supongo que no importa lo mal preparada que esté para la tarea, depende de mí explicároslo todo.
—¿Había otras personas con el don aquí? ¿Te refieres a además de tu madre? —Cuando ella asintió, preguntó—: ¿Qué les sucedió?
—Tenía tres tías, todas con el don. Dos eran hermanas de mi madre, la otra era la hermana de mi padre. Todas eran hechiceras que servían a nuestra gente.
»La hermana de mi padre, Clarice, era mucho mayor que el resto y nunca se había casado. Si bien entre las personas con el don aquí en Stroyza no existe un líder oficial, siempre pareció que ella era nuestra matriarca. Todo el mundo respetaba sus dictámenes. Siempre había sido así. Parecía el orden natural de las cosas.
»Hace algún tiempo, hará un poco más de año y medio, la hallaron muerta en el bosque, no muy lejos de aquí. La gente asumió que debía de haber muerto como consecuencia de su avanzada edad. Todos en Stroyza quedaron conmocionados por su fallecimiento.
—¿Realmente murió por causas naturales?
—No lo sé. En aquel entonces todos pensamos eso; no teníamos motivos para sospechar ninguna otra cosa. Ahora, ya no estoy tan segura.
»Tras su muerte, la gente acudió a mi madre para que ocupara el puesto de Clarice. —Samantha indicó con un ademán toda la habitación—. Fue entonces cuando nos mudamos aquí. Este alojamiento es el de la matriarca. Es una antigua tradición que forma parte de nuestras costumbres.
»No mucho después de la muerte de Clarice, cuando mis padres y yo nos trasladamos aquí, empezamos a oír por primera vez rumores sobre personas que habían tropezado con una mujer extraña que tenía los labios cosidos. No fue hasta más tarde que averiguamos que recibía el nombre de Jit la Doncella de la Hiedra y que tenía una extraña guarida en la Trocha de Kharga. No sabíamos de dónde había venido ni tampoco cuánto tiempo llevaba allá. Ni siquiera estábamos seguros de qué era exactamente.
»De comerciantes de paso oímos toda clase de rumores sobre Jit. Algunos pensaban que era la muerte que había venido a residir entre nosotros, señalando el final de los tiempos. Los había que creían que poseía habilidades excepcionales, incluso milagrosas, para curar a los incurables.
»Mi madre consiguió averiguar que Jit utilizaba una clase de magia distinta de la nuestra, una clase de poder arcano con el que no nos habíamos encontrado nunca. —Samantha alzó la mirada para asegurarse de que Richard prestaba atención—. Una clase de magia que tal vez podía lograr cosas impensables, como tal vez hacer que los muertos volvieran a caminar.
—¿Como esos cadáveres ambulantes?
La muchacha asintió.
—Había rumores de tales cosas, de cuerpos robados de sepulturas. Rumores de muertos que recorrían las Tierras Oscuras.
Richard se preguntó si era Jit quien había reanimado y enviado a los hombres muertos a atacar el pueblo. Se preguntó si, a pesar de que él había matado a la Doncella de la Hiedra, podría haber más de sus acólitos deambulando por el territorio.
—Mis dos tías, Martha y Millicent, estaban convencidas de que Jit era una criatura maléfica que había escapado de detrás de la muralla del norte.
Richard se inclinó al frente.
—¿La muralla del norte?
Samantha señaló brevemente en aquella dirección.
—Ya llegaré a eso. Después de que hubieran oído suficientes relatos preocupantes, mis padres, mis dos tías y sus esposos decidieron que puesto que éramos el pueblo más próximo a la Trocha de Kharga y éramos los que potencialmente corríamos más peligro, era necesario que investigásemos y averiguásemos la verdad.
»El esposo de tía Martha poseía el don. No era un mago, como se me explicó… nunca he conocido a un auténtico mago. Gyles, el esposo de tía Millicent, también se suponía que poseía el don, pero de un modo distinto. Principalmente, era propenso a emitir profecías de poca importancia, o al menos eso decía. Nadie lo creía demasiado, no obstante. Mi madre le seguía la corriente y no discutía sus afirmaciones.
»Pero tío Gyles llevaba tiempo advirtiendo sobre una fuerza siniestra que decía llegaría un día a las Tierras Oscuras. Entonces nos enteramos de que Jit se había construido una guarida en la Trocha y él pensó que era la prueba de sus habilidades proféticas.
»Mi madre siempre decía que si te pasas suficiente tiempo prediciendo que va a llover, más tarde o más temprano te mojarás y podrás decir que tenías razón. Ella decía que la vida tiene momentos buenos y malos, y que si predices desgracias, a la larga acertarás, pero si las predices en voz bien alta, entonces te convertirás en profeta.
Richard sonrió ante sus palabras, pues siempre había pensado lo mismo.
—¿Qué clase de historias circulaban sobre Jit? —preguntó antes de perderse en el árbol genealógico.
Samantha se encogió de hombros.
—Las historias eran transmitidas con gran secretismo a mis padres, tías y tíos. Mi madre nunca me contó lo que se decía, pero yo sabía que estaba preocupada.
—¿No preguntaste?
—No. Sabía que no debía. Cuando mis padres querían que supiera algo, me lo contaban. Si no me lo contaban, yo sabía que era un asunto de adultos. Ellos discutían tales cuestiones en privado. En especial si era una decisión que incumbía a la seguridad de nuestra gente.
—¿Los que tienen el don son los que gobiernan aquí, pues?
—No exactamente. —Samantha entornó los ojos, pensativa, buscando las palabras—. Los habitantes de Stroyza siempre han acudido a ellos. No sé si vos diríais que gobiernan. Somos un lugar pequeño, no un imperio, y nunca necesitamos que alguien nos gobernara.
»Las gentes de aquí respetan a los que tienen el don y buscan su consejo, de un modo muy parecido a los ancianos en otras sociedades. Cuando era necesario tomar una decisión sobre algo, la gente acudía a menudo a mis padres, tías o tíos en busca de asesoramiento y, de vez en cuando, de una decisión.
—Como cuando nos trajeron aquí, que enviaron a buscarte porque respetan tu habilidad, pero no porque creas que puedes gobernarlos.
Samantha sonrió ante la analogía.
—Imagino que es un buen modo de expresarlo. Así pues, mi familia tomó la decisión de que tía Martha y su esposo irían a ver qué estaba sucediendo en la Trocha de Kharga, qué era en realidad esta Doncella de la Hiedra y qué podría estar tramando allá en aquella ciénaga.
»El otoño pasado, cuando el nivel del agua estaba en su punto más bajo, partieron hacia la Trocha.
—Y jamás regresaron —adivinó Richard cuando ella permaneció en silencio un instante.
Samantha confirmó sus sospechas con un veloz movimiento de cabeza.
—Hubo partidas de búsqueda, pero no los encontraron jamás. El territorio salvaje de las Tierras Oscuras es muy extenso, de modo que no pudieron buscar en todas partes. Más que eso, no obstante, a la gente le daba miedo adentrarse demasiado en las profundidades inexploradas de la siniestra Trocha de Kharga.
»Luego, la pasada primavera, alguien halló sus restos cuando el desbordamiento de las aguas de los manantiales los sacó de la ciénaga.
Richard sabía que no podía haber quedado gran cosa de los cuerpos e intentó efectuar una pregunta truculenta del modo más delicado posible.
—Después de todo ese tiempo, estando en la ciénaga y todo eso, ¿cómo podíais estar seguros de que fueran ellos?
Samantha alzó una mano en un gesto afligido.
—Mi madre identificó sus huesos. Dijo que llevaban consigo el revelador vestigio de la Gracia… del don… y los reconoció como los de su hermana.
Clavó la mirada en las manos que tenía enlazadas sobre el regazo.
—También dijo que podía leer en ellos que habían tenido una muerte violenta. Dijo que los habían asesinado.
Richard se preguntó si era cierto que una persona con el don podía saber de verdad tales cosas a partir de huesos o si había sido el pesar el que hablaba, intentando hallar a quién culpar.
Lo que sí sabía con certeza era que las Tierras Oscuras se caracterizaban por ser un lugar peligroso, y que la Trocha de Kharga lo era aún más. Soldados que crecieron en aquella parte misteriosa de D’Hara lo habían advertido sobre penetrar en las Tierras Oscuras. Teniendo en cuenta todo lo que sabía, no era del todo irracional creer que a los tíos de Samantha los habían asesinado.
—No mucho después —prosiguió la muchacha—, a mi otra tía, tía Millicent, y a su esposo Gyles se los llevaron soldados procedentes de la abadía.
Richard frunció el entrecejo sorprendido.
—¿La abadía?
—Sí, es un lugar situado en algún punto cerca de la ciudad de Saavedra. Lo dirige el abad Dreier. Es un lugar en el que se recogen profecías para Hannis Arc, quien gobierna la provincia de Fajín desde su ciudadela en Saavedra.
—¿Qué sabes sobre esta abadía?
—No mucho, la verdad. No creo que nadie sepa gran cosa sobre ella. A nadie le gusta hablar sobre la abadía o la ciudadela.
Richard conocía al abad Ludwig Dreier, pero no lo dijo. Ludwig Dreier había causado problemas en el Palacio del Pueblo. De hecho, había apartado a varios territorios de su alianza con el imperio d’haraniano y hecho que se unieran a Hannis Arc, quien prometía compartir las profecías con ellos y revelar sus secretos.
—¿Alguna idea de por qué elegirían a tus tíos para que fueran a la abadía? —preguntó.
Samantha restregó distraídamente el borde de la silla con las manos.
—No lo sé con seguridad. Pero mi tío Gyles afirmaba poseer un poquitín del don de la profecía. A lo mejor eso tuvo algo que ver. Quizá querían que contase lo que la profecía decía respecto a nuestro futuro.
»Todo lo que sé con seguridad es que los soldados aparecieron y dijeron que tía Millicent y tío Gyles tenían que acompañarlos. Dijeron que debido a que poseían el don, habían sido elegidos para ir a la abadía a ayudar con la profecía. Dijeron que era por el bien de la población de la provincia de Pajín, que la profecía pertenecía a todo el mundo.
—¿Y jamás regresaron?
Por el modo en que Samantha bajó la mirada y sacudió la cabeza, Richard tuvo claro que nadie regresaba jamás de la abadía. Se preguntó el motivo.
—Eso dejó a mi madre como la única persona con el don que quedaba en Stroyza.
—Y tú —dijo Richard—. Tú tienes el don.
Samantha encogió un hombro.
—Supongo. Supongo que debería decir que dejó a mi madre como la única persona adulta con el don en Stroyza. Ahora, ella ha desaparecido. Eso significa que el antiguo deber que nos fue entregado ha recaído en mí.
Richard pensó que no le gustaba cómo sonaba aquello. Se sacudió un trocito de paja de la pernera del pantalón.
—¿Sabes lo que significa el nombre de tu pueblo, de tu gente? ¿Lo que significa «Stroyza»?
Samantha echó hacia atrás algunos mechones que le caían sobre el rostro a la vez que lo miraba con el ceño fruncido.
—No. Pensaba que no era más que un nombre.
—Es una palabra del d’haraniano culto.
—El d’haraniano culto es una lengua antigua y muerta. Hoy en día nadie lo habla.
—Yo sí.
—¿De veras? —Intrigada, se inclinó hacia él—. ¿Y qué significa?
—Significa «centinela».
La sonrisa de Samantha desapareció a la vez que la joven palidecía.
—Queridos espíritus —musitó.
—¿Acaso esa palabra tiene algo que ver con vuestro antiguo deber? —preguntó Richard.
Con los ojos empezando a llenársele de lágrimas, Samantha asintió.
—Eso es lo que mi madre estaba haciendo. Estaba montando guardia. Mis padres abandonaron Stroyza para informar de lo que ella había visto, pero jamás consiguió completar esa misión. No se habían alejado demasiado cuando mataron a mi padre. Mi madre ha desaparecido y temo que también la hayan asesinado.
—Eso no lo sabemos —repuso él—. ¿Qué era lo que vigilaba?
Samantha señaló en dirección a la puerta que tenía grabada la Gracia.
—Es necesario que os lo muestre.